Stephen King - La Cúpula

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La cúpula. Un día de octubre la pequeña ciudad americana de Chester´s Mill se encuentra totalmente aislada por una cúpula transparente e impenetrable. Nadie sabe de dónde ha salido ni por qué está allí. Sólo saben que poco a poco se agotarán las provisiones y hasta el oxígeno que respiran. Es una soleada mañana de otoño en la pequeña ciudad de Chester´s Mill. Claudette Sanders disfruta de su clase de vuelo y Dale Barbara, Barbie para los amigos, hace autostop en las afueras. Ninguno de los dos llegará a su destino. De repente, una barrera invisible ha caído sobre la ciudad como una burbuja cristalina e inquebrantable. Al descender, ha cortado por la mitad a una marmota y ha amputado la mano a un jardinero. El avión que pilotaba Claudette ha chocado contra la cúpula y se ha precipitado al suelo envuelto en llamas. Dale Barbara, veterano de la guerra de Irak, ha de regresar a Chester´s Mill, el lugar que tanto deseaba abandonar. El ejército pone a Barbie al cargo de la situación pero Big Jim Rennie, el hombre que tiene un pie en todos los negocios sucios de la ciudad, no está de acuerdo: la cúpula podría ser la respuesta a sus plegarias. A medida que la comida, la electricidad y el agua escasean, los niños comienzan a tener premoniciones escalofriantes. El tiempo se acaba para aquellos que viven bajo la cúpula. ¿Podrán averiguar qué ha creado tan terrorífica prisión antes de que sea demasiado tarde? Una historia apocalíptica e hipnótica. Totalmente fascinante. Lo mejor de Stephen King.

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– Tienes razón -dijo-. Es importante. Vale la pena arriesgarse. Al menos eso creo. Puedes quedarte aquí si quieres, Benny. Esta parte de la misión es estrictamente voluntaria.

– No, yo también voy -dijo Benny-. Si os dejo ir sin mí, colegas, os cachondearéis de mí.

– ¡Eso ya lo hacemos! -gritaron Joe y Norrie al unísono. Después se miraron y se echaron a reír.

17

– ¡Eso es, llora!

La voz procedía de muy lejos. Barbie intentaba volverse hacia ella, pero le costaba abrir los ojos, le ardían.

– ¡Tienes muchísimo por lo que llorar!

Parecía que el hombre que hacía esas declaraciones también estuviera llorando. Y la voz le resultaba familiar. Barbie intentó mirar, pero sentía los párpados hinchados y pesados. Los ojos, debajo de ellos, le latían al ritmo del corazón. Tenía los senos tan obstruidos que los oídos le crujían al tragar.

– ¿Por qué la has matado? ¿Por qué has matado a mi niña?

Algún hijoputa me ha tirado spray. ¿Denton? No, Randolph.

Barbie consiguió abrir los ojos apretándose las cejas con la base de las manos y tirando hacia arriba. Vio a Andy Sanders de pie al otro lado de los barrotes, con lágrimas en las mejillas. ¿Qué veía Sanders? Un tipo en una celda; un tipo en una celda siempre parecía culpable.

Sanders gritó:

– ¡Era todo lo que me quedaba!

Randolph, con gesto abochornado, estaba detrás de él y no dejaba de arrastrar los pies, como un niño al que hacía veinte minutos que deberían haber dejado ir al baño. A pesar de que le escocían los ojos y le martilleaban los senos frontales, a Barbie no le sorprendió que Randolph hubiese dejado bajar a Sanders allí. No porque Sanders fuera el primer concejal de la ciudad, sino porque a Peter Randolph le resultaba casi imposible decir que no.

– Bueno, Andy -dijo Randolph-. Ya basta. Querías verlo y te he dejado, aunque va en contra de lo que me dicta el sentido común. Ahora está a la sombra y pagará por lo que ha hecho. Así que vamos arriba y te serviré una taza de…

Andy agarró a Randolph por la pechera del uniforme. Era diez centímetros más bajo que él, pero aun así Randolph parecía asustado. Barbie no podía culparle. Veía el mundo a través de una película de color rojo oscuro, pero podía distinguir la furia de Andy Sanders con bastante claridad.

– ¡Dame tu pistola! ¡Un juicio sería demasiado bueno para él! ¡De todas formas, seguro que se libra! Tiene amigos en las altas esferas, ¡eso dice Big Jim! ¡Quiero una reparación! ¡Merezco una reparación, así que dame tu pistola!

Barbie no creía que el deseo de Randolph de ser complaciente llegara tan lejos como para entregarle un arma a Andy y que este pudiera dispararle en esa celda como a una rata en un depósito de aguas pluviales, pero no estaba completamente seguro; a lo mejor había alguna otra razón, además de la cobarde compulsión de complacer, para que Randolph hubiese dejado bajar allí a Sanders, y que lo hubiese dejado bajar solo.

Se puso en pie como pudo.

– Señor Sanders. -Parte del spray le había entrado en la boca. Tenía la lengua y la garganta hinchadas, su voz era un graznido nasal nada convincente-. Yo no he matado a su hija, señor. No he matado a nadie. Si lo piensa bien, se dará cuenta de que su amigo Rennie necesita a un cabeza de turco y que yo soy el más oportuno…

Pero Andy no estaba en condiciones de pensar nada. Sus manos se abalanzaron sobre la pistolera de Randolph y empezó a tirar de la Glock. Alarmado, Randolph luchó porque no la sacara de donde estaba.

En ese momento, una figura de gran barriga bajó la escalera moviéndose con gracia a pesar de su gran mole.

– ¡Andy! -vociferó Big Jim-. Andy, amigo… ¡Ven aquí!

Extendió los brazos. Andy dejó de pelearse por la pistola y corrió hacia él como un niño lloroso hacia los brazos de su padre. Big Jim lo estrechó en un abrazo.

– ¡Quiero una pistola! -farfulló Andy alzando su rostro cubierto de lágrimas y de mocos hacia Big Jim-. ¡Consígueme una pistola, Jim! ¡Ya! ¡Ahora mismo! ¡Quiero pegarle un tiro por lo que ha hecho! ¡Como padre tengo ese derecho! ¡Ha matado a mi niñita!

– Puede que no solo a ella -dijo Big Jim-. Puede que tampoco solo a Angie, a Lester y a la pobre Brenda.

Eso detuvo la cascada de palabras. Andy alzó la mirada hacia la losa que era el rostro de Big Jim, atónito. Fascinado.

– Puede que también a tu mujer. A Duke. A Myra Evans. A todos los demás.

– ¿Qué…?

– Alguien es el responsable de esta Cúpula, amigo… ¿Tengo razón?

– S… -Andy no fue capaz de más, pero Big Jim asintió con benevolencia.

– Y a mí me parece que la gente que lo haya hecho debe de tener como mínimo a un infiltrado aquí dentro. Alguien que remueva el guiso. Y ¿quién mejor para remover el guiso que un cocinero? -Le pasó un brazo por los hombros y guió a Andy hacia el jefe Randolph. Big Jim se volvió y miró a Barbie a la cara, roja e hinchada, como si estuviera mirando a alguna especie de insecto-. Encontraremos las pruebas. No me cabe ninguna duda. Ya ha demostrado que no es lo bastante listo para encubrir sus huellas.

Barbie centró su atención en Randolph.

– Esto es un montaje -dijo con su vozarrón nasal-. Puede que empezara solo porque Rennie tenía que salvar el culo, pero ahora ya es un golpe de estado en toda regla. Puede que usted no sea prescindible todavía, jefe, pero cuando lo sea, también usted caerá.

– Calla -dijo Randolph.

Rennie le acariciaba el pelo a Andy. Barbie pensó en su madre y en cómo solía acariciar a su cocker spaniel, Missy, cuando la perra se hizo mayor, estúpida e incontinente.

– Pagará por ello, Andy, tienes mi palabra. Pero antes vamos a descubrir todos los detalles: el qué, el dónde, el porqué y quién más está metido en esto. Porque no está solo, puedes apostar tu bala a que es cierto. Tiene cómplices. Pagará por ello, pero antes le sacaremos toda la información.

– ¿Cómo pagará? -preguntó Andy. Miraba a Big Jim casi en estado de éxtasis-. ¿Cómo pagará por ello?

– Bueno, si sabe cómo levantar la Cúpula, y yo no lo veo descabellado, supongo que tendremos que contentarnos con verlo encerrado en Shawshank. Cadena perpetua sin fianza.

– Eso no es suficiente -susurró Andy.

Rennie seguía acariciándole la cabeza.

– ¿Si la Cúpula no desaparece? -Sonrió-. En ese caso tendremos que juzgarlo nosotros mismos. Y cuando lo declaremos culpable, lo ejecutaremos. ¿Te gusta más eso?

– Mucho más -susurró Andy.

– A mí también, amigo.

Caricia. Caricia.

– A mí también.

18

Salieron del bosque en fila de a tres, se detuvieron y alzaron la mirada hacia el campo de manzanos.

– ¡Allí arriba hay algo! -dijo Benny-. ¡Lo veo! -Su voz sonaba exaltada, pero a Joe, además, le pareció que procedía de extrañamente lejos.

– Yo también -dijo Norrie-. Parece un… un… -«Radiofaro» era la palabra que quería decir, pero no logró pronunciarla. Solo consiguió emitir un sonido de rrr-rrr-rrr, como un niño pequeño jugando con cochecitos sobre un montón de arena. Después se cayó de la bici y quedó tendida en el camino sufriendo convulsiones en brazos y piernas.

– ¿Norrie? -Joe se la quedó mirando (más con asombro que con alarma), y luego miró a Benny.

Sus ojos se encontraron solo un momento, y entonces también Benny se desplomó y la bicicleta se le cayó encima. Empezó a sacudirse y a apartar la High Plains a patadas. El contador Geiger cayó en la cuneta con el cuadrante hacia abajo.

Joe corrió hasta él y extendió un brazo que parecía estirarse como si fuera de goma. Dio la vuelta al cajetín amarillo. La aguja había saltado a +200, justo por debajo de la zona roja de peligro. El niño lo vio y acto seguido cayó en un agujero negro lleno de llamas de color naranja. Le pareció que procedían de un enorme montón de calabazas: una pira funeraria de ardientes linternas de Halloween. En algún lugar había voces que gritaban: perdidas y aterradas. Después se lo tragó la oscuridad.

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