John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Aquel era el día de la merienda en la caleta.

Hasta aquella mañana, Michelle no había estado segura de que iría a esa merienda al aire libre.

El dolor causado por los sarcasmos de Susan Peterson había empezado a desvanecerse al cabo de tres días; hasta el recuerdo de la extraña niña que había aparecido primero en su sueño, luego el martes en el camposanto, se estaba desvaneciendo. Y desde la llegada de Jennifer, Michelle había tenido la mente demasiado llena de otras cosas para dedicarse mucho a la imagen vestida de negro que había parecido pedirle algo.

Ahora, rodeada por la luz del sol, se preguntó por que se había preocupado; por que la noche anterior, al llamarla Sally Carstairs, le había dicho que tal vez no pudiera ir. Por supuesto que iría. Y si Susan Peterson trataba de fastidiarla, ella se negaría simplemente a dejar que eso la afectara.

Tomada la decisión, Michelle abandonó la cama y se puso unos gastadísimos pantalones de pana, una camisa rústica y sus zapatos de gimnasia. Cuando se disponía a bajar, sus ojos se fijaron de pronto en su muñeca, todavía reposando en la almohada donde ella siempre la dejaba de noche. Levantándola, Michelle la apoyó cuidadosamente en el alféizar de la ventana.

– Ya está -dijo suavemente-. Ahora puedes pasarte el día sentada al sol. Pórtate bien.

Se inclinó y besó levemente a la muñeca, tal como había visto a su madre besar a su hermana. Luego salió de su habitación, cerrando la puerta. Cuando Michelle entró en la habitación, June dijo:

– Parece que alguien piensa ayudar a su padre. -Apartó la vista de los huevos que estaba friendo, y al ver la expresión de Michelle le sonrió-. No me mires así… me acostaré tan pronto como termine el desayuno. Pero debo empezar a levantarme. Necesito ejercicio. Hace tres días que estoy en cama y estoy enloqueciendo allá arriba! – Luego, para impedir las protestas de Michelle, señaló el refrigerador diciendo -: Allí hay jugo de naranja.

Michelle abrió el refrigerador y sacó el jarro de jugo.

– ¿Ayudar a papá en que? -preguntó.

– La despensa. Hoy comienza la remodelación.

– Oh…

– ¿Acaso no quieres ayudarle? -preguntó June, intrigada.

Por lo general, era imposible mantener a Michelle lejos de su padre, pero esta mañana parecía casi desilusionada por la perspectiva.

– No es eso replicó Michelle vacilante-. Es solo que algunos de nosotros preparábamos una merienda al aire libre…

– ¡Una merienda al aire libre! No dijiste nada al respecto.

– Es que no sabía con seguridad si iría. A decir verdad, me decidí recién, al levantarme. ¿Puedo… puedo ir, verdad?

– Claro que puedes – replicó June-. ¿Qué tienes que llevar?

– ¿Llevar adonde? -preguntó Cal, saliendo de la escalera que conducía al sótano.

– Hoy habrá una merienda al aire libre -explicó Michelle-. Yo, Sally, Jeff y algunos chicos más. Algo así como el último día de playa, supongo.

– ¿Quieres decir que no me vas a ayudar en la despensa?

– ¿Acaso tú renunciarías a una merienda al aire libre? -preguntó June mientras distribuía los huevos en tres platos y conducía a su marido y a su hija al comedor-. Tal vez yo lleve a Jenny y participe.

– Pero somos solamente nosotros, los chicos -protestó Michelle.

– Estaba bromeando, nada más -se apresuró a decir June-. ¿Qué tal si preparo unos huevos con salsa picante?

– ¿Lo harías?

– Claro… ¿A qué hora será la merienda?

– Nos reuniremos todos en la caleta a las diez.

– Ah, magnífico gimió June. Realmente, Michelle ¿no habías podido advertirme un poco antes? Apenas si tendré tiempo para preparar los huevos, y mucho menos congelarlos.

– No los prepararás anunció Cal antes de volverse hacia Michelle-. Permití a tu madre que se levantara a preparar el desayuno, solo si prometía volver en seguida a la cama. Si quieres huevos con salsa picante tendrás que prepararlos tú misma.

– Es que no sé.

– Entonces tendrás que aprender. Ya eres una muchacha grande y tu madre tiene que cuidar a una niña pequeña -declaró Cal, pero al ver la expresión consternada de Michelle, se ablandó-. Te propongo algo. Después del desayuno, enviaremos a tu madre de vuelta a la cama. Tú lavarás los platos y yo veré qué puedo hacer en cuanto a los huevos. ¿De acuerdo?

La cara de Michelle se iluminó: Al fin y al cabo, todo iba a estar bien. “Pero todo es distinto", pensó mientras empezaba a levantar la mesa. "Ahora que ellos tienen a Jenny, todo es distinto".

Decidió que esto no le agradaba mucho.

Con andar apresurado, Michelle bajó por el sendero hacia la caleta. Eran ya las diez y media y ella iba a ser la última en llegar. En una mano apretaba la bolsa que contenía los huevos con salsa picante. Aún estaban tibios, tal como su madre había previsto. Tal vez nadie se diera cuenta. Podía verlos, cien metros al norte, trepando sobre las rocas, siguiendo la marea menguante, permaneciendo cerca de Jeff que se desplazaba con soltura sobre los afloramientos de granito. Una sola persona estaba todavía sobre la playa, pero ya desde el sendero Michelle reconoció el cabello rubio de Sally Carstairs. Al llegar a la playa, Michelle empezó a correr.

– ¡Hola! -gritó. Sally alzó la vista y la saludó con un ademán.- Lamento llegar tarde. Papá terminó recién los huevos. ¿Crees que alguien se dará cuenta de que no están fríos?

– ¿A quién le importa eso? Temía que no vinieras.

Michelle miró a Sally tímidamente.

– Estuve a punto de no venir. Pero es un día tan lindo…

Su voz se apagó y Sally la vio mirar el reborde de granito donde Susan Peterson estaba arrodillada junto a Jeff.

– No te preocupes por ella – dijo Sally-. Si empieza a fastidiarte de nuevo, no le hagas caso simplemente. Se burla de todo.

– ¿Cómo sabías que es eso lo que me preocupaba?

Sally se encogió de hombros.

– También yo solía preocuparme por ello. Solo porque su padre es un personaje importante, ella cree serlo también.

– ¿No te agrada ella?

– No lo sé -repuso Sally pensativa-. Creo que en realidad no pienso en ello. Quiero decir, la conozco de toda mi vida y siempre ha sido mi amiga.

– Sensacional – dijo Michelle.

Sentándose en una manta, junto a Sally, tomó una botella de bebida gaseosa.

– ¿Puedo beber un sorbo de esto?

– Bébetela toda -repuso Sally-. Yo ya no puedo beber más. ¿Qué es lo sensacional?

– Conocer a alguien de toda la vida. No hay nadie a quien haya conocido toda mi vida -explicó Michelle. Su voz descendió casi hasta un susurro.- A veces me pregunto quién soy en realidad.

– Tú eres Michelle Pendleton. ¿Quién ibas a ser, si no?

– Es que soy adoptada -dijo lentamente Michelle. Bueno, ¿y qué? Sigues siendo tú.

Súbitamente deseosa de cambiar de tema, Michelle se puso de pie.

– Bueno, vamos a ver qué encontraron ellos.

A lo lejos, en las rocas, todos se apretujaban en torno a Jeff, quien sostenía algo en la mano.

Era un pulpo diminuto, de apenas siete centímetros de diámetro ,que se retorcía indefenso en la palma de Jeff. Al acercarse Michelle y Sally, Jeff lo ofreció sonriendo.

– ¿Quieren tenerlo?

Era un desafío. Sally se encogió, retrocediendo. Pero Michelle extendió la mano, al principio titubeante, y tocó la resbaladiza superficie de la piel del pulpo.

– No muerde -le aseguró Jeff, lanzando una mirada desdeñosa a Susan Peterson.

Vacilante. Michelle tomó al pequeño ser marino y le dio vuelta cuidadosamente. El diminuto pulpo estiró un tentáculo, se afirmó contra el dedo de ella y se enderezó.

– ¿No se morirá fuera del agua? -preguntó Michelle.

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