John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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June lo miró con fijeza.

– ¿De qué estás hablando? Cal, ¿qué estás diciendo? ¡Ella no está tan gravemente herida! -Esperó una respuesta. Cuando no la obtuvo, empezó a sentir que el miedo que había disminuido al reaccionar Michelle, la atravesaba de nuevo, oprimiéndole el estómago, ahogándola-. ¿Lo está? -Preguntó con voz que se elevó bruscamente.

– No lo sé -respondió Cal Pendleton. Sus ojos vacíos se encontraron con los de ella, luego se desviaron hacia la botella. Volvió a llenar el vaso; después lo contempló con fijeza, como si por primera vez comprendiera que estaba bebiendo.- No debería estar tan dolorida. Debería estar magullada, y debería sentir un dolor sordo, pero no debería tener esos dolores agudos cuando se mueve.

– ¿Tiene algo roto?

– No, por lo que puedo ver.

– Y entonces, ¿qué está causando el dolor?

La mano de Cal golpeó con fuerza la mesa.

– ¡No lo sé, maldición! ¡Simplemente no lo sé!

June se tambaleó ante ese estallido; después, viendo que él estaba al borde de algún tipo de colapso, se obligó a guardar calma.

– ¿Qué opinas? -preguntó cuando sintió que podía confiar en sus fuerzas.

Los ojos de Pendleton cobraron una ferocidad que June nunca había visto antes; su mano empezó a temblar:

– No lo sé. Ni siquiera deseo suponer. Pero es posible que haya toda clase de lesiones, y será todo culpa mía.

– No puedes saber eso -objetó June- Ni siquiera sabes que pase algo grave.

Fue como si no la hubiera oido.

– No debí haberla movido. Debí haber esperado.

Estaba por servirse más whisky cuando se oyó un golpe en la puerta de atrás y Sally Carstairs asomó la cabeza para preguntar:

– ¿Puedo entrar?

– ¡Sally! -exclamó June. Creía que los niños se habían ido mucho antes. Miró a Cal quien parecía haberse tranquilizado un poco… al menos lo suficiente como para que ella pudiera fijar su atención en Sally-. ¿Están todos allí afuera? Entren.

– Estoy yo sola -respondió Sally, medio disculpándose mientras se introducía en la cocina-. Todos los demás se fueron a casa. -Se detuvo indecisa, luego preguntó: – ¿Michelle está bien?

– Lo estará -respondió June con una seguridad que no sentía. Ofreció a Sally un vaso de limonada y la invitó a sentarse. Mientras se la servía, empezó:- Sally, ¿qué pasó allí en la playa? ¿Por que Michelle volvía a casa tan temprano?

Sally toqueteó la mesa; luego decidió que no había motivo para no contar lo sucedido.

– Algunos chicos la estuvieron fastidiando. Principalmente Susan Peterson.

– ¿Fastidiándola? -June mantuvo la voz serena, curiosa, pero no condenatoria-. ¿Respecto de qué?

– Respecto de que ella es adoptada. Susan dijo que… que…

Se quedó callada, llena de turbación.

– ¿Qué dijo? ¿Que no la querríamos más ahora que tenemos a Jennifer?

Los ojos de Sally se dilataron de sorpresa.

– ¿Cómo lo supo?

June se sentó a la mesa, sosteniendo la mirada de Sally.

– Es lo primero que se les ocurre pensar a todos -dijo con voz queda-. Pero no es cierto. Ahora tenemos dos hijas y las queremos a las dos.

Sally fijó la mirada en su vaso, aparentemente muy interesada en su contenido.

– Ya lo sé -susurró-. Yo nunca le dije nada de nada, señora Pendleton, de veras que no.

June sintió que perdía la calma. Deseaba apoyar la cabeza en la mesa y llorar. Pero no podía permitírselo. Ahora no. Todavía no. Tratando de mantener su autocontrol se incorporó, obligándose a sonreír a Sally.

– Tal vez deberías volver mañana -sugirió -. Estoy segura de que mañana Michelle querrá verte.

Sally Carstairs terminó su limonada y se marchó. June se desplomó en su sillón y miró con fijeza la botella, deseando atreverse a beber un trago, deseando que hubiera alguna manera de hacer ver a Cal que lo sucedido a Michelle no era culpa suya. Lo observó llenar otra vez su vaso, empezó a decirle algo. Pero cuando estaba por hablar, tuvo de pronto la sensación de que la estaban observando. Se volvió con rapidez.

Josiah Carson estaba de pie en la puerta de la cocina. ¿Cuánto tiempo hacía que estaba allí? June no lo sabía. La saludó con un movimiento de cabeza: luego entró en el cuarto y puso la mano sobre el hombro de Cal.

– ¿Quiere contarme que sucedió? -preguntó.

Cal se removió levemente, como si el contacto de Carson lo hubiera devuelto a alguna clase de realidad.

– Yo le hice daño -dijo con voz casi infantil-. Traté de ayudarla, pero le hice daño.

June se incorporó y deliberadamente empujó la mesa contra Cal. El súbito movimiento lo distrajo de lo que estaba diciendo. June se apresuró a hablar.

– Está dolorida, doctor Carson -dijo manteniendo neutra la voz-. Dice Cal que sufre más de lo que debería.

– Cayó de un risco -dijo sin rodeos Josiah-. Por supuesto que está dolorida-. Sus ojos pasaron de June a Cal -. ¿Acaso trata de ahogar en alcohol el dolor de su hija, Cal?

Sin hacer caso de la pregunta, Pendleton dijo:

– Es posible que yo mismo la haya lastimado, Josiah.

– Tal vez, o tal vez no. ¿Qué le parece si subo y le echo mu ojeada? ¿Y qué cree usted precisamente que le hizo?

– La traje a casa, no esperé una camilla.

Carson asintió bruscamente con la cabeza y se apartó, pero cuando el rostro de él desaparecía de su línea visual, creyó ver algo.

Creyó verlo sonreír.

Michelle permanecía despierta en cama, escuchando las voces abajo. Poco antes había oído a Sally y en ese momento podía oír al doctor Carson.

Se alegraba de que Sally no hubiera subido, y esperaba que el doctor Carson tampoco lo hiciera. No quería ver a nadie, al menos por el momento.

Quizás nunca.

Entonces la puerta de su habitación se abrió y entró el doctor Carson. Cerró la puerta y acercándose a la cama, se inclinó sobre la niña.

– ¿Quieres decirme qué pasó? -preguntó.

Michelle la miró y se encogió de hombros.

– No recuerdo.

– ¿No recuerdas nada?

– Poca cosa. Solamente… -Vaciló, pero el doctor Carson le estaba sonriendo, sin obligarse a hacerlo, como antes su padre, sino realmente sonriendo.- No sé que pasó. Subía el sendero corriendo y de pronto todo se nubló. No podía ver y… y tropecé, creo.

– Así que fue la niebla, ¿verdad?

Había habido niebla el día en que Alan Hanley cayó. Carson lo recordaba con claridad. Había llegado súbitamente, tal como a veces ocurría con cambios repentinos de temperatura. Michelle movió la cabeza asintiendo.

– Tu padre cree que te lastimó. ¿Lo crees tú?

Michelle sacudió la cabeza.

– ¿Por qué motivo?

– No lo se -respondió Carson con suavidad. Sus ojos se fijaron en la muñeca que estaba sobre la almohada junto a Michelle-. ¿Tiene nombre?

– Amanda… Mandy.

Tras una pausa, Josiah Carson sonrió, más para sí mismo que para Michelle.

– Bien, te propongo algo. Quédate acostada y deja que Amanda te cuide. ¿De acuerdo?

Después de palmear la mano de Michelle se incorporó. Un instante más tarde se había ido y Michelle quedó de nuevo sola. Atrajo más hacia ella a su muñeca.

– Ahora tendrás que ser mi amiga, Mandy susurró en el cuarto vacío-. Ojalá fueras una niñita de verdad. Yo podría cuidarte, y podríamos ser amigas, y mostrarnos cosas, y hacer cosas juntas. Y tú nunca me dirías maldades, como lo hizo Susan. Solo me querrías y yo solo te querría y nos cuidaríamos. -Luchando contra el dolor, movió a la muñeca hasta que la tuvo sobre el pecho, con el rostro a pocos centímetros del suyo.- Me alegro de que tengas ojos pardos -dijo con suavidad-. Ojos pardos como los míos, no azules, como los de Jenny, los de mamá y los de papá. Seguro que mi madre… mi verdadera madre, tenía ojos pardos, y seguro que la tuya también. ¿Te quería tu mamá, Mandy?

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