Batya Gur - Asesinato en directo

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Asesinato en directo: краткое содержание, описание и аннотация

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El cadáver de una mujer aparece en los vestuarios de los estudios de la televisión israelí. El caso se lo adjudican al inspector Michael Ohayon, que emprenderá una complicada y sangrienta investigación que lo llevará por los pasillos de los estudios de la televisión oficial y especialmente por los meandros de las relaciones, tensiones, miedos y amores del personal de la televisión, desde el técnico más sencillo hasta el mismo director. En Asesinato en directo, Batya Gur elige como escena del crimen la televisión isaraelí. Lugar donde se forja la conciencia nacional, donde se muestran las tensiones políticas, los enfrentamientos, la corrupción y las divisiones étnicas, sociales y religiosas que agitan el país.

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– ¿Escenario? ¿Qué esc…? Ajá, ¿se refiere usted al sitio donde Tirtsa…?

Eli Bahar asintió.

– ¿Estuvo usted allí anoche, antes de que muriera? ¿La llegó usted a ver?

Mati Cohen le explicó que, justo antes de la medianoche, había estado en el pasaje que discurre por encima de las salas de los decorados y que Tirtsa se encontraba abajo, junto a los bastidores.

– ¿Le vio ella a usted? -preguntó Eli Bahar.

– No lo sé, no creo -respondió Mati Cohen, que parecía pensar en voz alta-; yo iba de camino a la azotea, donde estaban rodando la película de Beni Meyujas y no podía entretenerme. Ella tampoco… Eso es lo que… Tampoco estaba sola.

– ¿No estaba sola? -dijo Eli Bahar, disimulando su asombro y repitiendo la pregunta para ganar tiempo. Eso también lo había aprendido de Michael hacía años: no muestres un asombro excesivo porque si lo haces el interrogado aprenderá a morderse la lengua, ya no será espontáneo y no oirás toda la verdad-. ¿Quiere decir que había alguien con ella?

– Sí, había alguien con ella y estaban hablando, pero no sé quién sería porque estaba bastante oscuro abajo y los bastidores la ocultaban. Apenas si la pude entrever, sólo las botas, y reconocí su voz.

– ¿Habló? -preguntó Eli Bahar con interés.

– No era exactamente… No es que hablara…, sólo dijo… como…; me parece que dijo «No, no», o algo así.

– ¿Con quién hablaba? -le preguntó ahora Eli Bahar delatando su agitación, y es que se le había acelerado el pulso porque, de repente, la historia estaba dando un vuelco absoluto- ¿Quién estaba con ella?

– Pues ésa es justamente la cuestión -le respondió Mati Cohen tirándose de las mangas de su abrigo azul y clavando la mirada en uno de los botones dorados-, que no lo sé.

– ¿Era un hombre o una mujer? -le preguntó Eli Bahar amablemente, como si no hubiera urgencia en responder.

Mati Cohen hizo una mueca que denotaba su sorpresa.

– Que me maten si lo sé, no se lo puedo decir porque estaba oscuro y la otra persona no habló.

– Pero ¿qué fue lo que vio, exactamente? -inquirió Eli Bahar-. Descríbamelo como si yo…, como si fuera un reportero que le estuviera preguntando por lo que ha ocurrido.

– Sucedió así: me llamaron para decirme que Beni Meyujas estaba rodando por la noche…

– ¿Quién lo llamó? -preguntó Eli Bahar, y garabateó algo en la libreta amarilla que tenía apoyada en las rodillas.

– Qué más da, me llamaron y punto -dijo Mati Cohen con desgana-. Se había llegado a un acuerdo por el que Beni Meyujas tenía que dejar de rodar porque se había acabado el presupuesto… No importa, son cosas de… De todos modos, vine para pillarlo in fraganti y sabía que estaba en la azotea de Los Hilos.

La mano de Eli Bahar se detuvo sobre la hoja.

– ¿A qué se refiere? ¿Qué es eso?

– Pues Los Hilos -dijo Mati Cohen con impaciencia-, el otro edificio, donde se hacen los decorados, donde el… Venga, Los Hilos, ¿no ha estado en el otro edificio? ¿Todavía no ha estado usted donde encontraron a Tirtsa…?

– Sí, ya he estado, ¿eso es Los Hilos?

– Así es como se llama porque antes era una fábrica de hilos -le explicó Mati Cohen-. No sé si se habrá dado cuenta, pero hay allí unas escaleras estrechas que llevan a la segunda planta, y un pasaje angosto, abierto, con una baranda, por encima de las salas donde están los decorados y la carpintería, por encima de… No importa, el caso es que puedes ir al pasaje ese y ver lo que ocurre debajo sin hacer ningún esfuerzo, desde el otro lado, porque no está cerrado; total, que me encontraba apoyado en la baranda, porque había caminado muy rápido y me encontraba muy cansado y bastante deprimido, porque sabía que… No me gusta cortar los rodajes a medias…, y menos con un tipo como Beni Meyujas que… -Mati Cohen se calló, se levantó de la silla con dificultad, sacó un pañuelo de cuadros arrugado del bolsillo de los pantalones y se secó el sudor de la cara-. ¿Tú también tienes calor o soy sólo yo? Hace un calor de muerte -se quejó.

– No especialmente -le respondió Eli Bahar-, pero cada uno reacciona de una forma distinta; aquí hay calefacción central -y, tocando el radiador, desconchó con el dedo una capa de pintura amarillenta-. Pues no, está completamente frío -comentó asombrado-, la calefacción está apagada.

– Eso es ahorrar -dijo Mati Cohen satisfecho-. La encienden entre las cuatro y las cinco, dependiendo de la temperatura. Pero ¿dónde nos habíamos quedado? -añadió, y miró el reloj con impaciencia.

– En que le daba apuro detener el rodaje de Beni Meyujas -le recordó Eli Bahar-, y estaba usted caminando por el pasaje de la segunda planta y miró hacia abajo.

– Sí, pero no me detuve, porque le iba a decir a Beni Meyujas… -suspiró-, y al final no se lo dije.

– ¿Y cómo fue eso?

– Pues porque no llegué hasta allí. A medio camino llamó mi mujer, tuve que llevar al peque a Urgencias, estaba con un ataque de asma, tiene bronquitis asmática, y yo no podía…, imposible esperar, era urgente, cuando tiene un ataque así se ahoga, una vez se puso azul, y el que tenía el coche anoche era yo. Además, mi mujer no conduce, así que no había otra opción, ella también… Está en su segundo embarazo y no… Ya hemos perdido… No importa -e hizo unas muecas como si se disculpara por dar tantos detalles, por resultar demasiado charlatán-. Tuve que volver urgentemente.

– ¿Y volvió usted sobre sus pasos por el mismo camino por el que había llegado? -le preguntó Eli Bahar.

– Sí, claro, no hay otro cami… Hay otro camino, por detrás, más corto, que lleva al aparcamiento, y hay… hay también un pasaje por dentro, por el edificio central…; pero había dejado el coche en el aparcamiento pequeño…

– ¿Así que volvió usted por el mismo pasaje?

– Sí. ¿Tan importante es eso? -se interesó Mati Cohen mirándolo con asombro.

– ¿Y entonces todavía estaba ahí?

– ¿Quién? ¿Tirtsa?

– Tirtsa y ese alguien que estaba con ella.

– No me fijé -dijo Mati Cohen sorprendido, como si él mismo se diera cuenta del absurdo-, ya no miré hacia abajo, estaba preocupado por…

– Tenía usted prisa -lo ayudó Eli Bahar.

– Eso mismo, tenía mucha prisa, por el niño, porque mi mujer me había dicho que ya era… Eso es, tenía prisa, y no le puedo decir si ella todavía estaba ahí o no, tampoco sé dónde la encontraron, porque me he enterado esta mañana… -y abrió los brazos en un gesto de impotencia.

– La han encontrado al lado de los decorados, junto a la columna. Una columna blanca de mármol.

– Me parece recordar algo parecido -dijo Mati Cohen-. ¿Con una bola arriba, en la parte superior? Debí de verla alguna vez.

– Esa bola le aplastó la cara y el cráneo -comentó Eli Bahar, sin apartar la mirada del rostro de Mati Cohen, que palideció al instante.

– ¡Qué me dice! -musitó Mati Cohen, y se pasó la lengua por los labios, que se le habían quedado secos de golpe-. ¿Hay aquí?… ¿Hay agua? -preguntó, y mientras hablaba se levantó y se acercó dando tumbos al hervidor, miró dentro, echó agua tibia en un vaso de poliexpán y se la tomó de un trago-. Lo siento mucho -dijo, tomando nuevamente asiento-. Al volver no miré hacia abajo, no sé si todavía estaría en el mismo lugar, pero cuando llegué sí se encontraba allí con alguien, hablando, quiero decir… -y se calló. Eli Bahar, que percibió un matiz de vacilación en su voz, se cruzó de brazos y esperó; tenía la esperanza de que, si aguardaba pacientemente, oiría el final de la frase. La gente -le había enseñado Michael- no puede soportar los silencios. Pero Mati Cohen seguía en silencio. Su rostro enrojecido se había contraído por un esfuerzo que Eli Bahar no lograba interpretar, y los ojos entrecerrados parecían estar intentando descodificar los detalles de una imagen que sólo él veía.

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