Anne Rice - La Hora Del Angel

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Con La hora del ángel, primer volumen de su nueva serie, Anne Rice retoma su narrativa más oscura para convertir a los ángeles en protagonistas.
Toby O’Dare, un famoso asesino a sueldo, es un hombre despiadado que recibe órdenes del Hombre Justo. Se mueve en un mundo de pesadilla hasta que aparece un forastero misterioso, un serafín, y le ofrece la oportunidad de salvar vidas en lugar de destruirlas.
Viaja atrás en el tiempo hasta la Inglaterra del siglo XIII, y en ese escenario primitivo, comienza su peligrosa búsqueda de la salvación: una odisea llena de lealtades y traiciones, de egoísmo y amor.

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La realidad, para mí, era ésta: que no sabía si todo aquello había ocurrido o no. No sabía si era un sueño imaginado por mí, o inducido por alguien situado cerca de mí. Sólo sabía que me había cambiado por completo y que haría cualquier cosa, cualquiera, por ver otra vez a Malaquías, por oír su voz, simplemente por mirarlo a los ojos. Simplemente por saber que todo había sido real, o por perder la sensación de que todo había sido innegablemente real, de que me estaba volviendo loco.

Había otra idea que me rondaba, pero no conseguí precisar cuál era. Me puse a rezar. Pedí de nuevo a Dios que me perdonara todas las cosas que había hecho. Pensé en los rostros que había visto entre el gentío e hice un profundo acto de contrición por cada uno de ellos. El hecho de poder recordarlos a todos, incluso a los hombres a los que maté primero, tantos años atrás, me dejó asombrado.

Luego recé en voz alta:

– Malaquías, no me dejes solo. Vuelve, aunque sólo sea para orientarme sobre lo que debo hacer ahora. Sé que no merezco que vuelvas, no más de lo que lo merecía la primera vez. Pero te lo ruego, no me dejes solo. Ángel de Dios, mi querido custodio, te necesito.

Nadie podía oírme en la galería silenciosa y oscura. Sólo soplaba una tenue brisa matutina, y en lo alto del cielo neblinoso las estrellas emitían sus últimos parpadeos.

– Echo de menos a las personas que he dejado -seguí diciéndole, aunque no estaba allí-. Echo de menos el amor que sentí en ti, y el amor por todos ellos, y la felicidad, la pura felicidad de arrodillarme en Notre Dame a dar gracias al cielo por lo que me había dado. Malaquías, tanto si todo ha sido real como si no, vuelve a mi lado.

Cerré los ojos. Agucé el oído por si escuchaba los cantos de los serafines. Intenté imaginarlos delante del trono de Dios, ver aquel resplandor glorioso y oír su inacabable canto de alabanza.

Tal vez a través del amor que sentía por aquellas personas de una época lejana había entreoído algo de aquella música. Tal vez la había oído cuando Meir, Fluria y toda la familia partieron sanos y salvos de Norwich.

Pasó largo tiempo antes de que abriera los ojos.

Había llegado el alba, y todos los colores de la galería eran visibles. Contemplé los geranios de color púrpura que rodeaban los naranjos plantados en los tiestos toscanos y pensé en lo extraordinariamente hermosos que eran, y de pronto me di cuenta de que Malaquías estaba sentado al otro lado de la mesa.

Me sonreía. Su aspecto era exactamente el mismo de la primera vez que lo vi. La complexión delicada, el cabello negro sedoso, los ojos azules. Estaba sentado con las piernas extendidas a un lado, apoyado en el codo, y me miraba como si llevara largo tiempo haciéndolo.

Sentí un temblor en todo el cuerpo. Alcé las manos como para rezar, me cubrí la boca mientras tragaba saliva, y susurré con voz trémula:

– Gracias al cielo.

Él se echó a reír sin ruido.

– Hiciste un trabajo espléndido -dijo.

Me disolví en lágrimas. Lloré como había llorado la primera vez, al regresar.

Me vino a la mente una cita de Dickens, y la pronuncié en voz alta porque la había memorizado muchos años atrás:

– «El cielo sabe que no hemos de avergonzarnos de nuestras lágrimas, porque son la lluvia que disuelve el polvo cegador de la tierra posado sobre nuestros duros corazones.»

Sonrió al oírlo, y asintió.

– Si fuera humano, yo también lloraría -susurró-. Es más o menos como una cita de Shakespeare.

– ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué has vuelto?

– ¿Por qué crees? -preguntó-. Tenemos otro encargo y no nos queda mucho tiempo que perder, pero hay algo que debes hacer antes de empezar, y tendrías que hacerlo ahora mismo. He estado esperando que lo hagas todos estos días. Pero has escrito la historia que tenías que escribir, y lo que te corresponde hacer ahora no está claro para ti.

– ¿Qué puede ser? ¡Déjame hacerlo, y vamos luego a nuestro nuevo encargo!

Me sentí demasiado excitado para seguir sentado en mi silla, pero es lo que hice mientras lo miraba con impaciencia.

– ¿No sacaste ninguna lección práctica del modo como trató Godwin a Fluria? -preguntó.

– No sé lo que quieres decir.

– Llama a tu antigua novia de Nueva Orleans, Toby O’Dare. Tienes un hijo de diez años. Y necesita saber de su padre.

13.40 h

21 de julio de 2008

Nota de la autora

Este libro es una obra de ficción. Sin embargo, algunos sucesos y personas reales han inspirado los sucesos y personajes de la novela.

Meir de Norwich existió realmente, y un manuscrito de sus poemas en hebreo se conserva en los Museos Vaticanos. Pero poco o nada se sabe de él, aparte de que vivió en Norwich y nos dejó ese manuscrito. Lo menciona V. D. Lipman en The Jews of Medieval Norwich (Los judíos del Norwich medieval), publicado por la Sociedad Histórica Judía de Londres, y en ese libro incluye poemas de Meir en su lengua hebrea original. Hasta donde yo sé, no existe ninguna traducción de la obra de Meir al inglés.

Quiero insistir en que el personaje de Meir en mi novela es ficción, y que mi propósito ha sido sólo rendir tributo a una persona de la que nada sabemos.

Los nombres de la novela, en particular Meir, Fluria, Lea y Rosa, eran comunes entre los judíos de Norwich y han sido tomados del libro de V. D. Lipman y de otras fuentes materiales. También esos personajes son pura ficción.

Hubo en la realidad un Isaac de Norwich que fue un eminente médico judío, pero mi retrato de ese hombre es también ficción.

Norwich tenía en esa época un auténtico sheriff que puede, sin duda, ser identificado históricamente, y también un obispo, pero no he considerado oportuno utilizar sus nombres ni incluir ningún detalle relacionado con ellos, porque son personajes de ficción en una historia de ficción.

El pequeño san Guillermo de Norwich existió efectivamente, y el libro de Lipman recoge la trágica historia de la acusación a los judíos de haberle dado muerte, como también Cecil Roth en A History of the Jews in England (Una historia de los judíos en Inglaterra), publicada por Clarendon Press.

Igualmente es cierta la historia del pequeño san Hugo de Lincoln, y de los tumultos de los estudiantes de Oxford contra los judíos. Roth y Lipman me prestaron una ayuda inmensa.

Muchos otros libros me han sido de inestimable utilidad para escribir el libro, entre ellos The Jews of Medieval Western Christendom, 1000-1500 (Los judíos de la cristiandad occidental medieval, 1000-1500), de Robert Chazan, publicado por la Cambridge University Press, y The Jews in the Medieval World: A Source Book, 315-1791 (Los judíos en el mundo medieval: fuentes, 315-1791), de Jacob Rader Marcus, publicado por Hebrew Union College Press de Cincinnati. Otras dos fuentes valiosas han sido Jewish Life in the Middle Ages (La vida de los judíos en la Edad Media), de Israel Abrahams, publicado por la Jewish Publication Society of America, y Medieval Jewish Civilization: An Encyclopedia (Enciclopedia de la civilización judía medieval), de Norman Roth, publicada por Routledge.

He consultado muchos otros libros, demasiado numerosos para mencionarlos aquí.

Los lectores interesados en la Edad Media disponen de abundantes fuentes, incluidos libros sobre la vida cotidiana medieval, y también gran número de libros ilustrados sobre la vida medieval pensados para los jóvenes pero esclarecedores para todos. Hay muchos libros sobre las universidades, las ciudades, las catedrales y otros aspectos de la Edad Media.

Mi agradecimiento, muy en particular, a la Jewish Publication Society of America por sus muchas publicaciones sobre la historia y la vida de los judíos.

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