Brian Keene - El Alzamiento

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Nada permanece muerto mucho tiempo. Los muertos están volviendo a la vida, inteligentes, decididos… y hambrientos. Huir parece imposible para Jim Thurmond, uno de los pocos supervivientes de este mundo de pesadilla. Pero el joven hijo de Jim también está vivo y en peligro a cientos de miles de kilómetros. Pese a las terribles adversidades, Jim jura que lo encontrará… o morirá en el intento.
Junto a un anciano sacerdote, un científico devorado por la culpa y una ex prostituta, Jim se embarca en un viaje a través del país. Juntos se enfrentarán a los vivos y a los muertos vivientes… y al aún más terrible mal que los aguarda al final de su viaje.
Novela ganadora del Premio Bram Stoker.

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– Warner -sonó la voz del sargento Ford por la radio-. ¿Ves esa mierda ahí delante?

Ajustó el micrófono sin dejar de mirar a los pájaros.

– Afirmativo. Algo me dice que no están migrando al sur.

– El sargento Michaels dice que nos detengamos, quiere esperar a que pasen de largo. Si ves que van a atacar y que se acercan al camión, ven al Humvee y quédate con nosotros hasta que haya pasado todo.

– Entendido -respondió Warner mientras imaginaba una lluvia de picos atravesando el parabrisas del camión.

* * *

– Warner ya está avisado -informó Ford a Michaels sin quitarles el ojo de encima a los pájaros, que volaban en círculos. Nunca había visto tantos a la vez. Parecían centrados en algo que se encontraba más allá de la curva de la carretera.

En la parte trasera, Lawson y Blumenthal preparaban sus armas sin parar de moverse nerviosamente.

– La misión entera ha sido una cagada -gruñó Michaels-. Primero York y ahora esto. Schow va a cabrearse, y mucho.

York, donde habían sido destinados en misión de reconocimiento, había resultado ser una ciudad hostil. Estaba llena no sólo de muertos vivientes, sino de facciones en guerra, cabezas rapadas y bandas callejeras. Una gran parte del casco antiguo había ardido hasta los cimientos y la mayoría de zonas colindantes era inhabitable. No merecía la pena malgastar vidas en ella. En resumen: York no era apropiada para establecer una nueva base.

Volvió a fijarse en los pájaros, justo a tiempo para verlos lanzarse en picado. Un flanco se separó del resto, dirigiéndose hacia ellos.

– Mierda -ladró Ford-. ¡Nos han visto! ¡Poneos al aparato y decidle a Warner que mueva el culo!

Blumenthal se dirigió hacia Lawson y murmuró:

– Esos pájaros no van a atravesar esta lata ni de coña.

– Quizá -respondió mientras se encogía de hombros-, pero me alegro de tener el lanzallamas, por si las moscas.

* * *

Baker giró bruscamente hacia la izquierda y luego torció inmediatamente hacia la derecha, buscando una salida, pero las criaturas estaban por todas partes. Los pájaros se abalanzaron sobre el coche, estrellando sus cuerpos contra el parabrisas como torpedos vivientes, sin preocuparles el daño que se causaban a sí mismos.

Gusano, que no paraba de gemir, se aferró al cinturón de seguridad y cerró los ojos.

El parabrisas empezó a romperse por los repetidos impactos y las grietas se extendían con rapidez. La fuerza bruta de aquella oleada zarandeaba el coche como un pelele por la carretera. Cada cuerpo sonaba como una roca al estrellarse contra el techo y el capó. Baker encendió los limpiaparabrisas y tocó la bocina, pero no consiguió frenarlos.

De pronto, algo empujó al coche desde atrás, precipitándolo hacia delante con brusquedad. ¡La camioneta! El miedo le había hecho olvidarse de ella. Aterrado, echó un vistazo al espejo retrovisor.

La camioneta estaba justo detrás de ellos, tan cerca que podía ver las crueles sonrisas de sus dos pasajeros no muertos. El vehículo aceleró hasta estrellar el morro contra el parachoques trasero del Hyundai, que dio otro bandazo.

El metal chilló bajó unos espolones que arañaron el techo de lado a lado. Baker dio otro volantazo, pero el coche no respondía. Los cuerpos de los pájaros cubrían el asfalto y los neumáticos se deslizaban, inútiles, sobre ellos. Otros cadáveres se colaron en los agujeros de las ruedas, obstruyéndolas y enviando al incontrolable vehículo contra el quitamiedos. En ese instante, la camioneta los embistió por tercera vez y el coche empezó a dar vueltas. Los pájaros golpeaban por todas partes y la luna trasera empezó a resquebrajarse. Un cuervo asomó la cabeza por el machacado parabrisas y graznó hacia ellos.

El coche se paró en seco y la cacofonía de sus atacantes se volvió atronadora. Gusano se puso las manos sobre la cara mientras cerraba los ojos con todas sus fuerzas. Baker cogió la pistola a sabiendas de lo inútil que sería contra aquel enemigo. Sólo había una forma de escapar.

Algo pesado aterrizó sobre el techo con un golpe seco. Baker oteó a través de la masa de alas y vio un águila: en el pasado fue el orgulloso símbolo de la libertad y la democracia, pero ahora sólo simbolizaba la corrupción y la muerte. Abrió sus enormes alas y se abalanzó contra el destrozado parabrisas.

Baker puso la pistola en la cabeza de Gusano y rezó para que le diese tiempo a acabar con los dos antes de que las criaturas los alcanzasen.

* * *

Warner comprobó que un escuadrón de pájaros se había separado del resto de la formación y se dirigía directamente hacia el camión y el Humvee.

– ¡Joder!

– ¡Warner! -gritó Ford por la radio-, ¡mueve el culo! ¡Ya, ya, ya, ya, ya, YA!

Abrió la puerta de golpe y corrió hacia el Humvee. Blumenthal asomó por la escotilla superior sujetando un M-16 y apremiándolo a seguir.

Algo afilado le raspó la cabeza y sintió una punzada de dolor. Se puso la mano en la oreja y cuando volvió a mirarla estaba teñida de rojo. Otro pájaro le golpeó en los tobillos y un tercero hundió las garras en su pelo.

Agarró al pájaro entre alaridos y lo estrujó en su puño. No se rindió fácilmente y empezó a picotearle la mano y los dedos, derramando más sangre.

Warner se tambaleó y se le doblaron las rodillas en mitad de la carretera. El peso de los pájaros que se abalanzaban sobre su espalda le hizo caer al suelo, pero se puso a rodar y patalear, aplastándolos.

El Humvee se dirigió hacia él y Blumenthal disparó una ráfaga de su M-16. Consiguió abatir a algunos pequeños objetivos, pero el resto se desperdigó y echó a volar hasta que quedó fuera de alcance.

Warner se puso en pie y gritó cuando sintió un pico hundiéndose en su nuca.

En el interior del Humvee, Michaels estaba centrado en controlar el vehículo sin atropellar a Warner. Ford fue el primero en percatarse del Hyundai rojo que llegaba por la curva de la carretera, girando incontroladamente hasta detenerse. Una camioneta roñosa se detuvo detrás y dos zombis humanos se dirigieron hacia él.

– Cristo -murmuró. Luego se dirigió a Michaels-. ¡Tenemos compañía!

Sin dejar de disparar, Blumenthal saltó del vehículo en movimiento y corrió hacia el soldado herido. Warner estaba cubierto de cuerpos emplumados. Los pájaros piaban ansiosos, picoteando en la carne descubierta mientras su víctima gritaba de agonía. Blumenthal dio unos pasos más hacia su compañero antes de retirarse cuando más criaturas se dirigieron en tromba hacia él. Gritando, soltó el M-16 y se tapó los ojos con los brazos.

Lawson subió hasta el asiento en el techo del Humvee y apuntó con el lanzallamas. Un chorro de líquido naranja atravesó el aire con un rugido, abrasando a docenas de pájaros. Movió el arma en un amplio arco hasta que el resto de la horda voladora se retiró.

– ¿Y Warner? -gimió Blumenthal.

Su compañero caído era una masa temblorosa de carne roja y expuesta. Su uniforme estaba hecho jirones y había perdido casi toda la piel. Los pájaros zombi aterrizaban sobre él, rasgaban algunas tiras de carne y se iban volando, dejando sitio a sus hermanos.

Sin mediar palabra, Lawson apuntó con el arma a Warner y sus atacantes, sumiendo a todos ellos en un infierno. Blumenthal saltó al interior del Humvee mientras el fuego lo consumía todo.

– Ojo ahí delante -le gritó Ford a Lawson-. ¡Vienen más!

Lawson giró el lanzallamas y vio una enorme águila en el techo del coche. Dejó escapar un grito ahogado de asombro antes de proyectar un arco de fuego sobre ella.

– ¡Déjame sitio, coño!

Blumenthal asomó por la abertura del techo y abrió fuego con la ametralladora de calibre cincuenta, riendo mientras las enormes balas impactaban sobre los dos zombis humanos y su camioneta, esparciendo pedazos de cabezas, miembros y torsos sobre el asfalto.

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