– Mickey, vigila tu negocio de las monedas. Recuerda lo que te digo.
– Adiós, David. Llévate un bollo para el camino.
Salí del remolque; Chick entró. Abrí el sobre: cinco de los grandes.
Un teléfono público; dos llamadas: a Identificaciones y a Junior.
Datos: Glenda Louise Bledsoe, 1,72 m, 58 kg, rubia/azules, FN 3/8/29, Provo, Utah. Permiso de conducir de California desde 8/46, cinco multas de tráfico. Chevrolet Corvette del 56, rojo/blanco, Cal. DX 413. Dirección: 2489 1/2 N. Mount Airy, Hollywood.
Junior. Sin suerte en la oficina. El escribiente de Subdirección me dijo que no había pasado por allí. Dejé un mensaje: que me llamara al autorrestaurante Stan's.
Fui hasta allí y ocupé un espacio libre cerca de la cabina telefónica. Café, una hamburguesa. Repaso de las copias de fichas.
Ladrones de casas confesos: datos físicos /modus operandi/ antecedentes. Tomé notas. Mierda, el Diablo de la Botella, todavía suelto. Nombres, nombres, nombres; candidatos a psicópata inculpado. Más notas, aturdido: camareras coquetas, más dinero. Una idea irritante: un falso culpable no resolvía el caso; no había modo de encajar a Lucille y al ladrón en un ¿POR QUÉ?
El teléfono. Corrí a descolgarlo.
– ¿Junior?
– Sí. El escribiente me ha dicho que te llamara.
Cauteloso. Raro en él.
– ¿Has visto la nota que te dejé, verdad?
– Sí.
– Bueno ¿has encontrado algún papel sobre Lucille Kafesjian en el archivo de prostitutas de la comisaría?
– Estoy trabajando en ello, Dave. Ahora no puedo hablar. Escucha, te… te llamaré más tarde.
– ¡Una mierda, más tarde! Termina enseguida con eso y…
CLIC. Zumbido.
En casa, papeleo. Furioso con Junior: un inútil errático, cada vez peor. Papeleo: engordando el informe Kafesjian para Exley. Después, listas: posibles seguidores para Glenda, posibles pervertidos a inculpar. Llamadas recibidas: Meg (Jack Woods ha cobrado los alquileres atrasados), Pete B. (dile que sí al señor Hughes, le he convencido de que no eres subnormal). Llamadas realizadas: Subdirección, piso de Junior (sin suerte; cuando lo encuentre, le aplasto ese corazón insubordinado). La lista de seguidores; una suerte de perros: nadie libre para empezar esta noche. Me tocaría a mí por defecto: un acto publicitario significaba quebrantamiento de contrato.
De vuelta a Hollywood: calles secundarias, la autovía. No me siguió nadie, cien por ciento seguro. Gower arriba, Mount Airy, giro a la izquierda.
2489: apartamentos con patio: estuco color melocotón. Un cobertizo para coches con un Corvette blanco y rojo guardado.
5.10, recién oscurecido. Aparqué cerca: vista del patio/cobertizo. Matar el rato, el blues de la vigilancia; mear en una taza, deshacerse de ella, una cabezada. Tránsito de peatones/automóviles.
7.04, tres coches en el bordillo. Puertas abiertas, destellos de flashes: Rock Rockwell: esmoquin, una flor. Una carrerita hasta el patio, de vuelta con Glenda: guapa, un suéter ajustado. El resplandor de los flashes iluminó su expresión patentada: Mirad, es una broma y lo sé.
Zoom: los tres coches dieron media vuelta y se encaminaron al sur. Seguimiento en marcha, cuatro coches en comitiva: Gower, Sunset oeste. El Strip, Club Largo: tres coches se vaciaron.
Los conserjes perdieron el culo, serviles. Más fotos: Rockwell con cara de aburrido. Aparqué en lugar prohibido y coloqué en el parabrisas: «Vehículo Oficial Policía.» Los alrededores se correspondían con el local.
Entré con la placa, eché a un cliente de un taburete de la barra con la placa. Turk Butler en el escenario: el rey del club. En primera fila: Rock, Glenda, plumíferos. Fotógrafos junto a la salida: zoom funcionando.
Violación de contrato.
Cena: agua de seltz, pastas. Trabajo de vigilancia fácil: Glenda, locuaz; Rock, enfurruñado. Los periodistas le ignoraron: un soso.
Turk Butler dejó el escenario y salieron las chicas del coro. Glenda fumaba y reía. Las bailarinas tenían grandes tetas. Glenda se subió el suéter por bromear. Rock se dedicó a beber: whisky sours.
Salida del club a las diez en punto; a pie por Sunset hasta el Crescendo. Otro taburete de bar, vigilancia: pura Glenda. Glenda llamando la atención. Pequeños vestigios de Meg, y su ALGO personal.
Medianoche, una carrerita hasta los coches. Seguí a la caravana descaradamente de cerca. Regreso a casa de Glenda, farolas en la acera: un fingido beso de buenas noches recogido en fotos.
El periodista se marchó; Glenda le dijo adiós con la mano. Silencio, y unas voces contenidas.
– ¡Mierda, ahora no tengo coche! -Rock.
– Coge el mío, y tráete a Touch cuando vuelvas -Glenda-. ¿Pongamos dos horas?
Rock cogió las llaves y echó a correr, encantado. El Corvette salió quemando llanta; Glenda frunció el entrecejo. «Tráete a Touch cuando vuelvas» me sonó raro. Salí tras el coche.
Gower sur, Franklin este. Poco tránsito y nadie siguiéndome a mí. Al norte por Western, una pasada por el plató de filmación; el permiso de Mickey mantuvo abierta la carretera del parque.
Los Feliz, giro a izquierda, Fern Dell: arroyos y arboledas antes de las colinas de Griffith Park. Luces de frenos. Mierda: Fern Dell. En la brigada lo llamaban Paraíso del Chupa-pollas.
Rockwell aparcó. Hora punta. Luciérnagas rojas de cigarrillos en la oscuridad. Me eché a la derecha y paré el motor. Mis faros enfocaban a Rock y un chapero joven, muy mono.
Apagué las luces, bajé un poco el cristal. Cerca, capté la proposición:
– Hola.
– Hola.
– Esto… el otoño es la mejor estación en Los Angeles, ¿no crees?
– Sí, claro. Oye, acaban de dejarme un coche estupendo. Podríamos hacer una última visita al Orchid Room y luego ir a alguna parte. Tengo un poco de tiempo antes de recoger a mi chico… quiero decir, a una persona.
– No te andas con rodeos…
– Te aseguro que no. Anda, di que sí.
– No, encanto. Eres grande y brusco, y eso me gusta, pero el último tipo grande y brusco al que dije sí resultó ser un policía.
– ¡Oh, vamos!
– No, niet, nein, no. Además, he oído que los detectives de la Central también han estado rondando por Fern Dell.
Falso. Subdirección no se ocupaba nunca de homosexuales. Posible explicación: un exceso de celo de Junior, hombre de la brigada.
– Gracias por el aviso.
Una cerilla. Rock encendió un cigarrillo y siguió la ronda. Fácil de rastrear: el resplandor de la colilla pasando de marica en marica.
Pasó el tiempo, con una banda sonora penosa: jadeos de sexo entre los árboles. Una hora, una hora y diez; Rock reapareció subiéndose la bragueta.
Zum… el Corvette salió lanzado. Le seguí sin prisas. No había tráfico. Directo al plató, imaginé. Una barrera en la carretera, salida de la nada: unos hombres con bates de béisbol le dejaron pasar sin detenerle.
Faros de camión acercándose. Me detuve a distancia y observé. Chirriar de frenos, un camión grande con remolque: otra vez, los payasos del piquete. Se encendió un foco: una brillante ceguera blanca sobre el objetivo.
Los matones asaltaron el camión blandiendo bates claveteados. El parabrisas estalló; un hombre salió tambaleándose y eructando cristal. El conductor echó a correr; un clavo certero le arrancó la nariz.
La compuerta trasera saltó y los matones subieron en bloque: trabajando los costillares. Fats Medina sacó a un tipo arrastrándolo por el pelo; le arrancó el cuero cabelludo.
Ningún grito. Malo. ¿Por qué ningún ruido?
De vuelta a Fern Dell, y a casa de Glenda. Ningún grito. Muy raro; luego, el pulso dejó de resonarme en los oídos y éstos volvieron a funcionar.
Aguardé a que salieran los muchachos: Rock, Touch el amanerado, el matón con ocho muescas. Sospechoso: dos de la madrugada, una sirena de películas de serie B haciendo de anfitriona.
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