»De nuevo trató de hacerme cambiar de idea. Me dijo que ya antes había visto este tipo de cosa: el sentido de culpabilidad del superviviente. Y, cuanto más hablaba, más me enfadaba yo… ¡pobre hombre! Pero, como yo ya era mayor de edad, no tenía elección. Regresé a L. A. llena de buenos propósitos, orgullosa con el deber cumplido…, ya no era una estudiante más en la maquinaria universitaria, era una mujer con una misión en la vida. Pero en el mismo momento en que entré en mi habitación del Colegio Mayor, cayó sobre mí lo tremendo que era todo aquello. Me di cuenta de que mi vida ya no volvería a ser la misma, que ya nunca sería normal. Me enfrenté a ello no parando ni un instante, dándole órdenes al abogado, trasladándome a la casa, firmando papeles. Convenciéndome a mí misma, Alex, de que estaba al cargo de todo. Le encontré este hospital…, no tiene un aspecto demasiado agradable por fuera, pero la tratan de un modo muy especial. Elmo es fantástico, está totalmente dedicado a los cuidados personalizados.
Alzó mi mano hasta su mejilla, luego la colocó sobre su regazo y la apretó allí, firmemente.
– Y ahora te toca el turno, Alex. Tu entrada en este follón. La noche en que me hallaste con la foto era poco después de que hubieran traído a Shirlee en avión… ¡vaya trabajo sólo el sacarla de un avión y meterla en una ambulancia! Llevaba días sin dormir y estaba en tensión y fatigada. La foto había llegado en una caja con otros papeles de la familia: estaba en el bolso de Mami el día en que murió.
«Comencé a mirarla, y me caí dentro de ella, como Alicia se cayó agujero abajo. Estaba tratando de integrarlo todo, de recordar los buenos viejos tiempos. Pero al mismo tiempo me sentía muy irritada por haber sido engañada, por el hecho de que mi vida entera había sido un engaño…, cada momento teñido de mentiras. Me sentía mala, Alex, llena de náuseas. Tenía arcadas que me surgían de lo más profundo del estómago. Era como si la foto me hubiese atrapado… me estuviese devorando del mismo modo que la piscina se había tragado a Shirlee. Me quedé como atontada, lo estuve durante días…, estaba colgando de mi cordura por un hilo cuando llegaste tú.
»No te oí llegar, Alex. Ni te vi hasta que estuviste encima de mí. Y parecías irritado, como juzgándome. Regañándome. Cuando tomaste la foto del suelo y la examinaste, fue como si me hubieses invadido, o te hubieras abierto paso con violencia al interior de mi dolor privado. Y yo quería ese dolor para mí sola…, quería algo para mí sola. Así que estallé. Lo siento mucho.
Devolví la presión de su mano.
– No pasa nada.
– El siguiente par de semanas fue horrible, una pura pesadilla. Me preocupaba lo que había hecho contigo y conmigo; pero, francamente, no tenía fuerzas para poder hacer algo al respecto, me culpaba porque no podía obligarme a sentir algo más de emoción. Tenía tanto de lo que preocuparme: mi rabia contra mis padres por haberme mentido, mi dolor por haberlos perdido, mi ira contra Shirlee por regresar tan estropeada, por ser incapaz de responder a mi amor. En ese tiempo no me di cuenta de que estaba vibrando, tratando de comunicarse conmigo. Eran demasiados cambios a la vez. Como una maraña de cables cargados que se entrecruzaban y me abrasaban el cerebro. Me busqué ayuda.
– Kruse.
– A pesar de lo que tú opines de él, me ayudó, Alex. Me ayudó a recomponerme. Y me dijo que tú vendrías a buscarme, lo que me haría saber que te preocupabas por mí. Y yo me preocupaba por ti…, por esto finalmente me obligué a verme contigo, a pesar de que Paul me dijo que aún no estaba preparada. Y tenía razón: me porté como una ninfomaníaca porque me sentía que no valía nada, que había perdido el control, y pensaba que te debía algo. El actuar como una bomba erótica me hacía sentir que controlaba la situación, como si estuviera despojándome de mi vieja personalidad y adoptando una nueva; pero sólo por poco tiempo. Luego, mientras tú dormías, sentí desprecio por lo que yo había hecho, y sentí desprecio por ti. Y lo eché todo encima tuyo, porque tú estabas allí.
Apartó la mirada.
– Y, porque tú eras bueno, yo eché a perder lo que teníamos, pues era incapaz de tolerar la bondad. Alex: no creía merecerme la bondad. Y, después de tantos años, aún lamento aquello.
Me quedé sentado, tratando de asimilarlo todo.
Se inclinó hacia mí y me besó. Gradualmente, el beso fue calentándose y haciéndose más profundo y nos encontramos apretados el uno contra el otro, tocándonos, con nuestras lenguas bailando. Después, ambos nos apartamos.
– Sharon…
– Sí, lo sé -dijo ella-. Otra vez no. ¿Cómo sabrías si estás a salvo?
– Yo…
Colocó un dedo sobre mis labios.
– No hay razón para dar explicaciones, Alex. Es historia antigua. Sólo quería demostrarte que no soy totalmente mala.
Me quedé en silencio, no le dije lo que me pasaba por la cabeza. Que quizá podríamos volver a empezar… lenta, cuidadosamente. Ahora que los dos habíamos crecido.
– Ahora te dejaré ir -cortó ella el silencio.
Volvimos, cada uno en su coche.
De vuelta de la casa de Kruse, me quedé sentado en mi sala de estar, con las luces apagadas y le di vueltas a todo, una y otra vez, dentro de mi cabeza: Park Avenue, veraneos en Southampton. Mami y Papi. Martinis en el solárium. Estereotipos de la alta sociedad.
Mi vida entera había sido un engaño… cada momento teñido de mentiras.
Pensé en Shirlee Ransom. Vegetativa. Chillando como un muñeco. Me pregunté si algún retazo de la historia habría sido cierto.
Si amaba a su gemela, ¿cómo podía haberse matado, abandonando a una impedida sin esperanza alguna de curación?
A menos que Shirlee también estuviera muerta.
S y S, compañeras silenciosas.
Un par de niñitas, hermosas, de cabello oscuro. Montañas al fondo. Cornetes de helado en manos opuestas.
Gemelas de espejo. Ella es zurda, yo diestra.
De repente me di cuenta de lo que me había estado preocupando de la película porno…, aquello que todo el rato había estado en la punta de mi lengua y no había podido expresar.
Sharon era diestra, pero para acariciar, para dar masajes en la película, había preferido la mano izquierda.
El actuar como una bomba erótica me hacía sentir que controlaba la situación, como si me estuviera despojando de mi vieja personalidad y adoptado una nueva.
¿Cambiando? ¿Probando una nueva identidad?
La mano izquierda. La siniestra… Siniestra: algunas culturas primitivas consideraban aquello como malvado.
Colocándose una peluca rubia y convirtiéndose en una chica mala… una zurda chica siniestra.
De repente, algo de la historia del accidente en la piscina me empezó a preocupar…, algo que no me había preocupado seis años antes, cuando quería creerla.
Los detalles, las imágenes tan coloristas.
Demasiado complejo para una niña de tres años. Demasiado para ser recordado por alguien que casi era un bebé.
Detalles practicados. ¿O una mentira bien aprendida? ¿Se la habían enseñado? ¿Le habían amplificado la memoria?
Como se hace mediante la hipnosis.
Como hacia Paul Kruse, experto hipnotizador. Cineasta amateur. Profesional de lo sórdido.
Ahora estaba seguro de que él había sabido lo suficiente como para llenar todos los espacios en blanco. Y había muerto con ese conocimiento. De un modo horrible, sangriento, llevándose a dos personas más con él.
Y yo, más que nunca, quería saber el porqué.
Sintiéndome infectado, portador de alguna espantosa enfermedad, anulé mi vuelo a San Luis, encendí la tele, y me busqué algo de compañía electrónica.
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