– Te debo una, Rommie.
– Espero un gran descuento en mi anuncio semanal cuando todo esto haya acabado. -Y se dio unos golpecitos con el dedo índice en la aleta de la nariz, como si tuvieran un gran secreto. Quizá lo tenían.
Cuando Julia salió de los almacenes, sonó su teléfono. Lo sacó del bolsillo del pantalón y contestó.
– Hola, Julia al habla.
– Buenas noches, señorita Shumway.
– Oh, coronel Cox, es maravilloso oír su voz -exclamó con alegría-. No se imagina lo contentos que estamos los ratones de campo de recibir llamadas del exterior. ¿Qué tal va la vida fuera de la Cúpula?
– La vida en general seguramente va bien -respondió-. Aunque en el lugar en el que yo me encuentro no tanto. ¿Sabe lo de los misiles?
– Vi cómo impactaban. Y rebotaban. Han provocado un bonito incendio en su lado…
– No es mi…
– … y uno más modesto en el nuestro.
– Llamaba porque quiero hablar con el coronel Barbara -dijo Cox-. Que a estas alturas debería llevar encima su maldito teléfono.
– ¡Tiene usted toda la maldita razón! -exclamó con voz alegre-. ¡Y la gente que está en el maldito infierno debería tener un maldito vaso de agua con hielo! -Se detuvo frente a Gasolina & Alimentación Mills; estaba cerrado. El cartel escrito a mano de la ventana decía:
HORARIO DE MAÑANA: 11-14 H. ¡LLEGAD PRONTO!
– Señorita Shumway…
– Hablaremos sobre el coronel Barbara dentro de un instante -dijo Julia-. En este momento quiero hablar de dos cosas. En primer lugar, ¿cuándo permitirán que la prensa acceda a la Cúpula? Porque el pueblo estadounidense merece saber algo más aparte de la versión parcial del gobierno, ¿no cree?
Esperaba que el coronel respondiera que no opinaba lo mismo, que no verían al New York Times o a la CNN en la Cúpula en un futuro próximo, pero Cox la sorprendió.
– Seguramente el viernes, si ninguna de las cartas que tenemos en la manga funciona. ¿Cuál es la otra cosa que quiere saber, señorita Shumway? Sea breve, no soy un oficial de prensa. Esa es otra escala salarial.
– Ha sido usted quien me ha llamado, así que tendría que aguantarme. Aguante, coronel.
– Señorita Shumway, con el debido respeto, el suyo no es el único teléfono móvil de Chester's Mills al que puedo llamar.
– No me cabe la menor duda, pero no creo que Barbie quiera hablar con usted si me hace enfadar. No está muy contento con su nuevo cargo de futuro comandante de prisión militar.
Cox suspiró.
– ¿Qué desea saber?
– Quiero saber la temperatura en el lado sur o este de la Cúpula. La temperatura real, o sea, lejos del incendio que han provocado.
– ¿Por qué…?
– ¿Tiene la información o no? Porque yo creo que sí, o que puede obtenerla. Creo que en este instante está sentado frente a la pantalla de un ordenador, y que tiene acceso a todo, incluso a la talla de mi ropa interior, probablemente. -Hizo una pausa-. Y como diga XL, esta llamada se ha acabado.
– ¿Está haciendo gala de su sentido del humor, señorita Shumway, o siempre se comporta así?
– Estoy cansada y asustada. Lo puede atribuir a eso.
Cox permaneció en silencio unos instantes. A Julia le pareció oír que tecleaba algo en el ordenador. Entonces dijo:
– La temperatura en Castle Rock es de ocho grados. ¿Le sirve?
– Sí. -La diferencia no era tan grande como temía, pero aun así era considerable-. Estoy mirando el termómetro de la ventana de la gasolinera. Marca catorce. Hay una diferencia de seis grados entre dos localidades que están a menos de treinta kilómetros de distancia. A menos que se aproxime un frente cálido por el oeste de Maine esta noche, diría que aquí está ocurriendo algo. ¿Está de acuerdo conmigo?
El coronel no respondió a la pregunta, pero lo que dijo hizo que Julia se olvidara de la cuestión.
– Vamos a intentar otra cosa. Alrededor de las nueve de esta noche. Es lo que quería decirle a Barbie.
– Esperemos que el plan B funcione mejor que el plan A. En este momento, creo que la persona designada por el presidente está alimentando a la multitud en el Sweetbriar Rose. Pollo al estilo del rey, según dice el rumor. -Vio las luces de la calle y le sonaron las tripas.
– ¿Puede escucharme y transmitirle un mensaje? -Y oyó lo que el coronel no añadió: «Bruja buscabroncas».
– Me encantaría -respondió. Con una sonrisa. Porque era una bruja buscabroncas cuando tenía que serlo.
– Vamos a probar un ácido que aún está en fase experimental. Un compuesto fluorhídrico sintético. Nueve veces más corrosivo que el normal.
– Que bien vivimos gracias a la química.
– Me han dicho que, en teoría, podría abrir un agujero de tres mil metros de profundidad en un lecho de roca.
– Trabaja para una gente muy divertida, coronel.
– Lo intentaremos en el cruce de Motton Road… -se oyó un crujido de papeles- con Harlow. En principio estaré ahí.
– Entonces le diré a Barbie que le pida a otro que friegue los platos.
– ¿También nos honrará con su compañía, señorita Shumway?
Abrió la boca para decir «No me lo perdería», cuando se oyó un estruendo en la calle, un poco más arriba.
– ¿Qué está pasando? -preguntó Cox.
Julia no contestó. Colgó el teléfono, se lo guardó en el bolsillo y echó a correr hacia el lugar de donde provenían los gritos. Y algo más. Algo que sonaba como un gruñido.
El disparo se produjo cuando aún estaba a media manzana.
Piper regresó a la casa parroquial y se encontró con Carolyn, Thurston y los hermanos Appleton, que la estaban esperando. Se alegró de verlos porque le permitieron olvidarse de Sammy Bushey. Al menos un tiempo.
Escuchó con atención a Carolyn mientras le contaba el ataque que había sufrido Aidan Appleton, pero el niño parecía encontrarse bien; estaba devorando un paquete de galletas de higo Fig Newton. Cuando Carolyn le preguntó si creía que el niño debía ir a ver a un médico, Piper respondió:
– A menos que se repita, creo que podemos asumir que lo causó el hambre y la emoción del juego.
Thurston sonrió con arrepentimiento.
– Todos estábamos muy emocionados. Divirtiéndonos.
En lo que se refería al alojamiento, la primera posibilidad que se le pasó a Piper por la cabeza fue la casa de los McCain, que estaba cerca de la suya. Sin embargo, no sabía dónde podían tener escondida la llave de emergencia.
Alice Appleton estaba en el suelo dando migas de galleta a Clover. El pastor alemán hacía el viejo truco de «te estoy poniendo el hocico en el tobillo porque soy tu mejor amigo» entre galleta y galleta.
– Es el mejor perro que he visto nunca -le dijo a Piper-. Ojalá pudiéramos tener un perro.
– Yo tengo un dragón -dijo Aidan, que estaba sentado cómodamente en el regazo de Carolyn.
Alice esbozó una sonrisa indulgente.
– Es su A-M-I-G-O invisible.
– Ya veo -afirmó Piper. Se dijo que bien podían romper el cristal de una ventana de la casa de los McCain; a la fuerza ahorcan.
Pero cuando se levantó para ver si había café, se le ocurrió una idea mejor.
– Los Dumagen. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? Han ido a Boston a dar una conferencia. Coralee Dumagen me pidió que le regara las plantas mientras estaban fuera.
– Doy clases en Boston -dijo Thurston-. En Emerson. He editado el último número de Ploughshares. -Y suspiró.
– La llave está bajo una maceta, a la izquierda de la puerta -dijo Piper-. Me parece que no tienen generador, pero hay una cocina de leña. -Dudó unos instantes al darse cuenta de que eran gente de ciudad-. ¿Sabrán usar una cocina de leña sin prender fuego a la casa?
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