Karen Rose - Alguien te observa

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Conocida como la Reina de Hielo en los juzgados de Chicago, la joven abogada Kristen Mayhew vive por y para su trabajo. Posee el índice más alto de casos ganados en la fiscalía. Es una mujer fuerte, una profesional, incorruptible, apreciada por su tenacidad y dedicación. Pero ahora acaba de descubrir que tiene un peligroso admirador secreto.
Lleva tiempo observándote. Conoce todos sus movimientos, todos sus pensamientos. Le envía cartas. Y ha empezado a asesinar, en su nombre, a los delincuentes y criminales que ella no logró meter entre rejas.
Abe Reagan acaba de incorporarse al departamento de homicidios de Chicago. Este es su primer caso después de cinco años de trabajar como agente encubierto. Ahora empieza una nueva etapa de su vida, intentando dejar atrás un pasado donde perdió lo que más le importaba.
Mientras Kristen y Abe empiezan a redescubrir unos sentimientos que creían olvidados, un asesino frío y calculador sigue actuando de manera implacable. Y ahora su sed de castigo ha convertido a Kristen en el blanco perfecto.
En su novela más elogiada, Karen Rose, la escritora que está subiendo con más fuerza dentro del género romántico con suspense, combina admirablemente una inquietante intriga y una conmovedora historia de amor.

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«No hemos logrado obtener declaraciones de la policía esta tarde. Suponemos que están trabajando para descubrir la identidad del asesino de Ramey.»

«¿Han proporcionado más información esas mujeres? ¿Han dicho algo que pueda resultar útil a la policía?»

– Qué hija de puta -masculló Jack-. Solo nos faltan ayudas de este tipo.

– Por favor, que no diga nada de las cartas -masculló Mia con desesperación-. Que no se le ocurra mencionar las cartas. -Pero Richardson abrió mucho los ojos, como si acabara de recordar algo importante, y Mia golpeó la mesa con la palma de la mano-. ¡Mierda!

Kristen levantó la mano en señal de silencio y Mia apretó los dientes.

«Sí, Andrea. Las tres mujeres han recibido hoy una carta anónima en la que se les comunica que Ramey está muerto y que por fin se ha hecho justicia. -A Zoe le refulgían los ojos-. Las cartas las firma "Su humilde servidor". Les ha informado Zoe Richardson.»

La cámara volvió a enfocar el semblante adusto de Andrea, la presentadora.

«Gracias, Zoe. Aguardaremos ansiosos a obtener más detalles sobre esta impactante noticia. -De pronto su rostro se tornó alegre hasta el punto de resultar cómico-. Les dejamos con la programación habitual.»

Kristen apagó el televisor con brusquedad y durante un buen rato nadie abrió la boca.

– ¿Cómo se ha enterado? -preguntó al final Spinnelli; era obvio que se esforzaba al máximo por mantener la calma-. ¿Cómo diablos se ha enterado?

Kristen seguía mirando la pantalla oscura; a pesar de darles la espalda, su tensión era evidente.

– Nos ha seguido. -Se la oyó tragar saliva-. Me ha seguido. -Depositó el mando a distancia sobre el televisor con meticulosidad-. No puedo creerlo.

– Ya sabes que mi madre está dispuesta a darle una tunda -dijo Abe para romper el hielo-. Y sé por experiencia que cuando se enfada pega unos bofetones de miedo. -Suspiró en silencio al ver que Kristen relajaba los hombros y se volvía a mirarlo esbozando una tensa sonrisa.

– ¿Y cuántas veces has hecho enfadar a tu madre, detective Reagan? -preguntó.

Abe forzó una sonrisa.

– Más de las que recuerdo.

El gesto tenso de Kristen se tornó irónico.

– Eso me lo creo.

Spinnelli se pasó las manos por el rostro.

– Bueno, chicos, ya se ha descubierto el pastel. Convocaré una rueda de prensa para mañana. Abe, asegúrate de obtener información sobre dónde se encontraban las víctimas en el momento de los asesinatos; lo más precisa que puedas. Y averigua si entre ellas hay algún tirador de primera.

– ¿Además de Stan Dorsey? -preguntó Abe en tono seco, y Spinnelli alzó los ojos en señal de exasperación.

– Que Dios nos coja confesados. Quiero conocer todos los movimientos de Dorsey durante esos días. Revisaré la lista de policías y abogados para ver si alguno cuenta con la destreza suficiente como para haber efectuado los disparos. Mia, averigua lo que puedas sobre lo del chorro de arena. Con un poco de suerte Julia nos proporcionará más información después de las autopsias.

– ¿Y qué hacemos respecto a la siguiente víctima? -preguntó Kristen-. ¿Esperaremos a que aparezca otra caja en la puerta de mi casa?

Spinnelli negó con la cabeza.

– Mañana haré instalar cámaras de vigilancia alrededor de tu casa. Si vuelve a acercarse, lo sabremos.

Kristen agitó la cabeza con gesto rápido y resuelto.

– No me refería a eso. Sabemos que tiene predilección por los delincuentes sexuales. Puedo confeccionar una lista de todos los autores de ese tipo de delitos de quienes he llevado la acusación. Tal vez podamos pararle los pies.

Spinnelli asintió.

– Es una buena forma de empezar. Y, Kristen…

La fiscal lo miró con recelo.

– ¿Qué?

– ¿Tienes perro?

Ella negó con la cabeza.

– No.

– Pues te aconsejo que te compres uno.

– Y que sea grande -añadió Mia-. Nada de cachorros, aunque sean monísimos.

– Que ladre mucho. -Jack mostró los dientes-. Y que tenga grandes colmillos.

Kristen se volvió hacia Abe arqueando una de sus cejas pelirrojas.

– ¿Alguna otra recomendación?

Abe hizo una mueca de suficiencia.

– Cerbero completaría tu colección y haría buenas migas con Mefistófeles y Nostradamus.

Para su sorpresa, Kristen se echó a reír, y no con disimulo sino con una sonora carcajada y lágrimas en los ojos. El sonido de aquella risa atenazó el estómago de Abe.

Jueves, 19 de febrero, 21.00 horas

Zoe tapó el vino. Se había dado un buen baño y por fin había entrado en calor. Cuando fuese famosa, se iría a vivir a algún lugar cálido. Al carajo Chicago y aquel clima invernal que lo dejaba a uno más frío que un muerto.

«Muerto.» Sus labios se curvaron. Anthony Ramey estaba muerto y el Departamento de Policía de Chicago andaba tras la pista de un espía asesino. Y ella, Zoe Richardson, había comunicado el bombazo.

«Mayhew debe de estar subiéndose por las paredes -pensó con regocijo-. Qué maravilla.» Extrajo con cuidado la cinta de vídeo del reproductor. Esa grabación merecía ser guardada. Había empezado a escribir con esmero la fecha en la etiqueta cuando la sorprendieron unos fuertes golpes en la puerta de entrada. Observó por la mirilla y se inquietó un poco, pero enseguida ahuyentó aquella sensación.

Él no podía decir nada; no lo haría. Ella sí, podía desenmascararlo y lo haría. Lo tenía en sus manos como si fuese una marioneta. Abrió la puerta y puso cara de mosquita muerta.

– No te esperaba. ¿No has recibido mi mensaje cancelando la cita de esta noche?

Él empujó la puerta y la cerró de un fuerte golpe antes de aferrar a Zoe por los hombros. Su expresión era sombría y airada, y una vena le palpitaba en la sien. La excitación recorrió el cuerpo de Zoe hasta las puntas de los pies.

– ¿A qué coño estás jugando? -la increpó, zarandeándola.

Ella parpadeó mientras la boca se le hacía agua. Quién podía imaginarse el ímpetu que aquel hombre llevaba dentro.

– ¿A qué te refieres?

– «Les ha informado Zoe Richardson» -la parodió cruelmente. Volvió a zarandearla-. ¿A qué coño crees que estás jugando?

– Me haces daño.

Él la soltó al instante, pero su pecho seguía moviéndose como un fuelle. Ella lo miró a los ojos, ya despojada de todo fingimiento.

– Hago mi trabajo. Soy periodista y me dedico a informar.

– No me trates como si fuera uno de tus estúpidos adeptos -le espetó-. Ya sé que eres periodista. Pero ¿por qué sigues a Mayhew? ¿Tienes idea de los problemas que estás causando?

Ella se encogió de hombros con actitud despreocupada y cogió la copa de vino.

– Ese no es mi problema. ¿Te apetece un poco de vino? Es un chardonnay estupendo.

Él la miraba como si estuviese a punto de enloquecer.

– No te importa nada, ¿verdad? No te importa armar revuelo aunque eso suponga arruinar mi carrera.

Zoe esperaba que su sonrisa pareciera sincera.

– No veo la relación entre tu trabajo y el mío. -Desde luego la había, y Zoe contaba con ella. Se le acercó; era perfectamente consciente de cómo la seda se ceñía a su piel perfumada por el baño, de cómo la prenda se abría y dejaba al descubierto lo suficiente para que él posara sus ojos, ardientes y centelleantes, en el escote-. No te disgustes, cielo.

Se puso de puntillas y le estampó un beso en los labios fruncidos. Notó que relajaba los hombros un poco y que otra parte de su cuerpo se ponía bastante dura. «Es como quitarle un caramelo a un niño. Es una maravilla que los hombres sean tan previsibles», pensó.

– Sabías que yo era periodista antes de que consiguieras que nos presentaran. -Era ella quien había conseguido que los presentaran, pero el hecho de que él se creyera en desventaja formaba parte de la farsa. Le rozó la comisura de los labios con la lengua y notó cómo se estremecía-. Cuando nos conocimos, yo ya llevaba años informando sobre Mayhew, y seguí haciéndolo después de que te cansaras de mí y volvieras con tu mujer. -Lo besó y le dio un ligero mordisco-. Por cierto, ¿cómo está?

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