A Daniel no le pareció oportuno comenzar la clase comentando el concierto y el crimen, por miedo a que eso consumiera el escaso tiempo del que disponía, pero como tenía la mente completamente enajenada, tuvo que solicitar ayuda a sus alumnos:
– ¿Por dónde íbamos?
– Nos hablaba usted de las Variaciones ABEGG de Schumann -dijo Sotelo.
– Ah, sí, ya me acuerdo -respondió Paniagua-. Las letras son notas y las notas son letras. El otro día veíamos cómo las notas musicales en alemán no se llaman do, re, mi, fa, sol sino que a cada nota se hace corresponder una de las primeras letras del alfabeto, empezando por la nota la. La es A, si es H, do es C, y así sucesivamente…
Daniel se fue a la pizarra y escribió la serie entera mientras hablaba
A = la; B = si bemol; C = do; D = re;
E = mi; F = fa; G = sol
A Schumann le encantaba leer y escribir y a menudo partía de ideas literarias para desarrollar sus composiciones musicales. Esta pasión por la letra impresa se vio reflejada también en su manera de cortejar a las mujeres que quería seducir. Aprovechando que en su idioma las letras son notas, Schumann ideó varias composiciones en torno a temas que tenían sentido tanto musical como literario. Era el caso de las Variaciones ABEGG: se llaman así porque giran en torno a un motivo compuesto por las notas la-si bemol-mi-sol-sol; pero al tiempo estas letras componen el apellido de una joven pianista, a la que Schumann conoció en Mannheim, llamada Meta Abegg. Schuman utilizó esta técnica en otra ocasión para camelar a Ernestina von Fricken, una muchacha que había nacido en la localidad alemana de Asch. En esta ocasión el tema estaba compuesto por las notas la, mi bemol, do, si. La S no es ninguna nota, pero se pronuncia igual que mi bemol, que se escribe Es, así que Schumann la hizo pasar por mi bemol.
Paniagua se pasó el resto de la clase preguntándose por qué misteriosa razón el enamoradizo Beethoven nunca había utilizado esta técnica para seducir a sus innumerables amantes.
Alicia Ríos, la novia de Daniel, era una mujer de tipo atlético, con una generosa melena negra y rizada, muy española de look, excepto en los ojos, verdes y un poco rasgados, que le daban ese toque exótico que enamoraba tanto a su chico. Se ganaba la vida como ingeniera de sistemas, una poco conocida profesión que consiste en evaluar la estructura de una organización y los subsistemas que la integran, con el propósito de optimizar su funcionamiento. Hacía seis meses había aceptado una generosa oferta de una multinacional de la informática que implicaba trasladarse a la ciudad de Grenoble, en Francia, durante un mínimo de dos años. La decisión la había tomado sin consultar a Daniel, lo que había provocado en la pareja fricciones que no estaban del todo superadas. Habían acordado que siempre que quisieran estar juntos, alternarían meticulosamente sus viajes, pero en la práctica era Alicia, cuyos ingresos cuadruplicaban los de Daniel, la que solía hacer el esfuerzo -físico y económico- de trasladarse a Madrid. La última vez que Daniel había viajado a Grenoble habían cometido la imprudencia de no usar preservativo, convencidos de que ella no podía estar en un día fértil, de modo que aquel embarazo, anunciado de sopetón la noche anterior, era no deseado. Después de hacer el amor, Daniel, que poco a poco empezaba a salir del estado de choque en que le había sumergido la muerte de Thomas, le pidió a Alicia que le susurrara alguna palabra en francés durante el acto y esta le enseñó que zizi es pilila en la lengua de Balzac.
Todavía en la cama, la pareja decidió conectar la televisión para enterarse de las últimas novedades relacionadas con el asesinato de Thomas, que se había cometido hacía menos de veinticuatro horas.
La decapitación del músico, además de ser abordada en los principales telediarios con rango de noticia del día, había saltado ya a los programas más amarillos; incluso aquellos espacios que no trataban el asunto directamente, parecían haberse deslizado hacia la truculencia. Hasta las películas de la semana, en todas las cadenas, habían sido reprogramadas y sustituidas por otras que parecían haber sido escogidas con el criterio de que tuvieran dentro algún crimen parecido al real: Aguirre, la c ó lera de Dios (a uno de los personajes le cortan la cabeza con una espada y el miembro amputado sale despedido por el aire, aterriza a varios metros del cuerpo y termina la frase que había empezado), Demolition Man (la cabeza congelada de Wesley Snipes salta por los aires después de que Stallone la patee como si fuera un balón), Kill Bill (Lucy Liu le corta la cabeza a un yakuza japonés con una katana), El patriota (un revolucionario yanqui es decapitado por una bala de cañón), Johnny Mnemonic (decapitan al malo con su propio látigo, que corta como una cuchilla de afeitar). Pero la palma se la llevó El talk show de Salom é , en el que la presentadora llevó a un criminólogo para que explicara a los espectadores, con ayuda de una sandía y de una guillotina real, cómo funciona este macabro aparato. Luego el experto dijo:
– La gente piensa que la guillotina es un invento de la Revolución francesa, pero en Irlanda, en el siglo XIV ya tenían un artefacto muy parecido. Y en el siglo XVI, en Italia y en el sur de Francia, se utilizaba la mannaia, muy similar a la guillotina pero reservada solo a la nobleza.
Alicia estaba indignada. Se recogió el pelo con una goma y se fue a la cocina, desde donde comenzó a hablarle a gritos a Daniel.
– ¡Lo de la tele en España es acojonante! Ha muerto una persona y parece como si estuvieran hablando de una atracción de un parque temático.
Luego abrió la puerta del frigorífico y exclamó:
– ¡En esta nevera no hay fruta, no hay yogures, no hay nada!
– Pensaba haber hecho algo de compra esta mañana, pero me llamó Durán y no he tenido tiempo -mintió Daniel, que no hacía la compra desde hacía dos meses-. ¿Te apetece que salgamos a cenar?
– Bueno, pero más tarde -respondió Alicia volviendo a aparecer en el dormitorio. Estaba en ropa interior y Daniel pudo admirar, una vez más, el siempre apetecible cuerpo de su novia.
– Quita esa porquería y pon un informativo de verdad -dijo ella.
Se la notaba un poco irritada por la obstinación que había mostrado Daniel, la noche de su llegada, en que siguiera adelante con el embarazo.
– Creía que venías hambrienta de basura.
– Y yo. Pero ha sido ver diez minutos y ya me han sacado de quicio.
Daniel agarró el mando a distancia y tras zapear durante unos segundos encontró un telediario nacional. El locutor estaba diciendo:
– El mundo de la música sigue aún conmocionado por el salvaje asesinato cometido ayer por la noche en Madrid, en el que perdió la vida el musicólogo y director de orquesta Ronald Thomas. La policía confía en hallar la cabeza de la víctima dentro de pocas horas y en la misma zona en que fue descubierto el cadáver.
– ¿Por qué lo habrán matado? -se preguntó Alicia, que había ido a refugiarse bajo el brazo derecho de Daniel.
– No lo sé, pero en el concierto de anoche hubo algo muy extraño.
– ¿A qué te refieres?
– La música que yo escuché, que en teoría era casi toda de Thomas, porque de Beethoven prácticamente solo quedan los temas, era tan sublime que me pregunto si… no, es imposible, olvídalo.
Alicia se incorporó y se quedó mirándole.
– Acaba la frase. ¿Qué ibas a decir?
– Me pregunto si la música de anoche no era en realidad íntegramente de Beethoven.
– No entiendo adónde quieres ir a parar.
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