James Ellroy - Jazz blanco

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Para el teniente David Klein, muertes, palizas y extorsiones sólo son gajes del oficio. Hasta que en otoño de 1958 los federales abren una investigación sobre la corrupción policial y el mismo Klein se convierte en el cetnro de todas las pesquisas y acusaciones. Sin embargo, aunque él haya contribuido a crear ese mundo monstruoso, poblado por la codicia y la ambición, está dispuesto a salir vivo de él a cualquier precio.

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– ¿Esta noche, pues?

– Te llamaré.

– Ten cuidado.

– Siempre.

Colgué, cogí una silla y viajé a alguna parte. Allí había vampiros: Tommy, papá persiguiendo a Meg con la bragueta abierta. Sueño en blanco, unas manos me sacuden:

– Sí, es el jefe de Subdirección Administrativa.

– Despierte, teniente.

Arriba, con movimientos violentos.

Dos hombres prototipo de Asuntos Internos, las armas en la mano.

– Señor, Junior Stemmons ha muerto.

26

Código 3 a Bido Lito's: dos coches. Sin explicaciones. Mosqueo: Jack había dicho que se desharía del cuerpo. Calles secundarias, allí:

Reporteros, coches patrulla, varios Plymouth. Federales tomando fotos con zoom. Civiles arremolinándose; aún no había barrera policial.

Aparqué y seguí a una brigada del depósito de cadáveres. Federales charlando; a hurtadillas, escucho:

– …y no tenemos sus fotos en los archivos. Eran desconocidos; lo más probable, tipos de fuera de la ciudad encargados del mantenimiento de las máquinas tragaperras aquí y en una docena de sitios parecidos del Southside.

– Frank…

– Tú escucha, haz el favor. Ayer, Noonan recibió un soplo anónimo sobre un garaje de ahí abajo. Fuimos y encontramos tragaperras a capazos. Pero… era un garaje aislado en una callejuela sucia y no podemos identificar al propietario ni que nos maten.

Intriga de tragaperras. Al carajo.

Corrí adentro. Mucho jefazo: Exley, Dudley Smith, inspector George Stemmons, Senior. Hombres de Laboratorio pululando, Dick Carlisle, Mike Breuning.

Las miradas de vudú me traspasaron: el salvador de Lester Lake. Los dedos rígidos se abrieron a tirones con gesto furtivo; Breuning besó los suyos.

Los auxiliares del depósito entraron una camilla. Les seguí, dejé atrás la tarima del escenario, unos pasillos traseros. Una sala de máquinas tragaperras.

MIERDA…

Junior, muerto: en postura fetal, en el suelo.

Con el lazo del yonqui: torniquete en un brazo, cinturón entre los dientes, sujeto por el rigor mortis.

Una aguja colgando de una vena; ojos desorbitados. Mangas cortas: a la vista, carreras de aguja y cicatrices en venas.

Un agente de uniforme, abstraído:

– He buscado en los bolsillos. Llevaba encima una llave de la puerta principal.

Un hombre de Laboratorio:

– El portero llegó temprano y le encontró. ¡Cómo, una cosa así en medio de la movida de los federales!

El forense, lector de mentes:

– Puede ser una sobredosis auténtica, o un homicidio muy hábil. Esas marcas demuestran que el hombre era un adicto. ¡Dios mío, un oficial de la Policía de Los Angeles!

Jack Woods: nunca.

Ray Pinker me tocó en el codo.

– Dave, el jefe Exley quiere verte. Ahí fuera, detrás.

Salí a toda prisa al aparcamiento. Exley estaba junto al coche de Junior.

– Interprete esto.

– Interprete, mierda. O es verdad, o han sido los Kafesjian.

– Asuntos Internos dice que le encontraron dormido en el apartamento de Stemmons.

– Es verdad.

– ¿Qué hacía allí?

– Me acerqué a la casa de Steve Wenzel y vi el coche de J.C. aparcado frente a la puerta. La casa de Junior no estaba lejos y pensé que tal vez aparecería. ¿Cómo terminó lo de Watts?

– Cinco muertos, sin testigos presenciales. Cuando Tommy Kafesjian disparó no había luz, ¿verdad?

– Ajá. Hizo que uno de los negros apagara la luz. ¿Jefe, ha…?

– Wenzel era la única víctima blanca y el estado del cuerpo impedía una identificación rápida. Al parecer, los disparos provocaron la reacción de diversos individuos también armados presentes en el club. Bob Gallaudet y yo bajamos allí y apaciguamos a la prensa. Contamos que todas las víctimas eran negras y les prometimos pases para los desahucios de Chavez Ravine si suavizaban la historia. Naturalmente, todos dijeron que sí.

– Sí, pero puede apostar a que los federales controlaban nuestras llamadas por la radio.

– Estaban allí también, tomando fotos, pero hasta donde ellos saben el asunto no fue más que un altercado entre negros, aunque de proporciones insólitas.

– Y dado que nos acusan de mirar para otro lado en los homicidios entre morenos, has enviado una docena de sabuesos de Homicidios para cubrir las apariencias.

– Exacto, y Bob y yo charlamos con un clérigo negro bastante influyente. El tipo tiene aspiraciones políticas y ha prometido hablar con los familiares de las víctimas. Cuando lo haga, insistirá en la conveniencia de que no hablen con los federales.

El coche de Junior: ventanillas tiznadas de suciedad, asquerosas.

– ¿Qué han encontrado ahí dentro?

– Narcóticos, comida enlatada y literatura homosexual. Asuntos Internos se encarga de taparlo.

Ruido dentro del club. Miro por la ventana: Stemmons, Senior, derribando sillas a patadas.

– ¿Qué hay de Junior?

– Contaremos a la prensa que ha sido una muerte accidental. Asuntos Internos investigará, con mucha discreción.

– Y dejará en paz a los Kafesjian.

– Ya nos ocuparemos de ellos en su momento. ¿Cree que Narcóticos podría haber hecho algo así?

Stemmons, sollozando. Exley:

– ¿Klein…?

– No. Desde luego, son capaces de quitar de en medio a cualquiera, pero no creo que sea cosa de ellos. Me inclino más por una sobredosis auténtica.

– ¿Y eso?

– Un patrullero me ha dicho que Junior tenía una llave de la puerta del local en el bolsillo. Era un jodido adicto chiflado y este antro es un conocido lugar de reunión y de venta de drogas de Tommy K. Si le hubiera matado la familia, no habría dejado el cuerpo aquí.

– ¿En qué estado encontró su apartamento?

– No me creería si se lo contara, y debería dejar la inspección forense en mis manos. Saqué sobresaliente en Criminología en la Academia y, además, estuve revolviendo la casa y probablemente hay huellas mías por todas partes.

– Hágalo, pues; luego, limpie la casa. Y llame a la Pacific Bell y haga que guarden bajo llave la lista de las llamadas telefónicas. Y otra cosa: anoche dijo que Stemmons tenía droga guardada en cajas de seguridad.

– Sí.

– ¿Sabe de qué bancos?

– Tengo sus libretas de ahorros y las llaves de las cajas.

– Bien, Klein, es usted abogado, de modo que daré por buena su fantasía del «alijo de droga» y le diré que estudie sus libros de Derecho y busque una estrategia para saltarse a Welles Noonan y conseguir una autorización judicial para inspeccionar esas cuentas y cajas.

– ¿Mi fantasía?

Exley, con un suspiro:

– Stemmons tiene un montón de mierda acerca de usted. Muy probablemente, estará guardado en esas cajas. Seguro que él le estaba extorsionando de alguna manera, o le habría usted quitado de en medio con sus inimitables métodos violentos, antes de que esa chifladura suya quedara tan fuera de control.

AHORA, SUÉLTALO:

– Tenía un archivo sobre usted. Estaba oculto con varios documentos de Personal sobre Johnny Duhamel. Anoche hice un comentario tonto sobre Duhamel que le disparó la presión veinte puntos, por lo menos, así que no me venga con zarandajas.

– ¿Qué es eso del archivo? -Sin la menor reacción, puro hielo.

– Todos sus casos en la brigada. Exhaustivo. Junior era el mejor que he conocido para encontrar pistas entre los papeles. La semana pasada hice un registro en su apartamento y lo encontré. Y anoche había desaparecido.

– Interprete eso.

Guiñé un ojo al estilo de Dudley:

– Digamos que me alegra saber que mi estimado colega Ed también tiene un interés personal en esto. Y no se preocupe por el 459 de Kafesjian: estoy demasiado metido en el asunto para dejarlo. -Vistazo a la ventana. Papá Stemmons, lamentándose-. Debería calmarle, Eddie, no vaya a jorobarnos ese asuntillo personal que tenemos entre manos.

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