John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Ellos estarían allá, en la playa, observándola. Casi podía oír la voz de Susan, dulce y maliciosa:

– Ni siquiera puede subir por el sendero.

Se obligó a mirar arriba para saber hasta dónde tenía que llegar antes de encontrarse a salvo en la cima, donde no podían verla desde la playa.

Lejos.

Demasiado lejos.

Y ahora estaba llegando la niebla.

Al principio fue tan solo una cosa gris, una leve nebulosidad que enturbiaba su visión.

Pero después, mientras ella subía el sendero poniendo con esfuerzo un pie tras otro, se juntó en torno a ella, fría y húmeda, aislándola, dejándola sola, ya no a la vista de sus atormentadores de la playa, pero también lejos de casa.

Debía estar cerca de la cima. ¡Tenía que estarlo!

Era como una pesadilla, un sueño en el cual uno tiene que correr, pero sus pies, atascados en una especie de fango, se niegan a moverse. Michelle sintió que el pánico la iba dominando.

Fue entonces cuando resbaló.

Durante una fracción de segundo, pareció que no era nada… apenas una leve tercedura cuando su pie derecho golpeó una piedra suelta y se dobló hacia afuera.

De pronto, no hubo bajo su pie nada que la sostuviera. Fue como si el sendero hubiera desaparecido.

Se sintió empezar a caer a través de la aterradora niebla gris.

Lanzó un grito, una sola vez, luego la niebla pareció apretarse en torno a ella, y el gris se volvió negro…

– ¡Doctor Pendleton! ¡Doctor Pendleton!

Cal oyó la voz que lo llamaba. El terror que esa voz trasmitía, le hizo soltar su martillo y precipitarse a la cocina. Llegó a la puerta trasera en el preciso instante en que Jeff Benson llegaba de un salto a la galería.

– ¿Que ocurre? ¿Qué ha sucedido?

– Es Michelle -gritó Jeff, con el pecho agitado; el aliento le salía en fuertes jadeos-. Estábamos en la playa y ella volvía a casa, y… y…

Se le quebró la voz y se desplomó en el escalón más alto, tratando de recobrar el aliento.

– ¿Que sucedió? -De pie junto a Jeff, Cal trató de no gritar.- ¿Está bien ella?

Jeff sacudió la cabeza, desesperado.

– Estaba en el sendero, todos la estábamos mirando cuando de pronto resbaló y… oh, doctor Pendleton, venga pronto.

Cal sintió la primera arremetida de pánico, ese mismo pánico que había sentido al ver a Sally Carstairs, el pánico que tenía sus raíces en Alan Hanley. Y ahora se trataba de Michelle.

Había caído, tal como había caído Alan Hanley.

A través de su repentino terror, oyó la voz de Jeff Benson que le imploraba:

– Doctor Pendleton, por favor… ¿Doctor Pendleton?…

Se obligó a moverse, a salir de la galería, a cruzar el césped hacia el borde del risco. Miró abajo, pero en la playa no pudo ver nada salvo un grupo de niños congregados abajo.

"Dios querido, haz que ella esté bien"

Empezó a bajar el sendero, al principio con lentitud, después temerariamente, aunque cada paso parecía durar una eternidad. Detrás de sí oía a Jeff, tratando de contarle lo sucedido, pero las palabras del muchacho no tenían sentido para él. En lo único que podía pensar era en Michelle, su cuerpo ágil yaciendo en las rocas, al pie del risco, quebrado y retorcido..

Por fin llegó a la playa y se abrió paso entre el grupo de niños que permanecían impotentes alrededor de Michelle.

Cal se arrodilló junto a su hija, le tocó la cara.

Pero no fue su cara lo que vio. Tal como había ocurrido con Sally Carstairs, vio en cambio la cara de Alan Hanley, moribundo, mirándolo con fijeza, azuzándolo.

Su mente vaciló. No era culpa suya. Nada de todo eso era culpa suya. Entonces, ¿por qué se sentía tan culpable? Culpable… y furioso. Furioso contra estos niños que lo hacían sentir incompetente, ineficaz. Y culpable, siempre culpable.

Casi sin darse cuenta de lo que hacía, puso los dedos en la muñeca de Michelle.

Su pulso latía con firmeza.

Entonces, mientras él se inclinaba contra ella, sus ojos parpadearon y se abrieron. Lo miró con sus inmensos ojos pardos asustados y llenos de lágrimas.

– ¿Papá? ¿Papá? ¿Estoy bien?

– Estás perfectamente, pequeña, perfectamente. Ya te pondrás bien.

Pero al mismo tiempo que pronunciaba esas palabras, sabía que eran falsas.

Sin detenerse a pensar, Cal levantó a Michelle en sus brazos. Ella gimió suavemente, luego cerró los ojos.

Cal empezó a subir el sendero acunando a su hija contra su pecho.

uSe pondrá bien", se decía. "Estará perfectamente".

Pero mientras subía el sendero, los recuerdos volvían a él. Los recuerdos de Alan Hanley.

Alan Hanley había caído y se lo había puesto a su cuidado. Y él le había fallado a Alan… el niño había muerto:

No podía fallarle a Michelle. No a su propia hija. Pero ya mientras la llevaba a la casa, sabía que era demasiado tarde.

Ya le había fallado.

LIBRO SEGUNDO

CAPITULO 10

La oscuridad era casi como una cosa viva, que se enroscaba alrededor de ella, sujetándola, estrangulándola.

Tendió las manos, tratando de luchar contra ella, pero era como tratar de luchar contra el agua: por más que lo intentara, la oscuridad pasaba a través, se derramaba sobre ella, hacía difícil el respirar. Estaba sola, ahogándose en la oscuridad.

Y entonces, como si un diminuto destello de luz hubiera aparecido en las tinieblas, supo que no estaba sola.

Algo más estaba allí, extendiéndose hacia ella, tratando de encontrarla en la oscuridad, tratando de ayudarla.

Sintió que la rozaba, apenas una tenue sensación de cosquilieos en los límites de su conciencia.

Y una voz.

Una voz suave llamándola como desde gran distancia.

Quiso responder a esa voz, gritar, pero su propia voz le falló.

Sus palabms murieron en su garganta.

Se concentró en sentir aquella presencia, trató de atraerla, trató de buscarla y acercarla a ella.

Entonces de nuevo la voz, ya más clara aunque todavía lejana.

– Ayúdame… por favor, ayúdame…

Pero era ella quien necesitaba ayuda, ella quien se estaba hundiendo en el negro abismo. ¿Cómo podía ayudar? ¿Cómo podía hacer nada?

La voz se apagó a lo lejos; la oscuridad empezó a iluminarse.

Michelle abrió los ojos.

Se quedo muy quieta, sin saber con seguridad dónde estaba. Arriba de ella había un cielorraso.

Lo examinó cuidadosamente, buscando los diseños familiares que ella había identificado en la pintura resquebrajada.

Sí, allí estaba la jirafa. Bueno, no una jirafa en realidad, pero si se empleaba la imaginación, podía ser casi una jirafa. A la izquierda, solo un poquito, debía estar el pájaro con su ala extendida en vuelo, la otra extrañamente doblada, como si estuviera rota.

Movió muy levemente los ojos. Estaba en su propia cama, en su habitación. Pero esto no tenía sentido. Era en la caleta. Recordó. Estaba merendando en la caleta con Sally, Jeff y Susan. Susan Peterson. Había algunos otros, pero fue a Susan a quien recordó cuando lo sucedido esa mañana volvió de pronto a ella. Susan la había estado fastidiando, diciéndole cosas horribles, diciéndole que sus padres ya no la querían más.

Había decidido volver a casa. Estaba en el sendero y podía oír la voz de Susan repercutiendo en su mente.

Y entonces… ¿y entonces? Nada.

Salvo que ahora estaba en casa y en cama.

Y había tenido un sueño.

En el sueño había habido una voz que la llamaba.

– ¿Mamá?

Su propia voz pareció repercutir extrañamente en la habitación; por un instante deseó no haber llamado. Pero la puerta se abrió y apareció su madre. Todo iba a estar bien.

– ¿Michelle? -June se acercó apresuradamente a la cama, se inclinó sobre la niña, la besó con dulzura-. Michelle, ¿estás despierta?

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