Allan Folsom - El día de la confesión

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Harry Adisson, hombre de éxito y famoso abogado de Hollywood, recibe una inquietante llamada de su hermano, Daniel Adisson, un sacerdote que reside en el Vaticano y al que no ve desde hace diez años, pidiéndole ayuda. Al intentar ponerse en contacto con él le comunican la noticia de la muerte de su hermano en un atentado terrorista. Harry decide viajar hasta Roma para repatriar su cuerpo. Pero cuando llega, descubre que los restos que le presentan no son los de Daniel y que, poco antes de su muerte, éste había sido acusado de participar en el asesinato de cardenal del Vaticano. Harry confía en la inocencia de su hermano y está convencido de que sigo vivo, pero tendrá que demostrarlo. Todo se complica cuando el propio Harry es acusado de haber asesinado a un policía y tiene que huir de los carabinieri y de las autoridades eclesiásticas, que temen que sepa más de la cuenta.
Mientras tanto, en China, un hombre se prepara para poner en marcha un plan maquiavélico organizado por cierta autoridad del Vaticano obsesionada por hacerse con el control de aquel país.

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– ¡Alto! ¡Manos arriba! -rugió de repente una voz en italiano.

Roscani se detuvo. A continuación apareció ante él una docena de hombres armados, con camisas azules y boinas. Eran miembros de la Guardia Suiza.

– ¡Soy policía! -gritó Roscani. No sabía si los guardias recibían órdenes directas de Farel, pero tenía que arriesgarse y confiar en que no pertenecieran al grupo de los hombres de negro-. ¡Soy policía! -repitió.

– ¡Arriba las manos! ¡Arriba las manos!

Roscani levantó las manos despacio. Segundos después, alguien le arrebató la Beretta. Oyó una voz que hablaba por radio.

– Ambulanza! -pidió el hombre con tono urgente-. Ambulanza!

Thomas Kind cerró la puerta de la estación tras de sí y se encontraron en el interior de un edificio cavernoso que antaño había sido la puerta del Papa al mundo. El sol penetraba por las ventanas situadas en lo alto e iluminaba la sala como los focos de un teatro en el centro del escenario. Con excepción de esta luz y de la claridad que entraba por la ventana que daba a las vías, el sitio era oscuro y frío, aunque estaba libre del humo del exterior.

– Bueno. -Kind soltó a Elena y dio un paso atrás, con los ojos fijos en Harry-. Su hermano iba a tomar el tren, así que, como sigue aquí, hay que suponer que vendrá.

Harry contempló a Kind, intentando encontrar un punto vulnerable pero, en ese instante, detrás del terrorista y a través de la puerta abierta, distinguió el movimiento de una camisa blanca. Cometió el error de prestarle demasiada atención.

– Vaya, vaya -dijo Kind con aspereza-. Así que es posible que el padre Daniel ya esté aquí… ¡Usted! El de la oficina… ¡Salga! -gritó.

Nada ocurrió.

Mientras tanto, Adrianna cambió de posición y se acercó a Kind. Harry la contempló preguntándose qué pensaba hacer; ella lo miró y sacudió la cabeza.

– ¡Salga! -ordenó Kind de nuevo-. ¡Salga o entraré a buscarlo!

El tiempo se detuvo por un instante, y de pronto una mata de pelo blanco apareció por la puerta seguido del resto del cuerpo del jefe de estación: camisa blanca, pantalones negros. Debía de tener casi setenta años. Kind le indicó que se acercara. El hombre salió despacio de su escondrijo, asustado y confuso.

– ¿Hay alguien más ahí dentro?

– Nadie…

– ¿Quién abrió las puertas?

El hombre se señaló a sí mismo con la mano.

Harry observó los ojos de Kind y adivinó que iba a disparar:

– ¡No lo haga!

Kind lo miró:

– ¿Dónde está su hermano?

– No lo sé…-musitó Harry.

Kind sonrió y apretó el gatillo.

Elena vio horrorizada que la camisa blanca del jefe de estación se cubría de rojo. El hombre se mantuvo en pie por unos segundos, retrocedió unos pasos, su cuerpo giró y cayó de lado en el umbral de su despacho.

Harry atrajo a Elena hacia sí para protegerla de la espantosa visión.

Adrianna se acercó otro paso a Thomas Kind.

– ¿Quiere a mi hermano? Lo llevaré hasta él -dijo Harry de pronto. Resultaba obvio que Thomas Kind estaba enfermo, y si Danny aparecía de repente, los mataría a todos en un segundo.

– ¿Dónde está? -preguntó el terrorista mientras acoplaba un cargador nuevo a la pistola.

– Fuera…, cerca de las puertas. El tren iba a detenerse para recogerlo.

– Está mintiendo.

– No.

– Sí. Las puertas se abren y se cierran directamente en el muro. No hay dónde esconderse allí.

En ese momento Kind se percató de que Adrianna se aproximaba a él.

– Cuidado… -advirtió Harry.

– ¿Qué está haciendo? -preguntó Kind.

– Nada… -Adrianna dio medio paso más hacia delante, con la vista clavada en Kind. -Adrianna, no lo hagas… -la previno Harry de nuevo.

La periodista se detuvo. Se encontraba sólo a metro y medio de distancia del terrorista.

– Usted mató al cardenal vicario de Roma.

– Sí.

– En los últimos minutos ha matado a cuatro personas más…

– Sí.

– Cuando encuentre al padre Daniel hará lo mismo con él y, quizá, con nosotros.

– Quizá… -sonrió Kind, y Harry notó que estaba disfrutando de cada minuto.

– ¿Por qué? -preguntó Adrianna-. ¿Qué tiene que ver todo esto con los lagos de China?

Harry la observó, preguntándose qué pretendía hacer al presionar a Kind, que sostenía una pistola, mientras que ella no tenía nada que ganar.

De pronto, cayó en la cuenta, y Kind también.

– Lo está grabando todo, ¿verdad? Lleva una cámara pintalabios y está rodando… -Kind sonrió divertido, sorprendido ante su propia revelación.

Adrianna le devolvió la sonrisa.

– ¿Por qué no responde y luego hablamos…? -dijo.

A continuación, todo ocurrió en milésimas de segundo. Kind levantó la pistola y se oyó el sonido sordo de un taladro. Adrianna adoptó una expresión de total perplejidad antes de tambalearse y caer hacia atrás.

Elena, aterrorizada, se volvió hacia Harry. Thomas Kind no percibió el movimiento pues estaba absorto en sus propias acciones. Harry observó el palpitar de las venas en la frente y el cuello del terrorista mientras se acercaba al cuerpo de Adrianna y disparaba no a ráfagas, sino un tiro tras otro, como si le estuviera haciendo el amor.

Todo había sucedido con demasiada rapidez y violencia. Harry no había tenido tiempo de reaccionar, y Elena y él se habían quedado solos con Kind en el centro de una habitación enorme sin muebles, sin un lugar donde parapetarse.

Entonces Harry tomó la decisión y se acercó a Kind, pero éste lo vio y se volvió, apuntándole con la pistola.

– ¡Harry!

La voz de Danny resonó de repente en la estación vacía. Harry se detuvo en seco.

Kind recorrió el edificio con la mirada.

De pronto Harry se interpuso entre Kind y Elena y la puerta que había a sus espaldas.

– Elena, sal de aquí, ¡ahora! -le indicó con voz autoritaria.

Harry fijó los ojos en Kind.

Elena giró poco a poco, renuente.

– ¡Sal de aquí!

De pronto echó a correr, alcanzó la puerta y pasó al otro lado.

– ¡Thomas Kind! -gritó Danny de nuevo-. ¡Suelta a mi hermano!

Kind apretó con fuerza la empuñadura de la pistola, mirando en torno a sí, escrutando la oscuridad, unos puntos de luz y de nuevo la oscuridad.

– Ella se ha ido, Kind. Ya está. No ganarás nada con matar a mi hermano. Es a mí a quien buscas.

– ¡Salga a la luz!

– ¡Déjalo marchar!

– Contaré hasta tres, padre y, entonces comenzaré a destrozar su cuerpo, pedazo a pedazo. ¡Uno!

A través de la ventana, Harry vio a Elena subir a la locomotora y se preguntó qué diablos hacía.

– Dos…

De pronto, los pitidos del tren inundaron la estación, pero Kind los pasó por alto y apuntó a las rodillas de Harry.

– ¡Danny! -gritó éste-. ¿Cuál es la palabra? ¿Cuál es la palabra? -Miró a Thomas Kind-. Conozco a mi hermano mejor de lo que él cree -aseveró sin apartar los ojos del terrorista-. ¿Cuál es, Danny? ¡La palabra! -gritó de nuevo, y su voz resonó contra las paredes de piedra de la estación.

– Oorah!

En ese instante Danny surgió de detrás de una columna, con la silla de ruedas en sombras. Harry advirtió que la empujaba con ambas manos y desaparecía en un círculo de luz brillante que entraba por la ventana.

– Oorah! -respondió Harry-. Oorah!

– Oorah!

– Oorah!

Kind no distinguía nada más que una luz cegadora. De pronto, Harry echó a andar hacia él.

– Oorah! Oorah! -entonaba con la vista fija en el terrorista-. Oorah! Oorah!

Kind apuntó a Harry con el arma y, al mismo tiempo, Danny se lanzó adelante en la silla de ruedas.

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