Werner encogió su cuerpo robusto y sonrió.
– Todo irá bien -dijo. Sacudió las llaves del coche que llevaba en la mano, se volvió y salió del despacho.
Viernes, 20 de junio. 20:00 h
Sankt Pauli (Hamburgo)
Una gran furgoneta Mercedes Vario azul oscuro, con el logo de la empresa Ernst Thoms Elektriker a los lados, estaba aparcada frente a la entrada de la discoteca. Los transeúntes apenas habrían advertido su presencia: los asientos del conductor y del copiloto estaban vacíos, y no había más señal de vida que la rejilla de ventilación que giraba sin parar y en silencio. Lo que la mayoría de gente tampoco habría advertido es que la segunda rejilla no giraba, sino que estaba abierta, de cara a la discoteca.
Anna Wolff sonrió para sí misma mientras el portero le abría la puerta; era evidente que no reconoció en Anna a la misma mujer que había demostrado de un modo tan espectacular la flexibilidad de las articulaciones de su pulgar. Antes giró un poco la cabeza y miró con naturalidad hacia la furgoneta Mercedes. Se dio unos golpecitos con los dedos en el pecho en un gesto distraído, se dio la vuelta y entró en la discoteca. Sabía que Paul y Maria, sentados en la oscura parte trasera de la furgoneta, observando la imagen de la cámara de la rejilla en el monitor, la habrían visto dar los golpecitos y también la habrían oído. Si no había sido así, alguien iría a sacarla de ahí de inmediato. Era una sensación desconcertante. Estar sorda, pero no muda. Sus observadores de la furgoneta podían oír todo lo que pasaba a su alrededor, cada palabra que decía o que le decían; sin embargo, ella no podía escucharles. Si llevara un auricular, podrían detectarlo deprisa y con facilidad. Sabía, no obstante, que dentro de la discoteca ya había dos miembros del equipo, ambos equipados con radios con auriculares, que seguirían todos sus movimientos.
Anna respiró hondo y empujó la puerta que daba a la pista de baile principal de la discoteca. El ritmo de la música la envolvió, pero no logró hacer desaparecer la sensación de inquietud que sentía en el estómago.
Viernes, 20 de junio. 20:00 h
Alsterpark (Hamburgo)
Fabel quedó con Susanne para cenar algo y tomar una copa en Póseldorf. Estuvo distraído durante toda la comida y se disculpó con Susanne.
– Tengo a un agente en una operación encubierta -le explicó-. Y no puedo decir que me haga mucha gracia.
– ¿Tiene que ver con el caso del Hijo de Sven?
Fabel asintió.
– Bueno, podría ser. He permitido que se utilice de cebo a una agente joven.
– ¿Para el Hijo de Sven? -Susanne se quedó muy impactada-. Nos enfrentamos a un psicótico sumamente peligroso, impredecible e inteligente. Haces bien en estar preocupado, Jan. Tengo que decirte que es una irresponsabilidad.
– Muchas gracias -dijo Fabel, con tristeza-. Ahora me siento mucho mejor. Pero no estoy seguro del todo de que se trate de nuestro hombre; aunque bien podría tener algo que ver con los secuestros con violación.
– Lo único que puedo decir es que espero que tu agente sepa cuidar de ella misma.
– Es Anna Wolff. Es mucho más dura de lo que aparenta. De hecho, es muchísimo más dura que la mayoría de nosotros. Y tiene a un equipo completo respaldándola.
Susanne no parecía muy convencida. Su preocupación hizo que Fabel llamara a Werner, que estaba escuchando la radio del equipo de vigilancia. No había novedades. Era la tercera vez que lo llamaba, y el tono de Werner era el de una canguro que tranquiliza a un padre sobreprotector. Le contó a Fabel que Anna estaba en posición, esperando a que apareciera MacSwain, y lo tranquilizó una vez más diciéndole que si pasaba algo significativo, le informaría de inmediato.
Después de cenar, Fabel y Susanne cruzaron paseando el parque y la ciudad hasta llegar al muelle, y se sentaron en uno de los bancos orientados al agua. El sol estaba poniéndose a sus espaldas y alargaba sus sombras delante de ellos.
– Siento no ser muy buena compañía esta noche -dijo sonriendo débilmente a Susanne, quien se acercó a él y lo besó con ternura en los labios.
– Ya lo sé. Es por el caso. -Volvió a besarlo-. Vamos a tu casa a emborracharnos un poco.
Fabel sonrió.
– De acuerdo.
Acababan de levantarse cuando le sonó el móvil. Fabel abrió la tapa, esperando oír la voz de Werner.
– Jan… Soy Mahmoot.
– Dios santo, Mahmoot, ¿dónde has estado? Comenzaba a…
Mahmoot lo interrumpió.
– Jan, necesito que te reúnas conmigo ahora. Es importante y no quiero hablar por teléfono.
– De acuerdo. -Fabel miró la hora y luego a Susanne, con un gesto de disculpa-. ¿Dónde estás?
Mahmoot le dio una dirección en Speicherstadt.
– ¿Qué demonios haces allí? -se rió Fabel-. ¿Has ido a por café?
Parecía que Mahmoot había perdido su habitual sentido del humor.
– Ven hacia aquí. Ya.
– De acuerdo. Llegaré dentro de diez minutos.
– Y, Jan…
– ¿Sí?
– Ven solo.
Colgó. Fabel cerró la tapa del móvil y se quedó mirándolo. En todos sus encuentros, jamás había comprometido el anonimato esencial de Mahmoot llevando a otro agente con él. No podría haber dicho nada más redundante. Sólo tenía sentido si alguien le había dicho que lo dijera: alguien que quisiera asegurarse de tener a Fabel solo. Se volvió hacia Susanne.
– Lo siento mucho. Tengo que irme…
– ¿Es algo relacionado con el Hijo de Sven?
– No… Creo que un amigo podría estar en apuros.
– ¿Quieres que te acompañe?
– No. -Fabel sonrió y le dio las llaves de su piso-. Pero ve calentando la cama.
– ¿Es peligroso? ¿No deberías pedir ayuda?
Fabel acarició la mejilla de Susanne.
– No pasa nada. Como te he dicho, sólo es un amigo que necesita mi ayuda. Tengo que ir a buscar el coche. A ver si encontramos un taxi…
Viernes, 20 de junio. 21:00 h
Sankt Pauli (Hamburgo)
Al principio, Anna se mostró educada y se disculpó; pero después de que el quinto tipo se le acercara para ligar con ella, sus respuestas habían pasado a ser bruscas y antipáticas. Cuando oyó que otro Romeo le decía «¡Hola!», se dio la vuelta enseñando los dientes.
MacSwain retrocedió con las manos en alto.
– Lo siento… -dijo Anna avergonzada-. Pensaba que eras otra persona, bueno, cualquier otra persona, supongo…
– Me siento halagado.
– Pues no deberías. La competencia es malísima. -Anna lo miró de arriba abajo-. Empezaba a pensar que no ibas a venir.
– He tenido que quedarme a trabajar. Lo siento. -Extendió la mano-. Me llamo John MacSwain… -Y añadió en inglés-: Encantado de conocerte…
– Sara Klemmer… -dijo Anna, utilizando el nombre de una antigua compañera de colegio-. ¿Eres inglés?
– Casi -contestó MacSwain-. ¿Tienes hambre?
Anna se encogió de hombros para no concretar nada.
– Salgamos de aquí…
Desde el puesto de mando en el interior de la furgoneta aparcada, Paul Lindemann alertó a los agentes que estaban dentro de la discoteca.
– Preparaos; nos movemos. -Se volvió al agente del MEK vestido con un mono de electricista-. Cuando los dos coches principales estén en posición, nos marchamos.
Viernes, 20 de junio. 21:00 h
Speicherstadt (Hamburgo)
Speicherstadt significa «ciudad de los almacenes». El Speicherstadt es uno de los paisajes urbanos más sorprendentes de Europa. La arquitectura gótica de los enormes almacenes de ladrillo rojo y siete pisos de altura, coronados con torrecillas de cobre cubiertas de verdín, se eleva desde el muelle con una seguridad abrumadora. Los almacenes monumentales se entrelazan con calles y canales estrechos, y las galerías se extienden de un edificio a otro, a menudo a cuatro pisos de altura.
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