No obstante, esta vez fue secuestrada contra su voluntad por Alonzo Winslow y quizás otros individuos. La retuvieron en paradero desconocido y la torturaron sexualmente durante entre seis y ocho horas. Dados los altos niveles de hemorragia petequial en torno a los ojos, se creyó que la habían asfixiado repetidamente hasta dejarla inconsciente y luego la habían reanimado antes de que se produjera la asfixia final. El cadáver fue posteriormente introducido en el maletero del coche de la propia víctima y llevado a casi treinta kilómetros de distancia, a Santa Mónica, donde lo abandonaron en el aparcamiento al lado del océano.
Con la huella como prueba sólida que apoyaba la teoría y relacionaba a Babbit con un conocido traficante de drogas de Rodia Gardens, los detectives Walker y Grady obtuvieron una orden de detención para Alonzo Winslow. Contactaron con el Departamento de Policía de Los Ángeles para lograr cooperación en la localización y detención del sospechoso. La detención se produjo sin incidentes en la mañana del domingo 26 de abril y, después de un largo interrogatorio, el sospechoso confesó el homicidio. A la mañana siguiente la policía anunció la detención.
Cerré el expediente del caso y pensé en lo rápido que la investigación había conducido a Winslow solo porque había dejado una huella. Probablemente pensó que los treinta kilómetros que separaban Watts de Santa Mónica era una distancia que ninguna acusación de asesinato podría franquear. Ahora estaba en una celda para menores de Sylmar, lamentando haber tocado ese espejo retrovisor que había hecho que la policía diera con él.
Sonó el teléfono de mi escritorio y vi el nombre de Angela Cook en el identificador de llamada. Estuve tentado de no contestar, de mantenerme concentrado en mi historia, pero sabía que la llamada se desviaría a centralita y que la persona que contestara le diría a Angela que yo estaba en mi mesa, pero aparentemente demasiado ocupado para contestar.
No quería que ocurriera eso, así que contesté.
– Angela, ¿qué hay?
– Estoy en el Parker y creo que está pasando alguna cosa, pero nadie me cuenta nada.
– ¿Por qué crees eso?
– Porque está lleno de periodistas y cámaras.
– ¿Dónde estás?
– En el vestíbulo. Estaba marchándome cuando he visto entrar a un montón de tíos.
– ¿Y has preguntado a la oficina de prensa?
– Por supuesto, pero nadie responde.
– Perdona, era una pregunta estúpida. Hum, puedo hacer unas llamadas. Quédate ahí por si has de volver a subir. Te llamaré enseguida. ¿Solo hay gente de la tele?
– Eso parece.
– ¿Conoces a Patrick Denison?
Denison era el periodista de sucesos policiales más importante del Daily News , la única competencia real en papel con la que se enfrentaba el Times a escala local. Era bueno y de cuando en cuando conseguía una exclusiva en la que me sacaba la delantera. La peor vergüenza de un periodista era tener que seguir la estela de la competencia. Pero si los equipos de televisión ya estaban en el edificio no me preocupaba hacerlo. Cuando veías a periodistas de televisión en una historia era porque seguían una noticia del día anterior o habían sido llamados a una conferencia de prensa. Los equipos de televisión no han tenido una exclusiva digna en esta ciudad desde que Channel 5 consiguió la cinta de la paliza a Rodney King en 1991.
Después de colgar con Angela, llamé a un teniente de Delitos Graves para ver qué se cocía. Si él no sabía nada, llamaría a la División de Robos y Homicidios y luego a la de Narcóticos. Estaba seguro de que pronto sabría por qué los medios estaban acudiendo al Parker Center y el L. A. Times era el último en enterarse.
Hablé con la secretaria municipal que atendía las llamadas en Delitos Graves y me pasó al teniente Hardy sin mucha espera. Este llevaba menos de un año en el puesto y yo todavía estaba ganándomelo poco a poco como una fuente de confianza. Después de identificarme, pregunté qué tramaban los Hardy Boys. Me había acostumbrado a llamar así a los hombres que estaban bajo su mando, porque sabía que atribuirle la propiedad de la brigada alimentaba su ego. En realidad era un simple gestor de personal y los investigadores bajo su mando trabajaban de manera bastante autónoma, pero formaba parte del baile y hasta el momento había funcionado.
– Hoy es un día tranquilo, Jack -dijo Hardy-. Nada que anunciar.
– ¿Estás seguro? He oído por otra fuente que el edificio está lleno de gente de la tele.
– Sí, eso es por otra cosa. No tenemos nada que ver.
Al menos no íbamos retrasados con una historia de Delitos Graves. Eso estaba bien.
– ¿Qué otra cosa? -pregunté.
– Tendrás que hablar con Grossman o con la oficina del jefe. Ellos van a dar la conferencia de prensa.
Empecé a preocuparme. El jefe de policía no solía dar ruedas de prensa para discutir cosas que ya estaban en el periódico; normalmente daba las noticias para poder controlar la información y obtener reconocimiento en caso de que hubiera que dárselo.
La otra referencia que había hecho Hardy era al capitán Art Grossman, que estaba a cargo de las investigaciones de narcóticos a gran escala. De alguna manera se nos había pasado una invitación a una conferencia de prensa.
Le di las gracias rápidamente a Hardy por la ayuda y le dije que lo llamaría después. Volví a llamar a Angela y ella contestó de inmediato.
– Vuelve a entrar y sube a la sexta planta. Hay alguna clase de conferencia de prensa con el jefe de policía y Art Grossman, que es el jefe de Narcóticos.
– Vale, ¿a qué hora?
– Todavía no lo sé. Sube por si ha empezado ya. ¿No te habías enterado de esto?
– ¡No! -dijo a la defensiva.
– ¿Cuánto tiempo llevas allí?
– Toda la mañana. He estado tratando de conocer gente.
– Vale, sube y te volveré a llamar.
Después de colgar empecé con mi multitarea. Mientras llamaba a la oficina de Grossman me conecté a Internet y comprobé los cables del City News Service, CNS, un servicio electrónico que se actualizaba al minuto con noticias de la ciudad de Los Ángeles. Había muchas noticias de crímenes y policiales y era básicamente un servicio de avisos que proporcionaba horarios de conferencias de prensa y detalles limitados de informes de crímenes e investigaciones. Como periodista de sucesos policiales lo revisaba unas cuantas veces al día, igual que un analista bursátil va mirando el índice Dow Jones que va pasando por la parte inferior de la pantalla en el canal Bloomberg.
Podría haberme conectado más con el CNS si me hubiese registrado para recibir alertas de correo electrónico y SMS, pero yo no trabajaba así. No era un periodista móvil; era de la vieja escuela y no me gustaban las constantes campanitas y pitidos de la conectividad.
No obstante, había olvidado hablarle a Angela de estas opciones. Como ella había pasado la mañana en el Parker Center y yo investigando el caso Babbit, nadie había recibido ninguna campanita ni ningún pitido y nadie había hecho las comprobaciones manuales de la vieja escuela.
Empecé a mirar en orden cronológico inverso la pantalla del CNS, buscando cualquier información sobre una conferencia de prensa de la policía o cualquier otra noticia de crímenes. Llamé a Grossman, pero me contestó una secretaria que me dijo que el capitán ya estaba arriba -en la sexta planta- en una conferencia de prensa.
Justo cuando colgué encontré un pequeño aviso del CNS que anunciaba la conferencia de prensa a las once en la sala de medios de la sexta planta del Parker Center. Había poca información adicional, salvo que decía que era para anunciar que se trataba de una gran operación antidroga realizada esa noche en el barrio de Rodia Gardens.
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