Los tres se detuvieron para tomarse un descanso y comer un poco. Ninguno hizo guardia. Cameron se puso de cuclillas y comió unos tortellini vegetarianos. Había dejado de llover, aunque el cielo todavía estaba gris y el aire se sentía pesado. Al cabo de diez minutos de estar sentados, Tank todavía respiraba con dificultad. Justin le dijo algo en voz baja que Cameron no pudo entender, pero imaginó que le preguntaba por las heridas porque, de repente, Tank negó con la cabeza y se puso de pie fingiendo que no sentía dolor.
Reiniciaron la marcha, pero Cameron se detuvo y volvió al lugar de descanso para recoger los envoltorios de plástico de la comida y meterlos en su bolsa.
Durante cuatro horas más, examinaron a conciencia el bosque, buscando entre matorrales y cuevas, en los agujeros de los árboles y entre rocas. De repente, Tank se detuvo y chasqueó los dedos. Todos se quedaron quietos.
Se oía un sonido como de algo que rascaba, como unas uñas contra la corteza de un árbol, y todos miraron alrededor, nerviosos. Tank levantó el cerrojo por encima de la cabeza, con el pestillo entre los dedos. Cameron y Justin se acercaron despacio hacia un árbol buscando refugio, y Tank se quedó solo en el claro. Dio un primer paso hacia atrás, vacilando, pero se detuvo al oír el sonido de nuevo. A su derecha, unos helechos se separaron y una sombra se precipitó hacia él. Él retrocedió tambaleándose y falló el golpe con el cerrojo. Cameron vio que era un perro asilvestrado con el pelaje moteado pegado a las costillas. Cameron sintió el aire que el perro movió al precipitarse hacia la espesura. En un instante, incluso el sonido de su carrera había desaparecido.
Tank se balanceó un poco sobre los pies, todavía con el cerrojo en la mano. Justin empezó a reír, aliviado, pero nadie más le imitó. Se calló.
Llegaron al campamento derrotados y exhaustos, rogando que Szabla y Savage hubieran tenido más éxito. Entraron en la tienda de Tank para ocultarse del fuerte sol y Tank se dejó caer de espaldas al suelo. Cameron se daba cuenta de que su compañero sentía dolor, aunque Tank era, probablemente, la última persona del mundo que lo admitiría.
– ¿Seguro que estás bien? -le preguntó.
– Bien.
– Bueno, ¿sabes qué es lo que me hace sentir bien después de un largo día de mala caza de larvas? -preguntó Justin, mirando si había conseguido que Cameron sonriera-. Una buena ducha caliente y un masaje en la espalda. Pero como no puedo tener ninguna de las dos cosas, voy a cagar.
Incluso Tank se rió un poco mientras Justin desaparecía por la puerta.
– Buen chico -dijo Tank. Sacudió la cabeza y se salpicó los hombros de gotas de sudor. Se pasó los dedos por la frente irritada y se arrancó unas tiras de piel. Miró a Cameron con cara de resignación-. Me olvidé de la crema protectora -dijo.
Cameron se agachó. Destapó la cantimplora y tomó un largo trago de agua. Necesitaba ir pronto al mar para quitarse la mugre de encima. La llevaba pegada a la piel como si fuera una capa de ropa.
Por encima del enorme pecho de Tank, la fuerte curva de la barbilla se veía erizada de pelo. A Cameron siempre le había gustado encontrarse frente a la presencia imponente y serena de Tank, quizás a causa de la corriente de silencioso afecto que recibía de él. Sintió que necesitaba decirle algo, algo personal, pero no sabía qué, así que se quedó callada.
La voz de Justin, desde fuera, rompió el silencio.
– ¡Eh, chicos! Venid a ver. Rápido.
Salieron de la tienda y encontraron a Justin abrochándose furiosamente los pantalones. Éste empezó a caminar hacia el bosque haciéndoles una señal para que le siguieran. Atravesaron una zona de pastos recientemente limpiada y pronto se vieron rodeados por la Scalesia. A unos trece metros del lindero del bosque Justin redujo la marcha y apartó un denso matorral para que Cameron y Tank pudieran ver.
Una larva, más pequeña que las demás, con una cutícula de un verde amarillento, se había colocado en posición vertical contra el tronco de un árbol. Movía la cabeza hacia delante y hacia atrás, sacando una sustancia pegajosa y blanca que parecía seda y que depositaba en el tronco. Bajaba la cabeza hasta el segmento inferior y se envolvía a sí misma con la seda. Estaba tejiendo un capullo alrededor de sí misma.
Cameron dio un paso hacia delante, rodeando a Justin.
– Increíble -murmuró.
Observaron con fascinación los movimientos repetitivos y llenos de gracia de la larva. Ya se había envuelto la mitad del cuerpo con la seda cuando oyeron unos pasos que se aproximaban por detrás de ellos. Cameron se dio la vuelta y Szabla apareció en la espesura, Savage unos cuantos pasos detrás de ella.
– Me estaba preguntando dónde… -Szabla se quedó quieta, mirando la larva. Sin dudarlo, se aproximó y le dio una patada que la arrancó del árbol y que salpicó el aire con la sustancia que secretaba. La larva se quedó en el suelo, retorciéndose de forma grotesca, con la mitad inferior del cuerpo envuelta todavía en la seda. Savage dio un paso hacia delante, colocó el pie contra el tronco y apoyó un brazo en la rodilla.
Sin siquiera mirar, Szabla tomó el cuchillo de Savage de la funda que éste llevaba en el tobillo. Llegó hasta donde estaba la larva con cuatro pasos y le clavó la hoja en la cabeza. Un ruido burbujeante salió de las agallas del animal y éste se arqueó y se retorció como un gato, con las patas falsas estiradas hacia delante como si fueran estacas de madera. La hemolinfa verde le salía por la herida. El cuerpo de la larva se estremeció dos veces, se contrajo despacio hasta hacerse un ovillo y se quedó quieto.
Szabla miró a Tank, Justin y Cameron mientras se limpiaba la hoja del cuchillo en los pantalones. Cameron estuvo a punto de vomitar al ver el resto que el cuchillo dejaba en los pantalones, plagado de virus. Sintió la mirada de Savage encima, como si le leyera los pensamientos.
– Ésa es mi soldadito valiente -dijo, con voz divertida y desdeñosa al mismo tiempo.
Szabla le lanzó el cuchillo a Savage, quien lo atrapó hábilmente por la empuñadura. Luego levantó a la larva con cuidado de no tocar con las manos la hemolinfa.
– ¿Qué sucede, Cam? -se burló-. ¿Ya has olvidado el truco de Floreana a lo Sigourney Weaver?
Szabla encabezó el retorno al campamento y al pasar al lado de Cameron le dio un fuerte golpe en el hombro.
Las mariposas revoloteaban sobre las plantas en flor y rozaban estambres y flores con sus probóscides llenos de polen. Salían volando a cada paso de Derek, como huyendo de un depredador, levantándose en círculos. La larva parecía de plomo en los brazos de Derek, y en aquel momento estaba más inactiva que antes. Se dejaba llevar por sus esforzados brazos con la cabeza y el extremo inferior colgando de ellos.
Con los ojos alerta y la espalda encorvada, pisando hojas podridas y caparazones de cucarachas, Derek se detenía solamente para lamer las gotas de lluvia depositadas en las orquídeas en flor. Encontró un capullo de un blanco brillante lleno de agua y lo arrancó con cuidado. Con un toque del dedo índice levantó la cabeza de la larva por la barbilla y le colocó la flor medio abierta en la boca. El animal chupó la flor y se la tragó. Después se retorció y le miró a la cara.
Derek sintió algo grande que llenaba los vacíos de su corazón. Una vibración del transmisor le interrumpió los pensamientos. Lo había reactivado hacía unos veinte minutos, aunque no estaba seguro de querer hablar con nadie, todavía. Se lo pensó un momento y al final depositó la larva en el suelo, se aclaró la garganta y acercó la cabeza al hombro.
– Mitchell. Privado. Obviamente.
Hubo un silencio.
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