James Ellroy - Jazz blanco

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Para el teniente David Klein, muertes, palizas y extorsiones sólo son gajes del oficio. Hasta que en otoño de 1958 los federales abren una investigación sobre la corrupción policial y el mismo Klein se convierte en el cetnro de todas las pesquisas y acusaciones. Sin embargo, aunque él haya contribuido a crear ese mundo monstruoso, poblado por la codicia y la ambición, está dispuesto a salir vivo de él a cualquier precio.

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Sid Frizell:

– ¡Corten! ¡Os he dicho que dejéis el vino con las mantas y los sacos de dormir! ¡Y recordad la orden del señor Cohen: nada de vino antes del descanso para el almuerzo!

Uno de los tipos, tambaleante, acabó chocando con la nave espacial. Touch le pellizcó el culo al rubito disimuladamente.

– ¡Cinco minutos de descanso y nada de beber! -Frizell.

Ruido de fondo:

– ¡Esquiroles! ¡Policía, títeres!

Nada de Glenda Bledsoe.

Touch pasó junto a la cámara, lento, viscoso.

– Hola, Dave. ¿Buscas a Mickey?

– Todo el mundo me pregunta lo mismo.

– Bueno, es la conclusión inevitable del buen conocedor.

Chick me guiñó un ojo.

– Ya aparecerá. Habrá ido a comprar pan de hace una semana para los bocadillos. Imagina la cocina que tenemos: pan seco, donuts rancios y esa carne que venden por la puerta de atrás en ese matadero de Vernon. Dejé de comer en el plató cuando encontré piel y pelos en mi salchicha con queso.

Me reí. Comentario de script: el rubio y un viejo vestido de Drácula. Touch suspiró.

– Rock Rockwell va a ser un gran astro. Fíjate, le está diciendo al mismísimo Elston Majeska cómo debe interpretar el papel. ¿Qué significa eso para el buen conocedor?

– ¿Quién es Elston Majeska?

Chick:

– Era una especie de estrella del cine mudo en Europa y ahora Mickey le consigue permisos del asilo. Está enganchado, así que Mickey le paga con caballo cortado que consigue barato. Elston dice sus frases, se mete la aguja y le entra furor por el dulce. Deberías verle tragar esos donuts secos.

El viejo, tambaleándose, quitó el envoltorio de un pastelillo Mars. El rubito le agarró por la capa.

Touch, embelesado:

– ¡Se lo va a follar!

– ¡Glenda al plató dentro de cinco minutos! -Frizell.

– Cuando conocí a Mickey, ganaba diez millones al año. De aquello a esto, Dios santo.

– Las cosas vienen y se van -Chick.

– La antorcha pasa -Touch.

– Bobadas. Mickey salió de McNein Island hace un año, y nadie se ha hecho cargo aún de su viejo negocio. ¿Está asustado, acaso? Ya han liquidado a tiros a cuatro de sus muchachos y todos los casos están por resolver; y con eso quiero decir que nadie sabe quién lo ha hecho. Vosotros dos sois los únicos matones que le quedan y no comprendo cómo estáis con él todavía. ¿Qué le queda a Mickey, el negocio de las tragaperras del barrio negro? ¿Cuánto puede sacar con eso?

Chick se encogió de hombros:

– Míralo de esta manera: llevamos mucho tiempo con él y quizá no nos apetece cambiar. Mickey es un tipo listo y los tipos listos consiguen resultados tarde o temprano.

– Bonitos resultados. Y Lester Lake me dijo que unos tipos de fuera de la ciudad están trabajando las tragaperras del Southside.

Chick se encogió de hombros. Piropos y silbidos de admiración entre los extras: Glenda Bledsoe con un vestido de majorette.

Alta, esbelta, rubia miel. Toda piernas, toda pechos; una sonrisa que decía que nunca se creía nada. Un poco patizamba, ojos grandes, pecas oscuras. Puro algo: quizás estilo, quizás energía.

Touch me dio más detalles:

– Glenda la seductora. Rock y yo somos los únicos del plató inmunes a sus encantos. Servía bandejas de comida por la ventanilla de los coches en el autor restaurante Scrivner's cuando Mickey la descubrió. Mickey está embobado con ella; Chick, también. Glenda y Rock hacen de hermanos. Ella se ha infectado con el virus vampiro y trata de seducir a su propio hermano. Después, se convierte en un monstruo y obliga a Rock a huir a las montañas.

– ¡Actores en sus puestos! ¡Cámara! ¡Acción!

Rock: «Susie, soy tu hermano mayor. El virus vampiro ha atrofiado tu crecimiento moral y todavía te quedan dos años para entrar en el instituto de Hollywood.»

Glenda: «Todd, en tiempos de lucha histórica, las reglas de la burguesía no sirven.»

Un abrazo, un beso. Frizell:

– ¡Corten! ¡Toma buena! ¡Positivar!

Rock se desasió del abrazo. Silbidos, gritos de júbilo. Uno de los vagabundos abucheó; Glenda le dedicó un gesto: a tomar por culo. Mickey C. se encerró en un remolque, cargado de paquetes.

Di un rodeo por detrás del plató y llamé a la puerta.

– ¡El dinero para el vino no se repartirá hasta las seis en punto! ¡Hatajo de borrachos atontados! ¡Esto es un plató para filmación de exteriores, no la misión de Cristo Redentor!

Abrí la puerta y atrapé un bollo volador. Seco. Lo mandé de vuelta.

– ¡David Douglas Klein! El «Douglas» es una prueba concluyente de que no eres de mi sangre, jodido holandés pedorrero. Rechazas mi comida, pero dudo mucho que rechaces el dinero que Sam Giancana me ha encargado darte. -Mickey metió un sobre con un fajo de billetes bajo mi pistolera-. Sammy dice que gracias. Dice que ha sido un trabajo condenadamente bueno, con tan poco tiempo de aviso.

– Salió bien por muy poco, Mick. Me ha causado muchos problemas.

Mickey se dejo caer en un sillón.

– A Sammy no le importan tus problemas. Tú, más que nadie, deberías conocer el carácter de ese loco pedorrero chupapollas.

– Pues más vale que se preocupe por los tuyos.

– Ya lo hace, aunque sea con sus métodos bastos de tragón de espaguetis.

Fotos de Glenda casi desnuda en las paredes.

– Digamos que esta vez ha calculado mal.

– Como dice la canción, «¿Debe importarme?»

– Sí, debe importarte. La investigación de Noonan sobre el boxeo también saltó por la ventana, de modo que ahora anda loco por organizar algo en el barrio negro. Si los federales se meten en el Southside, seguro que investigarán tu negocio con las máquinas. Si me llega alguna noticia, te lo diré, pero es posible que no me entere. Sam ha puesto en verdaderas dificultades tu último negocio productivo.

Chick V. junto a la puerta; Mickey, con los ojos en las fotos.

– David, estas dificultades que predices me dejan asombrado. Mi única aspiración es ver legalizado el juego en este distrito; luego, pienso retirarme a las Galápagos y dedicarme a contemplar cómo las tortugas folian bajo el sol.

Solté una carcajada:

– El Legislativo del Estado no aprobará nunca el juego en el distrito. Y, si alguna vez lo hiciera, tú no conseguirías nunca una concesión. Bob Gallaudet es el único político de prestigio que lo apoya, y cambiará de opinión si consigue la Fiscalía.

Chick carraspeó; Mickey se encogió de hombros. Un permiso en la puerta: «Parques y Esparcimiento: Autorización para filmar.» Forcé la vista. En letra muy pequeña: «Robert Gallaudet.»

Otra carcajada.

– Bob te ha dejado filmar aquí a cambio de una contribución a su campaña. Está a punto de alcanzar la Fiscalía, de modo que piensas que un par de miles te dará ventajas en el asunto del juego. ¡Mick, debes de estar metiéndote más droga que ese viejo Drácula!

Un montón de fotos de chicas. Mickey les echó besos.

– La pareja que no tuve en el baile de promoción de 1931. Puedo garantizarle a la chica un aderezo de flores y muchas horas de diversión.

– ¿Y ella te corresponde?

– Mañana, tal vez sí, pero hoy me rompe el corazón. Ya habíamos quedado para cenar esta noche, pero luego ha llamado Herman Gerstein. Su compañía va a distribuir mi película y necesita a Glenda para que acompañe a Rock Rockwell, su amor loco, a un acto publicitario. Esos problemas… Herman está preparando a ese chapero para el estrellato sin contar conmigo, pero tiene pánico a que las revistas de escándalos descubran que le va la marcha por la puerta de atrás. Ya ves, todo un montaje y yo me quedo sin la compañía de mi bonita tetuda.

«Acto publicitario»: violación de contrato.

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