John Lindqvist - Déjame entrar

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Oskar, un niño solitario y triste que vive en los suburbios de Estocolmo, tiene una curiosa afición: le gusta coleccionar recortes de prensa sobre asesinatos violentos. No tiene amigos y sus compañeros de clase se mofan de él y le maltratan.
Una noche conoce a Eli, su nueva vecina, una misteriosa niña que nunca tiene frío, despide un olor extraño y suele ir acompañada de un hombre de aspecto siniestro. Oskar se siente fascinado por Eli y se hacen inseparables. Al mismo tiempo, una serie de crímenes y sucesos extraños hace sospechar a la policía local de la presencia de un asesino en serie. Nada más lejos de la realidad.

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De esa manera, por ejemplo, se había enterado de cómo andaba la investigación en el caso del robo de la tienda de música y radio en la plaza de Islandstorget que él, Robban y Lasse habían cometido.

Ningún rastro de los delincuentes. Su madre había dicho eso exactamente: «Ningún rastro de los delincuentes». Palabras de Staffan. No tenían ni siquiera la descripción del coche.

Tommy y Robban tenían dieciséis años y estaban en primero de bachillerato. Lasse tenía diecinueve y algún fallo en la cabeza, trabajaba clasificando placas de chapa para LM Ericsson en Ulvsunda. Pero tenía carné de conducir. Y un Saab blanco del 74 al que ellos habían cambiado el número de la matrícula con un rotulador antes del robo. Para nada, puesto que nadie había visto el coche.

El botín lo habían guardado en el refugio en desuso, que estaba enfrente del trastero que hacía las veces de local de su club. Habían cortado la cadena de la puerta con unas tenazas y puesto un candado nuevo. No sabían aún cómo iban a deshacerse de todo, la cosa había sido el robo en sí. Lasse había vendido un radiocasete a un compañero de trabajo por doscientas, pero eso era todo.

Además, les había parecido más seguro no sacar las cosas durante un tiempo. Y, sobre todo, no dejar que Lasse se ocupara de la venta, puesto que… le faltaba un hervor, como decía su madre. Pero ya habían pasado dos semanas desde el robo y además a la policía le habían salido otras muchas cosas en las que pensar.

Tommy hojeó el periódico y rio para sí. Sí, sí. Otras muchas cosas en las que pensar. Robban tamborileaba con golpes restallantes en la pierna.

– Venga, vamos. Cuéntanoslo. Tommy alzó la revista hacia él.

– Kawasaki. Trescientos cúbicos. Inyección directa y…

– Deja de hacer el tonto. Cuéntalo ahora.

– ¿Qué?, ¿lo del asesinato?

– Sí.

Tommy se mordió el labio, haciendo como si estuviera pensando.

– Cómo era esto…

Lasse echó su largo cuerpo hacia delante en el sofá, se dobló como una navaja.

– ¡Vamos! ¡Cuéntanoslo!

Tommy dejó el periódico y miró fijamente a Lasse.

– ¿Estás seguro de que quieres oírlo? Es bastante espeluznante.

– ¡Ah!

Lasse se hizo el valiente, pero Tommy notó el desasosiego en sus ojos. No hacía falta más que hacer una mueca fea, hablar con la voz rara sin parar, para que Lasse tuviera miedo de verdad. Una vez,

Tommy y Robban se habían disfrazado de zombis con las pinturas de la madre de Tommy, habían aflojado la bombilla del techo y habían esperado a Lasse. La cosa terminó con Lasse cagándose en los pantalones y Robban salió con un moratón en el mismo sitio donde antes se había puesto sombra de ojos azul oscura. Después de aquello se cuidaron mucho de asustar a Lasse.

Lasse se movía ahora en el sofá, cruzando los brazos sobre el pecho como para demostrar que estaba dispuesto a todo.

– Bueno, es que… esto no ha sido precisamente un asesinato normal, por así decirlo. Encontraron al chico… colgando en un árbol.

– ¿Cómo? ¿Colgado? -preguntó Robban.

– Sí, colgado. Pero no del cuello. De los pies. Colgaba boca abajo, vamos. En el árbol.

– Pero de eso no se muere nadie.

Tommy miró detenidamente a Robban, como si ése fuera un punto de vista interesante, luego continuó:

– No. Claro que no. Pero también tenía el cuello cortado. Y de eso sí que se muere uno. Todo el cuello. Cortado. Como un… melón. -Se pasó el dedo índice por el cuello para demostrar cómo había ido el cuchillo.

Lasse se llevó la mano al cuello como para protegerlo, negando lentamente con la cabeza.

– Pero ¿por qué estaba colgado de esa manera?

– ¿Y tú qué crees?

– No sé.

Tommy se pellizcó el labio inferior mientras ponía cara de estar pensando.

– Ahora vais a oír lo más raro de todo. Si uno le corta a alguien el cuello para que éste muera, entonces sale mucha sangre. ¿No es así?

Lasse y Robban asintieron. Tommy calló un momento ante la expectación de los otros antes de soltar la bomba.

– Pues en el suelo, debajo, donde colgaba el chico, no había casi nada de sangre. Sólo unas gotas. Y tuvo que haber expulsado unos cuantos litros estando allí colgado.

El cuarto del sótano se quedó en silencio. Lasse y Robban miraban fijamente al frente con ojos inexpresivos hasta que Robban, irguiéndose, dijo:

– Ya lo sé. Fue asesinado en otro sitio. Y después colgado allí.

– Mmm. Pero en ese caso, ¿por qué lo colgó el asesino? Si uno ha matado a alguien lo que quiere es deshacerse del cadáver.

– Tal vez se trate de… un enfermo mental.

– Puede. Pero yo creo otra cosa. ¿Habéis visto un matadero? ¿Cómo hacen con los cerdos? Antes de cortarlos les sacan toda la sangre. ¿Y sabéis cómo lo hacen? Los cuelgan boca abajo. En un gancho. Y les cortan el cuello.

– O sea que tú crees… ¿Cómo? ¿Que el chico… que el asesino pensaba despedazarlo ?

– ¿Eeeeh?

Lasse miró con incredulidad a Tommy y a Robban, y de nuevo a Tommy, para ver si le estaban tomando el pelo. Pero no vio ninguna señal de que fuera así y dijo:

– ¿ Hacen eso? ¿Con los cerdos?

– Sí. ¿Qué pensabas tú?

– Pues que lo hacía algún tipo de… máquina.

– ¿Y te parece que eso sería mejor?

– No, pero… ¿ están vivos entonces?, ¿cuándo los… cuelgan?

– Sí. Están vivos. Y patalean. Y chillan.

Tommy imitó a un cerdo chillando y Lasse se hundió en el sofá mirándose las rodillas. Robban se levantó, dio una vuelta y se volvió a sentar en el sofá.

– Pero eso no encaja. Si el asesino pensaba descuartizarlo, tendría que haber sangre.

– Eso lo has dicho tú , que pensaba descuartizarlo. Yo no lo creo.

– ¿No? ¿Qué piensas tú entonces?

– Yo creo que lo que buscaba era la sangre. Que por eso mató al chico. Para sacarle la sangre. Y que se la llevó.

Robban asintió lentamente con la cabeza mientras con el dedo se rascaba la costra de una espinilla grande en la comisura de la boca.

– Pero ¿para qué? ¿Para beberla , o para qué?

– Sí. Por ejemplo.

Tommy y Robban se hundieron en representaciones mentales del asesinato y de lo que habría ocurrido luego. Después de un rato, Lasse levantó la cabeza y los interrogó con la mirada. Tenía lágrimas en los ojos.

– ¿Se mueren pronto los cerdos?

Tommy le miró duramente a los ojos.

– No.

– Salgo un momento.

– No…

– Salgo sólo al patio.

– No te irás a ningún otro sitio, ¿verdad?

– Que no.

– Te llamo cuando sea la hora.

– No. Ya vengo yo. Tengo reloj. No me llames.

Oskar se puso la cazadora, el gorro. Se detuvo cuando iba a meter un pie en la bota. Fue con sigilo hasta su habitación y cogió el cuchillo, se lo guardó dentro de la cazadora. Se ató las botas. Se oyó de nuevo la voz de su madre desde el cuarto de estar:

– Hace frío fuera.

– Tengo el gorro.

– ¿En la cabeza?

– No. En el pie.

– No es para hacer bromas. Ya sabes lo que te pasa…

– Hasta luego.

– … con los oídos.

Salió, miró el reloj. Las siete y cuarto. Tres cuartos de hora hasta que empezara la tele. Seguro que Tommy y los otros estaban abajo, en el cuarto del sótano, pero no se atrevía a ir allí. Tommy era majo, pero los otros… Sobre todo si habían esnifado podían tener ideas raras.

Así que se dirigió al parque infantil que estaba en el centro del patio. Dos árboles gruesos que a veces usaban como porterías, un tobogán, un cajón con arena y tres columpios con neumáticos de coches colgando de las cadenas. Se sentó en uno de los neumáticos y se columpió despacio.

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