Michael Connelly - El Poeta

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La vida de Jack McEvoy, un periodista especializadoen crímenes atroces, sufre un vuelco cuando muere su hermano, un policía del Departamento de Homicidios. McEvoy decide seguir el rastro de diferentes policías que, como su hermano, presuntamente se suicidaron y dejaron una nota de despedida con una cita de Edgar Allan Poe. En realidad todo apunta a que murieron a manos de un asesino en serie capaz de burlar a los mejores investigadores.

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– Como Thorson -dije-. Siempre parece a punto de estallar.

– Desde luego -contestó, y a continuación esbozó una sonrisa forzada y sacudió la cabeza.

– Bueno, pero ¿qué le pasa?

– Está enfadado.

– ¿Por qué?

– Por muchas cosas. Lleva mucha carga encima, incluyéndome a mí. Era mi marido.

En realidad no me sorprendió. La tensión entre ellos era perceptible. La primera impresión que me dio Thorson fue que podía posar de modelo para el cartel de la asociación «Los hombres son unos cerdos». No era de extrañar que Walling viera con malos ojos a los del otro sexo.

– Siendo así, perdona que lo haya sacado a colación -me disculpé-. Es que voy dando palos de ciego. Sonrió.

– No importa. A mucha gente le causa la misma impresión.

– Debe de ser difícil tener que trabajar a su lado. ¿Cómo es que estáis en la misma unidad?

– Bueno, no es así exactamente. Él está en Incidentes Críticos y yo estoy entre Ciencias del Comportamiento e Incidentes Críticos. Sólo trabajamos juntos en casos como éste. Eramos compañeros antes de casarnos. Los dos trabajábamos en el VICAP y pasábamos mucho tiempo juntos en la carretera. Después, simplemente nos separamos.

Bebió un trago de Coca-Cola y no le pregunté nada más. No podía hacerle ninguna pregunta apropiada, de modo que decidí dejar que el tema se enfriara un rato. Pero ella continuó espontáneamente.

– Cuando nos divorciamos yo dejé el equipo del VICAP, empecé a llevar la mayoría de los proyectos de investigación del BSS, perfiles y algún caso de cuando en cuando, y él se pasó al equipo de Incidentes Críticos -dijo-. Todavía coincidimos de vez en cuando en la cafetería y en casos como éste.

– Entonces, ¿por qué no pides el traslado?

– Porque, como ya te he dicho, el puesto que tengo en el centro es una pera en dulce. No quiero dejarlo y él tampoco. O es eso o se queda sólo para fastidiarme. Bob Backus habló con nosotros en una ocasión y nos dijo que le parecía oportuno que uno de los dos pidiera el traslado, pero ni él ni yo movimos un dedo. AGordon no pueden trasladarlo por su antigüedad; lleva allí desde que se abrió el centro. Si me trasladan a mí, la unidad pierde a una de las tres únicas mujeres y saben que yo armaría un revuelo.

– ¿Cómo lo harías?

– Sencillamente, alegando que me trasladan sólo por ser mujer. Podría hablar con el Post. El centro es una de las estrellas del FBI. Cuando vamos a la ciudad para ayudar a los polis locales, nos toman por héroes, Jack. Los medios de comunicación nos miman y el FBI no quiere empañar esa imagen. De modo que Gordon y yo seguimos a la greña sentados a la misma mesa.

El avión descendió con brusquedad y, por la ventanilla, vi un amplio panorama. En el extremo oeste estaban mis Rocosas. Casi habíamos llegado.

– ¿Participaste en las entrevistas con Bundy y con Manson, con gente así?

Había oído o leído algo acerca del proyecto del BSS de entrevistar a todos los violadores y asesinos en serie que están en las prisiones de todo el país. Las entrevistas proporcionaban el banco de datos que el BSS utilizaba para trazar el perfil de otros asesinos. Aquel proyecto se había prolongado durante años y yo recordaba algo relacionado con las consecuencias que acarreó a los agentes que tuvieron que enfrentarse a esos hombres.

– Fue una pasada -dijo-. Gordon, Bob, yo, todos formamos parte de aquello. Todavía recibo alguna carta de Charlie de vez en cuando, normalmente en Navidad. Como criminal, manipulaba con mayor facilidad a sus seguidoras

femeninas. Creo que pensó que si podía encontrar comprensión en el FBI sería en una mujer. Yo. Comprendí el razonamiento y asentí.

– Y los violadores -prosiguió- tienen una patología muy parecida a la de los asesinos. Algunos son tíos encantadores, te lo aseguro. Sentía que me medían con la vista en cuanto entraba. Intentaban calcular el tiempo del que disponían antes de que llegara el guardia. Ya sabes, para ver si conseguían follarme antes de que llegaran refuerzos. Eso reflejaba su patología. Sólo pensaban en los que podrían venir en mi ayuda, no en que yo fuera capaz de defenderme por mí misma. De salvarme a mí misma. Ven a las mujeres sólo como víctimas. Como presas.

– ¿Quieres decir que hablaste sola con esa gente? ¿Cara a cara?

– Las entrevistas eran informales, normalmente se hacían en un despacho de abogado. No había separaciones, pero solía haber una mirilla. El protocolo…

– ¿Una mirilla?

– Una ventana por la que podía mirar uno de los guardias. El protocolo exigía dos agentes en todas las entrevistas, pero había que hacer tantas… Así que la mayoría de las veces íbamos a una prisión y nos la repartíamos. Así era más rápido. Las salas para entrevistas siempre estaban vigiladas, pero cada dos por tres esos tíos me hacían estremecer de horror. Como si estuviera sola. No podía levantar la vista para comprobar si el guardia estaba vigilando porque entonces el individuo miraría a la rejilla y, si veía que el guardia no miraba, pues ya sabes… Bueno, con algunos de los criminales más violentos, fuimos juntos mi compañero y yo. Gordon o Bob o el que estuviera conmigo. Pero siempre era más rápido cuando nos dividíamos y hacíamos entrevistas por separado.

Imaginé que cualquiera que se pasase un par de años haciendo esas entrevistas acabaría adquiriendo ciertas perturbaciones psicológicas. Me pregunté si se referiría a eso cuando me contó lo de su matrimonio con Thorson.

– ¿Vestíais igual? -me preguntó. -¿Qué?

– Tu hermano y tú. Ya sabes, como van los gemelos.

– Ah, lo de ir a conjunto. No, gracias a Dios. Mis padres nunca nos obligaron a nada por el estilo.

– ¿Quién era la oveja negra de la familia? ¿Tú o él?

– Yo, desde luego. Sean era el santo y yo el pecador.

– ¿Y cuáles son tus pecados? La miré.

– Demasiados para contártelos ahora.

– ¿De verdad? Entonces, ¿cuál fue la obra más santa que hizo él en su vida?

Mientras la sonrisa se me borraba de la cara ante el recuerdo de lo que tenía que responderle, el avión se ladeó con brusquedad hacia la izquierda, recuperó la posición y empezó a elevarse. Rachel olvidó inmediatamente la pregunta y se inclinó hacia el pasillo para mirar al frente. En ese momento, vi que Backus venía por el pasillo sujetándose al mamparo con las manos para no perder el equilibrio. Hizo una señal a Thompson para que lo siguiera y ambos se dirigieron hacia nosotros.

– ¿Qué pasa? -preguntó Rachel.

– Hay que desviarse -contestó Backus-. He recibido una llamada de Quantico. Esta mañana, la jefatura de Phoenix ha contestado a nuestra voz de alerta. Hace una semana encontraron a un detective de homicidios muerto en su casa. Supusieron que se trataba de un suicidio, pero había algo que no encajaba. Lo han considerado homicidio. Parece ser que el Poeta ha cometido un error.

– ¿Vamos a Phoenix?

– Sí, es el rastro más reciente -miró el reloj-. Tenemos que darnos prisa. Lo van a enterrar dentro de cuatro horas y antes quiero echarle un vistazo al cadáver.

25

Dos coches oficiales y cuatro agentes de la oficina local vinieron a nuestro encuentro en cuanto el avión aterrizó en Sky Harbor, el aeropuerto internacional de Phoenix. Hacía calor, en comparación con el lugar del que veníamos, de modo que nos quitamos las chaquetas y cargamos con ellas, con los ordenadores portátiles y nuestros maletines de viaje. Thompson llevaba, además, una caja de herramientas con su equipo.

Subí a uno de los coches con Walling y dos agentes llamados Matuzak y Mize, unos tipos blancos que parecían tener menos de diez años de experiencia entre los dos. Por la deferencia con que trataban a Walling era evidente que tenían en mucha estima al BSS. O les habían advertido de que yo era periodista o, por la barba y el pelo, sabían que no era un agente, a pesar de la insignia del FBI que llevaba en el pecho. Me prestaron muy poca atención.

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