– Claro. ¿Qué mensaje quiere que deje?
– «Estimado jefe Randolph: Jacqueline Wettington debe ser depuesta de su cargo de agente de policía de Chester's Mills de forma inmediata.»
– ¿Eso significa despedida?
– Sí, claro.
Carter tomaba nota en su libreta y Big Jim le dio tiempo para que lo apuntara todo. Volvía a sentirse bien. Más que bien. Se sentía en la gloria.
– Añade: «Estimado agente Morrison: Cuando Wettington llegue hoy, haga el favor de informarla de que ha sido relevada de su cargo y dígale que debe vaciar su taquilla. Si pregunta por la causa, dígale que estamos reorganizando el departamento y que ya no requerimos de sus servicios».
– ¿«Servicios» se escribe con be, señor Rennie?
– No es la ortografía lo que importa, sino el mensaje.
– De acuerdo. Entendido.
– Si Wettington tiene más preguntas, que venga a verme.
– Muy bien. ¿Eso es todo?
– No. Diles que quien la vea primero debe quitarle la placa y la pistola. Si se pone tonta y dice que la pistola es de su propiedad, que le den un recibo y le prometan que se la devolverán o se la pagarán cuando haya acabado la crisis.
Carter acabó de tomar nota y luego alzó la vista.
– ¿Qué problema hay con Junes, señor Rennie?
– No lo sé. Es un presentimiento, imagino. Sea lo que sea, no tengo tiempo para ocuparme de ello en este momento. Hay asuntos más acuciantes que requieren mi atención. -Señaló la libreta-. Déjame leer eso.
Carter obedeció. Su letra era como los garabatos de un niño de tercero de primaria, pero había tomado nota de todo. Rennie lo firmó.
Carter llevó los frutos de su labor como secretario a la comisaría. Henry Morrison los recibió con una incredulidad que rayó en el motín. Thibodeau también echó un vistazo en busca de Junior, pero el hijo de Big Jim no estaba allí y nadie lo había visto. Le pidió a Henry que estuviera atento por si lo veía.
Entonces, le dio un arrebato y bajó a ver a Barbie, que estaba tumbado en el camastro, con las manos tras la cabeza.
– Ha llamado tu jefe -le dijo-. Ese tal Cox. Rennie lo llama el coronel «Haz-lo-que-yo-te-diga».
– Seguro que sí -afirmó Barbie.
– El señor Rennie lo ha enviado a tomar por culo. ¿Y sabes qué? Que tu amigo del ejército ha tenido que joderse y aguantarse. ¿Qué te parece eso?
– No me sorprende. -Barbie seguía sin apartar la vista del techo. Parecía calmado. Era irritante-. Carter, ¿has pensado hacia dónde se dirige todo esto? ¿Has intentado pensar a largo plazo?
– No hay largo plazo, Baaarbie. Ya no.
Barbie se limitaba a mirar el techo con una sonrisita que dibujaba unos hoyuelos en la comisura de sus labios. Como si supiera algo que Carter ignoraba. A Thibodeau le entraron ganas de abrir la puerta de la celda y darle un puñetazo a ese imbécil. Entonces recordó lo que había sucedido en el aparcamiento del Dipper's. Prefería dejar que Barbie se enfrentara con sus trucos sucios a un pelotón de fusilamiento. A ver qué tal se le daba.
– Ya nos veremos, Baaarbie.
– Seguro -dijo Barbie, que no se molestó en mirarlo-. Vivimos en un pueblo pequeño, hijo, y todos apoyamos al equipo.
Cuando sonó el timbre de la casa parroquial, Piper Libby aún llevaba la camiseta de los Bruins y los pantalones cortos que utilizaba como pijama. Abrió la puerta. Suponía que sería Helen Roux, que llegaba una hora antes a su cita de las diez para hablar sobre los preparativos del funeral y el entierro de Georgia. Pero era Jackie Wettington. Vestía el uniforme, pero no llevaba la placa en el pecho izquierdo ni pistola en la cadera. Parecía aturdida.
– ¿Jackie? ¿Qué pasa?
– Me han despedido. Ese cabrón me la tiene jurada desde la fiesta de Navidad de la comisaría, cuando intentó meterme mano y le di un manotazo, pero dudo que me hayan echado por eso, dudo incluso que haya influido mínimamente en la decisión…
– Entra -dijo Piper-. He encontrado un pequeño hornillo de gas, del anterior pastor, creo, en uno de los armarios de la despensa y, por increíble que parezca, aún funciona. ¿No te apetece una taza de té?
– Sería fantástico -respondió Jackie. Tenía los ojos inundados en lágrimas, que empezaron a correrle por las mejillas. Se las limpió con un gesto casi furioso.
Piper la hizo pasar a la cocina y encendió el camping gas Brinkman que había sobre la encimera.
– Ahora cuéntamelo todo.
Jackie lo hizo, y no se olvidó del pésame de Henry Morrison, poco delicado pero sincero.
– Esa parte la susurró -dijo mientras tomaba la taza que Piper le ofreció-. Ahora mismo la comisaría parece el cuartel general de la maldita Gestapo. Perdón por el lenguaje grosero.
Piper le quitó importancia con un ademán.
– Henry dice que si protesto en la asamblea del pueblo de mañana, no haré más que empeorar las cosas, que Rennie sacará a relucir un puñado de acusaciones por incompetencia inventadas. Seguramente tiene razón. Pero el mayor incompetente que hay esta mañana en la comisaría es el que está al mando. En cuanto a Rennie… Está llenando la comisaría de agentes que le serán fieles en caso de que haya alguna protesta organizada en contra de su forma de dirigir la situación.
– Desde luego -dijo Piper.
– La mayoría de los nuevos policías no tienen la edad legal para comprar cerveza pero van por ahí con pistola. Se me pasó por la cabeza la posibilidad de decirle a Henry que él podría ser el siguiente en saltar, ha realizado ciertos comentarios sobre la forma en que Randolph dirige la comisaría, y está claro que los lameculos se habrán chivado, pero a juzgar por la expresión de su cara, ya lo sabía.
– ¿Quieres que vaya a ver a Rennie?
– No serviría de nada. De hecho, no lamento estar fuera, lo que no soporto es que me hayan despedido. El gran problema es que lo que va a suceder mañana por la noche podría afectarme. Tal vez debería desaparecer con Barbie. Eso si encontráramos un escondite en el que ocultarnos.
– No entiendo de qué hablas.
– Lo sé pero voy a contártelo. Y aquí es donde empiezan los riesgos. Si no guardas el secreto, acabaré en la cárcel. Quizá me pongan al lado de Barbie cuando Rennie mande formar su pelotón de fusilamiento.
Piper la miró muy seria.
– Tengo cuarenta y cinco minutos antes de que llegue la madre de Georgia Roux. ¿Es tiempo suficiente para que me cuentes lo que tengas que contarme?
– De sobra.
Jackie empezó con el examen de los cuerpos en la funeraria. Describió la marca de las puntadas de la cara de Coggins y la bola de béisbol de oro que Rusty había visto. Respiró hondo y a continuación le contó su plan para sacar a Barbie del calabozo durante la asamblea extraordinaria que se iba a celebrar la noche siguiente.
– Aunque no tengo ni idea de dónde puedo esconderlo si logramos sacarlo de allí. -Tomó un sorbo de té-. ¿Qué te parece?
– Que necesito otra taza. ¿Tú?
– Estoy servida, gracias.
Desde la encimera Piper dijo:
– Vuestro plan es peligrosísimo, supongo que no necesitas que te lo diga, pero quizá no exista otro modo de salvarle la vida a un inocente. Nunca he creído que Dale Barbara fuera culpable de esos asesinatos, y después de mi encontronazo con las fuerzas del orden del pueblo, la idea de que intenten ejecutarlo para evitar que se haga con el mando de la situación no me sorprende demasiado. -Luego añadió, recurriendo al razonamiento de Barbie, aunque sin saberlo-: Rennie no sabe adoptar una perspectiva a largo plazo, y los policías tampoco. Lo único que les preocupa es quién es el amo del cotarro. Ese tipo de actitud está destinada al fracaso.
Читать дальше