John Saul - Ciega como la Furia

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Con ojos dilatados y perplejos, Michelle miró a su madre, viendo el temor que cubría el rostro de June como una máscara obsesionante.

– ¿Qué pasó? ¿Por qué estoy en cama?

Michelle iba a sentarse, pero una punzada de dolor le atravesó el costado izquierdo, arrancándole una exclamación ahogada. Al mismo tiempo, June puso las manos en los hombros de Michelle y la empujó con suavidad diciendo:

– No intentes moverte. Solo quédate muy quieta, acostada, yo iré en busca de papá.

– Pero ¿que ocurrió? -suplicó Michelle-. ¿Qué me sucedió?

– Tropezaste en el sendero y caíste -le contestó June-. Ahora quédate acostada y deja que llame a papá. Entonces te contaremos todo al respecto.

June se apartó del lecho acercándose a la puerta.

– ¡Cal! -llamó-. ¡Cal, ya está despierta! -Sin esperar a que él respondiera entró de nuevo en la habitación para detenerse junto a la cama de Michelle.- ¿Cómo te sientes, cariño?

– No lo sé balbuceó Michelle-. Me siento como… – vaciló, buscando la palabra correcta-. Entumecida, creo. ¿Cómo llegué aquí?

– Te trajo tu padre – le dijo June -, Jeff Benson vino a buscarlo, luego…

Cal apareció en el vano, y cuando los ojos de Michelle se cruzaron con los de su padre, supo que algo había cambiado. Era el modo en que la miraba, como si ella hubiese hecho algo… algo malo. Pero lo único que había hecho ella era tener un accidente. ¿Era posible que él estuviese enojado con ella por eso?

– ¿Papá?

Cuando susurró la palabra, ésta pareció repercutir en la habitación, y vio que su padre retrocedía levemente. Pero luego se acercó a ella, le tomó la muñeca, contó su pulso y procuró sonreír.

– ¿Te duele mucho? -preguntó con suavidad.

– Si me quedo quieta, no es más que una especie de dolor sordo -replicó Michelle.

Quería tenderle los brazos, abrazarlo y sentirse abrazada por él. Pero sabía que no podía hacerlo.

– Procura no moverte -le aconsejó el-. Solo quédate acostada, perfectamente inmóvil, y yo te daré algo para el dolor.

– ¿Qué ocurrió? -volvió a preguntar Michelle-. ¿Caí de muy alto?

– Todo va a ser perfecto, preciosa -le contestó Cal, eludiendo su pregunta.

Con mucha suavidad, echó atrás las cobijas y comenzó a examinar a Michelle, moviendo lentamente los dedos sobre su cuerpo, deteniéndose cada pocos centímetros, hurgando, apretando. Cuando se acercó a la cadera izquierda de Michelle, ésta lanzó un repentino grito de dolor. Instantáneamente, Cal retiró las manos.

– Trae mi maleta, ¿quieres, querida?

Al hablar, mantuvo los ojos fijos en Michelle y procuró no dejar que su voz delatara los temores que estaban creciendo en su interior. June salió del cuarto. Mientras aguardaba su regreso, Cal habló tranquilamente con Michelle, procurando calmar los temores de ella y también los suyos.

– Nos diste un susto. ¿Recuerdas lo que sucedió? ¿Cualquier cosa?

– Yo volvía a casa -empezó Michelle-. Subía por el sendero, corriendo un poco, creo, y… y debo de haber resbalado.

Con los ojos azules nublados de preocupación, Cal observaba a Michelle atentamente.

– Pero ¿por qué volvías a casa? ¿Había terminado la merienda al aire libre?

– No… -titubeó Michelle-. Es que… es que no quería quedarme más tiempo. Algunos chicos me estaban fastidiando.

– ¿Fastidiándote? ¿Fastidiándote acerca de qué?

"Acerca de ustedes'', quiso exclamar ella. "Acerca de que tú y mamá ya no me quieren más". Pero en lugar de expresar sus pensamientos, Michelle se limitó a sacudir la cabeza con incertidumbrc.

– No recuerdo -susurró-. No recuerdo nada.

Cerrando los ojos, procuró expulsar de su mente el sonido de la voz burlona de Susan Peterson. Pero allí permaneció, resonando fuertemente en su cerebro, casi tan dolorosa como el sordo malestar que impregnaba su cuerpo.

Cuando June volvió a entrar en la habitación, Michelle abrió los ojos y vio que su madre sacaba del maletín un frasquito, llenaba con él una aguja hipodérmica y luego le frotaba el brazo con alcohol.

– Esto no te dolerá -le prometió con forzada sonrisa -. Por lo menos comparado con lo que ya soportaste. – Administró la inyección, luego se irguió diciendo:- Ahora, quiero que te duermas. La inyección hará que se vaya el dolor, pero quiero que te quedes acostada y procures dormir.

– Pero si ya estuve durmiendo -protestó Michelle. -Has estado inconsciente -la corrigió Cal, mientras una sonrisa suavizaba las arrugas de preocupación que parecían grabadas en su rostro -. Una hora inconsciente no cuenta como un sueñecito. Tómate entonces un sueñecito.

Con un guiño para ella, se volvió y se dispuso a salir de la pieza.

– ¿Papá? -La voz de Michelle, clara en el súbito silencio de la habitación, lo detuvo. Con expresión interrogante se volvió hacia ella. Michelle lo miró con ojos nublados por el dolor.- Papá – repitió con voz que ahora fue poco más que un susurro-. ¿Me quieres mucho?

Cal guardó silencio un momento; luego regresó junto a su hija. Inclinándose sobre ella, le besó dulcemente la mejilla.

– Por supuesto que sí, preciosa. ¿Por qué no iba a quererte así?

Michelle lo miró con gratitud. No hay razón – repuso-. Pensaba, nada más.

Al salir Cal de la habitación. June se acercó y con mucho cuidado se sentó en el borde de la cama. Tomando una mano de Michelle entre las suyas, dijo:

– Los dos te queremos mucho. ¿Algo te hizo pensar que no?

Michelle sacudió la cabeza, pero sus ojos, ahora húmedos de lágrimas, permanecieron fijos en la cara de June, como preguntando algo. June se inclinó y besó a Michelle, demorando los labios en la mejilla de su hija.

– Me pondré bien, mamá -dijo de pronto Michelle-. ¡De veras que sí!

– Por supuesto que te pondrás bien, querida -respondió June antes de incorporarse y acomodar las cobijas sobre Michelle-. ¿Quieres que te traiga algo?

Michelle sacudió la cabeza; luego cambió de idea.

– Mi muñeca dijo. ¿Podrías traerme a Mandy? Está en el alféizar de la ventana.

June recogió la muñeca, la llevó a la cama y la puso en la almohada, junto a Michelle. Aunque el rostro se le retorció de dolor por el esfuerzo, Michelle dio vuelta a Mandy, la arropó bajo las cobijas y luego se recostó, con la carita de porcelana como la de un niño pequeño contra rl hombro. Cerró los ojos.

June se quedó observando un momento a Michelle; luego, creyendo que su hija ya se había dormido, salió del cuarto en puntas de pie, cerrando la puerta con cuidado.

Sentado a la mesa de la cocina, Cal miraba por la ventana, fijando sus ojos en el horizonte, sin ver.

Todo iba a suceder de nuevo.

Solo que esta vez la víctima de su incompetencia no iba a ser un extraño, alguien a quien él apenas conocía. Esta vez iba a ser su propia hija.

Y esta vez no habría excusas fáciles, no podría calmar su conciencia diciéndose que cualquiera podía cometer tal error.

Sin darse cuenta bien de lo que hacía, Cal se levantó y se sirvió un alto vaso de whisky.

June entró en la cocina cuando él había bebido su primer trago de licor. Por un momento no estuvo segura de que él advirtiera su presencia. Después él habló.

– Es mi culpa.

June supo instantáneamente que estaba pensando en Alan Hanley y conectando su muerte con el accidente de Michelle.

– No es tu culpa -repuso ella-. Lo que le pasó a Michelle fue un accidente, y aunque sé que tú no lo crees, la muerte de Alan Hanley también fue un accidente. Tú no lo mataste, Cal, y tampoco empujaste a Michelle del risco.

Fue como si él no la hubiese oído.

– No debí haberla traído arriba – dijo con voz apagada, sin vida-. Debí haberla dejado en la playa hasta que pudiera conseguir una camilla.

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