– Cierto.
– ¿Qué más, Rachel? -preguntó Backus-. ¿Algo más sobre el registro?.
– La correspondencia de la cuenta se envía a un apartado de correos local. Lo comprobaré por la mañana.
– Muy bien. ¿Quieres hacer un informe de Horace Gomble o prefieres esperar a poner en orden tus ideas?
– No. Os contaré lo más interesante, que no es gran cosa. A mi viejo amigo Horace no le hizo mucha gracia volver a verme. Hicimos unas cuantas fintas y luego lo superó su propio ego. Corroboró que Gladden y él habían hablado de la práctica de la hipnosis cuando eran compañeros de celda. Finalmente admitió que le había pagado con lecciones de hipnosis el trabajo jurídico de Gladden con su apelación. Pero no pasó de ahí. Me pareció detectar… no sé.
– ¿Qué, Rachel?
– No sé, cierta admiración por lo que estaba haciendo Gladden.
– ¿Se lo dijiste?
– No, no se lo dije, pero estaba claro que yo estaba allí por algún motivo. Aun así, me dio la impresión de que sabía algo más. Quizá Gladden le había contado antes de abandonar Raiford lo que tenía planeado hacer. Le hablaría de Beltran. No lo sé. También es posible que haya visto las noticias de la CNN de hoy. Le han dado mucho bombo al reportaje de Jack McEvoy Yo lo he visto en el aeropuerto. Desde luego, no hay nada en todo esto que relacione al Poeta con Gladden, pero Gomble se lo puede haber figurado. La CNN volvió a utilizar la grabación de Phoenix. Si él lo ha visto y después yo se lo he puesto de relieve, habrá comprendido de qué iba sin que yo le dijera una sola palabra.
Era lo primero que oía acerca de cualquier reacción ante mi reportaje.
En realidad, me había olvidado por completo de él a causa de los acontecimientos del día.
– ¿Hay alguna posibilidad de que Gladden y Gomble hayan estado en contacto? -preguntó Backus.
– No lo creo -contestó Rachel-. Lo he comprobado con los guardias. El correo de Gomble aún está intervenido. El de entrada y el de salida. Se las ha arreglado para acceder al cargo de administrador de la tienda de la prisión. Supongo que siempre existe la posibilidad de que las remesas de entrada contengan algún tipo de mensaje, pero lo dudo. También dudo que Gomble quiera arriesgar su posición. Lo tiene muy bien después de siete años. Tiene un bonito trabajo con un pequeño despacho. Se supone que está a cargo del abastecimiento de la cantina de la prisión. En esa sociedad, eso le da cierto poder. Ahora dispone de una celda individual y tiene su propio televisor. No veo el motivo para querer comunicarse con un hombre que está buscado como Gladden y arriesgado todo.
– Muy bien, Rachel-dijo Backus-. ¿Algo más?
– Eso es todo, Bob.
Todo el mundo guardó silencio unos instantes, digiriendo lo que se había dicho hasta el momento.
– Esto nos lleva por fin al retrato -dijo Backus-. ¿Brass? Todos los ojos se posaron de nuevo en el teléfono de la mesa.
– Sí, Bob. Se está ultimando el perfil y Brad está añadiendo algunos detalles nuevos mientras hablamos. Vamos allá. Podríamos tener… puede tratarse de una situación en la que el criminal se vuelve hacia el hombre que le robó la inocencia, que abusó de él y, en consecuencia, alimentó las aberrantes fantasías que más tarde se vio impulsado a poner en práctica como adulto.
»Es un proceder que ya hemos visto antes en el modelo del parricida. Nos estamos centrando casi exclusivamente en los casos de Florida. Nos encontramos ante el criminal que busca, en efecto, a un sustituto. Es decir, al chico, Gabriel Ortiz, que en aquel momento recibía las atenciones de Clifford Beltran, la figura paternal que abusó de él y después lo rechazó. Lo que lo motiva todo es la sensación de rechazo que retiene el criminal.
»Gladden asesinó al actual objeto de atención de quien había abusado de él, y después volvió y mató al propio agresor sexual. Me parece un exorcismo, si me lo permitís, el impulso catártico de eliminar la causa de todo lo malo de su vida.
Se hizo un largo silencio en el que pensé que Backus y los otros esperaban que Brass continuara. Finalmente habló Backus.
– Entonces, lo que estás diciendo es que repite el mismo crimen una y otra vez.
– Correcto -contestó Brass-. Está matando a Beltran, su violador, una y otra vez. Así es como logra la paz. Pero, por supuesto, esta paz no le dura mucho. Tiene que volver a asesinar. Estas otras víctimas (los detectives) son inocentes. Lo único que hacían para que él los escogiera era realizar su trabajo.
– ¿Qué hay acerca de los casos de cebo en otras ciudades? -preguntó Thorson-. Ninguna de las víctimas encaja con el arquetipo del primer chico.
– No creo que estos casos tengan mucha importancia ya -dijo Brass-. Lo importante es que se cargó a un detective, un buen detective, un enemigo formidable. De este modo pone el listón muy alto y de ello obtiene su purificación. Por lo que se refiere a los casos de cebo, simplemente pueden haberse convertido en medios para lograr un fin. Utiliza a los niños para conseguir dinero. Las fotos.
La excitación que comportaba la perspectiva de un hallazgo importante o incluso el desenlace de la investigación que les esperaba al día siguiente dio paso a un pesimismo generalizado. Era la tristeza de conocer la clase de horrores que había en el mundo. Éste sólo era un caso. Siempre habría otros. Siempre.
– Sigue trabajando en esto, Brass -dijo Backus por fin-. Quiero que me hagas un informe psicopatológico lo antes posible.
– Lo haré. Ah, otra cosa. Es importante.
– Pues al grano.
– Acabo de sacar el expediente de Gladden que se confeccionó después de que algunos de vosotros lo visitarais hace seis años para el proyecto de obtención de datos para el perfil del violador. No hay nada en él que no estuviera ya en el ordenador. Pero hay una fotografía.
– Sí -dijo Rachel-, me acuerdo. Los guardas nos dejaron entrar en el edificio después de cerrarlo para hacer una fotografía de Gladden y Gomble juntos en su celda.
– Sí, eso mismo. Y en la fotografía se ven tres estantes con libros encima del lavabo. Supongo que eran estantes compartidos y que los libros eran de los dos. Pero, de todas formas, los lomos de esos libros se ven claramente. La mayoría son libros jurídicos que creo que Gladden estaba utilizando mientras trabajaba en su propia apelación y en las de otros presos. Además, está la Patología forense de DiMaio y DiMaio, las Técnicas de investigación de la escena del crimen de Fisher y el Perfil psitopatológico de Robert Backus Sr. Estoy familiarizada con estos libros y creo que Gladden puede haber aprendido de ellos, en especial del libro del padre de Bob, lo suficiente para saber cómo conseguir que cada uno de los asesinatos de cebo y tada una de las escenas del crimen parezcan lo bastante diferentes como para superar un formulario del Proyecto de Aprehensión de Criminales Violentos, ya sabéis, el VICAP.
– Mierda -dijo Thorson-. ¿Qué cojo… qué hacía con esos libros?
– Creo que por imperativo legal la prisión tiene que permitirle el acceso a ellos para que pueda preparar debidamente su apelación -replicó Doran-. Recordad que se defendió a sí mismo. El tribunal le permitió ejercer como su propio abogado.
– Muy bien. Buen trabajo, Brass -dijo Backus-. Es una buena ayuda.
– Eso no es todo. Había otros dos libros dignos de mención en el estante. Edgar Alian Poe, los poemas y Las obras completas de Edgar Alian Poe.
Backus silbó encantado.
– Esto realmente empieza a ligar las cosas -dijo-. ¿Debo suponer que podemos encontrar todas las citas en esos libros?
– Sí. Uno de ellos es el que Jack McEvoy utilizó para comprobar las citas.
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