Craig Russell - Muerte en Hamburgo

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El detective Jan Fabel se encuentra ante el caso más sanguinario y macabro de su historia profesional. Los cadáveres de dos mujeres a las que han arrancado los pulmones y las notas desafiantes de alguien que firma como «Hijo de Sven» son las únicas pistas de un asesino cuya motivación va más allá de la ira, acercándose a una suerte de ritual donde lo sagrado y lo monstruoso se dan la mano para teñir de escarlata toda la ciudad. Mientras Fabel avanza en la investigación, va quedando claro que se trata de algo mucho más complejo que el trabajo de un simple psicópata.

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Fabel cambió de táctica.

– Creo que sirvió usted en el Ostfront durante la guerra. Estaba al mando de un batallón de ucranianos, ¿verdad?

Una chispa se convirtió en una llama que se convirtió en un fuego intenso en los ojos de Eitel. Pero nada de aquello se filtró a su voz, su expresión, sus movimientos.

– La verdad es que no veo qué tiene eso que ver, Herr Hauptkommissar… -Fabel tuvo la sensación de estar mirando el corazón de un reactor nuclear a través de un metro de cristal con óxido de plomo; como si fuera testigo de algo excepcionalmente poderoso y mortal, pero contenido.

– Sólo lo digo porque Ucrania tiene un papel destacado en nuestra investigación. -Era cierto, pero ¿cómo lo interpretaría Eitel? Fabel hizo una pausa para invitarle a que hiciera algún comentario.

Wolfgang Eitel se alisó el pelo de marfil de las sienes con las manos. Sin embargo, fue su hijo quien habló.

– Tenemos intereses empresariales por toda Europa y fuera de ella. Somos propietarios de publicaciones en Holanda, Polonia, Hungría. En nuestros negocios inmobiliarios participan empresas de Estados Unidos así como de Ucrania. No veo que eso tenga, en sí mismo, ningún interés periodístico especial.

Bingo. Fabel y Maria intercambiaron una mirada rápida y furtiva. Fabel se esforzó porque la euforia del descubrimiento no se reflejara en su expresión. Volvió a dirigirse a Wolfgang Eitel.

– Creo que todos sabemos que el artículo de Frau Blüm se basaba en algo más que un simple negocio con socios de la Europa del Este, ¿verdad?

– En ese caso, sabe usted más que yo, Herr Fabel.

Waalkes, el abogado, los interrumpió.

– Creo que esto ya ha ido demasiado lejos, Herr Hauptkommissar. Hemos accedido a tener esta entrevista porque a todos nos ha horrorizado el asesinato de Frau Blüm y nos sentimos con la obligación de hacer todo lo posible para ayudar a atrapar a este monstruo. Pero tengo que decirles que su línea de interrogatorio es impertinente e irrelevante. Parece que pretendan implicar a mis clientes en un tema que no tiene absolutamente nada que ver.

– No me ha parecido que hayamos acusado a nadie de nada -dijo Maria-. Sólo intentamos descubrir la conexión entre el Grupo Eitel y Frau Blüm.

– Y yo creo que eso ya ha quedado claro. -Norbert Eitel se puso en pie para indicar que la discusión había acabado. Ninguno de los agentes de policía lo imitó. Fabel se dirigió a Waalkes.

– Creo que sería bueno para todo el mundo que sus clientes nos proporcionaran una relación de sus movimientos en los días de los asesinatos que estamos investigando, junto con los nombres de las personas que puedan corroborar dicha relación. Y les agradecería mucho que lo hicieran con la mayor brevedad posible…

– ¡Esto es indignante! -rugió la voz de Eitel padre mientras se levantaba con una rapidez que no se correspondía con su edad-. ¿Nos está acusando a mí o a mi hijo de participar en estos actos?

– Es una petición bastante rutinaria, Herr Eitel -dijo Fabel con calma y sin moverse de la silla. Maria le entregó una hoja en la que había escrito la hora y día de cada asesinato. Fabel se puso en pie y se dirigió de nuevo a Eitel padre-. En cualquier caso, Herr Eitel, pensaba que ya tenía experiencia en contestar preguntas difíciles…

Esta vez fue Waalkes quien explotó.

– ¡Ya es suficiente, Herr Fabel! Esto es intolerable. Pienso notificárselo a sus superiores…

Fabel entregó el papel a Waalkes.

– Horas, lugares, testigos… Necesito una relación completa de sus dos clientes. -Se volvió hacia Norbert y Wolfgang Eitel. Los ojos de Eitel padre echaban chispas debajo de las gruesas cejas blancas-. Buenos días, caballeros -dijo Fabel, y salió de la sala seguido de Maria y Werner.

No hablaron hasta que estuvieron dentro del ascensor. En cuanto se cerraron las puertas, Fabel, Maria y Werner intercambiaron grandes sonrisas.

– Creo que tenemos muchas cosas que investigar, ¿no os parece? -dijo Fabel.

– Me pondré con ello enseguida -dijo Maria-. Han sido muy amables al apuntarnos en la dirección correcta. Empezaré por conseguir una relación de todos los contactos ucranianos que han tenido Eitel Importing y el Grupo Eitel.

– Has hecho un trabajo excelente, Maria -dijo Fabel.

– Gracias, jefe.

Werner no dijo nada.

– Por cierto -dijo Maria cuando se abrieron las puertas al vestíbulo-, quería comentártelo antes… Tengo los detalles de los contactos entre policías de Hamburgo actualmente en servicio y los cuerpos de seguridad ucranianos. No vas a creer qué nombre ha salido.

– ¿Cuál?

– El tuyo.

– ¿Qué? No he estado en Ucrania en mi vida.

– ¿Recuerdas que escribiste una ponencia para la convención de la Europol sobre asesinos en serie psicóticos, sobre los asesinatos de Helmut Schmied?

– Sí…

– Al parecer, forma parte del material que se utiliza en el centro de psicología forense y criminología de Odesa, que es donde la policía ucraniana recibe formación sobre cómo atrapar a asesinos en serie.

Werner y Maria se dirigieron hacia las enormes puertas dobles de cristal y cromo de la salida. Fabel se quedó un momento mirando a sus compañeros, antes de seguirlos hasta la calle.

Viernes, 20 de junio. 19:00 h

Polizeipräsidium (Hamburgo)

Los compañeros de Anna Wolff estaban tan acostumbrados a su habitual aspecto neopunk consistente en maquillaje excesivo, una chaqueta de piel dos tallas grande y unos vaqueros ajustados que se sobresaltaron un poco cuando la vieron entrar en la oficina principal de la Mordkommission. Werner y un par de tipos del equipo de refuerzo la piropearon con silbidos, Maria alabó su aspecto y Fabel aplaudió. Paul Lindemann puso cara de preocupación.

Anna había moderado el maquillaje y sólo había acentuado sutilmente la estructura marcada de los pómulos y suavizado el estilo de su pelo corto y oscuro. Un vestido negro atado al cuello que acababa a medio muslo acentuaba las curvas de su cuerpo y dejaba al descubierto sus piernas torneadas. Debajo del vestido, encajado incómodamente en el sujetador sin tiras, llevaba el transmisor portátil y el micrófono que Maria le había ayudado a colocarse. La sección técnica ya había comprobado que funcionaba.

– Diría que estamos listos para echar el anzuelo -dijo María con una sonrisa.

– Bien -dijo Fabel-. Repasemos el plan otra vez. ¿Anna?

Anna Wolff repasó la operación al detalle una vez más. Dejó la parte más importante para el final.

– Recordad mi frase de alarma. Si oís que digo «No me encuentro muy bien», es la señal para que entréis a por mí. -Anna había elegido con cuidado las palabras. Era algo que podía decir de repente y en cualquier contexto. La sala era un hervidero de expectativas, nervios y adrenalina-. ¿Estás seguro de que no quieres venir, jefe?

– No, Anna…, es tu operación. Pero me mantendré en contacto con el equipo para asegurarme de que todo va bien. Buena suerte.

– Gracias.

El equipo siguió a Anna hasta el aparcamiento, por lo que Fabel y Werner se quedaron solos en la Mordkommission. La sala se quedó vacía y silenciosa, sin la electricidad que reinaba hacía unos segundos. Fabel y Werner no dijeron nada durante un minuto; luego, Werner se volvió hacia Fabel.

– ¿Ahora?

Fabel asintió.

– Pero mantente alejado de la zona de la operación. Tan sólo sigue lo que vaya sucediendo y escucha la radio. No quiero que Anna y Paul piensen que no confío en que puedan sacar la operación adelante ellos solos. Dejaré encendido el móvil toda la noche por si surge algún problema.

– Claro, Jan.

– Y Werner… -dijo Fabel-. Te agradezco que hagas esto. Me quedo más tranquilo sabiendo que tienen tu pericia y experiencia a la vuelta de la esquina.

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