Fue breve con el resumen, saltándose algunos detalles, luego terminó anunciando, enfadado, que alguien había filtrado la información crucial de la máscara antigás al reportero del Argus Kevin Spinella.
Mirando a su alrededor, preguntó:
– ¿Alguien sabe cómo se ha enterado?
Rostros carentes de expresión recibieron su pregunta.
Irritado por el calor, y por Cleo, y por todo en ese momento, dio un fuerte golpe con el puño en la mesa.
– Es la segunda vez que ocurre esto en los últimos meses. -Lanzó una mirada a su ayudante, la inspectora Kim Murphy, quien asintió como para confirmarlo-. No estoy diciendo que haya sido alguien de esta sala -añadió-. Pero voy a averiguar quién es el responsable pase lo que pase y quiero que estéis todos bien atentos. ¿De acuerdo?
Todo el mundo asintió. Luego se hizo un silencio breve y profundo, roto por el fogonazo de un relámpago y el parpadeo repentino de todas las luces de la sala. Unos momentos después se oyó el estruendo de otro trueno.
– Desde un punto de vista organizativo, mañana no estaré aquí para las reuniones, que dirigirá la inspectora Murphy.
Kim Murphy volvió a asentir.
– Estaré fuera del país unas horas -prosiguió Grace-. De todos modos, tendré el móvil y la Blackberry, así que estaré localizable en todo momento por teléfono y correo electrónico. De acuerdo, ahora escuchemos vuestros informes individuales. -Miró sus notas, para comprobar las tareas que habían sido asignadas, aunque recordaba la mayoría de memoria, si no todas-. ¿Norman?
La voz de Potting era grave, a veces un gruñido apagado, tosco por la manera de pronunciar las erres, un modo propio de las zonas rurales.
– Tengo algo que podría ser importante, Roy -dijo el sargento.
Grace le indicó que continuara.
Potting, que se centraba mucho en los detalles, transmitió la información con la terminología formal y pesada que podría haber empleado al dar su testimonio desde un estrado.
– Me pediste que comprobara todas las cámaras de seguridad de la zona. Repasé el Vantage para ver los incidentes registrados durante la noche del jueves y observé que ayer por la mañana a primera hora se halló la furgoneta de un fontanero, cuyo robo se denunció el jueves por la tarde en Lewes, abandonada en la vía de acceso de una gasolinera BP, en el carril oeste de la A 27, a tres kilómetros al este de Lewes.
Hizo una pausa para volver un par de páginas de su libreta de rayas.
– Tomé la decisión de investigarlo porque me pareció muy extraño…
– ¿Por qué? -preguntó la sargento Bella Moy volviéndose en su contra.
Grace sabía que Bella no aguantaba a Potting y que aprovecharía cualquier oportunidad para humillarle.
– Bueno, Bella, me extrañó que unos gamberros eligieran una furgoneta llena de herramientas de fontanería para salir a divertirse -contestó, provocando un ligero regocijo en los demás. Incluso Grace se permitió una breve sonrisa.
– Pero sí podría ser obra de un fontanero deshonesto -contestó Bella, impertérrita.
– No con lo que cobran. Todos los fontaneros conducen Rolls.
Esta vez la carcajada fue aún más sonora. Grace levantó una mano para hacerlos callar.
– ¿Podemos ceñirnos al tema, por favor? Estamos tratando algo muy serio.
Potting prosiguió.
– Me dio mala espina. La furgoneta de un fontanero abandonada. Sobre la misma hora en que mataron a la señora Bishop. No sé explicar por qué lo relacioné. Digamos que fue olfato de policía.
Miró a Grace, que respondió asintiendo con la cabeza. Sabía a qué se refería Potting. Los mejores policías tenían intuiciones. Presentimientos. La capacidad de saber -oler- cuándo algo pintaba bien o mal, por razones que nunca podían explicar lógicamente.
Bella miró de manera infantil a Norman Potting, como si intentara obligarle a bajar la mirada. Grace anotó mentalmente hablar con ella después sobre su actitud.
– He ido a la gasolinera de BP esta mañana y he pedido permiso para visionar las imágenes de la noche anterior de la cámara de seguridad del patio. El personal se mostró servicial, en parte porque dos personas se habían ido sin pagar. -De repente, Potting miró a Bella con petulancia-. La cámara recoge un fotograma cada treinta segundos. Cuando he examinado la cinta, he visto que un BMW descapotable se detuvo unos minutos antes de la medianoche. Luego he determinado que el vehículo pertenecía a la señora Bishop. También he podido identificar que la mujer que caminaba hacia la tienda de la gasolinera era la señora Bishop.
– Podría ser importante -dijo Grace.
– Aún se pone mejor. -Ahora el veterano inspector aún parecía más satisfecho consigo mismo-. Luego he ido a la residencia de los Bishop, en Dyke Road Avenue, y he comprobado el interior del coche. He encontrado un tique de aparcamiento de zona azul, emitido a las 17.11 del jueves por una máquina de Southover Road, en Lewes. La furgoneta fue robada de un aparcamiento justo detrás de Cliffe High Street, a unos cinco minutos a pie.
Potting no dijo nada más. Al cabo de unos momentos, Grace le instó a continuar:
– ¿Y?
– Por ahora no puedo añadir nada más, Roy. Pero presiento que existe una relación.
Grace lo miró fijamente. Potting, que tenía una vida personal desastrosa, y suficiente incorrección política para encolerizar a la mitad de las Naciones Unidas, ya había conseguido antes, a pesar de todo su historial personal, unos resultados extraordinarios.
– Sigue investigando -le dijo, y se volvió hacia el inspector Zafferone.
A Alfonso Zafferone le había asignado la tarea importante pero aburrida de establecer las cronologías. Mascando chicle con insolencia, informó de su trabajo con el equipo Holmes, determinando la secuencia de los acontecimientos que habían rodeado el hallazgo del cadáver de Katie Bishop.
El joven agente relató que Katie Bishop había comenzado el día de la noche en que murió con una hora de ejercicio en casa, con su entrenador. Grace anotó que tendría que interrogarlo.
Luego, había acudido a un salón de belleza de Brighton, donde le hicieron la manicura. Grace apuntó que había que interrogar al personal. Seguidamente, había almorzado en el restaurante Havana de Brighton con una señora llamada Caroline Ash, la responsable de una organización benéfica dedicada a los niños, Rocking Horse Appeal, para hablar de una gala que ella y su marido tenían programado ofrecer en septiembre en su casa de Dyke Road Avenue para recaudar fondos. Grace anotó que había que interrogar a la señora Ash.
El agotador día de la señora Bishop, dijo Zafferone, con bastante sarcasmo, continuó con una visita a la peluquería a las tres. Luego se perdía su rastro. Era evidente que la información que había proporcionado Norman Potting llenaba el intervalo.
El siguiente informe era del último miembro reclutado para el equipo de Grace, una agente con ojo de lince de unos treinta años, largos, que se llamaba Pamela Buckley, a quien muchos confundían constantemente con la agente de Relaciones Familiares Linda Buckley; eran tan parecidas físicamente que podrían ser hermanas: las dos eran rubias, pero Linda Buckley llevaba el pelo a lo chico y Pamela lo tenía más largo, recogido con austeridad.
– He encontrado al taxista que llevó a Brian Bishop del Hotel du Vin al Lansdowne Place -dijo Pamela Buckley, y consultó su libreta-. Se llama Mark Tuckwell y trabaja para la empresa Hove Streamline. No recuerda que Bishop se hiciera daño en la mano.
– ¿Podría haberse lastimado sin que lo advirtiera el conductor?
– Es posible, señor, pero improbable. Se lo he preguntado. Dice que Bishop estuvo absolutamente callado durante el trayecto. Le parecía que si se hubiera hecho daño, habría dicho algo.
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