Karin Alvtegen - Engaño

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Eva desea que su familia -la que tiene junto a Henrik, su esposo, y Axel, su hijo- se parezca al entorno tradicional y seguro en el que ella creció.
Hasta el momento ha visto cumplidas sus expectativas vitales, tanto a nivel sentimental como profesional, pero un día descubre que su marido la está engañando con otra mujer. Henrik, incapaz de confesárselo, le oculta sus sentimientos y miente sin ningún reparo.
Destrozada por la traición, Eva no se atreve a dar una salida franca a sus sentimientos de cólera y en su lugar, elabora una venganza. La vida continúa igual, pero ambos están atrapados en el miedo y el engaño mutuo les envuelve en una atmósfera cada vez más asfixiante. En estas circunstancias al límite, el encuentro casual entre Eva y un joven tendrá consecuencias insospechadas.

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La página del listín de teléfonos con su número ya estaba abierta.

El distrito de Nacka.

A diez minutos en coche.

Pero no había modo de salir del apartamento.

La primera vez que marcó el número eran las 23:44. Estaba desnudo, sentado en la cama. En el suelo, el teléfono se encontraba en ángulo recto con la esquina derecha de la alfombra. Sonaron dos tonos. Y entonces ella, poniendo voz a la mentira.

– ¿Sí? Soy Eva.

Así que confesaba la verdad.

Colgó y dejó crecer la ira. No tardó en pulsar el botón de rellamada.

– ¿Sí, diga?

Volvió a colgar. ¿Por qué había respondido «sí» al llamarle él? Su voz le rasgaba las entrañas, haciendo revivir su terrible añoranza. El recuerdo de su cuerpo desnudo le bombeó la sangre hacia la entrepierna, donde crecía su deseo. Se estiró en la cama, incapaz de moverse. Una vez más, su apetito sexual se erigía en un enemigo que se burlaba y se reía de él.

No eres digno. Nadie te quiere.

* * *

Tal vez durmió algunas horas, tal vez no. La siguiente llamada la hizo a las 6:07 horas. Era preciso escuchar su voz.

– Diga.

Tenía que hacerlo.

– ¿Diga?

Nadie iba a arrebatársela esta vez.

– ¿Querías algo? En ese caso sería estupendo que lo dijeras ahora, ya que, gracias a ti, nosotros estamos despiertos. Se le cortó la respiración.

«Nosotros.»

«Ya que, gracias a ti, nosotros estamos despiertos.»

– Vete a la mierda.

Al otro extremo, ella colgó. Ella, que la noche anterior había dormido con su piel contra la suya, que había convertido el mundo en una posibilidad, transformándolo todo en esperanzas.

Ella, hoy, estaba durmiendo con otro que se ocultaba bajo el pronombre «nosotros».

¿Con quién?

¿Quién era ese que sí era digno?

Capítulo 22

Se quedó en la cama toda la mañana. Cuando Axel se despertó, Henrik le acompañó a la sala de estar y le puso el programa infantil, pero no volvió a la cama para robarle una media hora de sueño extra a la almohada como solía hacer. En su lugar, ella oyó la puerta del estudio que se cerraba y el zumbido de la puesta en marcha del ordenador.

Del intenso dolor en el pecho sólo quedaba un dolor sordo y vago.

* * *

Las cifras digitales del radiodespertador se fueron arrastrando hasta las 11:45 y, entonces, de repente, se presentó él y le dijo desde la puerta:

– Esta noche voy a salir. Micke quiere que salgamos a tomar una cerveza.

Ella no contestó. Pero no por eso dejó de constatar que su torpeza para los embustes era asombrosa, un puro insulto a la inteligencia de cualquiera.

– Como quieras.

Y desapareció de nuevo.

Ella se levantó, cogió la bata y fue a la cocina. Axel estaba sentado en el suelo haciendo rodar sus bolas de goma por una pista invisible y Henrik estaba sentado a la mesa leyendo el periódico.

– Le prometí a Annika que llamaría a todos los padres para convocar una reunión para mañana por la tarde.

Él la miró.

– ¿Para qué?

– ¿ Cuál es la alternativa?

Él ignoró la pregunta y regresó al Dagens Nyheter.

Ella prosiguió.

– Si yo fuera Linda, me gustaría que se me diera la oportunidad de explicarme. ¿A ti no?

«Si yo fuera Linda.»

Soltó un resoplido sarcástico en la profunda oscuridad.

De eso se trataba justamente.

Él pasó la página a pesar de que era evidente que no leía ni una palabra.

– No entiendo por qué te metes. ¿Para qué vas a convocar una reunión? A ti no te ha llegado ningún correo, que yo sepa.

No. Pero en mi sótano hay un armario lleno de repugnantes cartas de amor dirigidas a ti.

– Pues porque estamos hablando de la maestra de Axel. ¿Acaso no entiendes que cuando eso se destape el ambiente de la escuela se verá afectado? Si es que ha enviado esos correos, ¿podrás confiar en ella?

– Eso es asunto suyo.

– ¿Asunto suyo? ¿Enviarles indeseadas cartas de amor a los padres de sus alumnos?

– ¿Mi maestra ha hecho eso?

Axel se había quedado inmóvil, en el suelo, con una bola de goma en la mano.

Henrik le dirigió una mirada llena de desprecio. ¿O era más bien odio lo que detectaba?

– De puta madre. Muy inteligente.

Se levantó y atravesó la cocina con pasos rabiosos. A aquellas alturas ella se los sabía de memoria. De su sitio en la mesa hasta el estudio cabían once pasos, doce si cerraba la puerta tras él.

Dio doce pasos.

– ¿Qué pasa con mi maestra?

Ella se le acercó y se sentó a su lado. Cogió disimuladamente una bola roja del suelo y la hizo aparecer como por arte de magia detrás de la oreja del niño.

– ¡Anda! Y yo que creía que sólo tenías bolas verdes en las orejas.

Él sonrió.

– ¿Tengo más en la otra?

Ella miró por el rabillo del ojo para localizar otra bola.

– No. Por lo visto, la de la otra no ha madurado todavía. Las verdes necesitan más tiempo.

* * *

Se llevó el inalámbrico y la lista de los niños de párvulos al porche y se sentó allí a hacer las llamadas. Llevaba una rebeca sobre los hombros, pero hacía calor por ser marzo y no tardó en dejarla sobre el banco. Contempló las antenas de Nacka que, a unos cien metros de distancia, despuntaban por encima del bosque protegido de la reserva natural como si fueran unos monstruos de acero futuristas. Nicke y Nocke. Axel las bautizó así en cuanto aprendió a hablar. A pesar de que desentonaban mucho, siempre le habían gustado: eran como hitos que indicaban el camino a su hogar. Recordó un viaje de negocios en que había vuelto en avión de Örebro. La reunión que había motivado el viaje había originado unos problemas irresolubles, y subió al avión en un estado de gran estrés y preocupación. Eran más de las diez de la noche y, en cuanto despegaron, las divisó en la distancia. Ahora recordaba la sensación de encontrarse tan lejos pero aun así distinguir su hogar, el suyo y el de Henrik y Axel, con toda la seguridad que eso comportaba. Fue un instante de clarividencia durante el cual supo lo que realmente importaba en la vida.

Pero pasaron los años. Dieciséis fueron las veces que explicó que la maestra Linda había enviado indeseadas cartas de amor a algunos padres del grupo y que era preciso reunirse el domingo por la tarde. Después de la séptima llamada, el teléfono se le anticipó.

– Hola Eva, soy Kerstin, del parvulario. Sonaba triste. Triste y cansada.

– Acabo de hablar con Annika Ekberg, dice que ayer hablasteis.

– Sí, nos llamó ayer por la noche.

Se hizo una breve pausa durante la cual lo único perceptible fue un hondo suspiro.

– Linda está desesperada. Ella no ha enviado esos correos. No sabemos qué ha pasado.

– No, reconozco que me sorprendió mucho, me cuesta creer que sea verdad. Me refiero a eso de que Linda iniciara una relación amorosa con alguno de los padres del parvulario. Sería demasiado fuerte.

Dejó vagar la vista por el jardín intentando encontrar la palabra que describiera sus sensaciones. Una especie de calma por haber recuperado el control. Como la invisible araña de una tela cuya existencia sólo ella conocía. Al mismo tiempo, la extrañeza de no saber para qué quería el control, de no saber dónde iba. Una extrema lucidez. Sólo existían el aquí y el ahora. La siguiente inspiración, el próximo minuto. Lo que pudiera suceder a continuación era inimaginable. En una agenda imaginaria alguien había trazado con rotulador una gruesa línea roja y ese trazo no iba a poder borrarse nunca. Jamás. El pasado y el futuro habían sido desgarrados el uno del otro y sus miembros nunca más volverían a estar unidos. Por su parte, ella se hallaba en la nada que se extendía entre los dos.

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