Michael Connelly - El Poeta

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La vida de Jack McEvoy, un periodista especializadoen crímenes atroces, sufre un vuelco cuando muere su hermano, un policía del Departamento de Homicidios. McEvoy decide seguir el rastro de diferentes policías que, como su hermano, presuntamente se suicidaron y dejaron una nota de despedida con una cita de Edgar Allan Poe. En realidad todo apunta a que murieron a manos de un asesino en serie capaz de burlar a los mejores investigadores.

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– ¿Adonde vamos? -preguntó Walling mientras nuestro Ford gris sin identificar seguía al Ford gris sin identificar que ya sacaba a Backus y Thompson del aeropuerto.

– A la funeraria Scottsdale -dijo Mize. Iba en el asiento delantero y Matuzak conducía. Miró el reloj-. El funeral es a las dos. Probablemente su compañero va a tener menos de media hora para inspeccionar el cadáver antes de que lo vistan y lo metan en la caja para la ceremonia.

– ¿Estaba en un ataúd abierto?

– Anoche sí -dijo Matuzak-. Pero ya lo han embalsamado y maquillado. No sé qué esperáis encontrar.

– No esperamos nada. Sólo queremos verlo. Supongo que al agente Backus ya le estarán informando. ¿Os importaría hacer vosotros lo mismo?

– ¿Ése es Robert Backus? -dijo Mize-. Qué jo ven parece.

– Robert Backus hijo.

– ¡Ah! -Mize puso cara de entender por qué un hombre tan joven estaba al mando de toda la operación-. Claro…

– No sabes de qué hablas -dijo Rachel-. No sólo lleva ese apellido, también es el agente más trabajador y cabal que conozco. Se ha ganado a pulso el puesto que ocupa. De hecho, probablemente le habría sido más fácil si se hubiera llamado Mize o algo así. En fin, ¿alguno de vosotros va a ponernos al día de lo que ha pasado?

Vi que Matuzak la contemplaba por el espejo. Después me miró a mí también y Rachel se dio cuenta.

– No os preocupéis por él -dijo ella-. Está aquí con permiso de los de arriba. Está al tanto de todo lo que hacemos. ¿Algo que objetar?

– No, si tú estás de acuerdo-dijo Matuzak-John, habla tú. Mize se aclaró la garganta.

– No hay gran cosa que contar, porque no nos invitaron al baile. Pero lo que sí sabemos es que encontraron a ese tipo, que se llamaba William Orsulak, en su casa el lunes. Poli de homicidios. Parece que llevaba muerto por lo menos tres días. Tenía el viernes libre por horas acumuladas y la última vez que lo vieron fue el jueves por la noche en un bar al que suelen ir todos.

– ¿Quién lo encontró?

– Uno de la brigada, al ver que no se presentaba el lunes. Estaba divorciado, vivía solo. De todos modos, parece que se han pasado toda la semana sin decidirse. Ya sabes, ¿suicidio o asesinato? Finalmente, se quedaron con lo de asesinato. Eso fue ayer. Al parecer, el suicidio planteaba muchos problemas.

– ¿Qué sabes de la escena del crimen?

– Lamento tener que decírtelo, agente Walling, pero sabrías tanto como yo si leyeras la prensa local. Como te dije, la policía de Phoenix no nos invitó al baile, de modo que no sabemos lo que tienen. Después de recibir el telegrama de Quantico, Jamie Fox, que va en el coche de delante con el agente Backus, le echó un vistazo mientras hacía el papeleo, esta mañana. Pareció que encajaba con lo que vosotros os traéis entre manos e hizo la llamada. Luego nos llamaron a Bob y a mí; pero, como te he dicho, no sabemos nada con seguridad.

– Bien -su voz sonó distraída. Yo sabía que le habría gustado ir en el coche de delante-. Estoy segura de que en la funeraria nos enteraremos. ¿Qué hay de la policía local?

– Ahora vamos a reunimos con ellos.

Aparcamos en la parte trasera de la funeraria Scottsdale, en Camelback Road. El aparcamiento ya estaba muy concurrido, a pesar de que faltaban todavía dos horas para el funeral. Había muchos hombres charlando o recostados en los coches. «Detectives», pensé. Probablemente esperando oír lo que el FBI tenía que decirles. Vi un camión de la tele, con la antena parabólica instalada, aparcado en el extremo más lejano del aparcamiento.

Walling y yo salimos para unirnos a Backus y a Thompson y nos condujeron a una puerta trasera del tanatorio. Ya en el interior, entramos en una amplia sala embaldosada hasta el techo. En el centro había dos mesas de acero inoxidable para los cadáveres, con mangueras para el rociado, mostradores del mismo material y equipamiento adosado a las tres paredes. En la sala había un grupo de cinco hombres y cuando se acercaron para saludarnos pude ver el cuerpo sobre la mesa más alejada. Supuse que debía de ser Orsulak, aunque no había señal visible de una herida de bala en la cabeza. El cuerpo estaba desnudo y alguien había cogido un pedazo de papel como de un metro de largo del rollo que había en el mostrador y lo había colocado a modo de toalla sobre la cintura del policía muerto para cubrirle los genitales. El traje que Orsulak iba a llevarse a la tumba estaba en una percha que colgaba de un gancho en la pared del fondo.

Nos dimos la mano con todos los policías vivos de la habitación. Thompson se dirigió hacia el cuerpo, abrió su maletín y empezó el examen.

– No creo que consiga nada que nosotros no tengamos ya -dijo uno llamado Grayson, que estaba al mando de la investigación por parte de la policía local. Era un hombre rechoncho, de porte seguro y bonachón. Estaba muy moreno, como todos sus compañeros.

– Nosotros tampoco -dijo Walling saliéndole al paso con la respuesta políticamente correcta-. Ustedes se las han visto con él. Ahora ya está lavado y arreglado.

– Pero hemos de cumplir con las formalidades -dijo Backus.

– ¿Por qué no nos dicen en qué están trabajando, muchachos? -preguntó Grayson-. Tal vez podamos sacar algo en claro.

– Muy bien -dijo Backus.

Mientras Backus les hacía un resumen de la investigación del Poeta, me dediqué a observar el trabajo de Thompson. Estaba en su salsa con aquel cuerpo, tocando, palpando, estrujando. Estuvo un buen rato recorriendo, con los dedos enfundados en sus guantes de reconocimiento, el cabello entrecano del muerto para después peinado cuidadosamente con su propio peine de bolsillo. Luego realizó un estudio minucioso de la boca y la garganta utilizando una lupa luminosa. En un momento dado dejó la lupa a un lado y cogió una cámara de la caja de herramientas. Sacó una fotografía de la garganta y el destello atrajo la atención de los policías reunidos en la sala.

– Sólo son fotos documentales, caballeros -dijo Thompson, sin levantar siquiera la vista de su trabajo.

A continuación empezó a estudiar las extremidades del cuerpo; primero el brazo y la mano derechos, después los izquierdos. Volvió a usar la lupa para inspeccionar la palma y los dedos de la mano izquierda. Luego sacó dos fotos de la palma y dos del dedo índice. A los policías de la habitación no parecía preocuparles mucho todo aquello; dio la impresión de que aceptaban la somera explicación de que las fotos eran cosa de rutina. Sin embargo, al darme cuenta de que no había sacado ninguna fotografía de la mano derecha adiviné que en la izquierda había encontrado algo que podía ser significativo. Thompson volvió a poner la cámara en la caja después de haber colocado sobre el mostrador las cuatro emulsiones de Polaroid que había sacado. Después continuó su inspección del cuerpo, pero ya no tomó ninguna foto más. Interrumpió a Backus para pedirle que le ayudara a darle la vuelta al cadáver y volvió a iniciar la búsqueda de la cabeza a los pies. Vi un parche de un material ceroso y oscuro en la parte posterior de la cabeza del cadáver y supuse que sería el orificio de salida. Thompson no se molestó en sacarle una Polaroid.

Acabó con el cuerpo al mismo tiempo que Backus terminaba su resumen y llegué a preguntarme si lo habrían planeado de ese modo.

– ¿Había algo? -preguntó Backus.

– Nada digno de mención, me parece -dijo Thompson-. Me gustaría revisar la autopsia, si puede ser. ¿Se han llevado ya el informe?

– Como está mandado -dijo Grayson-. Pero aquí hay una copia de todo.

Le alcanzó un expediente y Thompson volvió sobre sus pasos hasta el mostrador, donde lo abrió y empezó a escudriñar las páginas.

– De modo que ya les he contado lo que sé, caballeros -dijo Backus-. Ahora me gustaría saber qué es lo que les ha disuadido de calificar este caso como suicidio.

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