Sam Bourne - El Testamento Final

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Un trasdental hallazgo arqueológico podría cambiar radicalmente el destino de Israel y Palestina.
El profesor Guttman, un arqueólogo fundamentalista israelí, ha hallado, proveniente del saqueo del Museo Arqueológico de Irak, la tablilla que contiene el testamento de Abraham, donde se indica cómo deberán repartirse las tierras palestinos e israelíes. Tal descubrimiento le cuesta la vida a él y a su esposa, pero pone sobre la pista de la tablilla a Uri, hijo del malogrado matrimonio, y a Maggi, una mediadora política norteamericana. Ambos vivirán una apasionante aventura, perseguidos por los servicios secretos de sus respectivos países.

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– No sé. La verdad es que yo siempre me he mantenido alejado de la política -contestó mirándose las manos-. Eso era asunto de mi padre.

– Sé a qué te refieres -dijo Uri.

– Repasamos su agenda y los mensajes electrónicos y no vimos nada de lo que dices. Su teléfono estaba bloqueado, de modo que no pudimos entrar, pero su ayudante repasó su ordenador a fondo.

– ¿Habló contigo en los últimos días? ¿Recuerdas si te mencionó algo sobre un descubrimiento?

– No. La verdad es que no hablábamos mucho sobre su trabajo.

Uri meneó la cabeza y suspiró. Maggie se dio cuenta de que estaba a punto de renunciar: aquella había sido su última buena idea.

«Lo he dejado en un lugar seguro, un lugar que solo tú y mi hermano conocéis.»

Un engranaje empezó a girar lentamente en el cerebro de Maggie. Reflexionó sobre cómo habían funcionado hasta ese momento los mensajes de Guttman, apremiando a Uri para que recordara cosas que ya sabía. «¿Qué hicimos durante ese viaje, Uri? Confío en que lo recuerdes.» Entonces se le ocurrió que quizá el viejo profesor hubiera hecho lo mismo con su «hermano», Ahmed Nur. No había pasado información nueva a su colega palestino. Nur solo tenía que recordar algo que ya sabía.

– Dime una cosa, Mustafa -dijo Maggie al tiempo que ponía, suave pero firmemente, una mano en el brazo a Uri para que le concediera un momento-, ¿para ti fue de verdad una sorpresa que tu padre conociera y se relacionara con un israelí?

– Sí -contestó él mirando a Maggie con sus penetrantes ojos verdes. Ella, decepcionada, estaba pensando en una nueva pregunta cuando Mustafa añadió-: Sí, pero no.

– ¿No?

– Bueno, lo fue cuando te lo oí decir por primera vez -dijo señalando a Uri-. Pero luego, a medida que le daba vueltas al asunto, más sentido le veía. Me refiero a que mi padre sabía un montón acerca de Israel. Era un experto en las lenguas de esta región, incluyendo la escritura en la que están grabadas ese tipo de tablillas. y por descontado sabía hebreo. Mi padre sabía muchas cosas sobre cómo funciona este país.

– Sí. «Conoce a tu enemigo» -terció Uri.

Maggie le dio un pisotón para que se callara y siguió mirando a Mustafa sin dejar de asentir, con la esperanza de que él olvidara el comentario de Uri.

– o sea, que era un verdadero experto -dijo-. Sigue, sigue.

– Bueno, parece lógico que no adquiriera todos esos conocimientos solamente en los libros. Me doy cuenta de que debía de pasar aquí más tiempo del que decía y que seguramente contaba con alguien que lo acompañaba.

– ¿Y alguna vez mencionó…?

– Es como cuando fue a visitar los túneles que hay bajo

Haram al-Sharif. Son pocos los palestinos que lo han hecho, pero me consta que él sí; aunque nunca lo hizo público. Mi padre estaba en profundo desacuerdo en esa cuestión. Según él, se trataba de un intento de los sionistas para socavar el barrio musulmán.

– Pero aun así fue.

– Sentía curiosidad.

– Era arqueólogo -dijo Maggie con una sonrisa de comprensión.

– Siempre. Y quería ver.

Maggie imaginó a aquellos dos hombres, ideológicamente en polos opuestos -un sionista convencido y un ultranacionalista palestino- paseando junto a un grupo de turistas por los mismos túneles que ella había visto aquella mañana. ¿Era posible? ¿Cabía realmente la posibilidad de que Shimon Guttman hubiera hecho de guía para Ahmed Nur y le hubiera mostrado los lugares más recónditos del Muro de las Lamentaciones? No era de extrañar que Guttman hubiera querido hablar con Nur acerca de la tablilla. En aquel dividido territorio, tal vez eran las dos únicas personas capaces de leer lo que había grabado en ella y comprender su verdadero significado.

Dejó que el silencio se prolongara un poco más. -Mustafa, sé que no resulta fácil, pero de verdad necesitamos que pienses. ¿Hay algo más, quizá un lugar, que tu padre pudiera conocer, o algo que tuviera en común con Shimon Guttman?

– La verdad es que no se me ocurre nada.

Maggie captó la mirada de resignación de Uri. «Esto no está funcionando.» Estaba a punto de abandonar.

– De acuerdo -dijo Maggie-. Intentémoslo de otra manera. Te leemos el mensaje exacto que Guttman dejó, y a ver si te sugiere algo. ¿Te parece?

Mustafa asintió.

Maggie se lo repitió, palabra por palabra, de memoria: «Dirígete al oeste, joven, y sigue camino hasta la ciudad modelo, cerca del Mishkan. Allí encontrarás lo que he dejado para ti, en el camino de antiguos barrios».

Mustafa le pidió que lo repitiera más despacio y cerró los ojos mientras escuchaba de nuevo. Al fin habló.

– Creo que tiene que referirse a Haram al-Sharif, adonde tú fuiste, Maggie. Los «barrios» son los túneles, y «la ciudad modelo» es como nos referimos a Jerusalén, tanto judíos como musulmanes.

– Sí, pero ¿dónde? -Uri no podía contener su frustración.

– Cuando dice «dirígete al oeste», ¿no podría referirse al camino que hay que seguir por los túneles?

– Solo hay un camino, el que he seguido esta mañana -le contestó Maggie, exasperada.

– Lo siento.

– No -repuso ella, recobrando la compostura-. Tú no tienes la culpa. Es solo que pensábamos que quizá tú sabías algo.

Empezaron a caminar de vuelta al interior del hotel. Maggie y Uri permanecieron con la cabeza gacha hasta que llegaron al aparcamiento, por temor a que alguien los reconociera. Una vez fuera, bajo la marquesina de la entrada, Maggie se dio cuenta de que no había dado el pésame a Mustafa. Le preguntó sobre su difunto padre, cuántos hijos y nietos había dejado y cosas parecidas.

– ¿Y seguía trabajando?

– Sí -contestó Mustafa, y le habló acerca de las excavaciones de Beitin-. Pero ese no era el sueño de su vida. Su verdadero sueño ya no podrá verlo hecho realidad -dijo con lágrimas en los ojos.

– ¿Y cuál era, Mustafa? -preguntó Maggie ladeando la cabeza, consciente de que era un gesto que demostraba interés y atención.

– Mi padre aspiraba a fundar un Museo Palestino, un bonito edificio lleno de objetos de arte y esculturas, y de todas las piezas arqueológicas que él había descubierto. Un lugar que reuniera la historia de Palestina.

Uri lo miró, repentinamente alerta. -Como el Museo de Israel.

– Sí. De hecho, recuerdo que hablaba a menudo de ese lugar. Decía que algún día tendríamos algo parecido, algo que mostraría al mundo lo que era esta tierra, para que todos pudieran verlo con sus propios ojos.

– ¿Decía eso? -preguntó Uri con los ojos muy abiertos.

– Sí. -Mustafa sonreía-. Me decía: «Algún día, Mustafa, construiremos lo mismo que tienen ellos para mostrar la historia de nuestro Jerusalén, no algo abstracto, sino algo que se pueda tocar».

– Seguro que mi padre se lo enseñó -comentó Uri en voz baja.

– ¿Cómo? -preguntó Maggie. Él le lanzó una rápida mirada.

– Te lo explicaré por el camino. Mustafa, ¿puedes acompañamos?

Al cabo de un minuto, los tres iban en un taxi y atravesaban la ciudad en dirección oeste. La sonrisa no había desaparecido del rostro de Uri, que meneaba la cabeza y murmuraba «Claro» para sus adentros, una y otra vez.

Cuando Maggie le preguntó adónde diablos se dirigían, él los miró con una gran sonrisa.

– Gracias a nuestros dos padres, creo que nuestra búsqueda está a punto de terminar.

Capitulo 62

Jerusalén, viernes, 13.11 h

Uri estuvo de buen humor durante todo el trayecto. Sentado delante junto al taxista, y bajo un retumbante ritmo tecno-beat, se deleitó explicando las pistas dejadas por su padre.

– ¿Lo veis? Lo leí demasiado rápido. Di por hecho que «Dirígete al oeste, joven» tenía que referirse al Muro de las Lamentaciones. Eso era obvio, pero ¿a santo de qué mi padre se iba a tomar tantas molestias para comunicarme una obviedad? Lo que él quería decir era que fuera a la parte oeste de la ciudad, al lugar que su «hermano», tu padre, Mustafa, conocía. La clave estaba en la palabra «Mishknn», Puede hacer referencia al Templo, pero también a este lugar -dijo señalando por la ventana el edificio del Parlamento-: la Knesset.

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