Sam Bourne - El Testamento Final

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Un trasdental hallazgo arqueológico podría cambiar radicalmente el destino de Israel y Palestina.
El profesor Guttman, un arqueólogo fundamentalista israelí, ha hallado, proveniente del saqueo del Museo Arqueológico de Irak, la tablilla que contiene el testamento de Abraham, donde se indica cómo deberán repartirse las tierras palestinos e israelíes. Tal descubrimiento le cuesta la vida a él y a su esposa, pero pone sobre la pista de la tablilla a Uri, hijo del malogrado matrimonio, y a Maggi, una mediadora política norteamericana. Ambos vivirán una apasionante aventura, perseguidos por los servicios secretos de sus respectivos países.

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Le dio la vuelta y buscó un trozo de cinta adhesiva que había visto al sacarla de su escondite. En ese momento había supuesto que era parte de la fijación que Guttman había ideado para mantenerla oculta, pero cuando se la acercó a los ojos vio que no era cinta adhesiva, sino una pequeña funda de plástico transparente, una versión pequeña de las fundas que se utilizan para proteger las tarjetas de crédito. La despegó con cuidado. Luego sacó de su interior tres pequeños papeles pulcramente doblados. El primero estaba escrito en hebreo; el segundo, en árabe; y el tercero, en inglés.

Leyó rápidamente el párrafo en inglés y después volvió a hacerlo en voz alta, mirando a la cámara.

– Esto es una tablilla dictada a un escriba por Abraham, poco antes de su muerte, en Hebrón. Lo recogido en ella está en caracteres cuneiformes, la antigua escritura babilónica. La traducción dice lo siguiente: «Yo, Abraham, hijo de Terach, ante los jueces doy testimonio de lo siguiente. La tierra adonde llevé a mi hijo para sacrificarlo al Altísimo, el monte Moria, esa tierra se ha convertido en fuente de discordia entre mis dos hijos, de cuyos nombres dejo constancia: Isaac e Ismael. Así pues, ante los jueces declaro que el monte sea legado como sigue…».

Calló en el instante en que sonó el disparo. Cuando cayó al suelo, su mano seguía sujetando fuertemente la tablilla, como si aferrándose a ella se aferrara a la vida.

Capitulo 64

Jerusalén, viernes, 13.44 h

La cámara se le cayó de las manos con un golpe sordo. Uri corrió hacia Maggie y se agachó junto a ella para ver dónde la habían herido. Apenas lo había hecho cuando una segunda bala pasó silbando junto a su oído. Entonces, también él se echó al suelo, sobre Maggie, intentando proteger su cuerpo de los disparos.

Miró alrededor y vio a Mustafa tumbado boca abajo. Con un leve movimiento de los dedos, el palestino indicó que mirara hacia lo alto. Allí justo encima de ellos, apoyados en la barandilla del mirador de la ciudad en miniatura, asomaban los cañones de varias armas que disparaban hacia los árboles del otro lado. ¿Eran los hombres de Miller, que se habían reagrupado? ¿Acaso intentaban matar al camarógrafo oculto pensando que eso podría salvarlos a ellos y a su jefe?

Se oyó un ruido de ramas y seguidamente un grito en hebreo:

– Al tira! «¡No disparen!»

Uri oyó que sonaba una respuesta desde lo alto. -'Hadel esh!

«¡Alto el fuego!»

Uri se puso en pie lentamente. Maggie seguía tirada en el suelo, mortalmente quieta.

Entonces oyó un clamor de voces que hablaban en hebreo.

Una docena de hombres bajaban corriendo por la escalera. La policía israelí. Con sus armas semiautomáticas apuntaban directamente a los dos individuos que acababan de salir de entre los árboles.

– ¡Identifíquense! -gritó el oficial al mando. Silencio.

– ¡Identifíquense o abriremos fuego!

¿Eran palestinos que habían aprendido a hablar en hebreo en la cárcel y que se aprestaban a llevar a cabo algún tipo de acción suicida? Uri sabía lo que les esperaba si vacilaban un segundo más en contestar: un tiro en la frente, el único modo seguro de evitar que accionaran un detonador.

Sin embargo, no llevaban ropa abultada, que solía ser el indicio más obvio de sus intenciones; vestían como cualquiera. A decir verdad, parecían israelíes.

– ¡Somos los Defensores de Jerusalén Unido! -dijo en perfecto hebreo el mayor de los dos.

Cuando los policías acabaron de rodearlos, Uri vio que llevaban en la coronilla una kipá de ganchillo, el símbolo inequívoco que identificaba a los miembros del movimiento de los colonos.

– Vaya, así que ellos también nos pisaban los talones…

Uri se dio la vuelta y vio a Maggie incorporándose, frotándose los ojos.

– ¡Maggie! ¡Estás viva!

– Siento lo de antes. No sabía que fuera tan gallina.

– ¿De qué hablas?

– Se supone que soy una diplomática curtida y que no me desmayo cuando alguien dispara un arma cerca.

La policía los retuvo a los tres -Maggie, Uri y Mustafa- durante varias horas mientras prestaban una larga y detallada declaración. Les acompañó un abogado, el cuñado de Uri, que insistió en el derecho de sus clientes a conservar sus efectos personales, incluida la tablilla, como pertenencias privadas. Después de su intervención, la tuvieron con ellos todo el tiempo. En cuanto a los pequeños papeles, Maggie los había escondido en lo más hondo de sus bolsillos y allí siguieron.

Cuando salieron de la comisaría se encontraron con una escena que Maggie y Uri habían presenciado muchas veces pero que nunca habían creído que vivirían en carne propia: cientos de cámaras los apuntaban entre destellos de flash.

Apenas habían puesto un pie en la calle cuando la multitud lanzó un rugido colectivo mientras los fotógrafos y periodistas la llamaban a gritos: «¡Maggie! ¡Maggie!», «Maggie, ¿qué dice el testamento de Abraham?», «Maggie, ¿qué pone en la tablilla?».

Uri y Mustafa se situaron uno a cada lado para protegerla y abrirse camino hasta el taxi que los esperaba. El conductor tuvo que dar dos largos rodeos para lograr despistar a las furgonetas y motos que los seguían antes de poder dejar a Maggie a salvo en su hotel.

Una vez a salvo en el refugio de su habitación, Maggie encendió el televisor. Ya tenía una idea de lo que la esperaba. Cuando la policía le había devuelto el móvil, en la pantalla aparecía el mensaje «Bandeja de entrada llena». Escuchó los primeros mensajes de voz: la BBC, la NPR, la CNN, Reuters, la AP, The New York Times, todos solicitándole una entrevista tan pronto como le fuera humanamente posible. El Daily Mail de Londres le ofrecía una cantidad de seis cifras si aceptaba venderles la exclusiva de las aventuras de una mujer en busca del testamento de Abraham. También había unos cuantos mensajes de la Casa Blanca.

Cuando empezó a pasar de un canal a otro, lo único que vio fueron imágenes de ella sosteniendo la tablilla ante la cámara de Uri. La cadena Fax News emitía sin cesar, en una especie de bucle, la grabación donde Bruce Miller confesaba sus múltiples fechorías y terminaba con las palabras «¿Avergonzarme? Me siento orgulloso». Al final, dejó BBC World.

«Contamos con la compañía de Emest Freundel, del Museo Británico de Londres, uno de los pocos expertos del mundo capaz de leer la escritura cuneiforme de la crucial tablilla.»-Señor Freundel, ¿qué opina de lo que se dice que hay escrito en ella?

»-Bien, en principio cualquier información de esta naturaleza debería ser tratada con el mayor escepticismo. Sin embargo, tengo entendido que esta tablilla fue encontrada y traducida por el profesor Shimon Guttman, que era una de las mayores autoridades en este tema. Si él decía que era auténtica, me inclino a creerle.

»-¿y cuál es su reacción ante la idea de que se trata de la última voluntad de Abraham?

»-Bueno, habrá que realizar las pruebas pertinentes, pero Guttman no era un hombre dado a la credulidad. También hay que considerar que si los estadounidenses han llegado hasta donde han llegado para hacerse con la tablilla, quiere decir que debían de estar bastante convencidos de su autenticidad.

»-¿Y eso qué supone desde el punto de vista emocional para un erudito como usted, doctor Freundel?

– No puedo negar que daría cualquier cosa por poder examinar esa tablilla y tenerla en mis manos. Por desgracia no he tenido esa oportunidad. En cualquier caso, su importancia es inconmensurable.»

Mientras Maggie seguía sentada en el borde de la cama, Uri se le acercó con el ordenador portátil y le mostró una serie de páginas web: al-Ahram, Washington Post, Guardian, Times of India y China Daily. Todos trataban la misma noticia. Por último, le mostró el titular de Haaretz:

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