– Háblame de tu primera vida. ¿Dónde estás? ¿Quief 1eres? -Beate se esforzó por ocultar la impaciencia de su voz-
– No es importante. Mi primera vida fue simplemente un preparativo… Me estaban preparando.
– ¿Cuándo ocurrió esto?
– Hace un milenio. Más. Me sacrificaron y me dejaron en la ciénaga, bajo el agua llena de barro. Luego depositaron ramas de avellanos y hayas sobre mí y agregaron piedras encima. Hacía mucho frío. Estaba todo muy oscuro. Mil años en la oscuridad y el frío. Entonces renací.
– ¿Como quién renaciste?
– Alguien… -La arruga en la frente del cliente se hizo más profunda-. Alguien… que usted conoció.
– ¿Yo te conocí? -Ella posó la vista sobre su cliente y estudió la cara. Sus ojos seguían cerrados. Por alguna razón, aquella afirmación la había perturbado. Todo aquello era una tontería, desde luego, pero volvió a recordar la primera sesión con aquel joven. Desde un principio le había parecido que lo reconocía, que lo había visto antes en alguna parte. Pero luego se dio cuenta de que, sencillamente, le recordaba a otra persona, alguien a quien, en ese momento, no lograba identificar del todo.
– Estoy allí ahora. El edificio. Puedo verlo claramente… -El joven no prestó atención a la pregunta. Abrió los ojos, miró el techo, pero su mirada estaba fija en otro lugar, en otro tiempo-. Es una estación de ferrocarril. Puedo verlo. Estoy en una estación de tren. Es una estación pequeña, pero el edificio detrás de mí es grande y viejo. Delante de mí, más allá del andén que está al otro lado, la tierra está vacía y plana. Hay un río ancho…
Se quedó callado un momento y una expresión de intensa concentración se desplegó por sus rasgos. Luego meneó la cabeza.
– Lo siento… -La miró directamente por primera vez desde el inicio de la sesión. Le sonrió como pidiéndole disculpas-. Se ha ido.
– Has dicho que me conocías en esta vida anterior. Su cliente giró las piernas y se sentó en el borde de la camilla.
– No lo sé… es sólo una sensación que tengo. No puedo aplicarlo, ni nada.
Beate reflexionó un momento sobre esas palabras. Luego miró su reloj. La hora había terminado.
– Bueno, tal vez podamos seguir con esto en nuestra próxima sesión. -Abrió su agenda y verificó la fecha y la hora. Su cliente se levantó y se puso la chaqueta-. Creo que la sesión de esta semana te ha hecho bien -dijo-. Pareces más relajado que la primera vez que viniste.
– Sí estoy más relajado -sonrió él, mientras caminaba hacia la puerta-. Siento que me estoy acercando a un estado mental muy especial, muy plácido. Los japoneses tienen una palabra para nombrarlo…
– ¿Oh? -Beate le abrió la puerta. Su cliente del mediodía llegaría en cualquier momento.
– Sí -dijo él al salir-. Lo llaman zanshin.
12.40 H, WlNTERHUDER FARHAUS, HAMBURGO
La cafetería que estaba en el punto de salida del ferry de Winterhude se encontraba a una distancia razonable del Polizeipräsidium. Era habitual que Fabel celebrara allí las reuniones de su equipo cuando quería discutir sobre un caso de una manera más informal; era un cambio de escenario respecto de la Mordkommission. Cuando Markus Ullrich lo llamó esa mañana, Fabel le sugirió que se encontraran allí, en el café Fárhaus.
Fabel llegó temprano y le pidió un café al camarero, que lo conocía como un cliente habitual pero no tenía la menor idea de que era un investigador de homicidios. A Fabel le gustaba que la mayoría de la gente jamás lo viera como un policía, y nunca ofrecía esa información porque sí. Era como si tuviera dos identidades. Dos vidas separadas en dos Hamburgos separados: la ciudad en la que vivía y que amaba, y la ciudad en la que él era un policía. Con frecuencia se preguntaba, incluso después de tanto tiempo, si ésa era la profesión para él. Sabía que era bueno en lo suyo, pero cada caso nuevo, cada nueva crueldad infligida por un ser humano sobre otro, lo iba socavando. Aquella no era la primera vez que Fabel se distraía pensando en lo que podría haber pasado, en lo que él podría haber sido si no hubiera tomado la decisión de incorporarse a la Polizei de Hamburgo. Y todo el tiempo sentía la presencia de la tarjeta de Roland Bartz en su bolsillo: un billete de regreso a una vida normal.
Salió de su ensimismamiento cuando divisó la silueta achaparrada de Ullrich bajando por la escalera hacia la cafetería. El hombre de la BKA estaba vestido con un oscuro traje formal, una camisa oscura y una corbata también oscura, y llevaba un pequeño maletín de ejecutivo. Daba toda la impresión de que se reunía con Fabel para venderle un seguro. Fabel recordó su reunión con el profesor Van Halen, el genetista con traje de negocios; al parecer, todo el mundo estaba volviéndose «corporativo».
– Gracias por venir -dijo, mientras le estrechaba la mano a Ullrich-. Se me ocurrió que existía alguna remota posibilidad de que ustedes tuvieran algo en sus expedientes sobre alguna de las víctimas, o ambas, considerando sus antecedentes.
Los dos se sentaron y suspendieron la conversación mientras el camarero se acercaba y tomaba nota de lo que querían.
– Le he traído un material interesante, Herr Fabel. -Ullrich puso el maletín sobre las piernas y lo palpó, como si insinuara que en su interior se ocultaban tesoros. Luego, con mucha deliberación, lo dejó en el suelo a su lado, en un claro gesto de «lo dejaremos para después»-. Tenemos bastante que discutir, pero antes quiero aclarar las cosas sobre la situación con Maria Klee… Espero que no pensara usted que la traté con demasiada dureza. Después de todo, ella puso en riesgo una operación importante.
– Para mí habría sido mucho mejor que discutiera el asunto conmigo en primer lugar, antes de acudir directamente al Kriminaldirektor Van Heiden.
Ullrich se encogió de hombros.
– En realidad no tuve la oportunidad de hacerlo de esa manera. Los jefes de la operación, especialmente, debo decirle, los del LKA6 de la Polizei de Hamburgo, estaban furiosos con Frau Klee por andar pisoteando su investigación. Se trata de una oración muy delicada.
– Pero por el amor de Dios, Ullrich, usted sabe el alto grado de implicación de mi equipo en la investigación de Vitrenko. -Aquél era un caso anterior. Lo lamento, Fabel, pero la vida sigue. Nos enfrentamos a la amenaza que Vitrenko representa en la actualidad. Y es algo mucho más grande de lo que la Polizei de Hamburgo puede manejar por sí sola. Teníamos agentes de la BKA, del LKA6, de la Policía Federal de Fronteras, de la división del crimen organizado de la Policía de Colonia… una enorme cantidad de horas de trabajo invertidas en esa operación. Lamento no haber podido hablar con usted personalmente, pero también había muchas cuestiones políticas en el medio… Sólo quería que usted supiera que no estaba pasándole por encima deliberadamente.
– Bueno, está bien -dijo Fabel.
– En cualquier caso… -Ullrich levantó su maletín-. He hecho lo que me ha pedido: he investigado un poco a las dos víctimas.
– ¿Y?
– Y, aunque la relación es vaga, hay demasiadas coincidencias, al menos, en mi opinión, para decir que el tal Peluquero de Hamburgo los elige al azar. Como usted sospechaba, la LKA de Hamburgo y la BKA federal tenían expedientes de inteligencia sobre Hans-Joachim Hauser. Él estuvo muy activo durante todos los años ochenta. Me pareció que eso podría interesarle. Sólo como contexto histórico. He hecho una copia del expediente… -Ullrich buscó en su maletín y extrajo una gruesa carpeta que depositó sobre la superficie pintada de blanco de la mesa metálica de la cafetería. No había nada en su portada color beige que diera alguna pista sobre su contenido. Fabel estaba a punto de cogerla cuando Ullrich le puso las manos encima-. Por favor, no la pierda. Aunque sea una copia, sería de lo más embarazoso. No hay mucho ahí como para sorprenderle, Herr Fabel. Pero aquí es cuando las cosas se ponen interesantes… -Depositó una segunda carpeta sobre la primera-. La BKA también tenía un expediente sobre la segunda víctima en aquella época.
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