James Ellroy - Jazz blanco

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Para el teniente David Klein, muertes, palizas y extorsiones sólo son gajes del oficio. Hasta que en otoño de 1958 los federales abren una investigación sobre la corrupción policial y el mismo Klein se convierte en el cetnro de todas las pesquisas y acusaciones. Sin embargo, aunque él haya contribuido a crear ese mundo monstruoso, poblado por la codicia y la ambición, está dispuesto a salir vivo de él a cualquier precio.

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47

«Prosigue la oleada de crímenes que tiene desconcertadas a las autoridades. Hace una hora escasa, cuatro personas resultaron muertas a tiros en el pintoresco mercado de Hollywood Ranch, dos de ellas identificadas como criminales con base en el Medio Oeste, disfrazados de empleados del mercado. También resultó muerto un agente del LAPD, así como una mujer inocente tomada como rehén por uno de los criminales. En el revuelo consiguiente, quedaron esparcidos por el lugar miles de dólares caídos de un maletín y, si se suma a este suceso el ajuste de cuentas entre bandas acaecido horas antes en Watts, que también ha dejado un saldo de cuatro muertos, la ciudad de Los Angeles empieza a parecer la ciudad de los Demonios.»

Noticias por televisión, en mi habitación del motel. La verdad de lo sucedido:

Respaldo de Exley, objetivos de Smith: Breuning y yo. La charada de Dudley: un ajuste de cuentas entre policías deshonestos, dinero de sobornos descubierto. Mi película con Johnny, guardada para entonces: mi reputación, aún más ensuciable postmortem.

«…el jefe de Detectives del LAPD, Edmund J. Exley, habló para los reporteros en el escenario de los hechos.»

Recapitulación.

Mi llamada de control a Newton:

– Tommy y Lucille siguen recorriendo Lincoln Heights, y siguen sin encontrarse. ¡Ah, señor…, otra cosa…! Su compañero, el agente Riegle, llamó para decir que…, esto, señor…, dijo que le hiciera saber que el jefe Exley ha lanzado una orden de busca y captura contra usted porque ha dejado el escenario del tiroteo sin avisar a nadie.

Exley ante las cámaras:

«En este momento retenemos la identidad de las víctimas por razones legales. No confirmaré ni negaré las especulaciones de una cadena de televisión rival sobre la identidad del policía que ha resultado muerto y, en estos momentos, sólo puedo afirmar que ha caído en el cumplimiento de su deber, mientras intentaba atrapar a un criminal con un cebo de dinero marcado del LAPD.»

Un recuerdo instantáneo: el tipo de las tragaperras tragándose los sesos de la anciana.

Llamé a El Segundo. Ring, ring…

Pete Bondurant:

– ¿Sí? ¿Quién es?

– Soy yo.

– ¿Eh, estabas en el mercado de Hollywood Ranch? Por las noticias han dicho que Mike Breuning había muerto y otro policía se había largado del lugar de los hechos.

– ¿Chick sabe lo de Breuning?

– Sí, y la noticia le ha dejado acojonado. Vamos, Dave, ¿estabas allí, sí o no?

– Dentro de una hora estaré ahí y te lo contaré. ¿Está Turentine con vosotros?

– Aquí lo tengo.

– Dile que prepare una grabadora y pregúntale si ha traído el equipo para rastrear llamadas policiales. Dile que quiero una escucha clandestina de la banda 7 de la comisaría de Newton Street.

– ¿Y si no tiene el equipo?

– Entonces, dile que vaya a buscarlo.

48

El piso franco, en mi edificio de renta baja.

Pete, Freddy T.; Chick Vecchio, esposado a una tubería de la calefacción.

Una grabadora y un receptor de onda corta sintonizado en la banda 7.

Unidades móviles informando a Newton. Base emitiendo a los coches: Exley en persona.

Informaciones:

Tommy y Lucille, cada cual en su coche, recorriendo Lincoln Heights, Chinatown, en dirección sur.

El hombre apostado junto a la casa de los K.

– Lo he oído por el micrófono exterior. Me ha parecido como si J.C. le pegara una buena paliza a Madge. Además, he visto pasar coches federales con suma discreción cada hora, más o menos.

Unidad 3-B71:

– Lucille anda por Chinatown haciendo preguntas. Parece bastante nerviosa y el último tugurio donde ha entrado, el Kowloon, me ha olido a un garito de drogas.

Pete, royendo el hueso de una costilla de cerdo.

Fred, con un combinado en la mano.

Chick, contusiones y morados, la mitad del cuero cabelludo chamuscado.

Fred se sirvió otro trago.

– Tú y los Kafesjian… No logro encajarlo.

– Es una larga historia.

– Claro, y no me importaría oír algo distinto de esas malditas llamadas de radio.

– No le digas nada, o terminará en el Hush-Hush -intervino Pete.

– He estado pensando que una docena de coches de vigilancia y Ed Exley atendiendo personalmente las llamadas significa que se trata de algún asunto grande, sobre el cual Dave debería ser más explícito. Por ejemplo, ¿a quién andan buscando esos imbéciles, Tommy y Lucille?

Un destello:

Richie Herrick, «el Mirón»: recluso en Chino/formación en electrónica. Fred Turentine, conductor ebrio: programa de enseñanza en Chino.

– Freddy, ¿cuándo diste esas clases de electrónica en Chino?

– Desde principios del 57 hasta que me aburrí y eché a rodar esa libertad condicional, hace seis meses, quizá. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver eso con…?

– ¿Asistió a tu curso un chico llamado Richie Herrick?

Una lucecita en la cabeza, mortecina: Freddy, exprimidor.

– ¡Sííí! Richie Herrick: se fugó de Chino y un psicópata ha despedazado a su familia hace poco.

– Entonces, ¿acudía a tus clases?

– Desde luego que sí. Le recuerdo porque era un chico tímido y porque ponía discos de jazz mientras el resto de la clase trabajaba en sus proyectos.

– ¿Y?

– Y nada más. Bueno, también estaba ese otro chico blanco que era su colega, y que también se apuntó a la clase con Herrick. El tipo no se separaba de él, pero no creo que hubiera nada de mariconeo entre ellos.

– ¿Recuerdas cómo se llamaba?

– No. No consigo ubicarlo.

– ¿Descripción?

– Mierda, no lo sé. Era sólo un interno, la habitual basura blanca con un tupé muy cuidado. Ni siquiera recuerdo por qué le habían encerrado.

¿Algo?/¿Nada? Difícil de saber. Los historiales de Chino, desaparecidos…

– Dave, ¿de qué va todo es…?

– Deja en paz a Klein. A ti te pagan por esto -Pete.

Banda 7:

Tommy, en su coche por Chinatown.

Lucille, en su coche por Chinatown, cerca de Chavez Ravine.

Bajé el volumen y cogí una silla. Chick echó la suya hacia atrás.

Mirándole de frente:

– DUDLEY SMITH.

– Dave, por favor… -Voz áspera, seca.

– Él está detrás de todo el alboroto del barrio negro y acaba de mandar a la muerte a Mike Breuning. Cuéntame lo que sabes de él y te soltaré y te daré dinero.

– Supongamos que no quiero.

– Entonces, te mataré.

– Dave…

Pete me hizo un gesto: dale whisky.

– Dave… Dave… por favor.

Le ofrecí el vaso de Freddy.

– Vosotros no conocéis a Dudley. No sabéis lo que me haría.

Licor añejo y seco, tres dedos.

– Bebe, te sentirás mejor.

– Dave…

– Bebe.

Chick apuró el vaso. Volví a llenarlo y le observé mientras tragaba. De inmediato, le entró la euforia del alcohol:

– ¿Qué coño me hablas de dinero? Tengo gustos caros, ¿sabes?

– Veinte de los grandes -Pura mentira.

– Eso es muy poco para mí.

– Díselo, jodido, o seré yo quien acabe contigo.

– Está bien, está bien, está bien.

Señaló el vaso. Lo volví a llenar.

– Canta, Chick.

– Está bien, está bien, está bien -Dando lentos sorbos.

Acerqué la grabadora a su silla y pulsé la tecla de grabar.

– Dudley, Chick. Las pieles, Duhamel, los Kafesjian, toda la historia de la conspiración.

– Supongo que sé la mayor parte. Supongo que a Dudley le gusta hablar porque cree que todo el mundo le tiene demasiado miedo como para irse de la lengua.

– Al grano.

Con la bravuconería que da el alcohol:

– Domenico Chick Vecchio sabe muy bien cuándo hablar y cuándo es mejor callar. Y digo que a la mierda todo el mundo menos seis, los precisos para portar el ataúd.

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