Stephen King - La Cúpula

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La cúpula. Un día de octubre la pequeña ciudad americana de Chester´s Mill se encuentra totalmente aislada por una cúpula transparente e impenetrable. Nadie sabe de dónde ha salido ni por qué está allí. Sólo saben que poco a poco se agotarán las provisiones y hasta el oxígeno que respiran. Es una soleada mañana de otoño en la pequeña ciudad de Chester´s Mill. Claudette Sanders disfruta de su clase de vuelo y Dale Barbara, Barbie para los amigos, hace autostop en las afueras. Ninguno de los dos llegará a su destino. De repente, una barrera invisible ha caído sobre la ciudad como una burbuja cristalina e inquebrantable. Al descender, ha cortado por la mitad a una marmota y ha amputado la mano a un jardinero. El avión que pilotaba Claudette ha chocado contra la cúpula y se ha precipitado al suelo envuelto en llamas. Dale Barbara, veterano de la guerra de Irak, ha de regresar a Chester´s Mill, el lugar que tanto deseaba abandonar. El ejército pone a Barbie al cargo de la situación pero Big Jim Rennie, el hombre que tiene un pie en todos los negocios sucios de la ciudad, no está de acuerdo: la cúpula podría ser la respuesta a sus plegarias. A medida que la comida, la electricidad y el agua escasean, los niños comienzan a tener premoniciones escalofriantes. El tiempo se acaba para aquellos que viven bajo la cúpula. ¿Podrán averiguar qué ha creado tan terrorífica prisión antes de que sea demasiado tarde? Una historia apocalíptica e hipnótica. Totalmente fascinante. Lo mejor de Stephen King.

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Frankie estaba examinando la droga confiscada.

– Junior -dijo-, apenas hay semillas en esto. Es de primera calidad.

Thurston había llegado hasta Carolyn. Se puso en pie y se le escapó un pedo. Junior y Frankie se miraron. Intentaron contenerse, al fin y al cabo eran representantes de la ley, pero no pudieron. Se desternillaron de la risa al mismo tiempo.

– ¡Charlie el Trombón ha vuelto al pueblo! -exclamó Frankie, que chocó la mano en alto con su compañero.

Thurston y Carolyn se quedaron en la puerta del dormitorio ocultando su desnudez mutua con un abrazo y sin quitar la vista de los intrusos burlones. De fondo, como las voces de una pesadilla, los megáfonos seguían anunciando que estaban evacuando la zona. Gran parte de las voces amplificadas se dirigían ahora hacia la Little Bitch Road.

– No quiero ver el coche cuando volvamos -dijo Junior-. De lo contrario os joderé vivos.

Se fueron. Carolyn se vistió y ayudó a Thurston, a quien le dolía demasiado el estómago para inclinarse y ponerse los zapatos. Cuando acabaron, ambos estaban llorando. En el coche, mientras seguían el camino que llevaba a la Little Bitch, Carolyn intentó hablar con su padre por el móvil. Solo había silencio.

En el cruce de la Little Bitch Road y la 119 había un coche de policía aparcado. Una agente corpulenta y pelirroja señalaba el arcén y les hizo un gesto para que circularan por él. En lugar de obedecerle, Carolyn paró el coche y bajó. Le enseñó su muñeca hinchada.

– ¡Nos han agredido! ¡Dos tipos que se hacían pasar por policías! ¡Uno se llamaba Junior y el otro Frankie! Nos han…

– ¡Moved el culo y largaos o seré yo quien os agreda! -dijo Georgia Roux-. No estoy de cachondeo, guapa.

Carolyn se la quedó mirando pasmada. El mundo se había convertido en un episodio de la Dimensión desconocida mientras ella dormía. Tenía que ser eso; ninguna otra explicación tenía el más mínimo sentido. Oiría la voz de Rod Serling de un momento a otro.

Se metió en el Volvo (que llevaba una pegatina en el parachoques descolorida pero aún legible: ¡OBAMA 2012! ¡SÍ, AÚN PODEMOS!) y pasó junto al coche de policía. Había otro policía sentado en el interior, mayor, comprobando una lista. Por un momento pensó en recurrir a él, pero luego cambió de opinión.

– Enciende la radio -dijo Carolyn-. Averigüemos si está ocurriendo algo de verdad.

Thurston la encendió, pero solo se oía a Elvis Presley y a los Jordanaires cantando «How Great Thou Art».

Carolyn la apagó, pensó en decir «La pesadilla es oficialmente real», pero no lo hizo. Lo único que quería era salir de ese pueblo de chalados cuanto antes.

2

En el mapa, la carretera que llevaba a Chester Pond era un hilo fino con forma de gancho, apenas visible. Después de salir de la cabaña de Marshall, Junior y Frankie se sentaron un rato en el coche de Frankie para estudiar el plano.

– No puede haber nadie más aquí abajo -dijo Frankie-. En esta época del año no. ¿Qué te parece? ¿Volvemos al pueblo y que les den por saco? -Señaló la cabaña con el pulgar-. Ya se habrán pirado, y si no lo han hecho, a nadie le importará una mierda.

Junior meditó la respuesta un instante y negó con la cabeza. Habían realizado el juramento del deber. Además, no tenía mucha prisa en volver ya que su padre se pondría a darle la lata, preguntándole qué había hecho con el cuerpo del reverendo. Coggins estaba haciendo compañía a sus novias en la despensa de McCain, pero no era necesario que su padre lo supiera. Por lo menos hasta que al viejo se le ocurriera una forma de involucrar a Barbara en el asunto.

Y Junior creía que su padre hallaría alguna solución. Si había algo que se le daba bien a Big Jim, era joder a la gente.

Ahora ya ni tan siquiera importa que se entere de que he dejado la facultad, pensó Junior, porque sé algo peor de él. Mucho peor.

El hecho de haber abandonado los estudios no le parecía importante; era una minucia en comparación con lo que estaba sucediendo en Chester's Mills. Aun así, debía tener cuidado. Junior no descartaba que su padre intentara joderlo si la situación lo requería.

– ¿Junior? Tierra a Junior.

– Estoy aquí -dijo, levemente irritado.

– ¿Volvemos al pueblo?

– Echemos un vistazo a las otras cabañas. Están a menos de medio kilómetro, y si regresamos al pueblo, Randolph nos mandará que hagamos otra cosa.

– No me importaría ir a comer algo.

– ¿Dónde? ¿Al Sweetbriar? ¿Quieres matarratas con huevos revueltos cortesía de Dale Barbara?

– No se atrevería.

– ¿Estás seguro?

– Vale, vale. -Frankie encendió el coche y dio marcha atrás. Las hojas de brillantes colores pendían inmóviles de los árboles, y el aire era sofocante. Parecía que estaban en julio, no en octubre-. A esos pijos de mierda de Massachusetts más les vale haberse ido cuando volvamos, porque si no tendré que presentarle a la tetona a mi vengador calvo.

– Me encantaría sujetarla -dijo Junior-. Yippee-ky-yi-yay, hijo de puta.

3

Las primeras tres cabañas estaban claramente vacías; ni siquiera se molestaron en bajar del coche. El camino se había convertido en un par de surcos con un montículo cubierto de hierba en el centro. Los árboles que crecían a ambos lados cubrían el sendero, y algunas de las ramas más bajas casi rozaban el techo del coche.

– Creo que la última está después de esta curva -dijo Frankie-. La carretera acaba en esta mierda de embarc…

– ¡Cuidado! -gritó Junior.

Tomaron una curva muy cerrada y se encontraron con dos niños, un niño y una niña, en mitad de la carretera. No hicieron ningún amago de apartarse. Estupefactos, con la mirada perdida. Si Frankie no hubiera tenido miedo de dejarse el tubo de escape en el montículo central del camino, si hubiera ido a toda velocidad, los habría atropellado. En lugar de eso, pisó el freno y el coche se detuvo a medio metro.

– Oh, Dios mío, casi los atropello -dijo-. Creo que me va a dar un infarto.

– Si a mi padre no le dio, a ti tampoco -respondió Junior.

– ¿Eh?

– Da igual. -Junior bajó del coche. Los niños no se habían movido. La niña era más alta y mayor. Debía de tener nueve años y el niño, cinco. Tenían la cara pálida y sucia. La niña cogía de la mano al pequeño y miraba a Junior, pero el niño miraba al frente, como si estuviera viendo algo interesante en el faro del lado del conductor.

Junior vio la expresión de terror en el rostro de la niña y dobló una rodilla en el suelo, frente a ella.

– ¿Estás bien, cielo?

Respondió el niño, sin apartar la mirada del faro.

– Quiero a mi madre. Y quiero el dezayuno.

Frankie se les acercó.

– ¿Son de verdad? -Habló en un tono como si dijera «Estoy de broma pero no del todo». Alargó la mano y acarició el brazo de la niña.

La cría dio un respingo y lo miró.

– Mamá no ha vuelto -dijo en voz baja.

– ¿Cómo te llamas, cielo? -preguntó Junior-. ¿Y quién es tu mamá?

– Me llamo Alice Rachel Appleton -respondió-. Y él es Aidan Patrick Appleton. Nuestra madre es Vera Appleton. Nuestro padre es Edward Appleton, pero mamá y él se divorciaron el año pasado y ahora él vive en Plano, Texas. Nosotros vivimos en Weston, Massachusetts, en el número dieciséis de Oak Way. Nuestro número de teléfono es… -Lo recitó con la inexpresiva precisión de un buzón de voz.

Junior pensó: Joder, más capullos de Massachusetts. Pero tenía sentido; ¿quién si no iba a quemar gasolina, con lo cara que estaba, solo para ver cómo caían las hojas de los putos árboles?

Frankie también se había arrodillado.

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