– ¿Una tal Linda Persson?
– Sí.
– En Jönköping.
La pantalla estaba inclinada de modo que le resultaba imposible leer en ella.
– ¿Qué más pone?
– ¿Qué quiere saber?
– ¿Acaso no es posible obtenerlo por escrito?
– Desde luego que sí.
Una impresora situada junto a la funcionaría imprimió una hoja. Eva la recibió a través de la ventanilla. Dio las gracias y se alejó leyendo.
«740317-2403, M, CUADRO PERSONAL (6401 V3.34), Linda Ingrid Persson.»
Una sarta de abreviaciones ininteligibles y, más abajo, más números de identidad y nombres. Madre y padre biológicos con los nombres completos y sus respectivos números de identidad, y todavía uno más: «670724-3556 Hellström, Stefan Richard. Tipo C».
La funcionaría de la taquilla buscó con la vista al próximo solicitante, pero Eva se adelantó:
– Oiga, disculpe la pregunta, ¿qué significa «tipo C»?
– Cónyuge.
Se hizo una desagradable pausa.
– ¿Quiere decir que esta persona está casada?
La funcionaría alargó la mano exigiendo ver la hoja y leyó.
– No, «estado civil D», es decir, divorciada, desde el 2001.
Dejó que la información se asentara, en un intento por determinar su significado, por saber si abría alguna posibilidad útil. Estaban todos enlazados, como una gran familia, más allá de la voluntad o la elección de los implicados, algunos divorciados, otros aún casados.
– ¿Puede usted imprimirme los datos sobre este número también? Sesenta y seis, cero siete, veinticuatro, treinta y cinco, cincuenta y seis?
La funcionaría tecleó y una nueva hoja le fue entregada. Sin leerla, se encaminó hacia la salida.
Mientras cruzaba las puertas automáticas llegó a la conclusión de que el tiempo invertido había dado un buen rendimiento.
Se preparó una taza de café e incluso calentó un poco de leche y la montó hasta hacerla espumosa. Luego se acomodó en el escritorio del estudio de Henrik. Lo había dejado todo impecablemente en orden, no había ni un solo papel a la vista. Encontró algunas notas con números de teléfono garabateados, pero al verlos tirados así, a su alcance, llegó a la conclusión de que no le servirían de nada.
Por cierto, que ya no necesitaba su ayuda.
Desdobló la hoja que contenía los datos personales del ex marido de Linda. Empadronado en Varberg, muy lejos de Estocolmo, en la costa Oeste. Los nombres y números de identidad de los padres biológicos, el padre con una F y una nueva fecha después del número de identidad. En el anexo adjunto se explicaban las abreviaciones y en él leyó que «F» significaba finado. Bajo el nombre de los padres, el de Linda y la «C» de cónyuge, y la misma fecha del divorcio que constaba en su documento. Y, finalmente, bajo su nombre, «Hellstrom, Johanna Rebecca. 930428-0318. F 010715».
Una hija muerta. El divorcio fue apenas unos meses más tarde. El ex marido de Linda había perdido una hija poco antes de que se divorciaran.
Se puso en pie, se sentía mal. Sentía una presión sorda en el pecho otra vez. Como siempre, la desencadenaba los remordimientos por Axel. Pensar en que eran incapaces de darle un buen inicio a su vida. Si algo le ocurriera a Axel… ¿Cómo sobrevivir algo así? En ocasiones se había preguntado si habría una sola persona en el planeta que osara tener hijos si supiera de antemano lo que eso significaba realmente. Desear lo mejor para ellos y, al mismo tiempo, vivir siempre con la sensación de no hacer lo suficiente.
Que la preocupación y la mala conciencia serían los eternos compañeros de un amor total y sin reservas. Ella agradecía el no haberlo sabido antes. Axel era la cosa más importante de su vida, su nacimiento lo había transformado todo, la realidad había adquirido nuevas proporciones. Lejos quedaba el ponerse a sí misma en primer lugar, a partir de ese momento se había colocado en segundo término voluntariamente. Eso era lo que él le había enseñado. A pesar de todo, la mayor parte de sus horas transcurrían lejos de él, y eso a pesar de que en aquellos seis años había aprendido ya lo rápido que pasaba el tiempo.
Y ahora Henrik tenía el propósito de conseguir que ella perdiera la mitad del tiempo que le quedaba. Obligarla a ser una madre en semanas alternas sin darle la menor oportunidad de elección.
Fue a la cocina, bebió un vaso de agua y luego volvió a sentarse frente al ordenador.
Se conectó a Internet y fue clicando hasta que dio con el buscador de Google. Tecleó el nombre de Linda y obtuvo 1.390 resultados. Se saltó todos los estudiantes que se doctoraban en la facultad de geotécnica y otros portales que, sin duda alguna, no tenían que ver con la Linda que a ella le interesaba, pero acabó por desistir. Añadió «+Varberg», con lo cual obtuvo los resultados del fútbol de damas de la segunda división y un informe completo sobre la Federación de Municipios de Suecia, nada de lo cual le pareció peculiarmente relevante. Añadiendo «+Jönköping» obtuvo datos igual de anodinos. El nombre del ex marido de Linda dio algunos resultados en las listas de clasificaciones sobre carreras de orientación y un resultado concerniente a una firma de alquiler de coches en Skellefteå que tampoco despertó su entusiasmo.
Tomó la taza de café, se fue a la sala de estar y contempló el jardín a través del ventanal. ¿Cómo sería vivir allí sola con Axel? ¿Se vería con fuerzas de encargarse de todo sin ayuda? Y la siguiente pregunta, que era más bien una constatación: ¿habría mucha diferencia?
Por el rabillo del ojo vio que algo se movía en una esquina del jardín, exactamente en el punto donde comenzaba el bosque vecinal. Desde luego, los corzos se volvían cada día más audaces. Pronto se vería obligada a cerrar las puertas con llave para que no se metieran en la casa.
Fue hasta el lavavajillas para dejar allí su taza de café y luego fue a sentarse de nuevo frente al ordenador. Leyó una vez más los nombres que constaban en las hojas impresas de la Delegación de Hacienda. «Hellstrom, Johanna Rebecca.» Había alcanzado una edad de ocho años y tres meses. Una idea repentina le hizo teclear ese nombre y añadir «+Varberg» en el recuadro del buscador Google. Un resultado.
Noticias del diario Aftonbladet [10] : «Padre acusa a su ex mujer de la muerte de su hija».
Eva desvió la vista y la clavó en la ventana de enfrente.
Luego regresó a la pantalla e hizo clic para leer el artículo.
La fotografía de una estela mortuoria y, delante de ella, un hombre de espaldas. «A nuestra querida hija Rebecca Hellstrom (1993-2001).»
Y luego la rúbrica: «Ella miente». El padre de la ahogada Rebecca Hellström está lleno de dolor y amargura. «Sé que el accidente podría haberse evitado.»
VARBERG. En la sala del tribunal de primera instancia de Varberg no queda ni un asiento libre. Varios de los asistentes conocen a la mujer de veintisiete años que ocupa el banquillo de los acusados inculpada de haber provocado la muerte de su hijastra de ocho años ocurrida hace siete meses. La inculpada reflexiona largamente antes de responder a las preguntas del fiscal en jefe Torsten Vikner, y en varias ocasiones es necesario rogarle que repita sus inaudibles respuestas. Durante todo el juicio mantiene la cabeza gacha y evita mirar al hombre que está sentado junto al fiscal, quien hasta hace cinco meses era su esposo y que ahora la acusa de haber causado la muerte de su amada hija Rebecca. Al lado de éste se encuentra la madre de la niña y, en varias ocasiones durante esta jornada, ambos padres se han tomado las manos buscando consuelo mutuamente.
El accidente ocurrió en julio. La inculpada y Rebecca, que vivía con su madre y con su padre alternativamente, habían ido a bañarse a la playa más pequeña del complejo marítimo de Apelviken. Cuando la niña, de ocho años, que según sus padres podía cubrir a nado entre cinco y quince metros, pidió bañarse, la mujer se quedó en la playa. Según la inculpada, ella, como era su costumbre, le había dado instrucciones «de que el agua la cubriera sólo hasta la barriga» y dado que habían estado en esa playa varias veces anteriormente, la niña conocía las reglas. La inculpada no se cansa de asegurar que vigilaba a la niña ininterrumpidamente, algo que su ex marido niega.
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