Puño americano en los nudillos, el puño preparado.
– Mi interpretación es que el chico piensa que una denuncia por asesinato contra esa Glenda es una buena idea pero usted, por alguna razón, no lo ve igual. También sé que si entrego esa pistola, es una descarada violación de la libertad provisional por posesión ilegal de armas. ¿Usted sabe qué es un «as en la manga»? ¿Sabe…?
Lo descargué: golpes arriba y abajo; carne ensangrentada/huesos de la cara rotos/hora de temor de Dios:
– Nada de secuestros. Ni una palabra a Touch o a Rockwell. Ni un comentario más sobre Glenda Bledsoe. No te acerques a ella. Y no le soples el paradero de la pistola a mi compañero ni a nadie más.
Toses/gemidos/escupitajos, intentando asentir. Flemas sanguinolentas en mis manos; ondas de choque subiéndome por el brazo de atizar.
Al salir, me abrí paso a puntapiés entre los restos del televisor.
Junior en la acera, fumando. Sin preámbulos:
– Cojamos a la Bledsoe por lo de Gilette. Bob Gallaudet garantizará la inmunidad a Ainge por lo de la pistola. Dave, la chica es la ex novia de Howard Hughes. Éste es un caso de primera.
Punzadas de jaqueca.
– Es un caso de mierda. Ainge me ha dicho que la historia de la pistola era mentira. Lo que tenemos es un homicidio de hace tres años con un presunto testigo condenado por proxeneta. Es un caso de mierda.
– No. Ainge te ha engañado. Estoy seguro de que esa pistola existe.
– Gallaudet no tragaría, créeme. Soy abogado; tú, no.
– Escúchame un momento, Dave.
– No, olvídalo. Ahí dentro has estado muy bien, pero ya se ha acabado. Hemos venido para frustrar la preparación de un delito y…
– Y para proteger ese pluriempleo tuyo.
– Exacto. De lo que saque, te daré una comisión.
– Lo cual es un ingreso no declarado. Lo cual es violar el reglamento del departamento.
Echando chispas:
– ¡No hay caso! Estamos en el asunto Kafesjian, que es un caso importante porque Exley anda salido por resolverlo. Si quieres ver pasta, apóyame en esto. Quizá le echemos tierra encima, quizá no. Tenemos que andarnos con ojo en este asunto para proteger al departamento, y no quiero que te vayas de la lengua prematuramente por un fiambre de chulo que ya es pan rancio.
– Un homicidio es un homicidio. ¿Y sabes qué pienso?
Presuntuoso hijo de puta.
– ¿Qué?
– Que quieres proteger a esa Glenda.
Furioso, ciego de rabia:
– Y yo pienso que, para ser un policía que empieza, te conformas con muy poco. Si quieres robar, roba a lo grande. Si yo me saltara las reglas alguna vez, no empezaría por la última.
CIEGO DE RABIA. Puños americanos fuera.
Ciego de miedo: Junior se metió en su coche a toda prisa. Abrió la ventanilla, sacó la cabeza:
– ¡Me las pagarás por tratarme como a un idiota! ¡Me las pagarás! ¡Y pienso cobrarme muy pronto, maldita sea! CIEGO FURIOSO RABIOSO. Junior se saltó un semáforo en rojo, con el coche coleando.
Me acerqué por el plato sólo para verla; imaginé que una mirada me diría sí o no.
Sus grandes ojos azules me miraron sin interés. No saqué ninguna conclusión. Ella actuó, se rió, habló: su voz no delató nada. Me quedé junto a los remolques y la encuadré en planos largos: la señorita vampira/posible acuchilladora de chulos. Un cambio de vestuario, de ropa recatada a vestido escotado…
Cicatrices en los omoplatos. Identificación: marcas de navajazos, una herida punzante/lesión ósea. Descripción a la Hush-Hush:
¡PROSTITUTA/ACTRIZ ASESINA A CHULO MESTIZO! ¡MAGNATE DE LOS AVIONES ENAMORADO! ¡POLICÍA CORRUPTO PASA DE LA OPULENCIA AL ARROYO!
La vi actuar, la vi realizar con ironía aquel estúpido trabajo. Se hizo de noche, seguí observando: nadie molestó al tipo emboscado junto a la entrada de artistas.
La lluvia puso fin a todo; de no ser por ella, me habría quedado toda la noche observando.
Una parada en un teléfono público, sin suerte: ni Exley en el despacho, ni Junior a quien persuadir o amenazar. Wilhite -todos mis tentáculos extendidos-: ni en Narcóticos, ni en casa. Bajé al Hody's de Vine Street: papeleo, cena.
Escribí dos informes para Exley: uno completo, otro omitiendo lo de Lucille, puta. Un seguro por si al final me decantaba por Wilhite. El proyecto del falso culpable, tachado: Exley no picaría y los Kafesjian eran un gran obstáculo. Me costó concentrarme; Junior rondaba todo el rato, provocándome con Glenda asesina.
Ex puta, Glenda; Lucille, puta.
La lluvia hacía borrosa la gente, fuera. Era difícil ver las caras, fácil imaginarlas. Fácil convertir a las mujeres en Glenda. Una morena se acercó al cristal: Lucille K., por una fracción de segundo. Me incorporé de un brinco y choqué contra la mesa; ella saludó a una camarera: una Jane cualquiera.
Barrio negro; ningún otro sitio donde ir.
Metódico:
Sin situaciones exactas de los mirones -dos brigadas habían rellenado los informes de cualquier manera-, sin direcciones precisas de moteles de putas/clubes de jazz donde empezar a buscar. Al sur por Western, conduciendo con una mano, la otra libre para puntear nombres de hoteles. Metódico: nadie pegado a mi cola. Cuarenta y un tugurios de sábanas calientes entre Adams y Florence.
Clubes de jazz, más confinados: Central Avenue, hacia el sur. Diecinueve clubs; contando bares, la cifra se elevaba a sesenta y pico. Pasaba poca gente a pie, por la lluvia; los rótulos de neón latían, hipnóticos. Destellos de medio segundo en el parabrisas.
Tamborileo de lluvia. Me decidí a una ronda de café y donuts.
Un puesto de Cooper's en Central, paraíso de putas. Invité a café a las chicas y enseñé la foto de Lucille. Grandes noes, un sí: una chica de Western y Adams con acento del este. Su historia: Lucille trabajaba de «eventual»; pantalones deportivos ajustados; ni nombre de batalla, ni trato con otras chicas.
Pantalones ajustados, rasgados/manchados de semen: mi ladrón.
Medianoche; la mitad de los clubes, cerrados. Los neones, apagados. Encontré a los jefes cerrando las puertas. Preguntas sobre mirones/merodeadores. Inmediatos «¿Cómo dice?». La foto de Lucille: caras inexpresivas.
La una de la madrugada, las dos: rutina policial. Chicas haciendo la calle en paradas de autobús y de taxi: hablé de Lucille con el pensamiento puesto en Glenda. Más noes, más lluvia; me refugié en un local de comidas.
Un mostrador, reservados. Lleno, todos habituales. Cuchicheos, codazos: negros olfateando a la Ley. Dos chicas con aspecto de busconas en un reservado; sus manos bajo la mesa, rápidas y furtivas.
Me senté con ellas. Una se levantó de un respingo; la retuve retorciéndole la muñeca. Sentada junto a mí, una negra de piel clara poco atractiva. Rezumaban nervios de adicto; los percibía.
– Vaciad el bolso sobre la mesa.
Lento y frío: dos bolsos de seudopiel de serpiente vueltos del revés. Indicio de delito: bencedrina envuelta en papel de aluminio. Cambio de tono:
– Muy bien, estáis limpias.
– ¡Mieeerda! -la de piel más oscura.
– ¿Oiga, qué…? -la Morena Clara.
Les mostré la foto de Lucille.
– ¿La habéis visto?
La basura del bolso reapareció; Morena Clara acompañó el café con unas benzedrinas.
– He dicho si la habéis visto.
Morena Clara:
– No, pero ese otro policía ha…
Su compañera la hizo callar; vi el codazo.
– ¿Qué «otro policía»? Y no me mientas.
– Otro agente ha estado preguntando por esa chica. Él no tenía fotos, pero traía un… un retrato robot, lo llamó. Era la misma chica; un dibujo muy bueno, se lo aseguro.
– ¿Era un hombre joven? ¿Cabello rubio, veintitantos años?
– Exacto. Un tipo con un gran tupé que anda tocándose todo el rato.
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