Craig Russell - Muerte en Hamburgo

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El detective Jan Fabel se encuentra ante el caso más sanguinario y macabro de su historia profesional. Los cadáveres de dos mujeres a las que han arrancado los pulmones y las notas desafiantes de alguien que firma como «Hijo de Sven» son las únicas pistas de un asesino cuya motivación va más allá de la ira, acercándose a una suerte de ritual donde lo sagrado y lo monstruoso se dan la mano para teñir de escarlata toda la ciudad. Mientras Fabel avanza en la investigación, va quedando claro que se trata de algo mucho más complejo que el trabajo de un simple psicópata.

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– Está terminando algo -le explicó Werner-. Ha dicho que no tardaría.

Además del equipo básico de la Mordkommission, había media docena de detectives de la Kriminalpolizei a quienes Van Heiden había reclutado para apoyar la investigación. Fabel había llamado a Susanne Eckhardt, y también asistía a la reunión. Al final de la mesa, Van Heiden escuchaba impasible mientras Fabel resumía su conversación con Dorn. Cuando acabó, Susanne Eckhardt fue la primera en hablar.

– Entiendo que Herr Professor Dorn haya sido capaz de recurrir a su pericia como historiador, pero ¿por qué está tan interesado en, bueno, para serte sincera, la psicología amateur? Ha identificado el modus operandi como un método que recuerda a este rito de sacrificio, pero también parece haber extrapolado un perfil del asesino.

– El profesor Dorn lleva muchos años trabajando con criminales -dijo Fabel.

– Pero eso no le faculta para…

Fabel se volvió y miró fijamente a Susanne. Había frialdad en su voz.

– Dorn fue mi profesor de historia europea en la universidad. Su hija, Hanna, fue secuestrada, violada y asesinada. Hace unos veinte años. Ella tenía veintidós. Creo que el profesor Dorn tiene un conocimiento más… -buscó la palabra exacta- í ntimo del asesinato que nosotros.

Lo que Fabel no dijo fue que Hanna Dorn era su novia cuando sucedieron los hechos; que sólo llevaba saliendo con ella un par de semanas; que estaban a punto de cruzar esa línea entre la torpeza y la intimidad cuando un camillero de treinta años llamado Lutger Voss la raptó mientras volvía a casa después de una cita con Fabel. La policía le preguntó por qué no la había acompañado a casa. Él se había hecho la misma pregunta una y otra vez, y que tuviera que acabar un trabajo nunca le había parecido una respuesta lo bastante importante. Fabel se licenció justo después del juicio. Inmediatamente después, se incorporó a la policía de Hamburgo.

Van Heiden rompió el incómodo silencio.

– ¿Qué probabilidades hay de que todo esto sea cierto, Frau Doktor? ¿Cree usted que este psicópata cree en esta tontería del Águila de Sangre?

– Es posible. Claro que es posible. Y eso explicaría la religiosidad de los mensajes. Pero si todo esto es cierto, nos enfrentamos a una psicopatía mucho más sofisticada y estructurada. Diría que lo planea todo con sumo detalle y con mucha antelación. Lo cual significa que deja el mínimo resquicio al azar.

Fabel hacía girar un lápiz entre los dedos. Suspiró y lo lanzó sobre la mesa.

– Y eso significa que es menos probable que cometa un error y nos deje una pista. Y un motivo religioso significa, como ya sospechábamos, que habría emprendido una especie de cruzada…, a menos que todo sea una cortina de humo. O al menos una cortina de humo en parte…

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Susanne.

– No sé exactamente qué quiero decir. No tengo ninguna duda de que nuestro hombre cree en toda esa mierda, pero quizá no sea lo que lo impulsa a matar. Quizá esté escondiendo otro motivo detrás de todo esto. ¿Por qué borró todos los archivos del ordenador de Blüm? ¿Y por qué robó documentos? Y no soy el único que ha pensando en esta posibilidad.

Entonces, Fabel hizo un breve resumen de lo que le había dicho Brauner.

– ¿Frau Doktor? -Van Heiden le invitó a que respondiera a la afirmación de Fabel. Susanne frunció el ceño.

– Es posible. Las personas que tienen un motivo para asesinar a menudo «lo disfrazan» para que encaje con algún otro plan psicológico. -Se dirigió de nuevo a Fabel-. ¿Quieres decir que puede haber una división entre motivo y método? ¿Que su necesidad de matar no obedece al placer o la realización psicótica que el asesino obtiene con el asesinato?

– Exacto.

– Es posible. No puedo decir que sea probable, pero es posible.

La puerta de la sala de reuniones se abrió. Maria Klee entró con una carpeta gruesa y se disculpó por llegar tarde, aunque no parecía muy arrepentida y sí bastante satisfecha de sí misma. Fabel se quedó callado un segundo antes de seguir.

– La única forma de estar seguros -continuó Fabel- es verificando más hechos. Hay que encontrar más pruebas. Si las víctimas están relacionadas de algún modo, tenemos que encontrar esa conexión. Y hay que encontrar a Klugmann y descubrir qué nos oculta. ¿Hemos avanzado en ese tema?

Anna Wolff contestó.

– No, jefe. Lo siento. Es obvio que Klugmann sabe perderse. Estamos vigilando de cerca a su novia, Sonja, pero no ha intentado ponerse en contacto con ella.

Fabel se tocó la barbilla con el pulgar y el índice. Estaba preocupado.

– Quiero que estudiemos más detenidamente la conexión odinista. Tengo un nombre que hay que comprobar, el Templo de Asatru. Werner, también quiero que vayas a visitar al señor MacSwain otra vez y le preguntes dónde estaba cuando asesinaron a Angelika Blüm.

– ¿Crees que es un posible sospechoso?

– Bueno, no nos dio tiempo de montar la vigilancia sobre él y, más o menos, podría encajar con la descripción que nos dio la chica del edificio de Blüm. Aunque si los datos son exactos, MacSwain tiene el pelo demasiado oscuro. -Fabel hizo una pausa. Su mente avanzaba, y una irritación amarga se reflejaba en su rostro-. Es imposible establecer los hechos que relacionan a las tres víctimas si no tenemos la identidad de una de ellas. Tenemos que averiguar sin falta la identidad de Monique. Es nuestra prioridad número uno. Alguien, en algún lugar, tiene que saber quién es.

Maria Klee lanzó la carpeta que llevaba sobre la mesa de reuniones. Todo el mundo miró en su dirección; sonreía de oreja a oreja, algo poco habitual en ella.

– Yo lo sé.

– ¿Qué? -dijeron Van Heiden y Fabel a la vez.

– Conozco la identidad de Monique. Y tengo que decirte que es una bomba, jefe. -Maria se volvió hacia Van Heiden con aire de desafío-. Y alguien, en algún lugar, nos ha estado ocultando información clave para esta investigación.

– Por el amor de dios, Maria, dinos quién es. -La voz de Fabel sonó tensa y débil. Era el mayor avance en la investigación hasta el momento.

– La víctima se llama Tina Kramer. Tenía veintisiete años. -Lo declaración sencilla de Maria pareció electrificar el aire viciado de la sala de reuniones-. La buena noticia es que he descubierto su identidad. La mala es cómo la he descubierto.

– Al grano, Maria -dijo Fabel.

– Como sabéis, cotejé sus huellas con nuestra base de datos y la del Bundeskriminalamt; es decir, la base de datos de delincuentes fichados. No encontré nada. Así que amplié la búsqueda. Hice la típica comprobación de huellas por eliminación, en la que incluí las huellas dactilares que no pertenecen a delincuentes convictos.

– Pero eso sólo nos deja las huellas de los miembros de la policía… -A media frase, la voz de Van Heiden se apagó y su expresión cambió.

– Exacto… -Maria abrió la carpeta y sacó una fotografía tamaño folio de una mujer. Rodeó la mesa, se puso detrás de Fabel y colgó la imagen en la pizarra con una chincheta, al lado de donde Fabel había escrito «Monique». Maria dio una palmada a la fotografía como si quisiera pegarla para siempre en la pizarra de la investigación. Cogió el borrador y suprimió el nombre «Monique» de la pizarra, y cogió un rotulador de punta gorda para escribir «Tina Kramer» con grandes mayúsculas. Fabel se levantó y se quedó mirando la cara de la fotografía: era la misma que la de la foto del depósito de cadáveres que había colgado al lado. Tenía el pelo más oscuro de lo que él recordaba, peinado todo hacia atrás. Llevaba una camisa de uniforme color mostaza con charreteras verdes. Detrás de él, Fabel oyó que el silencio electrificado de la sala estallaba en un murmullo de excitación. Al cabo de un rato, se dirigió a Maria.

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