– Mátame.
Se dio la vuelta. Clendenan estaba despierto y lo miraba.
– Mátame -volvió a murmurar-. No dejes que…
Jim se puso a su lado e intentó tranquilizarlo.
– No vuelvas a decir eso, vas a asustar a tu hijo.
– ¡Mátame! -insistió Delmas. Hizo acopio de fuerzas y agarró a Jim por la camisa, sujetándola con fuerza.
– Eh -protestó Jim-, ¿qué haces?
– ¡Escúchame, Thurmond! ¡No quiero acabar como una de esas cosas de ahí fuera! No quiero que Jason me vea así. Tienes que acabar conmigo.
– No seas idiota -contestó Jim-. Te pondrás bien, Delmas. Encontraremos un médico y…
– ¡Chorradas! ¡Por aquí no hay médicos! Ambos sabemos que no voy a salir de ésta, Jim. Puedo oler cómo me pudro. Estoy ardiendo de fiebre.
Empezó a toser con fuerza. Jim intentó incorporarlo un poco pero Delmas hizo gestos para que se apartase y consiguió recuperar la compostura. Jim contempló aterrado cómo un líquido rojizo se deslizaba por la comisura de su boca.
– Mátame.
– No puedo, Delmas. Lo siento, pero no puedo.
– Entonces lo haré yo.
Ambos se giraron. Jason estaba en el umbral y Jim dedujo por su expresión que había oído toda la conversación. Detrás de él, Martin se puso en pie, parpadeando y apoyando una mano en su propio hombro. Tenía los ojos cubiertos de legañas.
– Tienes que estar de broma -dijo Jim-. Eres un niño.
– Sí, señor. Y él es mi papá. Así que debería ocuparme yo.
Delmas se quedó mirando a su hijo con expresión grave.
– ¿Sabes lo que estás diciendo, muchacho? ¿Lo dices en serio?
Jason asintió, luchando para contener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse en cualquier momento. Temía que, si empezaba a llorar, ya no pudiese parar.
– Por amor de Dios, Delmas, date un par de días -le rogó Jim-. ¡A lo mejor podemos detener la infección!
El hombre le pidió silencio con un gesto de su mano.
– Me estoy muriendo -se limitó a decir-. Y si espero un par de días, ¿qué pasará si muero mientras duermo? Os pondría en peligro a todos. No, es mejor así. Será más seguro.
Jim se alejó de la cama con el ceño fruncido y dio un cabezazo contra la pared por pura frustración.
– Jason -dijo Delmas mientras estiraba la mano. El chico se puso a su lado. Una lágrima se deslizó por su mejilla y cayó sobre la mano de su padre-. Ya sabes lo que tienes que hacer, Jason -musitó-. Ahora entiendes por qué tuve que hacer lo que hice con tu madre. No me dolerá, te lo prometo. Será muy rápido… -Ahogó un sollozo en la garganta.
– Puedo hacerlo, papá. No tengo miedo.
– Cuando hayas terminado, no quiero que me mires -le ordenó Delmas-. Después de apretar el gatillo, cierra los ojos y márchate. No quiero que me recuerdes así. Sal de la habitación. Estoy seguro de que el reverendo Martin y el señor Thurmond se ocuparán de enterrarme.
Martin asintió lentamente sin dejar de mirar al suelo. Jim le dio un puñetazo a la pared.
– Ve a por la calibre doce.
Cuando Jason abandonó la habitación, pidió a los hombres que se acercasen a él.
– ¿Todavía quieres ir a buscar a tu hijo?
– Sí.
– ¿Puedes llevar a Jason contigo?
– Claro -prometió Jim mientras miraba a Delmas a los ojos-. Será un honor. Te prometo, de padre a padre, que cuidaré de tu hijo y no dejaré que le pase nada malo.
– Gracias.
Volvió a toser, salpicando de sangre las sábanas y gimiendo de dolor cuando la pierna resbaló del montón de almohadas.
– Ya la tengo -dijo Jason en voz baja, dirigiéndose hacia la cama.
– Delmas -dijo Martin-, debo preguntártelo… ¿Crees en Jesús como nuestro salvador? ¿Le has aceptado en tu corazón?
– Sí, desde hace veinte años, durante un renacimiento religioso al que me invitó el reverendo. No he hecho siempre lo correcto, pero he intentado vivir como él esperaba de mí.
Martin asintió.
Se colocaron en círculo: Delmas tumbado en la cama, Jason a un lado y Martin y Jim al otro.
– Oremos -solicitó Martin mientras colocaba sus manos sobre la cabeza de Delmas y Jason.
Empezó a rezar: su voz era queda pero firme a la vez. No había un atisbo de vejez o desaliento en sus palabras.
– Padre nuestro, te rogamos que cuides de Delmas y Jason; que estés con ellos cuando más te necesiten y que les des fuerzas, consuelo y voluntad para hacer lo correcto. Te rogamos que guíes la mano de Jason para que actúe sin vacilación y que aceptes a este tu humilde siervo, sabedor de tu poder y tu gloria, a tu lado, para que pueda contemplar las maravillas del cielo. Te rogamos, Señor, que consueles a ambos, padre e hijo, con la seguridad de que volverán a verse después de la muerte, pues tu regalo es la vida eterna.
»Señor, sabemos que estos cuerpos que has bendecido y esta carne a la que has concedido la vida no son más que eso, cuerpos. Sabemos que nuestra alma es eterna, y ahora te pedimos que acojas el alma de Delmas Clendenan. Te rogamos, Señor, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, mientras rezamos: padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…
– Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad… -Todos los presentes se unieron en la oración del padrenuestro.
– … y líbranos del mal…
«Y haz que mi hijo siga vivo», pensó Jim.
– Amén -concluyó Martin.
– Amén -repitió Jim en voz baja. Levantó la cabeza y vio que todos estaban llorando.
– Adiós, señor Clendenan. -Martin le estrechó la mano-. Que la paz de nuestro Señor y de Jesucristo nuestro salvador sea contigo.
– Gracias, reverendo.
Jim era el siguiente.
– Te prometo -susurró con firmeza- que cuidaré de tu hijo como si fuese mío.
Delmas asintió mientras se mordía el labio por el dolor, la pena y la expectación. Apretó con fuerza la mano de Jim y sollozó:
– Gracias.
Salieron de la habitación y Jim cerró la puerta tras ellos, dejando al padre y a su hijo solos para afrontar la inevitable tarea que les aguardaba.
* * *
– ¿Debemos permitir que pase por esto? -preguntó Jim-. ¿Es lo correcto?
– No sé si es lo correcto -admitió Martin-, pero es algo que ambos han decidido y tenemos que respetarlo. El chico ya tiene edad para saber qué está haciendo y las consecuencias de sus actos. Además, de algún modo, se trata de una cuestión de dignidad familiar.
– No pensaba que estuvieses a favor de la eutanasia, Martin.
– Y no lo estoy, pero vivimos en un mundo nuevo y las reglas han cambiado. Jason es joven; deja que aprenda esas nuevas reglas ahora que lo es para que pueda hacer lo necesario cuando nosotros ya no seamos capaces.
– Lo necesario -musitó Jim-. Qué duro suena eso.
– ¿Verdad? Pero así son las cosas. ¿O acaso no es duro que un hombre sufra mientras muere lentamente? ¿No es duro que los cadáveres de nuestros amigos y vecinos estén siendo corrompidos por unas fuerzas oscuras en cuanto sus almas abandonan sus cuerpos? ¿No es duro que tu hijo esté en peligro y que tú estés arriesgándote para ir a rescatarlo? ¡Despierta, Jim! ¡Es un mundo duro! Éste es el camino que el Señor ha dispuesto ante nosotros. Habría preferido no tener que recorrerlo, pero Dios no me ha dado opción y debo continuar. Deja que Jason y Delmas también lo hagan.
Ambos permanecieron en silencio. Martin se arrodilló al lado del sofá y volvió a rezar.
Jim empezó a dar vueltas de nuevo.
Esperaron.
* * *
– Quiero que sepas que estoy orgulloso de ti, hijo -suspiró Delmas-, y que te quiero.
La cara de Jason estaba cubierta de lágrimas. Sorbió con la nariz y se secó los ojos.
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