Sidney Sheldon - Si Hubiera Un Mañana
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Ojalá que no la encuentre, imploró mentalmente.
Pero ahí estaba, descollando en la penumbra como el castillo de algún ogro en un cuento de terror. Parecía desierta. Cómo se atreven los sirvientes a tomarse libre el fin de semana… Habría que despedirlos a todos.
Estacionó detrás de unos gigantescos sauces que ocultaban el coche, apagó el motor y oyó el sonido nocturno de los insectos. Ningún otro ruido alteraba el silencio. La casa quedaba fuera del camino principal, y no había tránsito a esa hora de la noche.
La finca está rodeada de árboles, querida, y no hay vecinos, de modo que no se preocupe. La patrulla de seguridad pasa a las diez, y luego a las dos de la madrugada. A esa hora usted ya se habrá marchado.
Tracy miró su reloj. Las once. La primera patrulla se había ido. Le quedaban tres horas hasta que llegara la siguiente, o tres segundos para dar media vuelta, regresar a Nueva York y olvidarse de esa locura. Pero, ¿qué futuro le aguardaba? Las imágenes pasaban raudamente por su memoria.
Ninguna empresa de ordenadores contratará a una persona con antecedentes criminales…
Veinticinco mil dólares, libres de impuestos, por una o dos horas. Y le advierto que se trata de una mujer horriblemente rica.
¿Qué estoy haciendo? No soy una ladrona. Soy una estúpida aficionada que está al borde del colapso nervioso.
Si fuese medianamente inteligente, huiría de aquí mientras todavía hay tiempo, antes de que me capturen, se produzca un tiroteo y transporten mi cuerpo acribillado al depósito de cadáveres. Ya me imagino los titulares: Peligrosa criminal muerta durante frustrado intento de robo.
¿Quién iría a su entierro? Ernestina y Amy, la hija de Brannigan. Miró la hora. Hacía veinte minutos que estaba ahí sentada, sumergida en sus fantasías. Si voy a hacerlo, me conviene ponerme en movimiento.
Pero estaba paralizada por el miedo. No puedo quedarme aquí sentada eternamente -se dijo-.¿Por qué no le echo un vistazo a la casa? Una rápida ojeada.
Respiró hondo y se bajó del coche. Iba vestida con el mono negro. Le temblaban las rodillas. Al acercarse a la vivienda advirtió que estaba totalmente a oscuras.
No se olvide de usar guantes.
Metió la mano en el bolsillo, sacó un par de guantes y se los puso. Oh, Dios, lo estoy haciendo -pensó- Lo estoy llevando a cabo de veras.
El corazón le latía con tanta fuerza que ya no podía oír otros sonidos.
La alarma está situada a la izquierda de la puerta principal. Tiene cinco botones. La luz roja encendida quiere decir que el sistema está funcionando. El código para desconectarlo es: 3-2-4-1-1. Cuando se apague la lucecita roja, quedará desactivada la alarma. Aquí tiene la llave de la puerta de delante. Una vez que haya entrado, no se olvide de volver a cerrar la puerta. Utilice esta linterna. No encienda ninguna luz, por si acaso acierta a pasar algún coche por allí. El dormitorio principal queda en la planta alta, a la izquierda, y da sobre la bahía. La caja fuerte se halla detrás de un retrato de Lois Bellamy. Es una caja muy sencilla. Lo único que debe hacer usted es seguir esta combinación.
Tracy permaneció completamente inmóvil, temblando, lista para huir al menor ruido. Silencio. Extendió un brazo y fue apretando la secuencia de los botones de la alarma, rogando que ésta no sonara. La luz roja se apagó. Sabía que el paso siguiente era el comprometedor. Recordó que los pilotos de aviones lo definían con una frase: El punto sin retorno.
Metió la llave en la cerradura, y la puerta cedió. Esperó un minuto entero antes de entrar. Avanzó por el vestíbulo, temerosa de moverse. Reinaba en la casa un silencio total. Sacó la linterna, la encendió y divisó la escalera. Comenzó a subir. Lo único que quería era terminar cuanto antes, y salir corriendo.
El vestíbulo de la planta superior parecía fantasmal a la luz de la linterna. Fue espiando cada cuarto que pasaba: todos estaban vacíos.
El dormitorio principal quedaba al fondo del pasillo, y daba a la bahía, tal como le había contado Morgan. Era una habitación espléndida, decorada en tonos diferentes de rosa. Había una cama con dosel, y dos canapés, un hogar, y frente a éste, una mesa para cenar.
Se dirigió a la ventana y contempló los barcos distantes, anclados en la bahía. Eso no volverá a ocurrir. Dentro de unos minutos habré terminado.
Se apartó de la ventana, encaminándose hacia el retrato de Lois Bellamy. Es verdad: parece una mujer horrible. Detrás del cuadro había una pequeña caja fuerte. Tracy había memorizado la combinación. Tres giros a la derecha. Detenerse en el 42. Dos giros a la izquierda. Detenerse en el 10. Un giro a la derecha. Detenerse en el 30. Tanto le temblaban las manos que debió repetir la operación. Oyó un clic y la abrió.
Adentro había varios sobres gruesos y muchos papeles, pero no les prestó atención. Al fondo, sobre un diminuto estante, una bolsita de gamuza, que retiró con presteza. Pero en ese momento comenzó a sonar una alarma. El sonido parecía resonar en todos los rincones de la casa. Tracy quedó paralizada por el terror.
¿Qué fue lo que salió mal? ¿Acaso Morgan no sabía que la alarma interior de la caja fuerte se activaba al sacar las alhajas?
Tenía que huir con rapidez. Guardó la bolsita en el bolsillo y corrió hacia la escalera. En ese instante, por encima de la alarma percibió otro sonido: sirenas que se acercaban. Permaneció en la parte superior de la escalera, dominada por el pánico. El corazón le latía alocadamente, y sentía la boca seca. Fue hasta una ventana, apartó un poco la cortina y espió fuera. Un patrullero blanco y negro entraba por el camino rumbo a la casa. Y se detenía. Un policía uniformado se encaminaba velozmente a la parte del fondo, mientras que un segundo agente enfilaba hacia la puerta delantera. No había forma de escapar. El timbre de alarma seguía sonando con estridencia.
¡No! -pensó- No permitiré que vuelvan a enviarme a la cárcel.
Oyó entonces el timbre de la puerta principal.
Hacía diez años que el teniente Melvin Durkin integraba el cuerpo de Policía de Sea Cliff, un pueblo muy tranquilo. La principal actividad de la Policía local era ocuparse de los casos de vandalismo, unos pocos robos de coches y algunas ocasionales grescas de borrachos los sábados por la noche. La alarma de la residencia «Bellamy» pertenecía a otra categoría. Era el tipo de hecho delictivo por el cual Durkin había resuelto ser policía. El teniente conocía a Lois Bellamy y estaba al tanto de la valiosa colección de cuadros y alhajas de su propiedad. Cuando se enteró de que había salido de viaje, controlaba la casa de tanto en tanto, sabía que era un blanco tentador para los ladrones. Y ahora -pensó-, creo que he pescado a uno. Se hallaba de patrulla a sólo dos manzanas de distancia cuando la empresa se seguridad le envió el mensaje por radio.
Volvió a tocar el timbre de la puerta principal porque quería hacer constar en el informe que lo había hecho sonar tres veces antes de entrar por la fuerza. Su compañero cubría el fondo, de modo que no había posibilidad de que el intruso huyera. Probablemente el sujeto intentaría ocultarse en el edificio, pero se llevaría una sorpresa. Nadie podía esconderse de Melvin Durkin.
Cuando iba a apretar por tercera vez el timbre, la puerta se abrió de golpe y apareció una mujer con un camisón semitransparente que dejaba casi al descubierto su espléndido cuerpo. Tenía el rostro lleno de crema y una gorra con rulos en la cabeza.
– ¿Qué diablos pasa? -preguntó ella, de mal tono.
El policía tragó saliva.
– Yo…, ¿quién es usted?
– Soy Ellen Branch, huésped de Lois Bellamy. Mi amiga se ha marchado a Europa.
– Lo sé. -El teniente estaba desconcertado-. No me dijo nada de que fuera a tener invitados.
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