– ¡No! -gritó, pero fue demasiado tarde.
Notó que le sujetaban las manos a la espalda mientras alguien le desabrochaba el pantalón. Alguien le tapó la boca. Aquello no podía ser obra únicamente del israelí, pero ¿de dónde habían salido aquellas otras manos? ¿A quién pertenecían? Entonces, sin previo aviso, le bajaron los calzoncillos.
– Alto. Ha dicho la verdad. No es judío.
Will oyó la voz y se asombró de que no fuera la suya. El Rebbe había hablado. Tuvo que limitarse a hacer conjeturas, aquel hombre debía de estar frente a él, mirándole el pene y llegando a la conclusión de que, efectivamente, no estaba circuncidado.
– No es usted judío -repitió el Rebbe. Y dirigiéndose a sus ayudantes, añadió-: Vestidlo. Bueno, señor Mitchell -prosiguió tras una breve pausa-, es una buena noticia. Ahora sí creo que no es usted un agente federal ni un policía de paisano. Con sus fisgoneos aquí y allá y sus preguntas, pensé que lo era. Sin embargo, conozco a esa gente y sé que, primero, lo habrían enviado a usted con un micrófono y, segundo, habrían mandado a un judío. Y no solo eso: además se habrían creído muy listos haciéndolo. ¡Oh, sí!, se habrían considerado unos genios por llamar al agente Goldberg y decirle: «Esta es una misión que lleva tu nombre». Así es como ellos piensan.
Envían a un árabe para que se infiltre en los grupos terroristas árabes, y a nosotros nos envían a un judío. Pero usted no es judío, así que no trabaja para ellos. Ahora le creo. Will notó que le subían el pantalón y que le abrochaban el cinturón. Había salido de un apuro, aunque no del apuro: no era un agente federal encubierto. Todo aquello logró que se redujera el terror de unos segundos antes. Los latidos de su corazón, la humedad de sus manos, todo su cuerpo había pasado de Código Rojo a Código Naranja.
– Parece usted aliviado, señor Mitchell. Me alegro. El problema radica en que, aunque no sea usted un agente federal, debe de trabajar para alguien. Y eso, me temo, es infinitamente más grave.
Viernes, 21, 22 h, Crown Heights, Brooklyn
Apenas tuvo tiempo para estar confundido. Después de que el Rebbe hubiera hablado, no pasó más de un segundo antes de que notara que lo obligaban a doblarse por la cintura. Le sujetaron por los brazos a modo de palancas y lo forzaron a inclinar los hombros y la cabeza.
Su nariz fue lo primero que notó el agua; luego, el cuero cabelludo se encogió por el frío. Su garganta se contrajo y gorgoteó. Se asfixió y jadeó a la vez.
Le habían sumergido la cabeza y el cuello en agua helada sin quitarle antes la capucha. Notó que el pecho se le encogía por el choque y que su corazón empezaba a latir con fuerza. Lo habían empujado con fuerza y sin avisar en el gélido líquido. Lo mantuvieron allí durante cinco segundos, sujetándolo fuertemente por los hombros para que no pudiera moverse. Fue tiempo suficiente para que el agua se le metiera por las fosas nasales y subiera hasta su cerebro. Al menos, esa fue la sensación que tuvo, la de asfixiarse.
Cuando lo sacaron, respiró a grandes bocanadas, entre toses. Un doble reflejo, como el de vomitar. Pero entonces volvieron a sujetarle los brazos y lo sumergieron otra vez.
En esa ocasión lo peor fue la temperatura. Tuvo la sensación de que sus ojos daban vueltas en las órbitas por el frío. Estaba seguro de que podía oír cómo todo su sistema, sus venas, arterias y conductos vasculares aullaban por el trauma que suponía aquel radical cambio de temperatura.
¿Qué era aquello? Una charca, una nevera, la orilla del río, un lavabo? La capucha estaba empapada, pero no se soltaba. Parecía que se le había pegado a la cara y que le había sellado los ojos con hielo.
– Bueno, Tom -dijo la voz en un tono que sonó distorsionado en los oídos de Will, llenos de agua helada-. ¿Va a decidirse a hablarnos con sinceridad?
Por toda respuesta, Will escupió una bocanada de agua, vaciándose para la siguiente e inevitable inmersión.
– Me parece que este es su segundo paso por el mikve en el día de hoy. Se está convirtiendo en un frummie, ¿verdad, Tom? Y estoy seguro de que Shimon Shmuel le explicó el propósito y el significado del mikve . Es un lugar de purificación y santificación. Entramos llevando encima los pecados de nuestra vida cotidiana y salimos tahoor , puros, y en ese estado estamos fuera del alcance de cualquier pecado, de los engaños y las mentiras. ¿Me sigue, Tom?
Will temblaba. Tenía la camisa empapada y notaba cómo las gotas de líquido helado bajaban por su espalda y su cuello. Sus dientes estaban a punto de castañetear.
– Lo que quiero decir es que ahora insisto en que me diga la verdad. Y si dos o tres inmersiones en este mikve exterior lleno de la más pura agua de lluvia no pueden sacarle la verdad, quizá lo hagan cinco, seis o siete. Somos gente paciente. Seguiremos metiéndole la cabeza en el agua hasta que se decida a hablar sin dobleces. ¿Lo ha entendido?
El Rebbe debió de hacer un gesto, porque Will fue sumergido de nuevo. El frío empezó a hacer efecto en él, se le metió bajo la piel y hasta los huesos, que también parecieron contraerse, como si pretendieran escapar del frío haciéndose pequeños.
– ¿Para quién trabaja, Tom? ¿Quién le ha enviado?
– Soy periodista -fue todo lo que Will consiguió articular con una voz que a duras penas reconoció por lo quejumbrosa a causa del frío.
– Eso ya lo ha dicho, pero ¿quién quería que viniera? ¿Por qué está usted aquí?
– Ya se lo he dicho.
Nuevamente lo sumergieron, pero esa vez hasta la cintura. Will notó que el agua se le metía por debajo del cinturón y le empapaba la entrepierna.
No sabía qué decir. Deseaba desesperadamente poner punto final a todo aquello, pero ¿qué podía hacer? Si decía la verdad, se pondría en peligro y también a Beth. Los secuestradores habían sido tajantes: nada de policía, lo cual incluía sin duda las misiones de rescate como la suya. Se trataba de gente violenta, que iba en serio, y él estaría reconociendo que había desafiado sus instrucciones. Y de paso también estaría confesando que había mentido. En cuanto a Beth, la habían secuestrado con algún propósito, aunque él no llegaba a imaginar cuál. Su presencia allí no formaba parte de los planes de los delincuentes. Suponiendo que no le hubieran hecho ningún daño todavía, su aparición sin duda lo provocaría.
No obstante, lo que no tenía sentido era seguir insistiendo en que era Tom Mitchell. No podía darles más información sobre Tom Mitchell porque no era más que una ficción. En ese sentido, el olfato del Rebbe acertaba. Aunque Will tuviera la capacidad de resistir la tortura, al final cedería porque la historia no se sostendría. Aquellos eran sus pensamientos cuando volvió a notar que lo empujaban y que lo sumergían en el frío.
– Ya basta -dijo. No podía más.
– Quizá deba ilustrarle un poco acerca del judaísmo -dijo la voz cuando por fin lo dejaron respirar.
A causa de la explosión que se desató en sus pulmones lijando aspiró aire, Will apenas pudo entender lo que el Rebbe le decía.
– El judaísmo juzga el asesinato como el peor pecado. «No matarás» es el sexto mandamiento, y significa que el asesinato no está nunca permitido. -Se produjo una larga pausa, como si el Rebbe esperara alguna reacción de Will, pero este no dijo nada porque seguía absorbiendo aire con grandes y ruidosas bocanadas-. Desconozco si está usted familiarizado con una de nuestras más famosas enseñanzas que dice: «Salvar una única vida es salvar el mundo». En serio, el mundo entero. Tal es el valor de la vida para HaShem . En cada persona se halla el mundo entero porque todos hemos sido creados a imagen de Dios. Ese es el significado que hay tras la frase «santidad de la vida», señor Mitchell. En la actualidad se ha convertido en un tópico, y la gente la utiliza sin pensar, pero ¿qué significan de verdad esas palabras? -La voz tenía un toque musical que Will ya había oído en la sinagoga, aquel tono rítmico y cantarín que habían usado en las preguntas y respuestas-. Pues significa que la vida es sagrada porque forma parte de lo divino. Matar a un ser humano equivale a matar un aspecto del Todopoderoso. Por eso tenemos prohibido matar, salvo en excepcionales circunstancias.
Читать дальше