– Y tráigame mi bolsa pequeña del gimnasio, por favor. -Siguió tecleando en el PowerBook y luego extendió la mano-. ¿Móvil?
Barbie se lo entregó. Joe apretó los diminutos botones a una velocidad pasmosa. Entonces:
– ¿Benny? Ah, Norrie, vale. ¿Estáis ahí?… Genial. Apuesto a que jamás habíais estado en un bar. ¿Estáis preparados? Perfecto. No colguéis. -Escuchó y sonrió-. ¿En serio? Tío, por lo que estoy viendo, esto es increíble. Tenemos una conexión wifi de la hostia. Esto va a volar. -Cerró el teléfono y se lo devolvió a Barbie.
Julia regresó con la bolsa del gimnasio de Joe y una caja de cartón que contenía ejemplares no distribuidos de la edición especial del Democrat del domingo. Joe puso el portátil sobre la caja (el aumento inesperado del plano hizo que Barbie tuviera una leve sensación de mareo), lo comprobó de nuevo y mostró su absoluta satisfacción. Hurgó en la bolsa del gimnasio, sacó una caja negra con una antena y la conectó al ordenador. Los soldados se habían amontonado en su lado de la Cúpula y los observaban con interés. Ahora sé cómo se siente un pez en un acuario, pensó Barbie.
– Parece que está bien -murmuró Joe-. Me sale una bombilla verde.
– ¿No deberías llamar a tus…?
– Si funciona, me llamarán -replicó Joe. Entonces añadió-: Oh, oh, creo que vamos a tener problemas.
Barbie creyó que se refería al ordenador, pero el muchacho ni siquiera lo estaba mirando. Barbie siguió su mirada y vio el coche verde del jefe de policía. No avanzaba muy rápido, pero tenía las luces encendidas. Pete Randolph salió del asiento del conductor, y del otro lado lo hizo (el coche se balanceó un poco cuando descendió el segundo pasajero) Big Jim Rennie.
– ¿Qué caray estáis haciendo? -preguntó.
El teléfono que Barbie tenía en las manos sonó; se lo entregó a Joe sin apartar la mirada del concejal y el jefe de policía, que se dirigían hacia ellos.
El cartel que había sobre la puerta del Dipper's decía ¡BIENVENIDOS A LA MAYOR SALA DE BAILE DE MAINE!, y por primera vez en la historia de ese bar de carretera, la sala estaba abarrotada a las once y cuarenta y cinco de la mañana. Tommy y Willow Anderson saludaban a la gente a medida que esta iba llegando a la puerta, un poco como si fueran pastores que daban la bienvenida a la iglesia a los feligreses. En este caso, la Primera Iglesia de Bandas de Rock directa desde Boston.
Al principio el público permaneció en silencio porque únicamente aparecía una palabra de color azul en la gran pantalla: ESPERANDO. Benny y Norrie habían conectado su equipo y habían puesto el canal 4 del televisor. Entonces, de repente, apareció la Little Bitch Road a todo color, incluso se veía cómo caían las hojas alrededor de los marines.
La multitud estalló en aplausos y vítores.
Benny y Norrie chocaron la mano, pero aquello no bastaba para Norrie, que le plantó un beso en la boca, de tornillo. Era el momento más feliz de la vida de Benny, más incluso que cuando logró permanecer en posición vertical mientras hacía un full pipe.
– ¡Llámalo! -le dijo Norrie.
– Voy -respondió Benny. Le ardía tanto la cara que creyó que le iban a salir llamas de un momento a otro, pero sonreía. Apretó la tecla de RELLAMADA y se llevó el teléfono al oído-. ¡Tío, lo tenemos! ¡La imagen es tan clara que…!
Joe lo interrumpió.
– Houston, tenemos un problema.
– No sé qué creéis que estáis haciendo -dijo el jefe Randolph-, pero quiero una explicación, y vais a apagar ese trasto hasta que me deis una. -Señaló el PowerBook.
– Disculpe, señor -dijo uno de los marines, que lucía los galones de alférez-. Se trata del coronel Barbara y tiene autorización oficial del gobierno para esta operación.
Big Jim respondió con su sonrisa más sarcástica. La vena del cuello le palpitaba con fuerza.
– Este hombre no es más que un coronel de alborotadores. Es el pinche del restaurante del pueblo.
– Señor, según mis órdenes…
Big Jim hizo callar al alférez con un gesto del dedo.
– En Chester's Mills, el único gobierno oficial que reconocemos ahora mismo es el nuestro, soldado, y yo soy su representante. -Se volvió hacia Randolph-. Jefe, si ese niñato no apaga el ordenador, desenchufa el cable.
– No veo ningún cable -replicó Randolph, que miró a Barbie, luego al alférez de los marines y finalmente a Big Jim. Había empezado a sudar.
– ¡Entonces rompe la dichosa pantalla de una patada! ¡Cárgatelo!
Randolph se dirigió hacia el ordenador. Joe, asustado pero decidido, se situó delante del PowerBook. Aún tenía el móvil en la mano.
– ¡Ni se atreva! ¡Es mío y no he infringido ninguna ley!
– Vuelva aquí, jefe -dijo Barbie-. Es una orden. Si aún reconoce el gobierno del país en el que vive, obedecerá.
Randolph miró alrededor.
– Jim, tal vez…
– Tal vez nada -replicó Big Jim-. Ahora mismo, este es el país en el que vives. Apaga ese dichoso ordenador.
Julia se abrió paso, agarró el PowerBook y le dio la vuelta para que la cámara iVision mostrara a los recién llegados. Unos cuantos mechones de pelo se habían desprendido de su práctico moño y ahora resaltaban sobre sus mejillas sonrosadas. A Barbie le pareció que estaba guapísima.
– ¡Pregúntale a Norrie si ven algo! -dijo Julia a Joe.
La sonrisa de Big Jim se transformó en una mueca.
– ¡Eh, tú, baja eso! -le espetó el vendedor de coches usados.
– ¡Pregúntale si ven algo!
Joe hizo la pregunta. Escuchó. Entonces dijo:
– Sí, están viendo al señor Rennie y al agente Randolph. Norrie dice que quieren saber qué está pasando.
Randolph puso cara de consternación; Rennie de furia.
– ¿Quién quiere saberlo? -preguntó Randolph.
Julia respondió:
– Hemos montado una conexión en directo con el Dipper's…
– ¡Ese antro pecaminoso! -exclamó Big Jim, que tenía las manos cerradas y las apretaba con fuerza. Barbie calculó que el hombre debía de tener un sobrepeso de unos cincuenta kilos, y vio que hizo una mueca cuando movió el brazo derecho, como si le hubiera dado un tirón, pero parecía que aún era capaz de soltar algún puñetazo. Y en ese instante parecía lo bastante furioso como para intentarlo… aunque no sabía si se atrevería con él, con Julia o con el chico. Tal vez Rennie tampoco.
– La gente lleva reunida allí desde las once y cuarto -dijo Julia-. Las noticias se propagan rápido. -Sonrió con la cabeza inclinada hacia un lado-. ¿Te gustaría saludar a tus posibles electores, Big Jim?
– Es un farol -replicó Rennie.
– ¿Por qué iba a tirarme un farol con algo tan fácil de comprobar? -Se volvió hacia Randolph-. Llama a uno de tus policías y pregúntale dónde ha tenido lugar la gran reunión del pueblo esta mañana. -Y se volvió de nuevo hacia Jim-. Como apagues el ordenador, cientos de personas sabrán que les impediste ver un acontecimiento que las afectaba vitalmente. De hecho, se trata de un acontecimiento del que podría depender su vida.
– ¡No teníais autorización!
Barbie, que por lo general era capaz de mantener la calma, empezaba a perder la paciencia. No era que ese hombre fuera estúpido; estaba claro que no. Y eso era precisamente lo que lo sacaba de quicio.
– Pero ¿qué problema tienes? ¿Ves algún peligro? Porque yo no. La idea es montar el ordenador, dejarlo emitiendo y luego irnos.
– Si el plan del misil no funciona, podría desatar el pánico entre la gente. Saber que algo ha fracasado es una cosa; pero verlo en directo es otra. Vete a saber cuál podría ser la puñetera reacción de la gente.
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