Gregg Hurwitz - Cuenta Atrás

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Latinoamérica es víctima de constantes desastes ecológicos: los rayos solares que atraviesan los agujeros de la capa ozono pueden quemar la piel humana en cuestión de minutos, muentras que los terremotos y los huracanes están a la orden del día. Un grupo de investigadores es enviado a una isla de las Galápagos con el objetivo de instalar unos detectores de actividad sísmica que permitan prevenir futuros seísmos y paliar de algún modo sus devastadores efectos. Como refuerzo y protección, les acompaña un equipo de soldados de la marina estadounidense.

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Cameron arrancó un espino de raíz con la mano envuelta en su camiseta. Aproximó la parte inferior a la larva y la agito delante de la cabeza. La larva volvió la cabeza de un lado a otro observando las raíces que colgaban. Pareció que su cuerpo se contraía para luego impulsarse hacia el espino. Abrió la boca sobre la parte inferior de éste y empezó a masticar. Cameron la miró con incredulidad: la larva levantaba el cuerpo del suelo conforme iba comiendo el espino, en dirección a su mano. Cameron lo soltó antes de que la larva se acercara demasiado. Ésta terminó de comer en el suelo y luego volvió a mirar a Cameron.

– ¿Es peligroso? -preguntó Cameron-. Tiene un aspecto de… de…

– ¿Persona? -sugirió Diego.

– Algo así.

Diego acercó la mano y tocó el segmento posterior.

– No lo sé. Nunca he visto algo así. Pero no tiene aguijones, garras ni espinas. Y no veo ninguna coloración de advertencia. Tiene las mandíbulas fuertes, pero eso es común en las larvas. Tiene glándulas detrás de la boca, posiblemente para expulsar seda para confeccionar el capullo. Parece que es herbívora, pero quizá sea un carnívoro ocasional. Aunque el tamaño es alarmante, no creo que exista ningún peligro…

La larva volvió la cabeza al sentir su mano y él apartó ésta rápidamente.

– Convincente, doctor -dijo Derek-. Muy convincente.

– ¿Se va a metamorfosear? -preguntó Cameron.

– Supongo que sí -respondió Diego-. Es típico de la larva. Quizá se transforme en una enorme mariposa, o…

– ¿Un árbol-monstruo? -inquirió Cameron. Todos miraron la larva por unos instantes-. ¿Crees que hay más?

Diego se encogió de hombros y negó con la cabeza.

– No tengo ni idea -respondió-. Yo nunca… Supongo que podría ser la única, aunque no hay modo de estar seguros. Lo cierto es que no podemos arriesgarnos… si no volvemos a verla, podría ser… una tragedia… Una oportunidad como ésta… -Se mordió el labio inferior.

– ¿Qué vamos a hacer con ella? -preguntó Cameron.

Diego se incorporó y se rascó la cabeza.

– No quiero moverla de aquí, pero si la dejamos corremos el riesgo de perderle la pista con facilidad. Y aunque todavía no hemos visto ninguno, es posible que haya perros salvajes por la isla. Podrían matarla. Hemos de asegurarnos de que tendremos la oportunidad de examinarla. Más tarde podríamos devolverla al lugar donde la hemos encontrado.

Los miró resignado, como si esperara que le contradijeran. Finalmente, Cameron miró a Derek.

– ¿Crees que te cabe en la bolsa? -preguntó.

Los rostros de todos expresaban los pensamientos de Cameron. Tank, Rex, Tucker, Savage y Szabla estaban sentados encima de los troncos delante del fuego, con expresión de desconcierto. La larva avanzaba por la hierba hacia la tienda de Derek. Diego se interpuso en su camino para conducirla de vuelta al círculo de troncos. Derek se puso de pie, pálido, y miró a la oscura hilera de árboles del bosque, al norte.

– Te estás quedando conmigo -dijo Savage.

Tucker se aclaró la garganta con fuerza y escupió.

– En absoluto.

Tank se puso de pie y volvió a sentarse.

– Mierda -dijo.

– Qué… Yo no… Qué es… Yo… -Szabla se interrumpió al darse cuenta de que no estaba yendo a ninguna parte. Estaba totalmente colorada.

– Guapo, ¿eh?

Diego colocó las manos a la espalda de la larva, a una distancia segura de la cabeza, y la levantó un poco. Las patas falsas se movieron en el aire en busca de base. Cameron se rió y Tank no pudo evitar sonreír. Se acercó a la caja de viaje que se había llenado con el agua de la lluvia y se mojó la cara.

– La encontramos al inicio de la zona árida -explicó Diego-. Le gusta la sombra, así que probablemente se dirigía al bosque. La cutícula se ve más apergaminada y frágil en la espalda del tórax, posiblemente por los rayos UV. Yo diría que bajó desde el bosque pasando por debajo de los palosantos.

– No es normal que se aventure tan lejos del bosque -dijo Rex-. ¿Qué hacía?

Diego no tenía respuesta. La larva dejó de retorcerse un momento y se quedó mirando la bota de Derek con una curiosidad casi humana.

– ¿Le ponemos nombre? -le preguntó Cameron, bromeando solamente a medias.

– ¿A qué estás jugando? -soltó Szabla, recuperando la compostura-. Esta cosa puede ser peligrosa. Podría ser a lo que se refieren todas esas supersticiones. Podría ser lo que se llevó a ese científico amigo de Rex.

– No era mi amigo -dijo Rex, todavía fascinado por la larva.

Esta se arrastraba sobre la hierba. Miró hacia arriba con sus enormes ojos mientras movía la boca como si masticara algo.

– Me resulta difícil creer que esto sea capaz de matar a un ser humano -dijo Derek-. Ni siquiera tenemos ninguna prueba de que haya pasado algo realmente aquí. Sólo cuentos. Ni siquiera ese tipo del hacha…

– Ramón -dijo Cameron.

– Sí, Ramón. Ni siquiera él pudo decirnos nada concreto.

– Así que es sólo una coincidencia que aquí sucedan cosas extrañas, que la gente desaparezca, y que descubramos este bicho -soltó Szabla.

Diego se aclaró la garganta y dijo:

– No creo…

– Además, se va a metamorfosear -continuó Szabla-. Puede hacerle sombra a Godzilla.

– Además, tenemos la obligación de comprobar que realmente se metamorfosea -puntualizó Diego.

– Quizá sea un extraterrestre -aventuró Tucker-, o proceda de las profundidades de la Tierra y haya emergido como consecuencia de las grietas abiertas por los terremotos.

– O tal vez se haya producido una fuga radiactiva en alguna parte -sugirió Szabla, mientras levantaba las manos y movía con rapidez los dedos-. Son ellos.

Rex reprimió una sonrisa.

– Supongo que se trata de una mutación o de una especie completamente nueva.

– Una buena mutación -comentó Savage.

Rex se encogió de hombros.

– Con el estado de la capa de ozono, ¿quién sabe? La vida de este planeta ha evolucionado durante cientos de miles de años para funcionar con éxito dentro de unos parámetros específicos de radiación solar. Si estos parámetros se modifican drásticamente, eso libera al ADN. -Tosió-. El tamaño de la larva indica algún tipo de esqueleto hidrostático. Sin él, el bicho sería una masa informe.

– ¿Cómo es eso posible? -preguntó Diego-. ¿Un esqueleto interno?

– Mira el tamaño -dijo Rex-. ¿Cómo podría ser de otra forma? Además, debe de tener un sistema de respiración avanzado, algún tipo de aparato respiratorio mutado. No hubiera podido crecer de esta forma sólo con el oxígeno obtenido por las agallas. ¿Quizás unos primitivos pulmones membranosos? -Se preguntó mientras miraba nerviosamente las tres agallas temblorosas que el animal tenía detrás de la cabeza.

– ¿Cómo coño sabes eso? -preguntó Tucker.

– Olvidas, muchachote, que soy geólogo especializado en ecología y en placas tectónicas. Aunque antes aborrecía las ciencias de la vida, llevé a cabo un aprendizaje extensivo de ellas. -Con una sonrisa poco sincera añadió-: Lo sé todo.

Savage se levantó, recogió un palo y se dirigió hacia la larva. Se inclinó sobre ella y con el palo la tocó en la cabeza. La larva se apartó de él moviendo la cabeza, como si eso le hubiera dejado un mal sabor en la boca.

– ¿Qué mierda estás haciendo? -exclamó Diego, quitándole el palo a Savage.

– Vaya, ahora juegas a mamás y a papás, ¿no?

Derek tenía el rostro encarnado.

– No continúes con esta mierda, Savage.

– ¿Qué pasa con tanto proteccionismo? Esa cosa puede ser peligrosa.

– Justo -dijo Szabla-. Exactamente lo que digo.

Diego se dirigió a Szabla con un tono tranquilo y seguro:

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