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Martina Cole: Más cerca

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Martina Cole Más cerca

Más cerca: краткое содержание, описание и аннотация

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A los amigos hay que tenerlos cerca; a los enemigos, muy cerca; y a la familia, aún más cerca. Lily Diamond, una joven que ha crecido en un medio difícil, se une a Patrick Brodie, un cabecilla del hampa local que lleva sus «negocios» con mano de hierro. Juntos formarán uno de los clanes más poderosos de los ambientes turbios del East End londinense. Tienen cinco hijos, a los que pretenden darles todo lo que ellos no tuvieron, sin importarles la forma de conseguirlo. La vida parece sonreírles cuando Patrick es asesinado por una banda rival. Con todo perdido, desamparada en un mundo peligroso en el que no se puede confiar en nadie, Lily tendrá que sacar adelante a su clan. Más cerca es una novela sobre los ambientes arrabaleros del Londres cada vez más mestizo de los años setenta. Un periodo de mutaciones en el que los viejos negocios del hampa (juego, prostitución…) van dejando paso al más rentable mundo de las drogas que se abre paso a borbotones de sangre.

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Lily estaba asustada, se pasaba la vida en un estado de pánico completo, aunque en realidad no sabía por qué. Lo tenía metido dentro del cuerpo y, como nadie se dirigía a ella salvo que fuese estrictamente necesario, había arraigado allí.

Su miedo había sido tan ignorado por los demás como disimulado por ella misma. Nadie intentó jamás detener el angustiado latido de su corazón, ni explicarle que pronto se acabaría todo aquello. Fue sólo en la escuela, escuchando a escondidas las conversaciones de otros niños, cuando empezó a tener una ligera idea de cómo era la vida de los demás.

Luego, la necesidad de escapar de su familia se hizo tan urgente, tan necesaria, que se preguntaba cómo era que no oían sus pensamientos, pues eran tan altos y claros, tan febriles, que llegaba a asustarse imaginando lo que era capaz de hacerles mientras durmieran.

Su madre le retiró el plato y le volvió a llenar la taza de té sin dirigirle la palabra. Lily, como siempre, se llevó la taza a su diminuta habitación, se desnudó en la oscuridad y se echó sobre la fría cama para dormir. Temblaba de frío y de miedo de sólo pensar que esa vida tan solitaria y cutre pudiera durar el resto de sus días. Sus emociones eran tan apagadas que, incluso ahora, en los momentos más bajos, se sentía incapaz de llorar.

Llorar jamás le había reportado nada, ni tan siquiera le había servido para acaparar la atención de su madre cuando era niña. Por eso no entendía que la mayoría de las chicas de su edad lo utilizaran como un arma muy poderosa, una herramienta que había que controlar para luego ponerla en funcionamiento con los hombres, viejos o jóvenes, con el fin de obtener lo que deseaban.

Su vida había sido un completo error, lo había sabido desde siempre, pero su incursión en el mundo real le había enseñado cómo se debía vivir, por lo que se sentía más impaciente que nunca por dejar atrás a esas dos personas y empezar a vivir su propia vida y a su manera, sin ellos.

Lo primero que pensaba hacer cuando tuviera suficiente dinero y decisión para independizarse era comprar una radio. Quería rodearse de ruido, de gente, pensaba darle un significado a la vida, si no por alguien más, al menos por sí misma. Quería ver colores, escuchar ruidos y risas, quería sentirse una mujer sencilla, experimentar el amor de otra persona y, sobre todo, deseaba un poco de paz mental. Necesitaba sentirse parte de algo más grande que ella, más grande que el mundo en el que se había visto obligada a vivir sin su conocimiento ni permiso, sentirse parte de lo que estaba sucediendo en él. Lily Diamond, finalmente, había saboreado la realidad, se sentía embriagada por un sentimiento de libertad que nacía de sus florecientes pechos y había comenzado a comprender en qué consistía la vida.

Lily Diamond había descubierto a los chicos, o mejor dicho, ellos la habían descubierto a ella y la excitación que provocaban en su cuerpo le sorprendió. Había descubierto, por fin, la libertad, el goce de poder hablar con las personas y saber que te escuchan. Lily estaba planeando escaparse y, cuanto antes, mejor.

Se tendió en la húmeda oscuridad y esperó pacientemente a que llegase el sueño, pues se sentía sumamente cansada. Lo recibió de buen agrado. El sueño siempre había sido su amigo, la única vía de escape de una vida tan triste como la lluvia que caía en las calles, tan melancólica como la mujer que la había engendrado. Dormir había sido siempre su salvación, pues hasta Dios la había abandonado, ya que sus padres se habían encargado de impedir cualquier contacto que pudiera mantener con él.

Al cerrar los ojos se sintió segura de que, aunque al principio no tuviera ni idea de lo que iba a hacer cuando se marchase, una vez que se encontrase lejos de esa monotonía y de esa lenta desesperación que la rodeaba, descubriría milagrosamente qué hacer con su vida.

Se preguntó si el hombre del coche negro y la cicatriz en la mejilla la estaría esperando en el mismo sitio al día siguiente, cuando cogiera el autobús. Esperaba que sí. Le excitaba más que los mocosos con los que trabajaba o los empleados que la miraban desde las mugrientas oficinas de la fábrica cuando iba a recoger su paga.

No obstante, este hombre emanaba un peligro glamuroso que, hasta entonces, sólo había experimentado en ciertas ocasiones en la solitaria oscuridad de las salas de cine. Era, como solían decir las mujeres con las que trabajaba, un accidente por suceder.

Pat Brodie había estado observando a la chica durante un rato. Era muy joven y eso le molestaba, pues siempre había estado con rubias con más años que un camión del ejército y más conocimientos carnales de los que a uno le gusta. Mujeres de talento, así las calificaba.

Aquel tipo de mujeres sabían exactamente lo que podían esperar de él y no cosechaban ninguna ilusión estúpida acerca del matrimonio, hijos, amor o cosas por el estilo. Ellas cogían lo que él deseaba darles: un polvo, un billete de cinco libras y algo de diversión garantizada. Hasta entonces era todo lo que había querido y necesitado.

Ahora, sin embargo, aquella chica que trabajaba en la fábrica El Gato Negro, donde él compraba cigarrillos para venderlos en los bares y clubes y ganarse una comisión, lo tenía encandilado.

El era muchísimo mayor que ella y ella demasiado joven para él. No obstante, no lograba sacársela de la cabeza y era su obvia inocencia lo que más le seducía. Sus desgarbados trajes y ese aspecto de derrotada sólo servían para acrecentar su encanto. Sus sentimientos, sin embargo, eran algo más que mera atracción y eso le preocupaba. Esa jovencita lo tenía enajenado, a pesar de que nunca le había hablado, ni le había dicho su nombre, ni tenía el más mínimo motivo para sentirse de esa manera.

Mientras la vio dirigirse hacia la parada de autobús, observó de nuevo la delgada silueta de su cuerpo bajo el abrigo y apreció la belleza de un rostro ausente de maquillaje. En ese momento supo que había sucedido lo que más había temido: la deseaba de una forma que iba más allá del sentido bíblico.

Salió del coche y la siguió hasta la parada del autobús con el corazón compungido y el presentimiento de que, cuando abriera la boca, desaparecería toda la ilusión que se había creado, que su encanto se desvanecería debido a su acento barriobajero o a la pobreza de su vocabulario.

Sin embargo, bajo la tenue luz de las farolas de la calle, se encontró sin palabras. Se dio la vuelta al notar que se le acercaba, le miró de frente a los ojos y él vio reflejado en ellos las mismas emociones y sentimientos que los suyos. Su miedo, sin embargo, era real. Él la asustaba y eso le entristeció, pues deseaba hacerla sonreír, hacerla feliz. Ése era su mayor temor: si deseaba hacerla feliz, era porque la necesitaba.

Se miraron entre sí por un largo rato y observó que se relajaba, como si él le hubiera dicho que no había razón para asustarse, como si ambos hubiesen acordado ser amigos.

El temor de ella desapareció, pero el de él parecía crecer, al igual que su inquietud.

– ¿Sí? -dijo ella en voz baja, muy baja, casi como un suspiro mientras oía el temblor de excitación que le había causado su miedo.

Se dio cuenta que le había estado esperando, que recibía de buen agrado su interés, que sabía que no pretendía hacerle el más mínimo daño. Ella arqueó una de las cejas de forma inquisitiva. Él, entonces, se dio cuenta de que no descansaría hasta que no la hiciese suya.

Repentinamente se hizo con el poder, ambos lo sabían, pero a él no le preocupaba, pues se sentía feliz con tal de estar a su lado.

Mick Diamond miró a su hijastra sin ocultar su incredulidad. Su esposa Annie le miraba a él de la misma manera.

– ¿Qué has dicho? -preguntó Lily, que siempre hablaba en voz baja y en tono respetuoso a esa montaña de grasa con mal carácter.

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