Petros Márkaris - Suicidio perfecto

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Tras haber sobrevivido al disparo recibido mientras resolvía su anterior caso (Defensa cerrada), el comisario Jaritos arrastra una aburridísima existencia de convaleciente lejos del ajetreo policial. Una noche, mientras ve pasar las noticias por el odiado televisor, una escena lo arranca de cuajo de la mediocre monotonía en que ha caído: en medio de una entrevista, un célebre empresario griego saca una pistola y comete un acto que deja pasmados a todos los televidentes. ¿Por qué un hombre de negocios tan discreto y bien considerado realiza una acción tan espectacular? El instinto del viejo sabueso despierta y Jaritos se pone en movimiento. Aunque está de baja y otra persona ha ocupado su despacho en las dependencias de la policía, el olfato del comisario es insustituible para esclarecer un caso cuyas repercusiones aumentan cada día.
Las pesquisas de Jaritos nos llevarán por la Atenas olímpica, donde se percibe la corrupción inmobiliaria y la modernización creciente convive con el café al más puro estilo griego.

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Aguardo a que termine la música, con la esperanza de recibir una explicación, pero sólo hay silencio. El CD no contiene nada más. Zisis también se queda callado. Sus ojos siguen bañados en lágrimas. Ya he reconocido en otras ocasiones que no se me da bien expresar mis sentimientos. Por eso opto por la huida hacia delante y voy al grano.

– ¿Has sacado alguna conclusión? -pregunto.

Se pone de pie en silencio y sale de la habitación. Sospecho que se le ha ocurrido alguna idea, pero debo tener paciencia y respetar su ritmo. Al poco regresa con una pequeña tarjeta cubierta de garabatos. Ya he visto estas tarjetas y sé que provienen de sus archivos secretos. Espero a que él hable.

– Favieros, Stefanakos y Vakirtzís proclamaban su pertenencia al espacio ideológico de la izquierda, sin militar en ninguna formación política en concreto. -Juguetea con la tarjeta entre los dedos-. Pero ésta es sólo media verdad. No pertenecían a ningún partido político pero sí militaban.

– ¿Dónde?

– En un grupo llamado Organización Che Guevara de Resistencia Independiente. No pensé en ella cuando me enseñaste la camiseta. Ha sido la canción la que me ha abierto los ojos. -Exhala un suspiro y añade, como en un monólogo-: Las canciones siempre te abren los ojos. Ahora, tanto como entonces.

Comprendo lo que quiere decir pero prefiero no hacer comentarios. Sigo respetando su ritmo, aunque estoy en ascuas.

– No creas que se trataba de una gran organización. Como mucho, contaba con unos diez miembros. Pero creían en la resistencia armada. No es que desdeñaran las otras formas de lucha, las protestas, las concentraciones, las sentadas. Pero consideraban que, para resultar más eficaces, necesitaban del apoyo de una formación armada. No sé si llegaron a poner bombas o se quedaron en la fase de planificación, como sucedió con muchos grupos en aquella época. En un momento determinado, la policía militar anunció la desarticulación del comando Che. Esto, claro está, no significa que hubieran puesto bombas. En ese entonces te detenían por una simple sospecha y te torturaban hasta que confesaras lo que ellos querían. -Hace una pausa antes de añadir-: Tú sabes a qué me refiero.

Cuando lanza indirectas contra mi condición de policía, consigue que me ponga a la defensiva, a mi pesar.

– Yo no pasé por la policía militar -replico con frialdad.

– ¡No me vengas con eso! ¡Yo tampoco pasé por la policía militar, sólo por vuestras manos! ¿Quieres ver cómo me dejasteis el cuerpo? ¡Es una obra vuestra, en exclusiva!

Callo y aguardo a que pase la ventisca. Sé que, si lo irrito, se desviará del tema y me quedaré sin saber lo más importante. En efecto, su ánimo no tarda en calmarse y adopta un tono más sereno.

– Estoy hablando de tus antecesores. Tú no entras en esa categoría.

Lo dice porque, cuando estuvo detenido en los calabozos de la calle Bubulinas y yo iniciaba mi carrera de guardia, lo sacaba por la noche a escondidas de su celda, para que desentumeciese un poco los músculos, se fumase algún pitillo y se acercase al radiador para secarse la ropa, que llevaba empapada porque lo metían durante horas en una bañera con agua helada.

– ¿Sabes quiénes eran los otros miembros del comando? -inquiero para devolver la conversación al cauce que me interesa.

– Conozco a tres, aunque quizás hubiese más. -Consulta su tarjeta-. Stelios Dimu, Anestis Telópulos y Vasos Zikas. Aunque no sé decirte qué ha sido de ellos, si viven o están muertos.

Saco mi pequeño bloc de notas y anoto los tres nombres.

– El que sí ha muerto es el cerebro de la organización -prosigue Zisis-. Quien seguramente concibió su formación y se ocupó de reclutar a los demás. Parece que la policía militar opinaba lo mismo, porque lo torturaron más que al resto. Los jóvenes lo apodaron «el tío», porque en el sesenta y siete debía de tener unos cuarenta y cinco años, es decir, era veinticinco años mayor que ellos. Desapareció después de la caída de la dictadura y nunca más se supo de él. Me enteré de su muerte hace un año, por casualidad.

– Dime cómo se llamaba, para apuntar también su nombre.

– Zanos Yannelis.

Aprieto la libreta para que no se me escape de la mano. ¿Qué vínculo había entre Zanos Yannelis y Koralía Yanneli? ¿O se trataba de una casualidad? Si Yannelis viviera todavía, contaría más de setenta y cinco años. Es imposible que Koralía fuera su hermana. ¿Su hija, entonces?

– ¿Sabes si Yannelis tenía una hija?

– ¡Eres insaciable! -grita Zisis, indignado-. Por si no te bastara la información que te proporciono, me pides su árbol genealógico. No tengo idea de si tenía hijos o perros.

De repente, me acuerdo de las cincuentonas que trabajan en las empresas de Favieros y de un comentario que le hice a Kula: que Favieros las había contratado porque las conocía de la época de la dictadura. Si en el caso de Koralía Yanneli no me equivocaba, sin duda tenía algo que ver con Zanos Yannelis.

Cuando me pongo de pie para irme, me tira la camiseta.

– Llévatela, no la quiero -gruñe-. Aunque me gustaría quedarme con la canción.

– Quédate con ella.

No traemos entre manos un caso de asesinato, así que no necesitamos guardar las pruebas.

– Gracias, Lambros -le digo mientras guardo la camiseta en la bolsa de plástico-. Sé que la pasma no te cae bien, pero a mí me ayudas siempre y te lo agradezco.

Se refugia en el gesto de encender un pitillo para evitar responder. En el momento en que salgo al balcón, oigo su voz a mis espaldas:

– ¡Cómo es la vida, poli! Antes despreciábamos a los vuestros porque se vendían por un mendrugo. Ahora los nuestros venden los símbolos de la revolución. Todos han salido ganando.

Capítulo 47

Mi primera intención es ir directamente a las oficinas de Balkan Prospect y hablar con Yanneli. Esta idea, reforzada por mi impaciencia, me infunde ímpetu suficiente para llegar al cruce con la avenida de Alexandra. A partir del Campo de Marte, sin embargo, empiezan a acosarme las dudas, que aumentan en proporción directa al ángulo ascendente de la calle. ¿Qué gano enfrentándome a Yanneli sin estar preparado? Para empezar, ni siquiera estoy seguro de su parentesco con Zanos; quizá se trate de una mera casualidad. En segundo lugar, aunque exista tal parentesco, ignoro de qué grado es. A lo mejor eran primos terceros que no se veían desde hacía veinticinco años.

¿Y qué hay de los otros tres, aparte de Zanos Yannelis? ¿Y de los posibles miembros de la organización que eran desconocidos para Zisis? Más vale que investigue un poco, reúna datos sobre Zanos Yannelis y los demás, y luego aborde a Koralía. Si los tres hombres, cuyos nombres me facilitó Zisis, están vivos y aún residen en Grecia, es muy posible que Logarás represente un peligro para ellos. Si éste ha contactado con alguno de ellos, quizá consigamos evitar el mal y averiguar algunas cosas acerca de su verdadera identidad.

Me encuentro a la altura de los juzgados cuando me asalta otra idea. Según Zisis, Yannelis murió, aunque no sabía exactamente cuando. ¿Y si la primera víctima de Logarás no fue Favieros sino Zanos Yannelis? Si éste también se había suicidado, para su desgracia y la nuestra, deberemos buscar su propia biografía. En cualquier caso, todo apunta a que debo olvidarme de Koralía Yanneli hasta que haya recabado información acerca de Zanos, los tres miembros del comando y los demás, suponiendo que haya habido otros.

Inmerso en estas cavilaciones, llego a la tercera planta de jefatura y me encamino al despacho de mis ayudantes. Los tres trabajan febrilmente. No sé si en realidad Vlasópulos y Dermitzakis están tan atareados o si sólo lo aparentan delante de Kula, por temor a que los critique ante Guikas, en su calidad de secretaria.

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