P. Cast - Diosa Por Elección

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Por fin, Shannon Parker se había reconciliado con la vida en el mundo mítico de Partholon. Amaba a su marido centauro y se había acostumbrado a su conexión con la diosa Epona y los beneficios que conllevaban ambas cosas. Casi había olvidado su antigua vida en la Tierra… sobre todo, cuando descubrió que estaba embarazada…
Pero entonces una súbita explosión de poder la envió de vuelta a Oklahoma. Sin la magia, Shannon no podía regresar a Partholon, así que tendría que buscar ayuda. El problema era que esa ayuda tomó la forma de un hombre tan tentador como su marido. Y, durante el camino, Shannon descubriría que ser una diosa por error era mucho más fácil que ser una diosa por elección…

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«Prepárate, Elegida. Recuerda que estoy a tu lado».

Aquello parecía un mal presagio, pero antes de que pudiera atemorizarme demasiado, comencé a flotar hacia arriba, hacia el cielo oscuro y sin estrellas. Subí y subí, atravesé las nubes preñadas de copos y salí al cielo nocturno, frío y silencioso. Había más estrellas de las que yo hubiera visto en mi vida, incluso en Partholon. Rápidamente, el cielo se abrió, y yo sentí que mi alma era succionada hacia la abertura. Entré en un túnel completamente oscuro, en el que sentí como si se me clavaran mil agujas heladas en el cuerpo. Intenté gritar, pero la negrura del túnel absorbía todos los sonidos. Tuve que sufrir aquella agonía en silencio.

Salí expelida hacia la calma de otro cielo nocturno.

Me encontré flotando sobre el Templo de Epona, y el aire perfumado de una noche cálida de primavera envolvió mi alma trémula con sus brazos amorosos. Mi terror desapareció, y respiré profundamente, reconfortada y relajada. Había una planta cuajada de lilas rodeando la fuente de aguas termales, y yo suspiré de placer al ver aquello por debajo de mí.

Entonces, pestañeé. Estaba confusa.

No recordaba que hubiera lilas junto a la fuente. Observé las murallas de mármol del templo. Había árboles ornamentales y una pradera llena de flores en la zona que se extendía más allá de las puertas del templo.

Antes no había nada de eso.

La sorpresa final fue ver la hiedra florecida que colgaba desde los muros del templo. Cuando el edificio era mío, no había nada de aquello. Mi templo era un lugar bello, sí, pero no estaba dedicado únicamente a adorar la belleza, sino que también era el templo de los guerreros. Como tal, debía estar preparado para la guerra. Aquel templo estaba preparado para dar una fiesta.

«La que fue mi Elegida antes que Rhiannon había envejecido».

Seguía oyendo la voz de Epona en la mente, pero en aquella ocasión, su presencia era más tangible que nunca. A mi lado, percibí un movimiento en el cielo. Volví la cabeza y me quedé sin aliento al ver a mi diosa. Era magnífica. Tenía una melena espesa de color rubio, como el trigo maduro, y le caía hasta los hombros ocultando en parte su rostro. Llevaba una túnica de lino del mismo color perla que el mármol de su templo, que flotaba como la gasa y se ceñía sensualmente a sus formas elegantes.

– ¡Oh! Diosa…

Incliné la cabeza con adoración. Nunca había visto a nadie como ella. Era la belleza esculpida desde tiempo inmemorial. Era lo que los artistas llevaban siglos intentando recrear. Estar en su presencia me había dejado sin palabras.

«La que fue mi Elegida antes que Rhiannon había envejecido», repitió ella. «Tenía una hija, pero como sucede algunas veces, la niña no mostró afinidad por entrar a mi servicio. Cuando murió, elegí a Rhiannon como Encarnación. Sin embargo, sólo era una niña que gateaba. Así que mis Sacerdotisas menores se ocuparon del templo hasta que mi joven Elegida creció. Ellas permitieron que crecieran las flores, y que el templo se convirtiera en menos de lo que yo quería que fuera. Sabía que mi Elegida devolvería las cosas a su estado idóneo cuando tuviera edad suficiente para ello. Lo que no sabía era que las Sacerdotisas que la cuidaron la mimaron tanto que la dañaron irreparablemente. Vamos a presenciar su ceremonia de ascensión».

La diosa agitó la mano, y la escena cambió. Nos vimos suspendidas sobre un precioso claro en el bosque que rodeaba el templo.

– Es el claro con los dos robles -dije.

«Sí, Amada. Es el Bosque Sagrado. Esta noche vamos a presenciar la celebración de Beltane, la estación siguiente a la primera menstruación de Rhiannon».

Había grandes hogueras por todo el borde del claro. Y alrededor de aquellas hogueras, había hombres y mujeres bailando y bebiendo, todos ellos ligeros de ropa, lo cual era típico de cualquier ceremonia que presidiera Rhiannon. Parecía que todo el mundo lo estaba pasando muy bien. La música se oía por el bosque, y yo me di cuenta de que mi corazón se aceleraba de impaciencia.

Junto a mí, oí el tintineo de la risa de la diosa.

«Sientes la llamada de Beltane incluso ahora, ¿verdad, Amada?».

– Siento algo -dije-. Algo bueno.

La risa de Epona me produjo una inexplicable alegría. Yo seguí observando el claro con satisfacción. Junto al pequeño riachuelo, había una tienda muy grande, que parecía sacada de Las mil y una noches, y que estaba cerrada. La luz brillaba dentro, y le confería a la lona un brillo mágico. «Observa», me dijo la diosa mientras descendíamos y atravesábamos el techo de la tienda.

En el centro del espacio había un brasero de cobre en el que ardía una sola llama. El suelo estaba cubierto de ricas alfombras de lana. Los únicos muebles eran incontables cojines de terciopelo, todos teñidos del color de la sangre nueva.

– ¡He dicho que no lo voy a beber! -gritó una niña.

Sonreí al reconocer aquella voz. Era yo, o más bien Rhiannon, de adolescente. Yo hubiera reconocido aquel tono de listilla en cualquier parte.

– Pero, mi señora, la Elegida siempre bebe el vino de Epona antes del ritual de ascensión -le dijo una jovencísima Alanna, con su voz dulce, que sonaba agotada y preocupada. Alanna le tendía una copa, pero Rhiannon le dio un golpe y la tiró al suelo. El líquido rojo se derramó sobre la alfombra.

– Soy la Encarnación de la Diosa. Haré lo que quiera, y no quiero beber esa poción.

– Mi señora -dijo Alanna, intentando razonar con ella-. El vino de Epona hace que la ceremonia sea agradable para la Elegida. Por eso, Epona requiere que su Amada lo beba. La diosa sólo piensa en vos.

– ¡Ja! Epona piensa en su propio placer, y en controlarme.

– Mi señora, vos sois la Amada de Epona. Ella quiere que sigáis el mejor camino para vos misma -continuó Alanna, que obviamente, estaba consternada.

– Me niego. Prefiero conservar la lucidez. Ahora, déjame y que comience la ceremonia.

Rhiannon hizo un gesto altivo de despedida, y Alanna recogió la copa y salió, reticentemente, de la tienda.

La joven Rhiannon comenzó a pasearse, con movimientos nerviosos, de un lado a otro. Llevaba una túnica dorada que sólo tenía una abertura para la cabeza y dos agujeros para los brazos. Se ataba en el centro, pero cada vez que ella se movía, se abría vaporosamente y dejaba ver su cuerpo firme y desnudo.

– Ah, la juventud -murmuré.

De repente, Rhiannon se tapó los oídos con las manos, como una niña que no quería escuchar a sus padres.

– ¡No! ¡Sal de mi cabeza! ¡Nadie me dice lo que tengo que hacer! ¡Lo haré a mi manera, no a la tuya! -gritó.

Me di cuenta de que debía de estar gritándole a Epona, y miré a la figura que había a mi lado.

«Siempre obstinada», susurró la diosa con tristeza.

En aquel momento, se abrió la puerta de la tienda, y entró una figura asombrosa. Era un hombre alto, humano en todos los sentidos, salvo que sobre los hombros tenía la cabeza de un caballo.

– ¿Qué?

«No temas. Es un hombre humano. La cabeza es la del último semental que se apareó con mi yegua Elegida».

– ¿Se sacrifica al semental después? -pregunté, espantada. Recordaba al compañero de Epi.

La diosa respondió divertida.

«Se sacrifica de manera indolora cuando se vuelve anciano y enferma».

Yo suspiré de alivio y continué observando. Rhiannon había dejado de andar, y se había quitado las manos de los oídos cuando el hombre había entrado a la tienda. Él caminó decididamente hacia ella, pero Rhiannon dio dos pasos hacia atrás y se alejó de él. Aquello confundió al hombre, y se detuvo ante el fuego. Rhiannon y yo lo observamos. Tenía un cuerpo magnífico y una piel bronceada, y sólo llevaba un pequeño taparrabos para cubrir su desnudez.

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