– Sí, y me has invitado a un asado a la barbacoa y una cerveza, algo que, con franqueza, el señor Hughes no ha hecho
nunca. Lo que digo es que el señor Hughes está furioso contigo, y que podrías ahorrarte ese dolor de cabeza.
Normandie hacia el sur. Pete, fumando; entreabrí la ventanilla. Un recuerdo: mi llamada a Noonan, un rato antes.
– Usted ha quemado una posible prueba federal. Tiene suerte de que no haya revocado su inmunidad inmediatamente, y ahora me pide ese favor tan extraordinario.
– POR FAVOR.
– Ese temblor en la voz me gusta.
– POR FAVOR. Mañana, levante la vigilancia sobre los Kafesjian. Es mi último día completo antes de entrar en custodia y quiero ver si descubro unas cuantas cosas antes de entregarme.
– Supongo que esto tiene que ver con el tal Richie al que buscan los Kafesjian, y que podría ser Richard Herrick, el de ese caso de triple homicidio chapucero en el que usted trabaja.
– Tiene razón.
– Bien. Me gusta la sinceridad y haré lo que me pide si usted declara toda la información que posee de Richie durante las entrevistas previas a la presentación al gran jurado.
– De acuerdo. -Quedamos en eso, entonces. Vaya con Dios, hermano Klein. «Hermano» Klein. Chico del coro luterano; puños/porras/puños americanos…
Pete me dio un codazo suave.
– Chick se ha citado con Joan Crawford en el Lucky Nugget. Ella irá camuflada. Irán a jugar unas manos de póquer o algo así, sin grandes apuestas, y luego al picadero. Tengo que sacar unas fotos del encuentro; luego, Chick me hará la seña convenida. Les seguimos hasta el lugar, dejamos que se pongan a tono y terminamos el trabajo.
Aire frío, faros cabeceando. Un cartel: «El Dodger Stadium es tu sueño! ¡Apoya el proyecto Chavez Ravine!» Pete:
– Siete de los grandes por tus pensamientos.
– Estoy pensando que Chick debe de tener un montón de dinero en alguna parte.
– Si piensas quedártelo, significa que tendremos que cargárnoslo.
– Sólo era una idea.
– Y nada mala. ¡Dios!, tú y una actriz ex camarera… ¿De veras…?
– Sí, merece la pena.
– No era eso lo que iba a preguntarte.
– Ya lo sé.
– ¿Así están las cosas?
– Así están.
Directos al sur. Gardena. Pete, comentando rumores:
Fred Turentine, escuchas clandestinas para Hush-Hush: material escandaloso a cambio de dinero negro. Freddy, bebedor, desaparecido: de sus bares favoritos y de su trabajo de enseñanza en la cárcel. Presión federal, negros inquietos: no se podía distinguir a las buenas esposas de las chicas de la calle.
Gardena: latidos de neón en el barrio de los palacios del póquer. El Lucky Nugget: el Cadillac de Chick en el aparcamiento, con la capota puesta.
Nos detuvimos detrás, dispuestos para el seguimiento. Actividad en el asiento delantero: Joan Crawford y Chick besuqueándose con ardor.
– ¡Agáchate! ¡Van a verte!
Me agaché y escuché. Chasquido de las portezuelas del coche. Me incorporé de nuevo. Los tortolitos, camino del local.
Pete se apeó.
– Echa una cabezada, si quieres. No pongas la radio o me dejarás sin batería.
Les seguí con la vista: la actriz de cine, el bandido, el extorsionador. Moví el dial de la radio: noticias, basura religiosa, bop.
Un recuerdo: desplumando a los borrachos de Gardena, en tiempos del instituto. Del bop a las baladas, callejón de la memoria: ajustando la cremallera del vestido de promoción de Meg demasiado despacio…
A la mierda. Iba a gastar la batería: apagué la música y cerré los ojos.
Pete, abriendo su puerta:
– Despierta. Se marchan.
El Cadillac arrancó, al tiempo que subía la capota. Pete lo siguió, no demasiado cerca.
Este, norte: el aire fresco me despejó. Seguimiento fácil: ambos coches, confabulados. Pete conducía muy relajado. Con un codo fuera de su ventanilla, ignorante de todo, Joan jodida Crawford.
Rumbo norte: Compton, LYNWOOD: terreno peligroso.
Chick, delante de nosotros: giro a la izquierda, giro a la derecha: Spindrift Drive.
4800, 4900: placas en las aceras latiendo extrañas/chifladas/extravagantes. 4980: Johnny D. «¿Por qué encontrarnos ahí?»
Me costaba respirar. Bajé el cristal de la ventanilla.
Giro a la izquierda, giro a la derecha.
Patios vacíos.
Escalofríos de hielo seco: Calor y frío. Pete:
– ¡Coño, nunca te hubiera creído tan maniático del aire fresco!
Chick se detuvo. Destellos de las luces de freno, como una señal.
Recuerdos:
El pinchazo de la aguja.
El efecto de la droga: el hormigueo, el calor por dentro.
Chick y Joanie, caminando envueltos en el amor:
Hacia un patio vacío, por el sendero de la DERECHA.
Entonces:
Flotando, como transportado por el aire.
Giro a la DERECHA. Una habitación cochambrosa. LA FILMACIÓN.
Ahora:
Tomando aire con dificultad. Atenazado por el recuerdo de lo de Johnny. Pete se detuvo junto al bordillo.
– Chick me pasó una nota. Sabe que unos tipos filman películas porno en este local y ha pensado que a Joanie le atraería conocerlo. Las estrellas de cine no dejan de asombrarme jamás.
Clic. Un recuerdo tardío, brutal: Glenda había dicho que Sid Frizell estaba filmando películas porno.
«En un local abandonado.»
«Por LYNWOOD.»
– ¿Eh, Klein, te encuentras bien?
Repaso de las armas: el 45, la porra, los puños americanos.
– Adelante.
Pete cargó la cámara.
– Todo a punto. Entramos cuando oigamos «¡Oh, nena, qué bien!»
Preparado: el metal en los nudillos rascaba contra mi anillo de la escuela de Derecho.
– Vamos -Pete.
Dejamos el coche y avanzamos a toda prisa: cubos de estuco, senderos, hierba.
La escena, de nuevo: la filmación, Johnny suplicando, «POR FAVOR, NO ME MATES».
Gemidos sexuales: uno de los apartamentos de la derecha, a poca distancia. Nos acercamos de puntillas, escuchamos:
Jadeos obscenos. Chick:
– ¡Oh, nena, qué bien!
Pete, cámara a punto.
Miradas, asentimientos, puntapiés; la puerta, abierta a la primera. Oscuridad completa durante medio segundo.
Destellos de flash: Joan Crawford chupándosela a Chick V. hasta las amígdalas.
Aceleradamente:
Parpadeo del flash. Joanie huyendo por la puerta, desnuda, chillando. Chick con la mano en un interruptor de la pared. Las luces, encendidas.
Un revólver magnum en la mesilla de noche. Lo cogí y eché un vistazo a la habitación:
Paredes con espejos.
Suelo de linóleo, puntos rojo oscuro. Sangre seca.
Chick en la cama, cerrándose la bragueta.
Golpes, la culata de la pistola, deprisa…
Le di en la cara, le arreé en la entrepierna, le retorcí los brazos. El hueso crujió bajo mis manos. Chick se encogió, hecho un ovillo.
Una sombra sobre la cama: Pete, conteniéndome:
– Tranquilo. Le he dado a la Crawford ropa y dinero. Tenemos tiempo para hacer esto como es debido.
Chick volvió a doblarse con un graznido, y por una buena razón: dos puños enormes cerniéndose directamente sobre él.
Una amenaza trillada. Pete, regocijado:
– El izquierdo significa el hospital; el derecho, la tumba. El derecho te quita la vida y el izquierdo te quita la respiración. Estas dos manos son la pesadilla y el mal de ojo, son los colmillos del diablo que se cuela por el humero de la chimenea.
Chick se incorporó, ensangrentado y tembloroso.
– Tengo amigos. Soy un hombre protegido. Daos los dos por muertos.
– Dave, hazle una pregunta al tipo.
Yo:
– Me vendiste, Chick. Te conté que iba a reunirme con un «policía rudo y buen mozo» en Lynwood. Ahora, para empezar, dime a quién se lo contaste y cómo se les ocurrió la idea de esa película casera.
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