Anne Rice - La Hora Del Angel

Здесь есть возможность читать онлайн «Anne Rice - La Hora Del Angel» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Hora Del Angel: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Hora Del Angel»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Con La hora del ángel, primer volumen de su nueva serie, Anne Rice retoma su narrativa más oscura para convertir a los ángeles en protagonistas.
Toby O’Dare, un famoso asesino a sueldo, es un hombre despiadado que recibe órdenes del Hombre Justo. Se mueve en un mundo de pesadilla hasta que aparece un forastero misterioso, un serafín, y le ofrece la oportunidad de salvar vidas en lugar de destruirlas.
Viaja atrás en el tiempo hasta la Inglaterra del siglo XIII, y en ese escenario primitivo, comienza su peligrosa búsqueda de la salvación: una odisea llena de lealtades y traiciones, de egoísmo y amor.

La Hora Del Angel — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Hora Del Angel», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Mientras me golpeaban, me pateaban y me arrancaban la ropa, me pareció que más allá de aquella masa movediza yo veía otras caras. Caras conocidas para mí. Las caras de los hombres a los que había asesinado.

Muy cerca de mí, envuelto en silencio como si no formara parte en absoluto de aquel tumulto, invisible para los rufianes que desahogaban su rabia conmigo, estaba el último hombre a quien maté, en la Posada de la Misión, y a su lado la joven muchacha rubia que maté muchos años atrás en el burdel de Alonso. Todos me miraban, y en sus rostros no vi ningún juicio, ningún regocijo, sino únicamente consternación y una leve tristeza.

Alguien se había apoderado de mi cabeza. Golpeaban mi cabeza contra las piedras, y sentí que la sangre me corría por el cuello y la espalda. Por un momento, no vi nada.

Pensé de una forma extrañamente desinteresada en mi pregunta a Malaquías, que él dejó sin respuesta: «¿Podría morir en esta época? ¿Es eso posible?» Pero ahora no lo llamé.

Mientras me derrumbaba bajo aquel torrente de golpes, mientras sentía los zapatos de cuero golpeándome en las costillas y el estómago, mientras el aliento me faltaba y perdía la visión de mis ojos, mientras el dolor se extendía por mi cabeza y mis miembros, dije una sola oración.

«Dios querido, perdóname por haberme apartado de Ti.»

16 De vuelta al mundo y al tiempo

Soñaba. Oí otra vez los cánticos, como los ecos de un gong. Pero se desvanecieron a medida que fui recuperando la conciencia de mí mismo. También se desvanecieron las estrellas, y el vasto cielo oscuro desapareció.

Abrí los ojos despacio.

Ningún dolor, en ninguna parte del cuerpo.

Estaba tendido en la cama de baldaquín, en la Posada de la Misión. Me rodeaba el mobiliario familiar de la suite.

Durante largo rato dejé descansar la vista en el dibujo ajedrezado de la seda del baldaquín, y me di cuenta, me obligué a mí mismo a darme cuenta, de que estaba de vuelta en mi propio tiempo, y de que no sentía dolor en ninguna parte del cuerpo.

Me incorporé poco a poco.

– ¿Malaquías? -llamé.

Sin respuesta.

– Malaquías, ¿dónde estás?

Silencio.

Sentí que algo en mi interior estaba a punto de quebrarse, y aquello me aterrorizó. Susurré su nombre una vez más, y no me sorprendí cuando tampoco hubo respuesta.

Una cosa sabía, sin embargo. Sabía que Meir, Fluria, Elí, Rosa, Godwin y el conde habían escapado sanos y salvos de Norwich. Lo sabía. En algún lugar de mi mente nublada perduraba la visión del carro escoltado por los soldados alejándose velozmente por el camino de Londres.

Aquello parecía tan real como cualquier detalle de esta habitación, y esta habitación parecía completamente real, fiable y sólida.

Bajé la vista hacia mí mismo. Mis ropas estaban en desorden y arrugadas.

Pero llevaba uno de mis trajes, americana y pantalones caquis con chaleco, y camisa blanca con el cuello desabrochado. Ropas habituales en mí.

Busqué en el bolsillo y descubrí que llevaba la identificación que solía utilizar cuando venía aquí como yo mismo. No Toby O’Dare, desde luego, sino el nombre que utilizaba para moverme por ahí sin disfraz.

Volví a meter en el bolsillo mi permiso de conducir, salté de la cama y fui al cuarto de baño a mirarme en el espejo. No había magulladuras, ni señales.

Pero creo que fue la primera vez en muchos años que vi mi propia cara. Vi a Toby O’Dare, de veintiocho años de edad, mirándome desde el espejo.

¿Por qué pensaba que tenía que haber magulladuras y señales?

El hecho era que no podía creer que estuviera aún vivo, no podía creer que hubiera sobrevivido a lo que parecía ser una muerte merecida delante de la catedral.

Y si este mundo no me hubiera parecido tan vívido como aquél, habría creído estar soñando.

Paseé por la habitación, aturdido. Vi mi habitual bolsa de piel, y me di cuenta de lo mucho que se parecía a la bolsa que había estado cargando de aquí para allá a lo largo del siglo xiii. También estaba aquí mi ordenador, el portátil que utilizaba sólo para la búsqueda de información.

¿Cómo estaban aquí esos objetos? ¿Cómo había llegado yo aquí? El ordenador, un portátil Macintosh, estaba abierto y conectado, como podía haberlo dejado yo mismo después de usarlo.

Por primera vez se me ocurrió que todo lo ocurrido había sido un sueño, un mero producto de mi imaginación. El único problema es que nunca podría haber imaginado algo así. No podría haber imaginado a Fluria, o a Godwin, o al anciano Elí y la manera que tuvo de dar la vuelta al juicio en el momento decisivo.

Abrí la puerta y salí a la galería cubierta. El cielo era de un color azul pálido y el sol me calentó la piel, y después de la nieve, el barro y los cielos cubiertos que había conocido las pasadas semanas, aquel calor me pareció una caricia.

Me senté a la mesa de hierro y noté la brisa que me envolvía y me preservaba del excesivo calor del sol; esa vieja frescura familiar siempre presente en el aire del sur de California.

Planté los codos sobre la mesa e incliné la cabeza hasta dejar que descansara en mis manos. Y lloré. Tanto lloré que incluso prorrumpí en sollozos sonoros.

El dolor que sentía era tan horrible que no pude describírmelo ni siquiera a mí mismo.

Me di cuenta de que pasaba gente a mi lado, y no me importó lo que veían ni lo que sentía. En cierto momento, una mujer se me acercó y puso su mano en mi hombro.

– ¿Puedo ayudarle en algo? -susurró.

– No -dije-. Nadie puede. Todo se ha acabado.

Le di las gracias, tomé su mano en la mía y le dije que era muy amable. Sonrió, asintió y se fue con su grupo de turistas. Desaparecieron por la escalera de la rotonda.

Busqué en un bolsillo, encontré un ticket de aparcamiento de mi coche y bajé, cruzando el lobby y pasando bajo el campanario. Entregué el ticket al guardacoches con un billete de veinte dólares y me quedé allí, aturdido, mirándolo todo como si nunca lo hubiera visto antes: el campanario con sus muchas campanas, las petunias que florecían en los arriates de la entrada, y las palmeras esbeltas que se alzaban como para señalar el cielo impecablemente azul.

El guardacoches se colocó a mi lado.

– ¿Se encuentra bien, señor? -preguntó.

Yo me llevé la mano a la nariz. Me di cuenta de que aún lloraba. Saqué un pañuelo de lino del bolsillo y me soné.

– Sí, estoy bien -dije-. Acabo de perder a un puñado de buenos amigos -añadí-. Pero no me los merecía.

No supo qué decir, y no lo culpo por ello.

Me puse al volante del coche y conduje tan rápido como pude hasta San Juan Capistrano.

Todo lo que había ocurrido pasaba por mi mente como una larga cinta, y no veía ni las colinas, ni la autopista ni las señales de tráfico. En mi corazón me encontraba en el pasado, y sólo por instinto conducía el coche en el presente.

Cuando entré en el terreno de la misión, miré a mi alrededor desesperanzado y de nuevo susurré: «Malaquías.»

No hubo respuesta, y no vi a nadie que se pareciera ni remotamente a él. Sólo las familias de costumbre, que paseaban entre los arriates de flores.

Fui directamente a la capilla Serra.

Por fortuna no había mucha gente allí, y las pocas personas presentes rezaban.

Recorrí la nave con la vista fija en el tabernáculo y la luz encendida a su izquierda, y deseé de todo corazón tenderme en el suelo de la capilla con los brazos abiertos y rezar, pero me di cuenta de que los otros se me acercarían si hacía una cosa así.

Todo lo que pude hacer fue arrodillarme en el primer banco y repetir otra vez la oración que dije cuando el gentío me atacó.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Hora Del Angel»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Hora Del Angel» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La Hora Del Angel»

Обсуждение, отзывы о книге «La Hora Del Angel» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x