– Ningún problema. Que me acompañe uno de sus hombres y se los daré ahora mismo. Daré también instrucciones a mi banco para que colaboren con ustedes.
Se levanta y se dirige a la puerta sin despedirse. A su espalda, Mavromatis menea la cabeza, en un gesto que confirma su escepticismo.
Aunque Eftijía Sguridu piense que investigamos un caso de blanqueo de dinero, cuando le diga al asesino que la hemos interrogado, porque se lo dirá, él sabrá enseguida que vamos tras él.
Mavromatis vuelve a su despacho y yo llamo a Dimitriu por teléfono:
– Quiero las fotos de la Sguridu cuanto antes.
– Las tendrá en media hora.
Dimitriu es la puntualidad en persona. En media hora tengo las fotos encima de mi escritorio. Las cojo al vuelo y no respiro hasta que estoy dentro de mi coche. Debería haber llamado a Galapanos Security Systems para que avisen al segurata, pero tengo mucha prisa. Cuando llego a la calle Malakasi, su puesto está vacío. Recuerdo que debe dar la vuelta al edificio cada hora y me dispongo a esperarle.
Aparece al cabo de cinco minutos.
– Vaya, ¡ya somos inseparables! -dice con su proverbial desfachatez.
– Sólo hay dos razones por las que un poli y tú seríais inseparables. Porque el poli te persiguiera para detenerte o porque quisiera protegerte. No parece que necesites protección, pero de lo otro no estoy muy seguro.
Se da cuenta de que no estoy para bromas y baja la cabeza. Saco del bolsillo una foto de Eftijía Sguridu y se la enseño.
– ¿Te resulta familiar?
Sin descartarla de entrada, la observa detenidamente.
– ¿Se supone que debe recordarme a la mendiga?
– No lo sé. ¿Te la recuerda?
La mira con mayor atención.
– Esta chica lleva ropa informal. La mendiga vestía colores llamativos. -Sigue observando la fotografía-. Si se parecen en algo, es en las arrugas -concluye-. La mendiga también tenía muchas.
– Ahora que ves la foto, ¿puedes darme más detalles acerca de la ropa que llevaba?
– Ya te lo dije. Un vestido africano chillón.
– ¿De qué color?
Me mira chasqueado.
– No era de un solo color, sino de muchos.
– Vale. ¿Recuerdas cómo era su pañuelo?
Reflexiona otra vez.
– Marrón. De eso estoy seguro.
– Ahora escúchame. Quiero que mañana a las diez de la mañana estés en una dirección que te voy a dar. Di en la entrada que te está esperando el comisario Jaritos. No te preocupes, que no voy a detenerte -le digo, porque me mira inquieto.
– Iré, pero la empresa tiene que darme permiso.
– ¿A quién debo llamar?
– Al señor Sevastós.
Le llamo por el móvil y lo arreglo.
De Psijikó a Polídroso hay poca distancia. Sigo el recorrido que me había indicado el GPS la primera vez y el tráfico me permite llegar pronto a la calle Samos. El quiosquero está en su puesto y reconoce al madero enseguida.
– ¿Hay novedades? -pregunta.
Saco la foto de Eftijía Sguridu y se la enseño sin preámbulos ni explicaciones. La mira y es evidente que no la reconoce, porque pregunta:
– ¿Y ésta quién es?
– Eso da igual. Sólo dígame si le suena de algo.
Por fin cae en la cuenta.
– Ah, la mendiga… No sé qué decir. Sólo la vi de cerca una vez, cuando pasó por delante del quiosco para ir a su puesto en la esquina con Rogaku. Me parece que tenía la misma estatura. Pero llevaba ropa muy diferente, por eso no estoy seguro.
– Me dijo que vestía de negro.
– Sí, llevaba un vestido y un pañuelo negros.
– Quiero que mañana venga a verme a una dirección que ahora le daré.
No parece entusiasmarle la idea.
– ¿A qué hora?
– Hacia las doce.
– Tendré que pedirle al inútil de mi hijo que se ocupe del quiosco. Cada vez que se lo pido, dice que tiene entrenamiento de baloncesto. El «entrenamiento» lo hacen en una cafetería de la plaza Jalandri. En fin. Le diré que, si no voy voluntariamente, me llevarán esposado, a ver si cuela.
Me queda una última parada, en las dependencias de la Científica. Dimitriu me mira sorprendido.
– ¿Tenemos novedades, señor comisario? -pregunta.
– Sí, necesito a vuestro fisonomista.
– ¿A Stratos? Ahora mismo lo llamo.
Stratos es un treintañero de mirada despierta. Saco las fotografías y se las enseño.
– El teniente Dimitriu te entregará un vídeo del que puedes elegir más fotos -le explico-. Tengo a dos testigos que muy probablemente han visto a esta mujer. Pero no iba vestida de la misma manera. Uno de ellos la vio con un vestido colorido, como los que venden los africanos en los mercadillos, y con un pañuelo marrón. El otro la vio vestida de negro, con un pañuelo negro. Les he pedido que se pasen por aquí mañana, uno a las diez y el otro a las doce. Quiero que, para empezar, hagas dos dibujos. Pero eso no será suficiente.
– ¿Qué más necesita?
– Que te des un paseo por los mercadillos africanos y recojas algunas muestras de ropa, para despertar la imaginación del testigo. Tal vez dé resultado, o tal vez no, pero no se me ocurre nada más.
– No hay problema. Y no será necesario comprar bubus, sólo telas y pareos. Los africanos los utilizan para hacerse la ropa.
Ya no tengo nada más que hacer hasta mañana por la mañana, así que me vuelvo a mi despacho.
Anoche pasaron por casa Katerina y Fanis para despedirse de nosotros. De repente, han decidido tomarse unas vacaciones, aunque su plan original era irse en septiembre.
– ¿Por qué habéis cambiado de opinión? -se extrañó Adrianí.
– No, no hemos cambiado de opinión. En realidad, era un regalo de boda -responde Fanis riéndose.
– ¿Regalo de boda?
– Tsolakis nos regaló dos semanas de vacaciones en uno de sus hoteles, con todo pagado -explicó Katerina-. Pero teníamos que esperar hasta que hubiera una habitación libre para dos semanas. Acaban de avisarnos del Aegean Coast, un hotel de la cadena Egeo, en Sifnos, de que hay plazas disponibles.
– Además, Katerina no trabaja en agosto, porque los juzgados cierran. Y yo he cambiado mi turno con un colega que prefería hacer vacaciones más tarde, así que hemos podido arreglarlo.
– Espero que os lo paséis bien y descanséis -les deseó Adrianí.
– ¿Vosotros no haréis vacaciones? -preguntó Fanis.
Adrianí los miró de soslayo.
– ¿De verdad quieres que te conteste, hijo mío? La última vez que decidimos ir de vacaciones y fuimos a casa de mi hermana, hubo un terremoto y casi se derrumbó la isla entera. Así que mejor no preguntes.
Cuando Adrianí lanza una de las suyas, espera que le repliques para poder discutir, pero yo no quería estropear la despedida de los chicos y me hice el sueco.
Ahora estoy en las dependencias de la Científica viendo cómo Stratos enseña al segurata, cuyo nombre completo es Vasilis Lambrópulos, varias telas estampadas, para que elija la que más se parece al vestido que llevaba Eftijía Sguridu.
Junto a las fotografías que le había llevado yo y que muestran a Eftijía Sguridu sentada, él ha seleccionado otra en que aparece de pie. Sin duda, la cámara tomó esa foto cuando la mujer salía de la sala de interrogatorios.
– No me digas enseguida cuál es la tela -le indica Stratos a Lambrópulos-. Lo haremos en dos partes. Primero elegirás las telas que se parecen más al vestido que llevaba y después iremos colocándolas sobre la foto, para ver con cuál se parece más a la que viste. Tómate tu tiempo, no tenemos prisa.
Lambrópulos observa las telas una a una y luego empieza a apartar algunas. Lo hace con cuidado y sin precipitarse, como le ha sugerido Stratos.
– Ojalá acertemos -susurro a Dimitriu, que está sentado a mi lado.
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