– Una vez cobrada su venganza aún no tenía suficiente -dijo Reagan, pensativo-. Por eso lo llevó al lugar de la sepultura y volvió a agredirlo. No le bastaba con verlo muerto, así que le llenó de plomo la zona pélvica.
– Hemos examinado la tierra -intervino Jack- y hemos encontrado perdigones. Son iguales que los de King.
– Eso quiere decir que no utilizó silenciador -dijo Mia-. Alguien tuvo que oír algo.
Spinnelli asintió.
– Mañana haremos un sondeo por el área. -Atravesó la sala hasta la pizarra, trazó tres columnas y las tituló Ramey, Blade y King, respectivamente-. ¿Cuándo vieron a Ramey por última vez?
Mia abrió su libreta.
– Su madre afirma que lo vio por última vez el 3 de enero. Su novia dice lo mismo. Está segura porque esa noche la dejó plantada.
Kristen suspiró mientras Spinnelli anotaba la fecha en la columna correspondiente a Ramey; el chirrido del rotulador le ponía los nervios de punta. «Rayas azules.» Esa fue la noche en que se decidió por el papel de rayas azules, pero no retiró las muestras hasta dos noches más tarde, cuando volvió a sufrir insomnio y empezó a empapelar la habitación.
– Debió de colocar la caja de Ramey en el maletero aquella misma noche o, como muy tarde, la noche siguiente. -Se quedó mirando a Spinnelli, cuyo bigote se curvaba hacia abajo en un gesto de preocupación-. Fue entonces cuando retiré las muestras. Podéis preguntarles a los vecinos, por si alguien vio algo, pero a las once de la noche suelen estar todos acostados.
– ¿Qué muestras? -preguntó Julia, extrañada.
Spinnelli inclinó la cabeza hacia Kristen para indicar que le cedía la palabra. La chica exhaló un fuerte suspiro.
– El asesino me dejó unas cartas en el maletero del coche.
– Esa parte ya la conozco. Pero ¿de qué muestras hablas? -repitió Julia.
– En una de las cartas hace referencia a unas muestras de papel pintado que había en el salón de mi casa.
Julia se recostó en la silla con el entrecejo fruncido.
– ¿Te ha estado espiando?
– Eso parece. -Kristen notó que un escalofrío volvía a recorrerle la espalda-. No me mires así, Julia.
Después de dirigirle una mirada penetrante, Julia extrajo más fotos. Una de las láminas brillantes mostraba el rostro magullado de Ross King.
– Ross King presenta fuertes traumatismos en la cabeza y la zona de los hombros. -Sostuvo en alto una fotografía y señaló con el bolígrafo-. Hay fracturas detrás de la oreja derecha y en la sien izquierda. A juzgar por la forma del cardenal, diría que le asestaron un golpe con un bate de béisbol.
– King era entrenador -dijo Kristen en voz baja-. Otra vez el «ojo por ojo».
Reagan miró de cerca una de las fotografías.
– ¿Alguna astilla?
– No; ni rastro. Creo que debió de utilizar un bate de aluminio.
– ¿Lo golpeó hasta matarlo? -preguntó Mia.
Julia meneó la cabeza.
– No lo sé. No lo sabré hasta que no lo abra, pero podría ser que King muriese de un disparo en el pecho. -Sostuvo en alto otra foto, un primer plano ampliado de las suturas que recorrían el torso de King, y señaló una zona en forma de media luna a la que le faltaba la piel.
– Podría ser una herida de bala -convino Reagan.
– Me parece que ahí no acaba todo. -Julia le tendió la foto-. En la radiografía no aparece ninguna bala, pero le falta medio pulmón izquierdo. Tampoco existe ningún agujero por donde pudiera salir la bala. Por qué el asesino quiso recuperar la bala es asunto vuestro, no mío.
– ¿Y con qué lo cosió? -preguntó Spinnelli asomándose por encima del hombro de Reagan.
– Con hilo de algodón del que se encuentra en cualquier mercería.
– Una bala en la cabeza y otra en el corazón. -Kristen fijó la mirada en Julia. La conocía lo bastante como para saber que la cosa no acababa ahí-. ¿Qué más?
Julia le devolvió una mirada de preocupación.
– Le reventó las rodillas, Kristen. -Extrajo otra foto y se la entregó a Jack, que estaba sentado a su izquierda.
– Vimos las heridas cuando lo desenterramos -dijo Jack-, pero no sabíamos qué podía haberlas causado.
– Una bala -aclaró Julia-. He obtenido la información a partir de la radiografía, aún no he podido hacerle la autopsia. La imagen muestra que las dos rótulas están destrozadas; de hecho, pulverizadas. Apuntó a ellas directamente. No sé qué arma utilizó vuestro hombre, pero seguro que era potente.
– Inmovilizó a King de manera que no pudiese escapar -murmuró Kristen. Por algún motivo, aquello la dejó más preocupada que el propio asesinato.
Julia sacó otra serie de fotos.
– Es lo que yo pensaba. Un dato más para la pizarra, Marc. A los chicos de la banda los derribaron de un solo disparo en la frente. Al contrario de los otros, no presentan restos de pólvora ni golpes en la cabeza. Tampoco hay heridas defensivas de ningún tipo. -Levantó la vista y captó la mirada de Kristen-. Seguro que querréis oír la opinión de los expertos en balística, pero a juzgar por el orificio de entrada y de salida que presentan cada una de las víctimas, diría que el asesino les disparó desde arriba. Y, si tenemos en cuenta la ausencia de restos de pólvora, desde bastante distancia.
Mia se apoyó en el extremo opuesto de la mesa y observó las fotografías con expresión penetrante.
– ¿Qué distancia?
Julia se encogió de hombros.
– Unos seis metros, tal vez nueve.
– Podría haber eliminado los restos -apuntó Mia, pero por su tono se deducía que ni ella misma creía en esa posibilidad.
Kristen resopló. Ahora entendía por qué Julia parecía tan preocupada.
– No les golpeó primero, lo que significa que estaban conscientes cuando les disparó. Y no alcanzo a imaginar que ni siquiera el más joven de los Blade permitiera que lo derribaran sin defenderse. -Levantó la vista y topó con los ojos azules de Reagan clavados en su rostro; esa vez le resultaron extrañamente reconfortantes-. No lo vieron -concluyó con un hilo de voz-. Los acechó desde un tejado.
Reagan asintió con expresión seria y dijo lo que todos estaban pensando.
– Nos enfrentamos a un francotirador.
Mia se recostó en la silla.
– Que inmoviliza a sus víctimas de forma premeditada y luego las golpea hasta dejarlas sin sentido.
Kristen se estremeció; se había quedado helada a pesar del calor que despedía el cuerpo de Reagan junto a ella.
– Y me espía -murmuró.
Spinnelli tapó el rotulador.
– Mierda.
Jueves, 19 de febrero, 19.45 horas
Spinnelli había llenado la pizarra de anotaciones, pero Kristen tenía la sensación de que no habían hecho más que descubrir la punta del iceberg con respecto a su humilde servidor.
– Sabemos que asesinó a las víctimas en un lugar y luego las trasladó al interior de otro para tomar las instantáneas y despojar los cuerpos de cualquier prueba antes de desplazarlos al tercer escenario y enterrarlos.
Kristen observó los datos anotados en la pizarra. Le había aturdido el hecho de saber que quien la espiaba poseía un fusil y puntería de francotirador, pero un pedazo de tarta de limón y merengue de la madre de Reagan ayudaron a tranquilizarla. No tuvo más remedio que reconocer que cocinaba mejor que Owen.
– Te olvidas de las amputaciones pélvicas post mortem -dijo Mia en tono irónico.
Kristen suspiró.
– No, no podemos olvidarnos de eso.
Reagan volvió a sentarse y se cruzó de brazos.
– Con los asesinos actuó de forma limpia y eficiente. Los delincuentes sexuales no tuvieron tanta suerte.
– Tal vez también él haya sido víctima de alguna agresión -apuntó Jack.
– Él o algún miembro de su familia -respondió Spinnelli.
Читать дальше