Craig Russell - Cuento de muerte

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El hallazgo del cadáver de una joven con una nota entre sus dedos que dice "He estado bajo tierra y ya es hora de que vuelva a casa", enfrenta al jefe de la brigada de homicidios de Hamburgo, Jan Fabel, con los designios de una mente oscura y enferma. Cuatro días después, dos cuerpos más aparecen en medio de un bosque, con unas notras entre sus manos que dicen "Hansel" y "Gretel", escritas con la misma letra roja, pequeña y obsesiva. Es evidente que los crímenes hacen referencia a los cuentos folclóricos recopilados doscientos años atrás por los hermanos Grimm. Pero los asesinatos de este cruel asesino en serie no son ningún cuento de hadas…
Finalista del premio Golden Dagger, el más prestigioso del mundo en la categoría de novela criminal

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Manos grandes. Como las de Olsen. Pero también como las de Gerhard Weiss.

«¿Quién ha sido, Laura? ¿Quién estaba en la piscina contigo? ¿Por qué aceptaste compartir el aislamiento que habías construido tan cuidadosamente?» Fabel contempló el paisaje que se extendía ante él mientras formulaba en su cabeza preguntas a una mujer muerta; su familia no había podido contestarlas. Fabel visitó a sus padres en su enorme finca en los Altes Land. Fue una experiencia perturbadora. Hubert, el hermano de Laura, estuvo presente y presentó a Fabel a sus padres. Peter von Klostertadt y su esposa Margarethe fueron el epítome de la frialdad aristocrática. Peter, sin embargo, parecía un poco ajado; la combinación del desfase horario y de la pena se le notaba en los ojos y en el embotamiento de sus acciones. Pero Margarethe von Klostertadt mantuvo una compostura helada. Su falta de emoción le recordó a Fabel las primeras impresiones que había tenido de Hubert. Estaba claro que Laura había heredado su belleza de su madre, pero en el caso de Margarethe se trataba de una belleza dura, inflexible y cruel. Tal vez tuviera poco más de cincuenta años, pero su figura y la firmeza de su piel habrían causado la envidia de una mujer de la mitad de su edad. Fabel tuvo la sensación de que los trataba a Maria y a él con una especie de estudiada altanería, hasta que se dio cuenta de que, incluso en reposo, sus rasgos siempre tenían la misma expresión, como una máscara. Aquella mujer le cayó mal desde el momento en que la vio. También le perturbó lo poderoso que era su atractivo sexual. El encuentro no le sirvió para mucho, tan sólo para apuntar a Fabel en la dirección de Heinz Schnauber, el agente de Laura, quien probablemente había sido su confidente más íntimo y que estaba totalmente devastado por la muerte de Laura. Lo que, según la descripción de Margarethe von Klostertadt, era previsible.

Fabel percibió la presencia de Susanne a sus espaldas. Ella le rodeó la cintura con los brazos y descansó el mentón sobre su hombro mientras compartía la vista sobre el Alster, y él sintió el calor de ese cuerpo femenino contra su espalda.

– Lo siento -dijo él con su voz de las tres de la mañana-. No quería despertarte.

– Está bien. ¿Qué ocurre? ¿Otra pesadilla?

Él volvió la cabeza y la besó.

– No. Tan sólo cosas que se me ocurren.

– ¿Qué?

Fabel se dio la vuelta, la tomó en sus brazos y le dio un largo beso en los labios. Luego dijo:

– Me gustaría que vinieras a Norddeich conmigo. Me gustaría que conocieras a mi madre.

35

Miércoles, 14 de abril. 10:30 h

Norderstedt, Hamburgo

Hen k Hermann había hecho un esfuerzo por mantener algo semejante a una conversación pero, después de tantas respuestas monosilábicas, se había dado por vencido y se había dedicado a contemplar el paisaje urbano mientras Anna conducía el coche hasta Norderstedt. Cuando aparcaron frente a la casa de la familia Ehlers, Anna se volvió hacia Hermann y pronunció la primera frase completa desde que salieron del Präsidium.

– Ésta es mi entrevista, ¿de acuerdo? Estás aquí para observar y aprender, ¿está claro?

Hermann suspiró y asintió.

– ¿Herr Klatt sabe que hemos venido? ¿El tipo de la KriPo de Norderstedt? -Anna no respondió; en cambio, salió del coche y empezó a caminar por el sendero que daba a la puerta principal de la casa antes de que Hermann se hubiera desabrochado el cinturón.

Anna Wolff había llamado a Frau Ehlers antes de emprender el viaje. No quería que creyeran que habían encontrado el cuerpo de Paula o que se había producido algún adelanto significativo en el caso. Era sólo que necesitaba revisar algunos detalles con ellos. Lo que Anna no había revelado era que el enigma central que estaba tratando de resolver era por qué el nombre de Paula había aparecido en la mano de la víctima «sustituta». Pero lo más importante de todo era que sentía la abrumadora necesidad de ser ella quien encontrara a Paula. Devolvérsela a su familia, incluso aunque ello implicara llevar un cadáver.

A Anna le sorprendió que Herr Ehlers también se encontrara en la casa. Llevaba un mono azul claro, oscurecido por una película de polvo de ladrillo muy fino o alguna sustancia similar, que colgaba flojo en su cuerpo alto y delgado. Trajo una silla de la cocina y se sentó en ella, para no manchar el tapizado de la sala. Anna supuso que Frau Ehlers lo había llamado al trabajo y que él había venido directamente. Otra vez vio Anna una intensidad en la postura de ambos Ehlers que le resultaba desconcertante e irritante; ella había dejado muy claro que no tenía ninguna novedad. Les presentó a Henk Hermann. Antes de sentarse, Frau Ehlers entró en la cocina y volvió con una bandeja en la que había una jarra de café, tazas y algunas galletas.

Anna fue directa al grano. Y el grano era Heinrich Fendrich, el antiguo profesor de alemán de Paula.

– Ya hemos hablado de esto muchas veces. -La cara de Frau Ehlers tenía un aspecto cansado y demacrado, como si llevara tres años sin dormir lo suficiente-. No creemos que Herr Fendrich tuviera algo que ver con la desaparición de Paula.

– ¿Por qué están tan seguros? -Henk Hermann habló desde un rincón, donde estaba sentado, apoyando una taza de café en la rodilla. Anna lanzó una mirada feroz en su dirección, que él pareció no notar-. Quiero decir, ¿hay algo en particular que les dé esa certeza?

Herr Ehlers se encogió de hombros.

– Después… Quiero decir, después de que Paula desapareciera, él nos ayudó y nos apoyó mucho. Su preocupación por Paula era genuina. Era algo que no podría haber fingido. Incluso a pesar de que la policía no dejaba nunca de interrogarlo, nosotros sabíamos que estaban buscando en el lugar equivocado.

Anna asintió con un gesto reflexivo.

– Escuchen, sé que ésta es una pregunta incómoda, pero ¿alguna vez sospecharon que el interés de Herr Fendrich por Paula fuera, bueno, inapropiado?

Herr y Frau Ehlers intercambiaron una mirada que Anna no pudo descifrar. Luego Herr Ehlers sacudió la cabeza con su pelo color ceniza.

– No, no. Nunca.

– Herr Fendrich parecía ser el único profesor al que Paula le dedicaba tiempo, por desgracia -dijo Frau Ehlers-. El vino a vernos… unos seis meses antes de la desaparición de Paula, más o menos. A mí me pareció extraño que un profesor viniera a casa y todo eso, pero él estaba muy… no sé cómo decirlo… muy convencido de que Paula era brillante, especialmente en a alemán, y que nosotros deberíamos ir a la escuela a tener una reunión con el director. Pero al parecer ninguno de los otros profesores creía que había algo especial en Paula y nosotros no queríamos que se fijara expectativas demasiado altas sólo para que luego se desilusionara.

Anna y Hermann se sentaron en el Volkswagen de ella en la puerta de la casa de los Ehlers. Anna cogió el volante y se quedó inmóvil, con la mirada fija en el parabrisas.

– ¿Tengo razón si creo que estamos en un callejón sin salida? -preguntó Hermann.

Anna lo contempló inexpresivamente durante un momento antes de girar la llave en la ignición con un movimiento decidido.

– Aún no. Primero tengo que hacer un desvío…

Dada la sensibilidad de Fendrich a las investigaciones policiales, Anna decidió que también lo llamaría para avisarle, lo que hizo desde su teléfono móvil mientras conducía hacia el sur alejándose de Norderstedt. Llamó a la escuela en la que él enseñaba, pero sin revelar que lo hacía de parte de la Polizei de Hamburgo. Fendrich no estaba muy contento cuando llegó al teléfono pero accedió a encontrarse con ellos en el café de la Rahlstedt Bahnhofsvorplatz.

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