– ¡La violación es el problema! -gritó Piper-. ¡La violación!
– Cállese -le espetó Carter. Aún estaba sentado, y aunque Georgia estaba encogida a su lado, mantuvo la calma. Los músculos de los brazos se le marcaban bajo la camisa azul de manga corta-. Cállese y váyase de aquí ahora mismo, si no quiere pasar la noche en una celda de…
– Eres tú quien va a dar con los huesos en una celda -replicó Piper-. Todos vosotros.
– Hazla callar -dijo Georgia. No gimoteaba pero casi-. Hazla callar, Cart.
– Señora… -Era Freddy Denton.
Llevaba la camisa del uniforme por fuera y el aliento le olía a bourbon. Si Duke lo hubiera visto, lo habría echado a la puta calle. A él y a todos. Intentó ponerse en pie y esta vez fue él quien cayó despatarrado al suelo, con una mirada que habría resultado graciosa en otras circunstancias. Por suerte todos estaban sentados mientras ella estaba de pie, lo cual facilitaba mucho las cosas. Pero, oh, sentía un martilleo en las sienes. Volvió a centrar la atención en Thibodeau, el más peligroso de todos. Seguía mirándola con una calma exasperante. Como si ella fuera un bicho raro de una feria ambulante, y él hubiera pagado veinticinco centavos para verla. Pero la estaba mirando desde abajo, y eso suponía una gran ventaja para Piper.
– Pero no será una celda de la comisaría -le dijo directamente a Thibodeau-. Será en Shawshank, donde a los matones de patio de colegio como vosotros les hacen lo que le hicisteis a esa chica.
– Zorra estúpida -dijo Carter, como si estuviera haciendo un comentario banal sobre el tiempo-. No nos hemos acercado a su casa.
– Es verdad -dijo Georgia, que se había vuelto a sentar. Tenía una mancha de Coca-Cola en una de las mejillas, donde todavía se podían apreciar las últimas marcas de un virulento caso de acné juvenil-. Y, además, todo el mundo sabe que Sammy Bushey no es más que una puta bollera mentirosa.
Piper esbozó una sonrisa y miró a Georgia, que retrocedió ante la mujer chalada que había aparecido de repente en los escalones mientras disfrutaban de la puesta de sol.
– ¿Cómo sabes el nombre de esa puta bollera mentirosa? Yo no lo he dicho.
La boca de Georgia se abrió en una O de angustia. Y por primera vez algo alteró la calma de Carter Thibodeau. Lo que Piper no sabía era si fue el miedo o la cólera.
Frank DeLesseps se puso en pie con cautela.
– Es mejor que no vaya por ahí lanzando acusaciones de las que no tiene ninguna prueba, reverenda Libby.
– Y que tampoco agreda a agentes de policía -dijo Freddy Denton-. Estoy dispuesto a pasarlo por alto esta vez, todos hemos estado sometidos a una gran tensión, pero debe retirar esas acusaciones ahora mismo. -Hizo una pausa y añadió de manera penosa-: Y dejar de empujarnos, por supuesto.
Piper no había apartado la mirada de Georgia; su mano aferraba con tal fuerza el asa de la cadena de Clover, que le palpitaba. El perro permanecía con las patas delanteras abiertas y la cabeza agachada, sin dejar de gruñir. Parecía un potente motor fueraborda al ralentí. Se le había erizado de tal modo el pelo de la nuca que no se veía el collar.
– ¿Cómo sabes su nombre, Georgia?
– Yo… yo… me lo he imaginado…
Carter la agarró del hombro y se lo apretó.
– Cállate, nena. -Y luego, mirando a Piper, aunque sin levantarse ( porque no quiere que vuelva a sentarlo de un empujón, el muy cobarde), dijo-: No sé qué mosca le habrá picado, pero anoche estábamos todos juntos en la granja de Alden Dinsmore. Intentando que los soldados emplazados en la 119 nos dieran alguna información, algo que no logramos. Eso está en el extremo opuesto de la casa de Bushey. -Miró a sus amigos.
– Claro -dijo Frankie.
– Claro -aseguró Mel, que miró a Piper con recelo.
– ¡Sí! -añadió Georgia. Carter la estaba abrazando. La chica recuperó la confianza y lanzó una mirada desafiante a Piper.
– Georgia dio por sentado que estaba hablando de Sammy -dijo Carter con la misma calma exasperante- porque Sammy es la mayor cerda mentirosa del pueblo.
Mel Searles soltó una carcajada estridente.
– Pero no usasteis protección -replicó Piper. Sammy se lo había dicho y cuando vio cómo se le crispaba la cara a Thibodeau supo que era cierto-. No usasteis protección y le han hecho las pruebas de violación. -No tenía ni idea de si era cierto, y no le importaba. A juzgar por cómo abrieron los ojos, se lo habían creído, y con eso le bastaba-. Cuando comparen vuestro ADN con el que encontraron…
– Ya basta -dijo Carter-. Cállese.
Piper le dedicó una sonrisa furibunda.
– No, señor Thibodeau. Esto no ha hecho más que empezar, hijo mío.
Freddy Denton intentó agarrarla. Piper le dio un empujón y entonces notó que alguien le agarraba el brazo y se lo retorcía. Se volvió y miró a Thibodeau a los ojos. Ya no había calma en ellos; ahora refulgían de ira.
Hola, hermano, fue el pensamiento incoherente que le pasó por la cabeza.
– Que te follen, puta zorra -le espetó, y esta vez fue ella quien recibió el empujón.
Piper cayó de espaldas por la escalera. El instinto la llevó a encogerse para intentar rodar; no quería golpearse la cabeza con los peldaños ya que sabía que podían fracturarle el cráneo. Matarla o, peor aún, dejarla como un vegetal. Se golpeó en el hombro izquierdo y soltó un aullido de dolor. Un dolor familiar. Se había dislocado ese hombro jugando al fútbol en el instituto veinte años atrás, y, maldición, acababa de sucederle otra vez.
Levantó las piernas por encima de la cabeza y dio una voltereta hacia atrás, se torció el cuello, se dio un golpe en las rodillas y se hizo una herida en ambas. Al final aterrizó boca abajo. Había llegado casi al final de la escalera. Tenía sangre en la mejilla, sangre en la nariz, sangre en los labios, le dolía el cuello, pero, oh, Dios, el hombro se había llevado la peor parte: salido hacia arriba y torcido de un modo que recordaba a la perfección. La última vez que lo había visto sí estaba cubierto por un jersey de nailon rojo de los Wildcats. A pesar de todo, hizo un gran esfuerzo para ponerse en pie, y dio gracias a Dios de que aún tuviera fuerzas para aguantarse derecha; podría haber quedado paralizada.
Había soltado la cadena cuando caía por la escalera y Clover se abalanzó sobre Thibodeau. Le mordió en el pecho y en la barriga por debajo de la camisa, se la arrancó, derribó a Carter y atacó sus órganos vitales.
– ¡Quítemelo de encima! -gritó Carter. Nada tranquilo ahora-. ¡Va a matarme!
Y sí, Clover lo estaba intentando. Había puesto las patas delanteras sobre sus muslos y las movía hacia arriba y hacia abajo mientras Carter se retorcía. Parecía un pastor alemán montando en bicicleta. Cambió el ángulo de ataque y le dio un mordisco en el hombro, lo que provocó otro grito. Entonces Clover se lanzó a su cuello. Carter logró ponerle las manos en el pecho justo a tiempo para que no le mordiera en la tráquea.
– ¡Deténgalo!
Frank intentó coger la correa, pero Clover se volvió y le dio una dentellada en los dedos. De modo que DeLesseps retrocedió y el perro pudo volver a centrarse en el hombre que había tirado a su ama por la escalera. Abrió el hocico, le mostró una doble hilera de dientes blancos y relucientes, y se le lanzó al cuello. Carter levantó la mano y profirió un grito de dolor cuando Clover la mordió y empezó a zarandearla como si fuera uno de sus muñecos de trapo. Salvo que los muñecos no sangraban, y la mano de Carter sí.
Piper subió la escalera tambaleándose, sujetándose el brazo izquierdo sobre el diafragma. Su cara era una máscara de sangre. Un diente le colgaba de la comisura de los labios como un resto de comida.
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