– Ven conmigo a mi refugio. Es una cueva, pero está seca y caliente -le dijo él, mientras la besaba en la cabeza.
Ella lo miró, y él se dio cuenta de que había estado llorando.
– ¿Por qué no vienes conmigo a mi dormitorio? -le preguntó Elphame con emoción-. Esta noche necesito sentir a mi alrededor los muros de mi castillo, además de tus brazos.
– ¿Deseas decírselo a Cuchulainn esta noche, corazón mío?
Ella negó con la cabeza.
– No. He mandado un aviso a mis padres. Quiero esperar a que lleguen. Cu no nos va a interrumpir esta noche. Está con su nuevo amor.
– ¿Y por eso estás tan triste? ¿Cuchulainn ha elegido mal?
– Ha elegido a Brenna.
– ¿A la Sanadora? Creía que era tu amiga.
– Lo es -dijo Elphame-. Yo me puse increíblemente contenta cuando declararon su amor ante mí. Pero he tenido el presentimiento de una gran tristeza -dijo, y se estremeció.
– Vamos a tu castillo. Necesitas la fuerza de sus muros.
– También te necesito a ti, Lochlan. Te necesito desesperadamente.
Él la abrazó con fuerza.
– Estoy aquí, corazón mío.
Lochlan entró en el dormitorio de la Jefa del Clan junto a Elphame. Se aferró a su mano al sentir una oleada de emociones.
– Mi madre caminó por aquí -dijo con un susurro ronco-. Antes de conocer el dolor y el exilio que tuvo que imponerse a sí misma, conoció el amor y la felicidad aquí.
– No te hagas eso. ¿Crees que tu madre lamentó tu nacimiento en algún momento?
Lochlan pestañeó y se concentró en el rostro de Elphame. Después, negó con la cabeza.
– No. Desde que nací, hasta que ella murió, me quiso ferozmente, completamente.
A través de sus manos unidas, Elphame notó que la tensión de Lochlan se relajaba. Él miró a su alrededor por aquella espaciosa estancia, y continuó hablando.
– Sé que te resultará extraño, y que tu hermano y los demás miembros de tu clan no lo entenderían, pero tengo la sensación de que es bueno que yo esté aquí. Es como si las cosas se completaran -dijo con una sonrisa-. Mi madre estaría contenta si supiera que he regresado.
Ella se acercó a él y se apoyó en su hombro. Lochlan la rodeó con un brazo y con el ala oscura, y se inclinó para besarla con una ternura que le cortó el aliento. Entendía bien lo que había sentido su madre. Ella también lo amaba completa y ferozmente.
– Háblame de ese presentimiento que te ha preocupado tanto -dijo él, y la condujo hasta el diván dorado que había junto a la cama.
Con un susurro, las alas de Lochlan se plegaron contra su espalda, y él se apoyó en el respaldo del asiento. Entonces, dobló las rodillas para que ella pudiera sentarse en su regazo y acurrucarse contra su cuerpo.
– Ocurrió cuando Cuchulainn vino a pedirme permiso para cortejar a Brenna. Por supuesto, yo se lo concedí. Y casi al instante, pedí a Epona su bendición. En cuanto pronuncié el nombre de la diosa, me invadió una terrible tristeza, y oí un llanto.
– Tal vez tu presentimiento no tenga nada que ver con Cuchulainn y Brenna. ¿No es posible que Epona te estuviera enviando una visión sobre nuestro matrimonio, para intentar prepararte para la lucha que tenemos por delante?
Elphame negó con la cabeza.
– Ya lo había pensado. No. Este presentimiento estaba vinculado a Cuchulainn y Brenna -dijo ella, y tomó aire profundamente-. Además, El MacCallan estaba de acuerdo en que era una visión que me envió la diosa para advertirme de que debía ser fuerte.
Lochlan arqueó las cejas.
– ¿Has hablado con el espíritu de El MacCallan?
– Más de una vez. En realidad, él también se le ha aparecido a Cu. Así supo que debía venir a buscarme la noche de mi accidente. El MacCallan lo envió en mi busca.
– Mi tío… -dijo él, cabeceando, sin poder creerlo apenas.
– Y mi tatarabuelo -dijo ella-. Mencionó a tu madre la última vez que hablamos. La quería mucho.
De nuevo, la tristeza se reflejó en los ojos de Lochlan.
– No lo sé, pero creo que es buena señal que no haya aparecido para echarte del castillo. No tengo ninguna duda de que el viejo espíritu sabe todo lo que ocurre dentro de sus muros.
– ¿Debería marcharme? No desearía molestarlo.
Elphame negó con la cabeza.
– No te marches. Yo quiero que estés aquí. Te necesito. Recuerda que eres del clan de los MacCallan, por juramento y por sangre.
– No es la sangre MacCallan lo que me preocupa -respondió él, y le dio un beso en la mano a Elphame-. ¿Qué vas a hacer con respecto a tu visión?
Elphame suspiró.
– Creo que no hay nada que pueda hacer. El MacCallan me dijo que me preparara para lo que iba a ocurrir. Lo único que puedo hacer es ser fuerte y esperar.
– Eres fuerte, corazón mío. Y esperaremos juntos a lo que venga.
Aquellas palabras fueron un consuelo para ella, aunque Elphame se daba cuenta de que no debería ser así. La visión no tenía nada que ver con él, pero Lochlan era, sin duda, parte de la tormenta que se avecinaba. Ella sabía que su relación con él iba a ser un descubrimiento amargo para su familia y para su clan, pero no podía alejarse de Lochlan. Toda su vida había soñado con un compañero, aunque siempre hubiera pensado que nunca lo tendría. Y, una vez que lo había encontrado, no podía dejarlo marchar.
Le agarró la mano.
– Sí, incluso la tristeza más grande será más fácil de soportar si estamos juntos.
– ¿Has pensado que tal vez Epona te esté adelantando que Brenna va a rechazar a tu hermano? Si él la quiere mucho, eso sería una gran tristeza para él, pero es algo de lo que se recuperará.
– Brenna no lo va a rechazar. Tendrías que haberlos visto, Lochlan. Era como si hubieran descubierto un secreto maravilloso. No, Brenna no lo va a rechazar.
– Entonces, si Epona lo permite, ojalá tu hermano acepte nuestro amor cuando conozca nuestro secreto.
Un trueno resonó en el cielo, y el relámpago estalló peligrosamente cerca del castillo. Elphame se estremeció.
– La tormenta se acerca -dijo.
– Pasará, corazón mío.
Elphame miró a su compañero. Él la estaba mirando con seguridad, y eso le infundió confianza en sus palabras. Pensó que él sería un gran líder para su gente. Con disgusto, Elphame se dio cuenta de que aunque él había mencionado a las otras mujeres que habían sobrevivido al nacimiento de sus hijos Fomorians, y aunque ella sabía que tenía que haber más seres como él, no le había preguntado por los demás, los que él había dejado atrás.
– Lochlan, háblame de tu gente.
Él se quedó callado. Estuvo en silencio durante tanto tiempo que Elphame pensó que no iba a responder. Cuando comenzó a hablar, la voz de Lochlan sonó ahogada.
– Mi gente vive en las Tierras Yermas. La vida allí es difícil, pero, como ya sabes, somos muy longevos, y pocos de nosotros han muerto. Y, aunque yo me cuestiono si es recomendable, nacen muchos niños cada año.
– ¿Niños?
Lochlan sonrió sin humor.
– Sí, podemos procrear. Somos fuertes y resistentes. Mi gente prospera, casi tanto como sufre.
Elphame sacudió la cabeza.
– ¿Sufren? ¿Por qué?
– Nosotros compartimos ciertas similitudes. Nuestro aspecto es más humano que monstruoso, tenemos la capacidad de vivir de día, sin que la luz del sol nos haga daño, no necesitamos alimentarnos de sangre, y todos luchamos por aferrarnos a nuestra humanidad y alejarnos de nuestra herencia oscura. Tú ya lo sabes, Elphame. Has visto las pruebas de esa lucha en mí. Lo que no sabes es que cada vez que lucho contra el demonio que hay en mi interior, cada vez que elijo la humanidad en vez del camino oscuro, eso me causa dolor. El dolor que experimentamos mi gente y yo está llevando a muchos a la locura -dijo Lochlan, y apretó los dientes-. Es especialmente difícil para los niños. Ellos también nacen más humanos que demonios, pero no tienen madres humanas que los guíen, y las nuestras murieron hace mucho tiempo.
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